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✢𝓛𝓪 𝓶𝓾́𝓼𝓲𝓬𝓪 𝓽𝓪𝓶𝓫𝓲𝓮́𝓷 𝓮𝓼 𝓪𝓻𝓽𝓮 ✢

Antes de comenzar pido una disculpa por la gran tardanza (literal, fue tanta que hasta estoy en la segunda semana de colegio), juro que la espera no sería tan larga, pero tuve varios inconvenientes y hasta reescribir varios pedidos por que no me acababan de convencer.

Pero bueno, dicho esto empecemos de una vez

**

•Edgar Valden (Pintor) x Antonio (Violinista)

•Ambientada como el juego, es decir con 4 survs y un cazador

•Pedido de NitramBe5 ¡Ojalá sea de tu agrado!

•One-shot largo (7000 palabras por lo menos)

•Si hallan errores ortográficos, avisan y los corregiré

Edgar Valden desde su llegada se mostró una persona soberbia, un tipo con la mente llena de su arte y nada más al pertenecer de una familia rica, donde podría darse el lujo de lo que quisiera.

Sus compañeros Luca Balsa, Vera Nair y Tracy Reznik no eran de su agrado, sobretodo Luca y Tracy, ambos hacen tanto ruido en sus habitaciones que rompen el silencio que ocupa Edgar. Misma razón por la que ahora iba al desolado jardín en malas condiciones de la mansión, donde las flores marchitas junto a la fuente llena de musgo restaba su belleza irreversible.

[...]

Cinco de la tarde y el sol iba descendiendo en el horizonte, pese a lo limitado del jardín, cuando rayos de sol dan en puntos exactos podía transformarse toda una belleza infravalorada ante los azulados ojos de Edgar. Quien no quiso perder más tiempo y se acomodó en el suelo rocoso, chocando casi la cabeza en la base de la fuente. Tenía una perfecta oportunidad para captar en un dibujo la "única" parte buena de esa mansión.

—Malditos ruidosos —gruñó entre dientes para sí mismo, arrugando su nariz y cejas—, ojalá y pudiera ser silencioso todo el tiempo en esta mansión, como aquí.

—Créeme, yo ya quisiera también —habló Vera detrás de él, parada y con las manos entrelazadas—. Este jardín fue cuidado mucho antes que nosotros, pero al parecer esa persona falleció o despareció, nadie sabe de su paradero.

—Que triste, muy triste —dijo indiferente, siguiendo su dibujo.

—Eres una idiota sin escrúpulos —mencionó y rodó sus ojos para luego marcharse, dejando solo a Edgar. No le tomó importancia su retiro; más bien, disfrutó verla irse para por fin "tener paz".

—Eres una idiota sin escrúpulos... —repitió, dando un fuerte pulso al lápiz que poco a poco se le rompía la punta por desdén ante ese insulto en femenino, odiaba cuando le hablaban en ese término—. Una idiota... una idiota... —mordió su labio inferior de la rabia y finalmente quebró el lápiz en dos con sus manos.

Sin embargo antes de querer dañar la hoja con el boceto del paisaje, una música inundó sus oídos. Fue tan repentino para Edgar, que empezó a ver por cada parte del jardín para saber de donde provenía esa armónica melodía, pero luego paró de repente.

Se levantó del lugar, sacudiendo la parte trasera de su pantalón y dejando cerca de la fuente sus cosas, con tal de no dañarlas en su búsqueda que comenzaba en ese instante.

Supuso que era por alguna parte del jardín al escucharlo cerca. Así que fue investigando minuciosamente por un lugar específico: el gigantesco muro de concreto con alambres de púas en la parte más alta.

—¡Hola! ¿Hay alguien por aquí? —inquirió dudoso—. ¡Sea lo que seas sal de donde quiera que estés! —exclamó con sus manos alrededor de la boca simulando un megáfono, pero acabó suspirando con pesadez y decepcionado de creer que alguien estaba con él—. Este lugar me está afectando, mejor me voy —se apresuró a tomar sus cosas, con gran pesar al tener que abandonar el lugar.

[...]

Un nuevo día se avecinaba dentro de una hora, mientras tanto se hallaba en la ahora tranquila mansión pintando su obra casi terminada. Sentado elegantemente al frente de su caballete, dando trazos con precaución, lentitud y una gran concentración para no estropear su arduo trabajo. No le importaba las gotas de sudor que brotaban de su frente y bajaban a sus ojos para hacerlos arder como mil demonios. Sin embargo el calor era tan potente que Edgar se hartó, teniendo la única opción de darse una pausa.

Sólo pasaron cinco minutos y todo su rostro hasta el pecho y espalda chorreaba a montones.

Soltó el pincel a la vez que su paleta, cayendo y provocando un estruendo inaudible para sus compañeros.

La temperatura le afectaba, mareado junto a un recién dolor de cabeza. Su cuerpo se debilitada y el dolor se intensificaba. No tardó en ponerse más lívido y caerse de la silla al no lograr aguantar más. Edgar se desvaneció por culpa del desmayo, donde por segunda vez hizo un ruido inaudible para los demás. O eso creía al ver como nadie le auxiliaba mientras su vista se volvía limitada al oscurecerse.

[...]

Abrió sus ojos, confundido y con un leve mareo que se fue de repente una vez vio con claridad. Su cuerpo temblaba sin razón, no podía controlarlo, la temperatura ya no la sentía calurosa, sino que gélida, por ende ladeó su cabeza a la derecha. Fue grata su sorpresa al ver un montón de nieve alrededor y una peculiar casa a centímetros de él.

Tras varios segundos después tuvo potestad de su cuerpo, levantándose para luego enderezarse, quitando la nieve tanto de su ropaje como de la boina que se la acomodó de vuelta a su respectivo puesto.

