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⫷𝗢𝗯𝘀𝗲𝘀𝗶𝗼́𝗻⫸

Ah... Y otra vez después de meses regreso, que manía tengo con eso; pero en fin, lamento que no sea algún pedido, realmente espero tener uno listo pronto

Sí, ya lo corregí

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•Emma Woods/Lisa Beck ««x»» Emily Dyer/Lydia Jones

Tercera persona

Advertencia⚠️

-Groserías en pequeñas partes

-Mención de sangre y asesinatos

Emily regresaba del trabajo, exhausta a más no poder. Pero trataba de disimularlo una vez llegaba a su casa por alguien. Por su hija, una niña de 11 años de cabello castaño y tez como la suya. Ella debía de quedarse sola a cuidar de la casa luego de la escuela, aprendiendo a ser autosuficiente aún con su corta edad gracias a su madre. Pese, a que su padre las había abandonado, no fue impedimento para Emily continuar con su oficio y dejando de pensar en el hombre que la dejó a su suerte.

—¡Mamá, volvíste! —exclamó animada mientras Emily revisaba el reloj de su muñeca, enterándose de que era la una de la madrugada.

—¡Yeimy! Es muy tarde como para que andes despierta. Debes de dormir, mañana tienes escuela —regañó.

—Lo sé, pero no puedo, no tengo sueño.

—Cielo, ya estás grande, no ocupas que te cuente un cuento para dormir —la niña hizo un puchero y negó con la cabeza.

—No es eso, no tengo por... otra cosa —se abrazó a sí misma—. Vi algo extraño en mi armario, como si algo me mirara desde hace ratos —habló en un tono de voz angustiado. Emily dudosa, se determinó ir con su hija, en parte por la curiosidad de lo que «tramaba».

—De acuerdo, iré contigo.

Yeimy le sujetó la mano, guiándola al cuarto, al llegar y acabar de frente al armario, notó que en las rectangulares rejillas se distinguía un par de ojos.

—Mamá, ¿qué pasó?

—Retrocede —exigió sin verla. Yeimy hizo caso y fue a esconderse debajo de la cama.

Emily sujetó los picaportes para segundos después abrirlas de un tirón. Su rostro expresó sorpresa al no encontrarse nada más que ropa colgada, un par de cajas en la parte superior y los zapatos debajo de las indumentarias.

—¿Mamá? —inquirió, al no responderle salió del escondite hasta quedar al lado de ella—. ¡Te juro que vi algo ahí! Por favor créeme —suplicó con los ojos vidriosos.

—Mi niña —se agachó a la altura de la niña y tomó sus mejillas mojadas de lágrimas—, ¿estás segura? ¿No será por ver películas de te...?

—¡No! —alzó la voz, molesta de que su figura materna piense lo que temía—. ¿Acaso crees que... estoy loca? —inquirió, esperando a recibir una respuesta.

—Yo... —su boca tiritó como todo su ser—, ¿do-dónde sacaste esa pregunta?

—¡Es la verdad! Ni tú, ni nadie me cree, ¿¡solamente por ser una niña piensas que todo lo que salga de mi boca es un juego!? —preguntó crispada, con el ceño fruncido mezclado junto a secreciones brotando de su lagrimal.

—Ca-cariño, no es así, sólo que... Es muy dudable algo que es imposible que ocurra —posó sus manos en los hombros de Yeimy para acto seguido abrazarla—. Pero todo está bien, estás muy cansada que seguramente forzaste tu vista de más, ahora ve a tu cama y duerme, ¿sí? —la cargó entre ambas manos y la recostó en la cama, depósito un beso en la frente de la pequeña, para luego abandonar la habitación cerrando la puerta detrás suya a la vez que apagó la luz.

—Buenas noches, mamá —dijo en un susurro, debido a que poco a poco iba quedando dormida.

[...]

Al día siguiente en la escuela, Yeimy se hallaba sentada en las gradas esperando la llegada del taxista de confianza que siempre la recogía luego de la escuela, aquel que siempre aprovechaba para sacar una charla agradable; pero estaba tardando más de lo normal, ya llevaba media hora esperando a que hiciera aparición. Ante la impaciencia de no haber presencia de su transporte jugueteaba con sus dedos.

«Que mal día, admitiendo algo que mi mamá no creyó, los inútiles de mis compañeros avergonzándome y diciéndole falacias al profesor, y ahora el taxista tarda de más. Hoy parece que pura desgracia me ocurre», pensó con la cabeza recostada encima de su mochila que mantenía abrazada.

