\\𝖴𝗇 𝗉𝖾𝗅𝗂𝗀𝗋𝗂𝗌 𝖾𝗇 𝖺𝗉𝗋𝗂𝖾𝗍𝗈𝗌//
•Mercenario (Naib Subedar) x Embalsamador (Aesop Carl)
•Temática mundana
•Pedido por GiuliaSalgueiroBelin
Naib Subedar, originario de Nepal, llegó a Estados Unidos cuatro años por parte de su padre. Vive a base de su trabajo como taxista, aunque su sueldo no sea uno tan enorme, trata de sobrevivir lo mejor que puede.
[...]
Naib tenía domingo como día libre y eso le dio la maravillosa idea de ir a disfrutar de un viaje en su amado coche. Le gustaba aprovechar andar por las carreteras sin tener ningún cliente al que darle transporte.
Durante el viaje al doblar por una calle, vio a la distancia coches aparcados cerca de una iglesia, supuso de que eran las reuniones comunes de los creyentes. Pero esa idea se eliminó al visualizar a un muchacho de indumentaria elegante —que parecía ser de su misma edad— saliendo del lugar.
—¡Oye! ¡Por favor, necesito ayuda! —exclamó, al mismo tiempo que alzaba la mano, el joven entretanto corría a donde estaba detenido Naib, éste con duda baja la ventanilla, más que todo por querer saber lo que quería.
—Explícate —dijo, esperando una respuesta razonable de la huida para llegar con él una vez lo tenía cerca.
—Por favor, debes llevarme a otro lado, necesito largarme de aquí. ¡Me están queriendo casar a la fuerza!
—Oh vaya, matrimonios forzados, que sorpresa —menciona indiferente—. ¿Y con cuál mujer loca planean casarte?
—Es solo una tipa obsesionada conmigo, por favor hazme este grandísimo favor.
—No.
—¡Te pagaré trescientos dólares! —tomó del bolsillo de su saco el dinero justo que había dicho, Naib no esperaba que lo dijese en serio, pero corroborar por sus ojos no pudo evitar sonreír ante esa cantidad.
—Mmm... Bien, te llevaré, ahora entrega ese dinero —el joven negó ante esa exigencia—. Vamos, ¿no quieres que te saque de aquí?
—Sé que planeas agarrar mi dinero e irte de aquí, así que hasta me permitas subir y me lleves a mi destino no te lo daré. ¿Estamos en un trato o no? —jugueteó con los billetes.
—Joder... —frunció el ceño, quería el dinero—, sube tu trasero antes que me retracte de tu oferta.
—Sabía que no te resistirías —abrió la puerta del auto y luego la cerró, se acomodó en el asiento del copiloto, abrochándose el cinturón lo más rápido que pudo—. Vamos señor, debe llevar a su pasajero al des... —el arranque que Naib dio a su coche no dejó que siguiese hablando, aunque sólo rió por la actitud molesta que denotaba—. Que bestia eres, ¿puedo saber tu nombre?
—Naib Subedar —replicó, sin despegar su vista al frente.
—Aesop Carl —se quitó el saco y corbata, tirándolas por la ventana—, es hilarante hacer estos trueques. Me has salvado del casamiento con una histérica sin autocontrol.
—¿Si sabes que igualmente ella te buscará, no?
—A los padres no les agradaba, lo más seguro es que estoy salvado por ellos.
—Eso espero.
El transcurso restante se había vuelto silencioso. Al llegar a su destino, Aesop sonríe y deja el dinero sin decir una palabra, salió fuera y caminó hasta entrar a su casa, cerrando tras suyo la puerta. Naib miró orgulloso los dólares, pero notó un trozo de papel enroscado entre el dinero. Desenrolló los billetes para leer que el papel contenía el número de celular de Aesop, además le proponía una salida para la próxima semana, lo que le dejó sorprendido.
La nota terminó siendo fundamental en su día a día, ya que inició una rutina donde Aesop añadía como su ocio. En sus salidas se la pasaban haciendo actividades «sencillas», desde golf hasta ir a antros para beber.