«¿Cómo llegué aquí?», inquirió curioso, posando su dedo índice sobre la barbilla entretanto caminaba y estaba de soslayo.

Nada le indicaba una pista o razón de su aparición en el lugar nevado.

No tenía sospechosos a su lista, le era imposible plantearse un culpable al no conocer en absoluto a sus tres compañeros. No podía culpar a alguien con quién todavía no tiene pruebas.

Pero todos los pensamientos revueltos del culpable se esfumaron cuando la melodiosa canción que escuchó en el atardecer reapareció, pero esta vez la oía más cerca.

«Parece que no tengo más opción, iré a curiosear», se dijo indiferente, encogiéndose de hombros. No perdió tiempo y se dejó guiar por la música, como si hubiera sido encantado sin poder volver atrás. Cada paso le revolvía el estómago por los nervios, era curioso, pero también tenía terror a flor de piel con lo desconocido. Temía que se tratase de algo sumamente peligroso, le aterrorizaba el hecho de acabar muerto por su curiosidad.

El paseo llegó a su fin cuando se topó cara a cara con una zona donde yacían tablas de madera amarradas y pegadas a las finas esquinas de las paredes, esperando a ser tiradas.

—Al fin nos conocemos, Edgar Valden —dijo una gruesa voz, sin atreverse a revelar su identidad con la ayuda de las delgadas y grietosas paredes.

—¿¡Quién eres y cómo sabes mi nombre!? ¿Por qué no demuestras tu identidad? —interpeló, poniéndose a la defensiva con los puños en posición de boxeador.

—Ah... —exclamó en un largo suspiro—. Bien, bien; tu ganas, saldré de aquí. Pero advierto que debes andar con mucho ojo.

—¿Andar con mucho ojo? ¿¡Tú qué me...!? —sus palabras fueron interceptadas por un bola de nieve que impactó en su cara, tragándose gran parte, una acción que provocó al hombre estallar en risueñas risas. 

Verlo así produjo un repentino sonrojo a Edgar, y no tardó en sentir calor en sus mejillas para después propinarse una bofetada por aquella nueva reacción nunca ocurrida hacia un hombre.

«¡Edgar cálmate! ¡Te gustan mujeres!», brameó internamente, dándose más cachetadas a sí mismo. Se sentía avergonzado por como su mente no dejaba de recalcar la risa del desconocido.

—Oye, ¿estás bien? Te veo enrojecido, ¿tienes fiebre? —preguntó, preocupado por su forma de actuar.

—¿A ti acaso te importa la razón? Por que si es así no te la diré —sentenció.

—Ay Edgar... Tan terco —expresó con cierta felicidad—. Por cierto, mi nombre es Antonio, Antonio Paganini —añadió en un tono amable.

Su larga boca se curvó, denotaba un deseo por hacer una travesura. Edgar sin entender nada tragó saliva de los nervios, Antonio al verlo indefenso no perdió tiempo en aproximarse, sujetando enseguida a Edgar de la cadera con ambas manos.

Su "presa" al sentir los largos dedos pegados a él emitió un pequeño gemido de asombro, quería librarse, sin embargo el contrario traía varias ventajas para atraparle si escogía huir.

—No te asustes, no voy a derribarte y después amarrarte a una silla cohete —aseguró a modo de broma—. Sólo quiero bailar, contigo.

—¿¡Bailar!? Perdona pero yo...

—Shh —siseó—, déjate llevar, créeme que funcionará —dijo decidido.

La música proveniente del violín no tardó en ambientales. Empezando con un simple paso hacia atrás, pudo tomarle ritmo al principio, pero tras pasar a nuevos pasos se puso nervioso y asustado por la inexperiencia, sus tambaleos constantes lo dejaban como un completo ridículo, aún así trató de seguir y dar lo mejor.

—Lo haces bi... ¡Auch! —se quejó al sentir un fuerte pisoteo en su empeine derecho—. ¡Ten más cuidado! ¡Eso dolió como mil demonios!

—¡Oh! ¿De verdad? Pues lo lamento, tendré más cuidado, ¿sí? —mintió, amó verlo malhumorado por su actual "accidente". No quería hacerlo ver como una última vez, no anhelaba eso.

Por el contrario, Antonio veía detenidamente como Edgar hollaba su pie derecho las veces que le daba la gana, reconoció que lo hacía apropósito. Pero no quiso rechistarle por su mal comportamiento. Su intención todo el tiempo se trató de hacerlo sentir cómodo. Y si eso conllevaba a tener el pie aplastado, por él bien y con mucho gusto.

La nieve no tardó en marcar las huellas de cada uno, hechas por sus elegantes —y alocados— movimientos.

Lastimosamente la diversión no les perduró por mucho.

Edgar decayó a la velocidad de la luz, así como palideció. Antonio por fortuna consiguió tomarlo antes de irse de bruces contra la nieve. 

—Todo estará bien —dijo, acariciándole la mejilla—. No te angusties, pronto nos veremos.

—¿Vernos? ¿De qué hablas? —inquirió en un hilo de voz frágil.

—Ya te lo dije, pronto nos veremos —resaltó lo último confiado. Lo cargó entre sus largos brazos mientras minúsculos copos se pegaban al rostro de Edgar, para que su última imagen al despertar sea aquella, una donde todo está armonioso, alegre y colorido.

Felicidad y paz. Una que no tardó en desparecer y tornándose oscuridad pura para cada globo ocular de aquellos azulados ojos. Ni logró escuchar si Antonio le hablaba, Edgar perdió todo los sentidos. Pensando que su chispa de vida se fue.