El pitido de un coche la hizo levantar la cabeza, jadeó con una sonrisa al ver que por fin el vehículo que conocía de memoria ya se había parqueado. Se sentía más animada luego de esa ardua espera, aunque poca importancia le dio cuando la puerta del auto se abrió desde dentro. Al cerrarla una vez dentro, el auto avanzó en un silencio tranquilo para Yeimy, se le hizo curioso que el conductor no le saludara, ni mucho menos recibirla con unas palmadas en su cabeza. Así que, sonriente, se fue acercando hasta quedar cerca del asiento del conductor que no despegaba su vista de la carretera.

—¡Me alegra que hayas venido! Creí que me ibas a... —cortó su habla al percatarse de que el auto no había un conductor, sino una conductora y una pasajera que denotaban una ancha sonrisa hacia ella, lo que le provocó una leve incomodidad y que se fuera de regreso a su sitio nerviosa.

—¿Ocurre algo, tesoro? —preguntó la conductora sin desdibujar su sonrisa.

—Yo... —se pegó a la puerta del coche tratando de abrirla a sus espaldas, pero no funcionaba.

«Pedazo de chatarra, ¡vamos abre!», se dio ánimos sin despegar la mirada de ambas y continuó con el esfuerzo de abrirla en disimulo.

—Ay, mi vida, ¿quieres irte ya? Pero si no te hemos hecho nada. ¿Por qué piensas que siendo mujeres te haríamos daño? —la pasajera se fue aproximando con lentitud a su lado, trataba de ganar confianza con la niña. Pero ella no respondió, tan solo miró con temor a las mujeres.

—No entiendo porque debería entrar en confianza con gente que quiere fingir ser amable, sobre todo con una menor —susurró, sintiendo como sus ojos se humedecían, estaba aterrada al percibirse más débil que ambas.

—Mi niña, todo está bien, nosotras no te haremos nada —la abrazó, haciéndola quedar en medio de los asientos—. Aunque, quizás sí —musitó en el oído de Yeimy, quien poco después sintió un piquete que le produjo un mareo, su vista se iba difuminando al igual que sus energías.

—No te preocupes, créenos, estarás bien —sonrió y volvió su concentración al camino. Yeimy había caído en sueño por completo, la pasajera le había inyectado somnífero sin que se diera cuenta al tenerla en sus brazos.

—¿Segura que esto es una buena idea?

—Créeme, es la única forma que tenemos para atraerla, después de todo, una madre hace lo que sea con tal del bienestar de sus hijos.

—Como digas —mencionó desinteresada, viendo a la niña dormida entre sus brazos.

[...]

Emily había llamado once veces a su hija, pero ninguna fue contestada, se estaba angustiado y a la vez estresando. Una actitud que no pasó desapercibida de su amiga, quien se acercó a pasos lentos detrás de ella.

—Emily, ¿estás bien? —posó su mano en el hombro, haciéndola reaccionar y que la viese de frente con una expresión decaída—. ¡Dios santo! ¿¡Qué pasó!?

—Mi... Mi hija no contesta ni una llamada —exhaló de vuelta—, ella no ignoraría mis llamadas, incluso aún con su celular en batería baja me contesta con tal de asegurarme que está bien.

—En ese caso debes ir a verificar. Ve y notificas que debes de irte por un asunto importante a la recepcionista, nuestra jefa está atendiendo a un paciente y dudo mucho que sea rápido. Siempre es bueno asegurar antes que lamentar.

—Eso haré, nos vemos luego —se despidió con la mano y reportó de inmediato sus razones de ida a la receptora para avisar a su jefa. Luego de comunicarlo salió despavorida, estaba nerviosa y hasta teniendo sus pensamientos revueltos con sólo una idea clara: ir con su hija y corroborar si estaba en casa.

Al entrar y encender el auto la música de su celular la asustó, al tomar el aparato visualizó que era el número de su hija, por lo que sin tardar más aceptó la llamada.

—¿¡Por qué no contestabas mis llamadas!? Estabas preocupándome, creí que te había ocurrido algo —exclamó con el aparato pegado a su oído.

—Oh, una disculpa, la pequeña fue con una amiga a realizar un trabajo que se le colocó en la escuela —habló la voz de una mujer, la cual hizo estremecerla en su puesto.

