Antología: Sorpresas Navideñas
24 de Diciembre de 2011.
Nuestra primera navidad juntos.
¿Quién lo diría? Nos conocimos hace cuatro meses y nos tomó solo seis semanas darnos cuenta que queríamos estar juntos para siempre.
Empaqué mis pocas pertenencias, en su mayoría ropa para la oficina y mis libros, y nos mudamos a un pequeño departamento en la zona centro.
Nos esforzamos por comprar los muebles más indispensables para iniciar nuestra vida en pareja, pero a nuestro hogar le faltaba calidez y algo que le diera la sensación de un hogar.
—¿Ya empezó? —me pregunta Max desde la cocina.
— Ya, están dando el intro —señalo la pantalla con la cuchara de mi cereal, con mi programa favorito sobre cirujanos de Seattle.
—¿Hoy quien va a morir? —pregunta de nuevo con una sonrisa.
—¡Nadie! ¡No es final de temporada!
Me río por su falta de sensibilidad con mi corazón de pollo. Después de 6 años (y temporadas), aún no me acostumbro a las múltiples tragedias de este grupo de doctores.
Tal vez por eso soy amante del romance y del cliché. Necesito saber que hay esperanza, que al final siempre hay un final feliz para todos y que el sufrimiento vale la pena.
—¿No deberías llamar a tus papás?
Pregunta con el primer sorbo de su café frío. Es Noche Buena, lo sé, pero la zona en la que vivimos es una de las más calurosas. Mi gran esperanza de una Navidad blanca y fría se esfumaron con el pronóstico del tiempo.
—Les llamé cuando salí de la oficina. Van a cenar en su casa y mañana les hablo para saludar a mis hermanos.
—Bien.
—¿Quieres que visitemos a tu papá?
—No. Seguro que ni está en su casa.
No me pasa desapercibido el tono triste en su voz. Ojalá pudiera hacer algo para solucionar el problema, pero soy la causa de él. Su padre es la única persona que no aprueba nuestra relación y eso es algo que, aunque dice que no lo afecta, yo sé que si.
Se sienta junto a mí en el sillón para ver el programa. Mi siento un poco mal porque las paredes no están decoradas, ni tenemos luces de colores o un pino con adornos. Su regalo es lo único que está envuelto en un papel con osos polares y escondido en mi clóset.
—Este año no decoramos —suspiro con tristeza.
Nunca me había importado, ya que antes vivía sola y pasaba cada festividad con mis papás. Decoraba el pino en la casa de ellos, yo las esferas, mis hermanos las luces y una rica cena antes de intercambiar los regalos.
Si, somos demasiado impacientes como para esperar a la mañana de Navidad para ver los regalos. Yo tenía casi 8 años cuando descubrí los juguetes escondidos en la habitación de mis papás.
—El año próximo podemos poner un pino chiquito —señala el rincón junto a la tele—. O esperemos a tener hijos, será divertido decorar para alguien más.
—Tienes razón.
Mi tazón de cereal se termina antes que el programa, así que lo dejo en el fregadero y vuelvo a la sala a beber su café.
—¡Comparte! —le grito cuando no suelta la taza.
—Dijiste que no querías —me mira con los ojos entrecerrados de acusación.
—Porque estaba comiendo cereal, pero ya no, así que dame.
Gruñe algo más antes de darme la taza de café, pero finalmente sonríe y sigue mirando la pantalla. Cuando le regreso el último trago de café, la sorpresa brota de mis labios con impaciencia.
—Te compré un regalo.
—No era necesario —encoge sus hombros—. Pero, ¿Qué es?
Me levanto del sillón muy rápido y voy a la habitación a buscar la bolsa de osos polares escondida detrás de unas cobijas. Regreso a la sala buscando su expresión divertida.
—¿Qué es?
—¡Ábrelo!
Pongo la bolsa en sus manos y lo veo retirar la cinta que protege la bolsa de papel. La desgarra con un tirón para sacar la gorra con diseño de camuflaje que sé que le gusta tanto.
—Esa no la tienes —señalo el logo en el frente—. Es para tu colección.
—Gracias, Corazón.
Agita la gorra en el aire para amoldarla antes de ponerla sobre su cabeza, aún con las etiquetas puestas. Luego se inclina hacia mi para darme un pequeño beso.
—Yo también tengo algo para ti.
—¡Uy! ¿Un regalo? ¿Qué es? —chillo emocionada y él pone los ojos en blanco.
—Espera aquí, curiosa.
Me acusa. Se levanta para ir a la mesa por sus llaves y sale de nuestro departamento. Supongo que tiene mi regalo en su auto, lejos de mis poderes detectivescos.
Apenas un par de minutos y vuelve a entrar al departamento con un suéter en sus manos.
—¿Me compraste un suéter? Creo que es de hombres.
Señalo el logo sobre la prenda de camuflaje y mi nariz se arruga en un gesto de decepción. Si, lo sé, estoy siendo una odiosa de primera.
—El suéter es mío —se sienta junto a mí de nuevo—. Pero esto es tuyo.
Sostiene la prenda en su regazo y comienza a desenrollar las mangas para mostrarme el interior. ¿Por qué está envuelto con tanto cuidado?
—Disculpame, no pude envolverlo.
—Está bien, eso es lo de menos.
Digo, pero mi vista está fija en una gran esfera de cristal con un muñeco de nieve en el centro.
—Querías ver nieve y esto es lo más cercano a eso que pude encontrar.
El tono en su voz me hace presionar los labios, totalmente conmovida. Tomo la esfera en mis manos y la agito para ver las pequeñas plumas de nieve flotar en el agua.
—Es perfecto, ¡Muchas gracias amor!
Sin soltar la esfera, me recuesto sobre su pecho para darle un beso de agradecimiento. ¡Una hermosa esfera! ¡Nieve!
Creo que hoy comienzo una nueva colección.
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