De un momento a otro logró recuperar la respiración, como si nada más haya estado en un profundo sueño. Así que pestañeó tantas veces como podía para recuperar su vista, todo para al final notar su despertar en la misma posición que justamente tomó al desmayarse, no vio cambios en su habitación, pues todo estaba como lo dejó.

Todo excepto una cosa: la pintura. Esa obra sin terminar ya estaba ahí; acabada, con la diferencia que ahora no estaba en el caballete, sino en el pecho de Edgar.

Una obra donde predominaba el blanco de la nieve junto al azul, además de dos personas que podía distinguir como varones, siendo uno bajo y de características femeninas mientras el otro era alto como su larga cabellera azabache.

No obstante, se percató de una característica que cambiaba el contexto del cuadro: un color rojo debajo del chico de menor estatura.

—Esta pintura... es la misma como... —susurró cortante, jadeando del susto tocó el dibujo y al instante sintió la pintura fresca impregnar en sus dedos.

Alguien sobrepintó el cuadro.

[...]


Era por fin de noche, apareció de nuevo ahí, en el mismo lugar como la primera vez. Con la diferencia de no necesitar un desmayo, sino de dormir.

—Entonces tú... ¿Me conoces nada más el nombre? —preguntó a Antonio, mientras se apoyó en la pared de la vieja casucha.

—Sí.

—¿Cómo...? ¿¡Espiaba desde antes que yo llegase!? —inquirió de forma atropellada, impactado por lo que recién escuchó.

—Se puede decir que sí, no obstante... —se acercó lo suficiente a Edgar como para quedar cara a cara con él.

—¿Qué? ¡¿No obstante qué?! —lo agarró del cuello de la camisa, furioso.

—Na-nada yo... Yo no recuerdo por que estoy aquí, e-estoy en blanco —mencionó agobiado por culpa del impulso de Edgar.

—Maldita sea —susurró entre dientes y lo soltó—. Primero el dibujo y ahora, ¡oh coincidencia! ¡No tengas ni idea de lo que querías decir!

Para Edgar, era bastante obvio que Antonio ocultaba algo, no importaba si lo negaba, tenía un presentimiento bastante malo con respecto a eso.

—¡Cálmate! Te diré la verdad, no ahora pero la diré. Por ahora me gustaría preguntarte más cosas, ya sabes, para conocernos.

—Te refieres a mi voz, ¿no es así? —desvió la mirada a la derecha, cabizbajo y cargando una angustia encima de él.

La respuesta que esperaba no llegaba.

Antonio estaba ahí, recto en su puesto sin expresar alguna emoción. Eso a Edgar le colmó la paciencia, misma razón por la que decidió dar un pequeño salto para luego pararse la nieve, indicando su retiro.

—Vas a morir —emitió en un tono medio bajo pero audible para Edgar, quien se volteó a Antonio y se acercó esta vez con una faz que retrataba terror—. No me veas así, te estoy diciendo la verdad, puede doler, pero sí te morirás.

—Pero que dices... —se carcajeó, con la mano cubriendo su boca—. Es una tontería Antonio, si realmente fuera cierto lo hubiera dicho en la carta.

—¿Carta?

—Sí, obtuve una carta que logró seducirme para llegar aquí. No por dinero, sino por algo más. Sé que decía que participarían en un juego —se abrazó, formándose una expresión decaída—, ¿pero uno a muerte? ¡Es un tontería inventada por ti! —de un momento a otro había posado el dedo índice sobre el pecho cubierto de Antinio—. Planeas asustarme para así no participar y largarme de aquí, ¡¿no es así!? Te quieres aprovechar para tener más oportunidades de entrar y ganar el premio que tanto he buscado.

—Si así fuera en primer lugar, yo estuviera contigo en la mansión, no en un lugar donde tú no tienes ni idea como llegar a parte que por un sueño o desmayo —dijo indiferente, pero Edgar se puso analizar por segundos sus palabras. Palabras que se volvieron una sospecha.

—¿Cómo sabes que esto es un sueño? —inquirió, de un momento a otro todo el entorno se le distorsionó y volvió a la normalidad de repente, pero esta vez con un Antonio de aspecto más humano—. ¿¡Qué está pasando aquí!? ¿¡Cómo te volviste...!? —retrocedía con los ojos abiertos de par en par, estaba asustado.

—Lo siento Edgar, lamento esto —lo dijo con tanta lástima que hasta ese sentimiento era reflejado en sus oscuros ojos—. Pero debes entender que morirás, y es en serio —corrió y abrazó a Edgar con todas sus fuerzas, hasta arrugó la camisa blanca en la parte de la cadera.

—¿Me echarás de menos?

—Como no te imaginas —fue alejando su cara del cuello ajeno para ver ese rostro fino semejante al de una mujer que tanto le atrajo, paseando delicadamente el dedo índice por el contorno del rostro hasta llegar al labio inferior, tensando a un Edgar enrojecido de mejillas por completo—. No importa cuantas veces te dijeron que no eras un hombre por tu voz, para mí eres y serás uno, Maple Valden —el sonrojo de Edgar se esfumó al oír ese nombre.

No esperaba que alguien le recordara el nombre que tanto detestaba y enterró por seis años desde lo más profundo de él.

—Tú... ¿Acaso sabes...? —apartó la mano de Antonio.

—Sí, desde mucho antes, pero parece que no recuerdas. Lo cual es obvio, eras más pequeño y sobretodo distinto a como eres ahora. No importa cuanta ropa te cambies o peinado nuevo te coloques, te iba a distinguir con esa reconocida voz —en un rápido movimiento lo tomó de la cadera con una mano mientras la otra la usó para agarrarle la nuca, enredando los dedos en los pequeños pelos que salían de la coleta castaña.

Edgar vio como se acercaba en dirección a sus labios, como si fuese en cámara lenta. No puso resistencia, más bien se opuso a hacerlo, llevando ambas manos al cuello de Antonio.