—¿Pu-puedo saber su nombre?

—Lisa Beck, ¿por? —preguntó la mujer al otro lado de la línea, pero Emily no reaccionaba, estaba estática del miedo con oír ese nombre y apellido—. Ya veo, me dejarás con la duda, eres muy mala, mi ángel —escuchar ese nombre fue suficiente para que su actitud cambiara.

—Tú... Tú... ¿¡Dónde tienes a mi hija, Emma Woods!? —escupió, tensando su mandíbula y apretando el volante con sus uñas.

—Vaya, esperaba que no me recordaras, pero bueno. No te preocupes, tu pequeña está bien... Claro que, por ahora. ¿Sabes? Se ve tan tierna dormida en su cama, ver como el somnífero que alguna vez me recomendaste sí ayuda, y mucho —dijo y se carcajeó, cosa que no le dio gracia.

—¡Eres una...! —mordió su labio, aguanto las ganas de soltar una grosería.

—¿Cabrona? ¿Una maldita hija de puta? Oh, como me halagas —volvió a reír—. Bueno, nos vemos luego cariño, si la quieres de regreso contigo —dijo, colgando al instante.

Emily ante ese pequeño acto fue carcomida por la ira, en ese estado no lo pensó y se alejó del hospital a toda marcha en su vehículo, absorta en una negatividad suficiente como para estresarla más de la cuenta.

Con la misma actitud había llegado a su hogar una hora después, no se dio tiempo para salir de una manera adecuada, iba rápido para la entrada de su casa que dejó la bata de un lado en un ataque de cólera al querer tomar la llave de su cartera. Cuando la tenía entre su mano y cerca a la cerradura, el toque hizo que se abriera la puerta.

—¡Mierda! —profirió y empujó la puerta que de tanta fuerza pudo oír algo romperse cerca de la cocina. No le dio importancia y corrió a la habitación de su hija.

Lo único que vio fue un cuarto desordenado sin rastro de ella, todo estaba tal y como lo había dejado antes de llevarla a la escuela.

—Parece que alguien cayó en el truco más patético.

—¿Truco? ¿Qué tru...? —su habla fue callada por un golpe a una parte directa de su cabeza para dejarla inconsciente, un acto que logró cometer el atacante con éxito.

[...]

Su visión volvió a aparecer y con ello optó por levantarse de una vez. Llevó una mano a su frente al sentir como algo descendía, fue una sorpresa que se llevó al mirar que no era sudor; sino sangre, una que fluía de alguna herida de su cabeza, no le dio más atención y se fijó en otra cosa.

—¿Qué es... esto? —alrededor suyo, pudo observar que no era la única en ese patio.

Estaba rodeada de cadáveres de infantes. La gran mayoría en estado de descomposición, con un aspecto verdoso y un olor putrefacto que desprendían. Ver esa escena tan sólo la aterró, le era tan irreal frente a sus ojos que no cabía en su cabeza el porqué alguien haría eso. Pese a no tener arcadas, sí sentía un mal presentimiento, ya que los cadáveres mostraban algo en común: cada uno portaba en alguna parte del cuerpo el dibujo de un animal.

—Hasta que despiertas, creí que en serio te habían matado —comentó una voz detrás, y de un tirón hacia atrás hizo que Emily la viera—. Te noto más miserable que cuando trabajabas en tu propia clínica haciendo ilegalidades —sonrió con malicia.

—Ni siquiera sabías de mi existencia como para afirmarlo, ¡jamás he hecho algo así! Toda mi vida he laburado para el mismo hospital desde que entré.

—¿Toda tu vida? Dios mío —mordió su lengua un momento, explotando luego en una carcajada que aturdió los oídos de Emily por segundos—. Deja de hacerte la maldita ingenua, que de eso careces; créeme, no vale la pena engañar a la persona que mejor conoce de ti, quien sabe cada minúsculo actuar o manía que no quisieras revelarle a cualquiera —agregó serena, deleitándose con el rostro horrorizado que tenía debajo.

—Dónde... —levantándose del suelo con rapidez, se alejó de Emma hasta quedar parada—. ¿¡Dónde está mi hija!? 

—¿Yeimy? Descuida, continúa bien... o eso creo —ensanchó su sonrisa.

Emily enmudeció. Emma por el contrario se reía internamente, gozando de la tristeza y frustración que le era mostrada. Sin avisar, fue a estamparse junto a Emily contra el suelo, sujetándola de las muñecas.

