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one shorts creepypasta Argelia

En 1821, Alacia era una joven de familia pobre en Panamá. Sus padres deseaban que se casara con un hombre adinerado para mejorar su situación social. Sin embargo, Alacia soñaba con una vida diferente y se unió secretamente a la Revolución Americana, buscando independencia y libertad.

A escondidas de sus padres, Alacia se unió al movimiento revolucionario, inspirada por los ideales de libertad y cambio. Sin embargo, ser mujer en un movimiento predominantemente masculino le presentó muchos desafíos. Alacia fue rechazada y menospreciada por los líderes revolucionarios, especialmente por Alejandro, el líder con quien ella formó una conexión especial.

En una noche cargada de misterio y sospecha, Alejandro se acercó a Alacia mientras discutían los planes de la revolución:

—Hola, jovencita —dijo con una sonrisa que no alcanzaba a sus ojos.

—Hola, joven —respondió Alacia, sintiendo un escalofrío al notar que sus palabras escondían algo más.

El tiempo pasó, y en medio del caos de la revolución, Alacia descubrió que estaba embarazada. El embarazo fue un secreto angustiante, y Alejandro desapareció repentinamente, dejando a Alacia sola con su creciente incertidumbre.


—Ese hombre que te dejó embarazada... puede ser Zalgo —dijo el anciano con voz temblorosa.

Alacia, confundida y aterrorizada, preguntó:

—¿Zalgo? ¿Acaso es un DEMONIO?

El anciano asintió lentamente, su rostro pálido reflejando un miedo profundo:

—Sí. Zalgo no es un ser común. Es una entidad demoníaca, una corrupción que se alimenta del miedo y la desesperación. Aquellos que están tocados por él están condenados a una existencia de tormento eterno.

Las palabras del anciano se quedaron grabadas en la mente de Alacia como un eco aterrador. A medida que avanzaba su embarazo, la presencia de Zalgo se hacía cada vez más evidente. Las noches se llenaban de susurros ininteligibles y visiones perturbadoras. El hogar de Alacia se convirtió en un lugar de horror constante, con sombras que se movían solas y una atmósfera de desesperación.

Desesperada, Alacia decidió contarles a sus padres la verdad. Una noche, temblando de miedo y con lágrimas en los ojos, se reunió con ellos:

—Madre, padre, necesito decirles algo importante —comenzó, su voz quebrándose—. Estoy embarazada... y el padre del niño... él podría ser Zalgo.

Sus padres, al escuchar la mención de Zalgo, se quedaron paralizados. La noticia les parecía una abominación que no podían aceptar. El padre, con furia en sus ojos, gritó:

—¡¿Qué has hecho, Alacia?! ¡Has traído una maldición sobre nuestra familia!

La madre, llorando y en shock, se abrazó a sí misma, murmurando oraciones desesperadas para protegerse del mal que creía que se había infiltrado en su hogar. La desesperación y la furia de sus padres solo sirvieron para intensificar la angustia de Alacia.

La madre, llorando y temblando, se abrazó a sí misma, murmurando oraciones para protegerse del mal que creía que se había infiltrado en su hogar. La reacción de sus padres fue una mezcla de terror y desesperación. En lugar de abandonar la casa, como había temido Alacia, los padres se retiraron a sus habitaciones, incapaces de enfrentar la magnitud de la situación.

Alacia, abrumada por la desesperación y sintiendo que la maldición de Zalgo se estaba apoderando de todo, tomó una decisión drástica. Decidió abandonar la casa, buscando refugio lejos del lugar que ahora consideraba maldito. En una noche oscura y tormentosa, dejó el hogar, llevándose a su hija Argelia y dejando atrás el lugar que había sido el epicentro de su sufrimiento.

Después de que Alacia abandonara su hogar, se estableció en una pequeña aldea en las afueras de la ciudad. Había logrado encontrar refugio en una casa modesta, lejos del ambiente aterrador que había dejado atrás. Con el tiempo, Argelia creció y alcanzó la edad en la que debía comenzar la escuela. Alacia, preocupada pero decidida a darle una vida normal a su hija, decidió inscribirla en la escuela local.