—Te quiero —confesó a pocos centímetros de chocar con la boca de Edgar, quien cerró los ojos esperándolo. Pero al no sentir calor, fue abriendo los ojos.

No tardó mucho en percatarse que había despertado del "sueño" y estaba abrazándose a sí mismo. Había vuelto a la realidad.

Miró alrededor para asegurarse de tener todo en su lugar, entretanto acomodaba la camiseta del pijama.

—¿Edgar? Ese es tu nombre, ¿no? —escuchó al otro lado de la puerta, lo sacó de su mundo tan de pronto la voz Vera que ya estaba en la puerta, esperando—. Nos acaban de traer algo, te dejo el tuyo aquí, sal cuando quieras para recogerlo que también trae una nota. Si estás o no despierto realmente me da igual —luego de decir eso, distinguió el sonido de unos tacones que se iban alejando, suponiendo de que Vera ya se había ido.

Abrió con cuidado la puerta, encontrándose una caja mediana. La metió dentro de la habitación y prosiguió a averiguar lo que contenía adentro. Se llevó una sorpresa al tratarse de nada más y menos que ropa, pero era diferente a la suya al ver que predominaba dos colores: negro y blanco. Decidido la sacó lo más cauteloso que podía, ya hecho eso la extendió en la cama para verla a detalle; una camisa blanca de mangas largas con grandes bordados alrededor al final, un curioso accesorio en el hombro derecho azul cían, dorado con el centro una piedra incrustada rojiza. Un par de medias de distinta medida, zapatos negros, y al final un marco dorado con la medida justa de un lienzo.

«Que interesante, sin duda es de mi estilo», pensó al ver su nuevo conjunto. «¡Cierto! La hoja», sin rechistarse más agarró el papel y comenzó a leerlo mentalmente:

“Señor Edgar, se le exige que utilice esta indumentaria la próxima semana, se mandará un comunicado para cuando se tenga seleccionado el día exacto”

Esto ya es extraño, pero al menos no es uno ridículo —volvió a doblar las prendas para meterlas de nuevo a la caja—. Un momento, ¿¡qué horas son!? —salió de su pieza, corrió al salón y encontró a la persona indicada: Tracy Reznik.

—Edgar, ¿quieres algo o a alguien?

—¿Qué horas tienes? —Tracy bajó al instante que fue dicha la pregunta, verificando cautelosa la hora.

—Son las diez de la mañana, el último en despertar fuiste tú, lo que significa que tu "desayuno" ya no existe.

—Eso no me importa, pero gracias —dijo seco, sin hacer reverencia y ni obsequiar una sonrisa.

Luca a lo lejos al ver a Edgar fuera del alcance se aproximó a Tracy.

—¿Te hizo algo?

—No, pero da igual. ¿Quieres ir a mi habitación? Quiero que me ayudes con algo.

—¿Ayudar? ¡Pues claro! —sonrió al igual que Tracy. Unas largas sonrisas que se daban mutuamente, pero no eran en lo absoluto en un sentido inocente.

[...]

—Le doy una pasadita más aquí y... ¡Ya está! —menciona orgulloso al acabar la pintura, tan sólo pasó un día sin seguir pintando y ya sentía regresar a esa pasión que tanto amaba. Apreció por unos segundos aquella obra, un retrato de la apariencia humana de Antonio a base de acuarelas combinadas con pintura acrílica. Le había quedado tan perfecto que parecía una fotografía.

«Es tan hermoso, pero... Creo que es mejor no mantenerme tan apegado a lo realista», pensó entretanto recostaba la barbilla en la palma de su mano.

—Yo opino lo mismo, deberías crear arte tanto realista como el arte a tu estilo —al escuchar esa voz Edgar volteó a la derecha, ahí yacía nada más y menos que Antonio, mirándole enternecido—. Me extrañaste tanto que hasta me creas pinturas, es lindo —comentó para luego soltar una risita. Edgar tan sólo exhaló, recostando poco a poco su cabeza en el hombro de Antonio.

—¿Te incomoda?

—¡Por supuesto que no! Ya te dije que es lo contrario, me gusta, sobretodo por tener la capacidad de hacerlo de una forma fantástica —afirmó, y una sonrisa inconsciente se dibujó en los labios de Edgar.

—Gracias —sus mejillas se tornaron en un intenso sonrojo que logró ocultar fácilmente con sólo ver al lado contrario de Antonio.

Aunque estaba avergonzado, continuaron ensimismados en la charla, una que no perduró por mucho debido al atrevimiento de Antonio de besar a un Edgar desprevenido. Pero fue un beso que acabó siendo correspondido. Por alguna razón, el contacto de sus bocas provocó un revoltijo en el estómago de Edgar, quien era un inexperto en ese tipo de cosas. Pese a ese detalle, disfrutó de aquello que añoraba con volver a repetirlo.

Cosa que al final terminó haciéndose realidad, pues el transcurso de los días se fueron conociendo más a fondo al punto que llegaban a darse muestras de afecto constantemente.

Su relación se había vuelto "oficial". Pero no todo iba a ser rosa espolvoreado de purpurina.

Una nueva semana inició, y Edgar ahora estaba con sus compañeros en el comedor de la mansión, pues a Luca le había llegado una carta que según debía ser escuchada por todos los participantes.

Mis queridos invitados, es un gusto tener a participantes dispuestos a conseguir lo que más necesitan bajo mis propias reglas. El juego consiste en lo siguiente —tosió en el dorso de su mano y volvió la mirada por donde se había quedado—: ustedes cuatro deberán trabajar en equipo para decodificar cinco máquinas de escribir, al terminar con ellas dos puertas se abrirán, el primero en saber su ubicación y escapar por éstas será el ganador, teniendo la oportunidad de disfrutar lo que tanto necesita —dictó, e hizo un ademán para dar a entender que era todo.