—Lydia, siempre estuve atraída a ti, mi corazón late violentamente por ti, ¿por qué nunca lo aceptaste? —inquirió en un tono de voz débil.

—¿Por qué? Simple: alguien inestable mentalmente como tú no está preparado para algo tan difícil como formar relaciones románticas —curvó los labios—. La única que pudiste haber tenido sin problemas era con las sanguijuelas. Además, nadie quisiera estar enamorado de una persona con posible bipolaridad, o que cambie tan drásticamente su actitud para manipular a su antojo —arrugó el entrecejo.

—Bien —se apartó, limpiándose la parte trasera del pantalón—, en ese caso voy a recurrir a... ¡Ahg, mierda! —cayó de rodillas, el dolor se concentró tanto en una de sus piernas que perdió equilibrio.

Regresó la vista al frente sin actuar por el repentino malestar de ella, tan sólo para observar a su hija en manos ajenas.

—¡¡Suéltame!! ¡Aleja tus asquerosas manos de mí! —exigió aterrada por la persona que la abrazaba y con una daga a pocos centímetros de su cuello—. Ma... ¡Mamá!

—Yei...

—¡Oh! ¿Así que eres la mujer supuestamente conocida para Emma? —preguntó de repente—. Bueno, en ese caso creo que estoy en el momento adecuado —presionó un poco el arma por el cuello de la niña, aún sin hacerle daño.

—¿¡Cuál es la necesidad de usar a una niña para barbaridades como esta!? —apretó el puño de rabia, principalmente por la incapacidad de hacer algo al respecto.

—Era ella y solo ella, porque dudo mucho que llegaras por las «buenas» —suspiró y dio una pequeña presión con el brazo, casi asfixiando a Yeimy—. Si te soy sincera, hace mucho mandé al carajo mi simpatía y empatía, sobre todo hacia niños. No te deba extrañar que todos los cadáveres que apreciaste y aprecias sean realizados por esta damisela.

—¿Qu... Qué?

—Melly Plinius, descendiente de una familia de economía estable como para darse el lujo de construirse una mansión a la lejanía de una pudriente ciudad. También encargada del jardín que con tanto brío ha creado, este mismo de aquí —lanzó el sombrero de gruesa tela que solapaba su faz tirando para atrás la cabeza, dejando a la luz un rostro que a simple vista mostraba inocencia y debilidad.

—Eso quiere decir que tú y Lisa...

—No, no somos pareja ni de lejos, mucho menos conocidas. Somos compañeras en busca de algo en común: cumplir nuestro deseo. El mío un par de dinero y mano extra para mi precioso jardín, el de Emma o Lisa parece que eres... tú —hizo una mueca de disgusto.

—Melly... Un momento... ¿Eras esa señora no? La que estaba incomodando a mi niña hace meses atrás y decía que no dejaba al descubierto su cara por su piel delicada.

—Vaya, has dado de una en clavo, lástima que la charla se acaba, aquí ahora.

—¡¿Como que...?! —calló de golpe, por el dolor en una parte trasera de la cabeza, de nuevo. Emma había recuperado la movilidad en la pierna, dándole fin a la oración de manera abrupta.

La vista de Emily se oscureció, siendo clamados y chillidos lo último que su oído percibió.

[...]

Despertaba de a poco cada que la visión fuera más clara. Para cuando la recuperó por completo, tenía delante la cara de Emma sonriendo.

—¿Quién diría que estar contigo en esta posición, conmigo ansiosa de que despertaras mientras me entretenía con tu sangre sería tan relajante?

Emily soltó un quejido debido a una punzada recibida en el hombro alzado y por el estómago. Llevó una mano a la zona del vientre, sintiendo como un líquido resbalaba de los dedos.

—¿Por... qué esa obsesión? ¿Cuál era necesidad de joderme y a mi hija? —preguntó débil, parpadeando repetidas veces para que dejasen de temblarle los ojos.

—Para recordarte que tú al igual que Kreacher y Riley debías estar muerta. Al menos la muerte de tu salamandra lo compensa y no me hace sentir mal —no desdibujó la sonrisa, pese a las expresiones de dolor y lágrimas de la doctora que llegó a considerar como su ángel, el remordimiento era nulo—. Debo felicitarte de que tu hija sea la primera flor del jardín, las rosas siempre son hermosas y las más atrayentes, mucho más si poseen espinas.

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