El primer día en la escuela fue un mar de emociones encontradas para Argelia. La niña de seis años embargo, para Argelia, estos símbolos eran familiares, pues eran las mismas imágenes que su madre había visto en sus visiones de terror relacionadas con Zalgo.

Una noche, mientras la Sra. Rosales revisaba antiguos textos sobre rituales y demonología, encontró información alarmante. Zalgo no solo era una entidad demoníaca; también tenía la capacidad de influir en las personas que estaban cerca de su descendencia. La presencia de Argelia en la escuela podía ser un signo de que Zalgo estaba tratando de establecer un vínculo más fuerte con el mundo.

Decidida a proteger a sus alumnos, la Sra. Rosales se acercó a Alacia para advertirle. Se reunió con ella en un lugar seguro y privado.

—Alacia, hay algo que debo decirte —comenzó la Sra. Rosales—. Argelia está influenciando el entorno de una manera que no puedo explicar. He descubierto que los símbolos que ella dibuja están relacionados con una entidad demoníaca conocida como Zalgo.

Alacia, aterrorizada, sintió que su peor pesadilla se hacía realidad. La preocupación por su hija y la responsabilidad de protegerla la abrumaban. La Sra. Rosales ofreció su ayuda, sugiriendo que buscaran un especialista en lo paranormal que pudiera ayudar a proteger a Argelia de la influencia de Zalgo.

Con la ayuda de la Sra. Rosales y un experto en lo paranormal, Alacia se embarcó en una lucha desesperada para proteger a su hija y evitar que Zalgo extendiera su influencia más allá de lo que ya había logrado. Los rituales de protección y las medidas preventivas se convirtieron en una parte esencial de su vida diaria, mientras enfrentaban la amenaza constante de la entidad demoníaca.

Mientras tanto, Argelia continuaba su vida en la escuela, sin comprender completamente la magnitud de lo que estaba ocurriendo, pero sintiendo que algo oscuro y peligroso se cernía sobre ella. La historia de su familia, marcada por la tragedia y el terror, estaba a punto de enfrentarse a un nuevo capítulo en la eterna lucha contra el mal.

Con el tiempo, Alacia y Argelia se mudaron a Aísa, un pueblo en Aragón, buscando paz. Sin embargo, el terror nunca las abandonó. Las sombras y los susurros seguían acechándolas.

Una noche, mientras Alacia estaba en el mercado, sintió una ola de frío. Al llegar a casa, encontró a Argelia rodeada de sombras inquietantes. Esa noche, un mensaje anónimo llegó a Alacia: Zalgo estaba cerca.

Alacia enfrentó a Zalgo, armada con el conocimiento que había adquirido. Sin embargo, el demonio era poderoso y su encuentro terminó en desesperación. Antes de sucumbir, dejó un mensaje para Argelia:

—Te amo más de lo que las palabras pueden expresar. El mal que nos persigue es formidable, pero recuerda: la fuerza interior y el amor pueden iluminar incluso la oscuridad más profunda.

Tras la muerte de su madre, Argelia se encontró sola, cargando con la maldición de Zalgo. En el pueblo, su historia se convirtió en una leyenda, una advertencia sobre el poder de la oscuridad y el legado del amor.

Una noche fría, Argelia, impulsada por la ira y el deseo de venganza, invocó a las fuerzas de la oscuridad. Su voz resonó en el bosque, un juramento de que ella también lucharía contra Zalgo.

—¡Te maldigo, Zalgo! —gritó, con el eco de su madre en el corazón—. ¡Traeré tu perdición y la de aquellos que están bajo tu influencia!

Y así, la historia de Alacia y Argelia se entrelazó con el destino del pueblo, un recordatorio de que la lucha entre la luz y la oscuridad nunca termina.




fin

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