—¿Seguro no hay algo más?

—Estoy seguro Tracy, nada al final ni al revés —suspiró.

—¿Pero entonces para qué los trajes? —preguntó Edgar, arqueando una ceja.

—Al final resulta que es en ese juego los usaremos —replicó Vera—. Hay otra nota pero más pequeña, dice que los trajes los debemos usar ese día donde vayamos a jugar. Si no lo utilizamos ese día no se podrá participar y serás expulsado de la mansión —alzó la hoja con una mano, demostrando que sus palabras eran ciertas.

—¿¡Qué!? —Tracy se sobresaltó y afincó vehemente las manos en la mesa—. ¡Por Dios esto es ridículo!

—Puede ser, pero no tenemos alternativa —dijo Edgar encogiendo los hombros—. En mi caso mi ropaje es bastante llamativo y adecuado para alguien como yo.

—El mío lo puedo considerar que sí y a la vez no —opinó Vera, rascándose la mejilla.

—Puede ser ridículo para ustedes, pero a mí me parece precioso —siguió Luca—. ¿Y a ti Tracy?

—El mío es el más patético, tanto que me dará asco utilizarlo y más aún que lo vean.

—Como si nos importara si vistes de una campesina, aunque sería gracioso verte vestida de un payaso —vaciló Vera, aunque Tracy se lo había tomado más a pecho.

—Como si nos importara si andas con arapos reales, maldita narcisista.

—¿Me acabas de llamar narcisista? —sus mejillas por un momento las tuvo infladas para después desinflarse al son de sus carcajadas, unas que sonaban idénticas a las de una bruja—. Eres más patética de lo que...

—¡Basta! —intervino Luca, su cerebro no le iría aguantar más las peleas de ambas mujeres, pues hasta soltaba tics de su único ojo sano—. Esto sólo creará más conflicto del que ya tenemos.

—Bah, arruinaste la diversión —dijo Edgar decepcionado—. Es entretenido verlas pelear, como los gatos en los tejados de la gente muerta de hambre, si es que tienen.

—¡De mi clase nos vas a estar hablando!

—Eres de clase media con tal sólo notar tu lenguaje y vestimenta, no sé de qué te quejas conmigo. Tú no eres una muerta de hambre para estar hablando por ellos.

—¿¡Pueden parar ahora ustedes dos!? —inquiere Luca malhumorado, harto de las discusiones por los tres que hasta le salían pequeñas chispas por las yemas de sus dedos—. Ahora lo que importa es tratar de llevarnos bi...

—¡Me largo! —atajó Tracy, corriendo directo a su habitación.

—Yo igual. ¿Vienes Edgar?

—¿Para irnos a nuestras piezas? De acuerdo —aceptó la propuesta de Vera.

Todos terminaron retirándose a excepción de Luca, quien se quedó solo en el comedor.

O bueno, se suponía.

—Perdona, no fue mi intención irme sin ti —menciona detrás de él una voz chillona. Dejándole en frente un plato repleto de rodajas de manzanas que se las llevó directo a la boca.

—¿Realmente estás enojada Reznik? —inquirió con la boca llena, siendo totalmente audible para la contraria.

—Contigo no, sólo que... —bufó entretanto daba un mordisco a su rodaja de manzana—. Convivir con gente perteneciente a familia aristócrata es un dolor de cabeza, no sé como es posible que tú los aguantes.

—Creo que es la costumbre, presiento que su clase se me hace familiar, lastimosamente no recuerdo nada de mi pasado luego del accidente que tuve —exhaló y posó su mano encima de la de Tracy, quien enrojeció por completo—. Ahora lo que necesito es una buena cantidad de dinero si quiero seguir con mi invento nunca acabado, yo necesito acabarlo.

—Te entiendo; pero, parece que la competencia no te lo pondrá fácil.

—Lo sé, pero trataré de hacer lo necesario para ganar —curvó sus labios, produciendo a una Tracy enternecida por ese gesto—. ¿Sabes? Mi obsesión por continuar mi invento nunca logró salirse de mí aún estando en prisión injustamente. Realmente esa necesidad de acabarla siguen ahondando, no puedo sacármelo de la cabeza.

—Te comprendo, deseas volver a retomar algo que tanto amas. Comparto lo mismo que tú, quiero mejorar en mis creaciones, pero no tengo el dinero suficiente.

Los dos tenían cosas medianamente similares que los habían hecho más unidos, aunque implicase ser odiados por sus otros dos compañeros. Pero les daba igual. Se sentían bien con tenerse el uno al otro.

Sin embargo, después de aquella discusión los cuatro no se dieron más palabras durante los dos días que pasaron.

Tracy y Luca continuaban juntos la mayor parte del tiempo, Vera encerrada en su habitación como Edgar, sólo que éste yacía dibujando mientras su novio tocaba el violín, lo que le funcionaba como un calmante para no estresarse.

—Antonio Paganini, eres realmente bueno tocando —alabó, volviendo su concentración al boceto medio terminado—. Nunca perdiste ese talento, es de cierta forma admirable. ¿Pero como es posible que sigas vivo? Es decir, yo sólo una vez fui a verte, nunca supe tu paradero.

—Pues ahora y por siempre lo sabrás, porque me tienes aquí. Aquí es donde estaré por el resto de mi vida.

—Eso sí, te veo muy distinto a como eras, me refiero a tener un aspecto más... al de un monstruo humanizado, ¿significa que estás vivo y muerto?

—No tengo la menor idea de como explicarte —rascó el lado izquierdo de su mejilla.