La amistad mejoraba, así como otros sentimientos iban siendo fructíferos; sobre todo por parte de Aesop, quien empezaría a invadir de más el espacio de Naib, que no notaba esa diferencia.
[…]
Ya había pasado semanas, ambos ya tenían planeado realizar una actividad para darle fin al mes que estaban por cumplir de amistad, Naib se sentía feliz, la suficiente para aceptar en el sitio que menos esperaba: la casa de Aesop.
Cayó la noche, llegó luego de que le diera la dirección y se estacionó, bajó del coche para caminar y quedar frente a la puerta de la casa, dio dos toques, esperando a que respondiera.
Aesop dejó verse, vistiendo con una camisa blanca manga larga, pantalón ajustado de color negro, y un par de zapatos del mismo color.
—Un gusto volvernos a ver, puedes entrar —dictaminó.
Dentro del sitio, se asombró como las paredes y los objetos mantenían armonía. En un par de minutos, Aesop ya lo había encaminado por toda la casa. A Naib le propuso quedarse a dormir, gesto que aceptó sin rechistar. Por lo que, ahora dormiría en la habitación de invitados.
Bajaron al primer piso, sin embargo, Naib no dejaba de ver un punto exacto del segundo nivel.
—Iré a por algo en mi auto, no tardó.
—De acuerdo —dijo Aesop, que se le dibujó una pequeña sonrisa, mirando a Naib retirarse.
El ruido de la puerta principal cerrarse dio inicio al silencio, uno que Aesop amaba. El gusto por éste lo incentivó a prepararse comida; o más bien, calentarla. Caminó hasta la cocina, sacó del refrigerador el resto de sopa que le quedó de ayer, poniéndolo en el microondas, una vez le dio el tiempo empezó a trabajar. Quedó fijo por las vueltas que daba, se le hacía relajante y satisfactorio.
No se dio cuenta que detrás de él, una muchacha de corto cabello azabache sujetaba una pistola, se hallaba en pijama y el pelo desaliñado, temblaba y sudaba a flor de piel.
«Eres un maldito descerebrado», pensó Natalie, con tanta rabia que le arrugaba exageradamente el rostro, «te lo dije: está chica con la que te debes casar... ¡será tu final!», apuntó a la cabeza de su excomprometido.
Estaba por darle al gatillo, de no ser por la intrusión de Naib, que colocó un pañuelo con cloroformo por su nariz y obstruyó el brazo con su agarre que le hizo soltar el arma; al principio forcejeaba, pataleaba y trataba de gritar, pero, conforme pasaron los minutos cayó inconsciente.
—Para ser una mujer, dio su mejor intento, una pena que sea lerda y no se dio cuenta de los alrededores al trepar a tu segundo piso y meterse por la exageradamente gran ventana de tu baño—comentó Naib, sarcástico.
—Honestamente, fue inesperado —dijo Aesop, rascándose la nuca—. Hizo un buen silencio como para que brincara, pero por el grito que le sacaste aún con el paño, seguramente lo del baño también lo forcejeó, porque la había cerrado.
Dispuestos luego de un par de miradas entre ellos y la chica, la cargaron y llevaron al auto, donde la dejaron acostada en los asientos traseros.
—¿Seguro que no se despertará?
—Descuida, tendremos tiempo para devolverla.
—Luego te envío su dirección, está muy lejos, eso sí —afirmó—. Así que por obligación tendré que acompañarte.
—Mierda.
Regresaron al interior de la casa, subieron las escaleras hasta llegar al segundo piso. Naib se fijó como su amigo tenía la mirada perdida, le tocó el hombro con tal de hacerlo reaccionar, pero ese tacto hizo que de repente quedase acorralado entre la pared del segundo piso y Aesop, que lo miraba con una ensanchada sonrisa, mucho más de lo que estaba acostumbrado a ver.
—¿Sabes? Con todo lo que pasó creo que será mejor irme de esta casa y buscar otra.
—No es necesario, demasiado brusco para un mosquito como ella —demandó, cruzándose de brazos—. Además, solo será dejarla para que deje de joderte.