—Aunque lo que sí me gusta es tu pelo, es que tiene vida propia que hasta se enrolla en mi cuello, cabello y boca. Puedes darle mucho uso —elogió, jugueteando con un mechón del pelo azabache.

—Le agradas, y mucho —por unas fracciones de segundos se entregaron un par de miradas inocentes—. ¿Estás volviendo a pintarme?

—Cuando llegué he tenido más inspiración que antes. Esa motivación a seguir era lo que tanto buscaba, fue lo que me acabó atrayendo a querer esa gran recompensa. Ese bloqueo que tuve por fin se va desvaneciendo, no me arrepiento de haber llegado aquí —declaró, sintiendo menos peso en él. Antonio se acercó y lo abrazó por detrás.

Era un momento tan cómodo para los dos, pero fue interrumpido por un exasperante grito proveniente de afuera al mismo tiempo de los golpes que se le daban a la puerta. Edgar suspiró y decidido se apartó de Antonio, prosiguiendo a quitarle el seguro a la puerta para abrirla al causante a regañadientes.

—¡Edgar! ¿¡Dónde está tu ropa!? —el mencionado enarcó una ceja, luego ladeó la cabeza al no entenderla—. ¡La ropa que te dieron! Póntela que pronto empezará el juego.

—¿¡Hoy!? ¡Pero no mandaron una nota!

—De hecho... Luca se dio cuenta que sí estaba escrita, la carta de hace dos días que leyó decía también que el día iría a ser hoy —se puso la mano por la parte trasera del cuello.

—¿¡Está ciego tu amigo o qué!? —azotó con violencia la puerta, se apresuró a sacar su vestimenta del armario, como pudo se desvistió y rápidamente fue colocándose la ropa predeterminada para esa ocasión tan esperada. Vio como Antonio ya no estaba presente, otra vez había desaparecido.

—¡Rápido Edgar! Te estamos esperando.

—¡Enseguida bajo! —ajustó el marco dorado a un lienzo en blanco, y corrió tanto como sus piernas se lo permitían, evitando tener un traspié durante el descenso por las escaleras.

—¿Ya estamos los cuatro?

—¡Afirmativo! —aseguró Tracy a Luca.

—Vaya, no mentías con respecto a tu atuendo, definitivamente es ridículo —añadió Vera en tono bromista. Pues el conjunto de Tracy le parecía sacado de un cuento infantil.

—Mira la que me lo dice, tú como coral lleno de musgo —contestó, arrugando las cejas y nariz de la furia.

—Chicas por favor, es estúpido empezarnos a pelear por algo como nuestros trajes —intervino Luca, poniéndose en medio de ambas.

—¡Tú deja de defenderla estúpido pintado de indio! —insultó de forma corrida—. ¡Qué el idiota que nos tiene aquí que comience el maldito juego de una vez! —pisoteó el suelo, rompiendo el soporte del tacón.

Hubo un gran silencio, ninguno de los cuatro habló.

—Eso sí dio miedo —dijo Edgar con los ojos abiertos lo máximo que podía.

De un momento a otro la puerta principal fue derrocada y rota por un extraño intruso de aspecto arácnido sin facciones humanas, lo único que destacaba era la máscara totalmente blanca sin aberturas para boca u ojos.

—Lamento la demora, estuve haciendo un par de cositas —se disculpó en un tono de voz intrínseco de una mujer—. ¿Ustedes son los participantes?

—¡Sí, esos somos! —respondió Vera malhumorada.

—Señorita Chloe, recomiendo que le baje a su voz. No se le habla de esa manera a una autoridad —dictaminó de forma amenazante.

—¡Mi nombre es Vera! ¡Estúpida máquina! —no hubo respuesta por parte del extraño ser ante aquel insulto que a cualquiera le pudo haber dolido.

—Vayan al comedor y siéntense en cualquier silla, ahora mismo —exigió amablemente. Tres de ellos asienten con la cabeza y se dirigen al mencionado lugar sin rechistar, siguiendo su orden. Vera hace lo mismo, sin decir nada más que balbuceos ridículos como de niña pequeña.

Ya dentro donde yacía el comedor, toman asiento. Sin darse palabras ni mirarse. Esperando el siguiente movimiento o palabra que se fuese a proclamar.

—Entonces... ¿Ahora qué? —interrogó Luca. Y justo luego de aquello la atmósfera se vuelve más lúgubre, donde los colores llamativos de ese salón se desvanecían sin razón aparente.

El entorno en un santiamén se transformó a uno tétrico, todo parecía estar de noche. Donde al fondo había una gigantesca ventana con la figura del ser, observándolos para de un momento a otro quitarse. Hasta había música para dar un ambiente más escalofriante.

—¿Y a-ahora qué? —se preguntó Tracy, abrazándose a sí misma por el miedo.

—Tampoco te asustes de esa manera, a lo mejor hacen esto para darnos miedo y así que uno de nosotros se acobarda para hacerles más fácil elegir al ganador.

—Tienes un buen punto Edgar, pero aún así es sospechoso. Digo eso por la forma tan segura en la de llamar a Vera con otro nombre, por parte de una especie de robot arácnido. Y para hacer ese tipo de cosas junto el tener una mansión apta para cuatro se requiere un buen dineral.

—O simplemente es un disfraz, tampoco hay que darle mil vueltas al asunto.

—Chicos, como que Tracy se durmió —dijo Edgar, dándole leves golpes a la cabeza con el dedo índice—. No se despierta para nada.

—Dale empujones más fuertes, con eso despertará —recomendó Vera indiferente. Edgar sin otra idea hace aquello, pero no se removió, era como si agitara un muñeco de trapo. Luca al ver eso se le incrementa su angustia.

—Ay, no... —bajó la mirada, pensando en algo mientras de su rostro salía sudor—. ¡Chicos que tal si...! —al alzar su cabeza, se encontró en una escena donde sus tres compañeros ahora yacían "dormidos" con las cabezas encima de la mesa—. Chicos... —soltó en un susurro, sintiendo sus párpados que a fuerza querían bajar, así como su cuerpo pedía a gritos tener un enorme cansancio.

No tuvo otro remedio que hacer caso a esas órdenes, quedando en la misma posición que ellos.

«Es algo normal, ¿no?», fue lo último que pensó antes de que su mente volviera todo negro.

[...]

El ruido de un vidrio romperse, fue el causante del despertar de los cuatro, cada uno en distintas locaciones.

—¿Dónde estoy? —se preguntó Edgar, viendo alrededor curioso—. Un momento, el suelo está cubierto de nieve, justamente... como en mis sueños... —al tener la vista en sus pies se percató de una hoja entre éstas, la sujetó con dos dedos, en un movimiento veloz le fue quitando la nieve para dejar al descubierto el mensaje.

“Focus on decoding

Edgar arrugó el papel y lo tiró detrás de él.

«Focus on decoding... Se debe de ocupar una... ¡una máquina!», dio en el clavo, pese a ser un mensaje corto le fue suficiente para entender, y buscó de soslayo entretanto caminaba con tal de hallar una dichosa máquina.

—¡Aquí! —llegó a una máquina que estaba cerca de troncos blancos—. Espera... Allá el fondo... ¿Será una de esas puertas? Iré a verla cuando descubra que debo... —se quedó callado cuando vio como esa máquina de escribir tenía botones sin letras escritas, todas estaban lisas, pero ignoró eso y comenzó su trabajo de "decodificación".

Pasaron segundos, cada uno lo sentía como tortuosos minutos que lograron césar cuando la máquina hizo ruido de ser acabada. Sus dedos estaban congelados, incapaces de percibir texturas hasta que las frotó con tal de tener calor en esa parte.

—¡Edgar, Edgar! —oyó detrás suyo, volteándose para encontrarse cara a cara con Tracy—. Vera, ella...

—¿Ella qué?

—Sa-salió volando por una silla co-cohete —tartamudeó, cayendo de rodillas—. Un extraño... con aspecto de... demoníaco con pelo de lava la asesinó —soltó, echándose a llorar con las manos apoyadas en la nieve—. ¡Tenía un arma! Pero era... ¡Es un violín en llamas! Por poco y de no ser por Luca.... me hubiera ido con Vera lo más seguro al más allá... —sorbió su nariz enrojecida—. N-no sabíamos que habría alguien más para hacernos esto. ¡No decía nada sobre un enemigo en este juego!

—¿Violín? —oír la mención a ese instrumento lo preocupó al instante—. ¿Segura que era un...?

Antes de acabar su pregunta fue empujado para atrás por Tracy, dándose un leve golpe en la cabeza. Después en un veloz movimiento es levantado por ella y siendo llevado detrás de los troncos. Cuando trató de hacer una pregunta ante esa reacción, le siseó.

—Quédate aquí, necesito buscar a Luca, ya vuelvo —bisbiseó, alejándose de cuclillas a donde supuestamente lo tenía en la mira.

Edgar no dijo nada; sólo quedó ahí, sentado a la espera de alguna señal mientras se metió una idea de qué pintar durante la espera. Sacó el lápiz de su oreja y boceteó a lo único en mente: Antonio. Era a la única "persona" que de verdad le importaba. Le daba igual cuantas veces lo plasmaba, ante sus ojos se volvió arte así como sus sonatas.

Aunque habían transcurrido cinco minutos sin el regreso de Tracy, no le dio importancia esa espera con la creencia de que ni tardaría tanto y ya estaría por regresar. Por lo que confiado, continuó trabajando en el dibujo. Bastaron dos segundos para aparecer de la nada un par de cuervos revoloteando alrededor de él, llamando su atención por una que se posó encima de su boina.

—¿De dónde salieron? —con su mano trató de ahuyentarlas, era en vano pues no se largaban—. De verdad son molestos, ¡váyanse! —vociferó, espantando a las aves de forma más brusca que hasta golpeó el ala de una.

Un "accidente" que consiguió hacer desaparecer a los cuervos de su vista, incluyendo el lastimado —a quien no le tuvo lástima cuando lo hirió y lo vio que a duras penas volaba—. Suspiró, la espera de la muchacha lo estaba estresando a tal punto de aparecerle un leve dolor de cabeza. Para calmarlo tuvo que recurrir a desquitarse con la nieve por pisotones que dejaban un muy visible y enorme círculo.

«¿¡Donde se ha metido!? Tendré que quitarme de aquí», en contra de su voluntad salió corriendo de esa parte mientras mantenía abrazado el cuadro. «Sólo la estaré buscando para tener una forma de salir de aquí, no es que ella me importase».

Absorto en el otro mundo paró su caminata, quedó estático y con un semblante ambiguo ante lo que planeaba por un momento, pero sintió como unas manos recorrían sus caderas sin consentimiento alguno, un tacto que lo asustó e hizo voltear para ver a la persona que le tocaba de esa forma. Sus azulejos ojos se abrieron de par en par al verlo, un aspecto que daba terror a primera vista. La indumentaria era elegante de color negro, pero el hecho de ser lava por completo hasta su cabello y violín le provocó nervios bastante notables en las piernas y brazos.

—An... ¿¡Antonio!?

—Disculpa, ¿cómo sabes mi nombre? Yo nunca se lo conté a nadie —pronunció en una grave voz, viendo con repulsión a Edgar.

—Tú me dijiste todo sobre ti, ¡¿n-no te acuerdas?!

—Pero si no nos conocemos, nunca supe nada de... Un momento, hablas como chica pero tienes facetas masculinas... ¿Acaso eres un castrati?