—Mmm... Una pena, la verdad quisiera hacerlo solo para tenerlo de excusa e ir a tu casa —dijo, yendo de a poco al rostro de Naib, que se encontraba incrédulo por el abrupto cambio de actitud.
—Alguien como tú ya debería tener pareja, porque esto invade de una manera muy íntima.
—Que me hayan querido casar a la fuerza no será sinónimo de gustarme mujeres, de hecho, jamás me sentí atraído sexual o románticamente a estas.
—Como sea, el punto es que lo que haces es una bobada demasiado urgida —dijo sin mirarle, con las mejillas rojas—. Ni siquiera somos nada como para empezar con es...
Sin esperar a que termine, Aesop ya había dado otro acercamiento, besando sobre el labio superior, dejando a Naib enrojecido hasta de las orejas.
—¿Y bien? ¿Quieres seguir en un sitio más cómodo o prefieres que tu asco hacia esto porque soy un hombre lo evite? —interpeló con el rostro en un sonrojo leve junto a una sonrisa pícara.
—Como sea —giró la cabeza por la vergüenza—, de hecho, me importa un carajo —dijo, y se lanzó vorazmente a la boca de Aesop, quien sonrió entre el beso y se dejó llevar.
—En ese caso vayamos a un sitio mejor.
Fueron a la habitación de Aesop, y una vez en la cama, éste quedó abajo de Naib, les dio igual la posición y continuaron besándose, quitándo de a poco sus prendas.
[…]
La ruta hacia el hogar de la chica había iniciado a medianoche, siendo Naib el que manejaba mientras que Aesop «vigilaba» a Natalie.
—Por el amor de Dios, te dije que no trataré de matarlos —habló a Aesop, nerviosa—. Saca esa maldita boca de la pistola de mi sien —se abrazó, entretanto rechinaba los dientes por el frío aire del auto.
—¿Sabes que no soy un imbécil manipulable a tu antojo? Un movimiento en falso y no tendré miedo de dispararte.
—¡Cuidadito con hacer eso! Si vas a realizar esa salvajada hazlo en un desierto o en las afueras, no en mi carro.
—¿¡Có-cómo te atreves a decirle eso!? —inquirió, molesta—. Todo estaba yendo tan bien, y luego arruinas mi noche que pudo ser maravillosa, durmiéndome mientras ustedes parecían muy ocupaditos. Hasta me da asco saber que estaba por casarme con un completo... —cortó su habla al sentir más pegada el arma.
—¿No tendrás más cloroformo? Es muy castrante tenerla como perico.
—Que eso se encarguen sus padres.
—¿¡Disculpa!?
Aparcó frente a la mansión de Natalie, quien estaba asombrada no solo por mirar su casa, sino también a su madre con el rostro sereno.
Ella sin decirle nada, salió y se aproximó a la mujer, que no se le quitaba la expresión de seriedad. Sin decirse nada, Natalie entró a su hogar cabizbaja, entretanto la señora se acercaba a los muchachos.
—Supongo que el arma venía con ella, ¿no? —Aesop asintió y se la pasó—. Aparte de estúpida, una irrespetuosa —murmuró—. Bueno, puedes largarte con tu amigo antes de que cambie de opinión y acabe llevándote al lado de tu madre —amenazó de brazos cruzados, jugueteando con la pistola.
Ambos no dijeron nada y se fueron. Durante el regreso no se dieron palabras, sólo un par de miradas incómodas. Después de horas con sólo escuchar el ruido del carro, habían llegado.
—Bien, ya estamos en tu casa, ahora bájate, que yo debo de irme a la que sí es mía —comunicó, viendo como Aesop salió y apareció en la ventanilla—. En unas horas debo seguir trabajando.
—Una pena, igualmente podemos quedar para una próxima, ¿que dices?
—El viernes, luego de las diez de la noche.
—Bien —acercó el rostro, y sin complicaciones, lo besó—, hasta pronto, Subedar —dejó ir una última sonrisa como despedida antes de entrar.
Naib se tocó los labios, quedó pensativo por unos segundos para luego dar marcha.
—Soy un maldito homosexual —se dijo y echó a reír.
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