—¡No me cambies el tema! Tú me conoces, yo lo... ¡Ah! —gimió ante el agarre imprevisto de Antonio a sus glúteos, un acto que le provocó un fuerte enrojecimiento por ambas mejillas.

—Te sientes cómodo con mi tacto, ¿no es así? —interrogó, al no recibir respuesta obligó a que lo viera levantándole el mentón con un fino mechón de pelo—. Tus mejillas tintadas de carmín se ven hermosas, ¿te lo llegué a decir antes?

—No, pero por favor, de-deja de tocarme de esta forma —pidió entre suspiros que expulsaba como pequeñas nubes—. N-no me gusta como llevas esto.

—Pero si a ti te gusta, ¿por qué debería detenerme?

—¡Porque yo no quiero esto! —gritó y empujó a Antonio con todas sus fuerzas. Acto seguido, retrocedió y corrió por la derecha abrazando aún el cuadro.

«Esto se pondrá taaaan divertido», pensó Antonio, siguiendo con una mirada perversa las manchas que iba botando Edgar, había causado lo que necesitaba para debelitarlo: El miedo.

[...]

No miraba hacia atrás, no pensaba, sólo huía como una presa lo haría con su depredador. Sin darle mil vueltas escogió su escondite en el sótano de la fábrica abandonada, porque para él no tenía otra manera.

«¡Rápido, rápido, rápido!», se dijo, metiéndose en uno de los tantos casilleros en el sótano. «Con todos estos, deberá pasarse un buen rato y rendirse para irse a otro lugar», se aseguró y agachó para evitar dar pistas a través de la ventanilla.

Pasaron segundos para volverse un silencio abrumador, pues todavía no tenía valentía para salirse del casillero sin tener idea de la ubicación de Antonio. Sin embargo, una alarma apareció, aturdiendo sus oídos por dos segundos, y como si se tratase de magia, durante esos segundos se sintió como si nunca lo hubieran herido.

Salió con precaución de toda la fábrica, pero el resto del camino lo hacía a gran velocidad. La adrenalina la podía sentir cosquillearle por todo su cuerpo, más aún por no desear encontrarse cara a cara de nuevo con ese Antonio que nunca esperó ver.

—¡Maldición, maldición! Está cerca... ¡Está cerca! —se repitió, viendo felizmente la puerta que tanto buscaba, sin darle mil vueltas le daba a cualquier botón al panel de al lado. Justo cuando estaba por darle un último botón, pero se detuvo a un centímetro de apretarlo, era como si la corriente en la espalda le decía tener algo detrás de él que en cualquier momento lo haría sobresaltar.

Pero a la hora de mirar atrás, Antonio enarboló el arco del violín para luego propinarle el golpe justo en la frente. Viendo como en dos segundos Edgar se hallaba anquilosado e inconsciente frente suyo. Lo agarró de la muñeca, se lo llevaba a rastras a un lugar que no era una silla cohete ni al sótano. Cuando captó lo que tanto le había llamado la atención soltó a Edgar, una escotilla abierta y parecía no tener final.

—Creo que la chiquilla esa te abandonó, lo cual era obvio. Me da gracia que pienses que te conozco, cuando ni siquiera sé tu nombre y apellido. Incluso aquello que hice fue seducción sin intenciones románticas y lo tomaste como coqueteo de cónyuges, ¿por qué? —se dijo mientras fue empujando de a poco el cuerpo hasta por fin estar lo suficiente cerca como para dar el empujón final. Sin tener idea si era otra opción de escape o una ventaja para él.

Edgar fue descendiendo hasta que su cuerpo chapoteó, por
muy extraña que fuese la situación, continuaba inconsciente y flotando por las aguas de una alcantarilla que lo encaminó a su final, donde era retenido por una rejilla con barras gruesas de hierro.

—Oh Edgar, puedo leer tus sueños, puedo oír tus suspiros las veces que me complazca —bisbeseó una tenue voz mientras del agua aparecieron unas manos que paseaban por el contorno del rostro ajeno—. Mira como fuiste a acabar, un miserable junto a otros miserables dejándose llevar por la codicia, ¿sabes? Enamorarte de alguien que cambie de forma tan de repente no me parece muy buena idea, sobretodo si lo conoces por un sueño, ¿por qué estabas tan seguro que él existía? ¿Quién en su sano juicio se deja llevar por la fantasía hecha en su cabeza? A no ser que fueras un esquizofrénico —dijo, y del agua salió una mujer serpiente, viendo lujuriosa al inquilino. Pues la fantasía de tener un nuevo juguete se había cumplido. Sin pensarlo dos veces, lo hundió junto a ella, eufórica por la diversión que le traería el moribundo cuerpo de un chico que obtuvo todo lo que quiso, pero perdió lo que tenía.

[...]

Tracy estaba sentada de rodilla sobre su cama, llorando a mares por la culpa que caían en sus hombros. Si bien había ganado el juego. Pensaba en la muerte de sus compañeros; más la de Luca Balsa, pues se había enamorado de él que hasta se habían jurado tratar de huir juntos.

«Fue y será la peor promesa que ambos pudimos darnos», pensó mientras estampaba su cara con la almohada, continuando con su fuerte llanto.

Consiguió el dinero necesario para más materiales y la creación de más artefactos. Logró salir de lo que parecía un inofensivo juego a uno macabro bien solapado debido a la poca información dada en la carta. Pero se sentía vacía, como si faltase algo en ella para hacerla desprender alegría y hasta paz en lo que tanto amaba hacer.

No importaba cuantas cosas dijese sobre aquel juego en el que se entrometió, daba igual su experiencia, nadie acabó creyéndole y sólo concluyeron en tratarse de una desaparecida que había perdido la cabeza.

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