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Iguro Obanai

Gay



Yūzā terminó el cigarro y lo apagó contra el barandal de su ventana y miró la luna sintiendo sus lágrimas caer, silenciosamente llorando con el corazón roto, recordando lo que le había sucedido en el día de hoy, ella nunca fue una fumadora y era la primera vez que lo hacía, el olor al tabaco y el humo que sabía que lentamente le haría mal le curaba un poco su alma rota.

» Como desearía que fuera gay.

Decía una parte de su carta, la cual había escrito con todo el amor del mundo al chico del cual estaba enamorada, del cual llevaba años enamorada, su segunda cabeza, su cuerpo masculino, su alma gemela; Iguro Obanai, ambos eran tan parecidos y a la vez tan diferentes que eso los complementaba a la perfección.

Cada lágrima que caía de su redondo rostro era una carta escrita para él, tantos sentimientos redactados en cartas de papel que nunca fueron entregados y el día de su confesión ver como sus sueños e ilusiones caían den diez mil pedazos de vidrios convertidos en polvo, Iguro se encontraba besando a otra chica, ella era más bajita que ella y tenía un muy buen cuerpo, parecía del tipo de persona que con una sonrisa alegraba hasta al ser más triste y su bello cabello llamativo la hacía destacar junto con esos ojazos verdes, pero, ¿Y ella qué? Tenía el cabello más corto incluso que Iguro, cabello azabache normal, ojos azabaches neutrales, labios comunes a excepción del pircing en el lado izquierdo, nariz levemente perfilada y orejas con perforaciones llenas de distintos aros negros.

Yūzā era alta, medía un metro setenta y dos; los chicos quieren chicas más bajitas que ellos, porque o sino sienten que su masculinidad está afectada, los hombres quieren mujeres señoritas, o de lo contario sentirían que la mujer tiene más seguridad que él y le controlará, los hombres quieren mujeres de buenas proporciones, que destaquen como él puede tener una belleza a su lado, los hombres quieren ver muñecas presionas de sentimientos frágiles, para que puedan consolarlas y hacerlos sentir especiales. Las palabras de su madre nunca las olvidaría, ella nunca podría ser una de esas señoritas tan lindas y formales, ella no le iba el estilo y era lo contrario, sus pantalones anchos y oscuros con zapatillas bajas de colores oscuros o sus camisas a cuadros largas con poleras sin manga debajo, sus chaquetas negras anchas o todo lo que cubriera su cuerpo para parecerla un chico la hacían diferente a las muñequitas femeninas que les gustaban a los hombres.

Ella sacó otro cigarrillo y volvió a fumar, sintiéndose un poco menos destrozaba al tabaco que le saba leves estímulos, se sentía como la misma mierda y se fue a acostar muy tarde esa noche, al día siguiente hizo lo mismo, llorar y fumar hasta quedarse dormida, Iguro pareció desaparecer mientras pasaba tiempo con aquella pelirrosa la cual parecía hacerle bastante feliz mientras ella se hundía en la mierda de sus sentimientos autodestructivos.

Cinco meses habían pasado, sin darse cuenta ella ya no era la misma, pero el poco tiempo de su madre para verla y el casi nulo contacto con su padre parecía que todo estuviera normal, solo era una faceta, creían ellos.

La madre llegó cansada de su trabajo y gritó enojada al ver el agua inundar la casa, furiosa subió a la habitación de su hija y abrió la puerta con las llaves que tenía, luego abrió la puerta del baño y sus ojos miraron horrorizado el baño, la chica estaba apoyada en la bañera, con la ropa puesta ensangrentada y con puntos y líneas en las muñecas, un cuchillo y en una de las paredes escrito la palabra "Señorita" y a su alrededor habían colillas de cigarros, entonces por primera vez vio bien el rostro de su hija, dándose cuenta de lo desnutrida y flaca que estaba, sus labios partidos profundamente, sus ojeras tan notables y grandes, rápidamente llamó a su esposo y sin más que decir, tomó una toalla seca de por ahí y tomó a su hija entre sus brazos, dándose cuenta de lo liviana que estaba en sus brazos.

Dolida, la madre condujo rápidamente al hospital, saltándose algunos semáforos y llamando la atención de algunos policías los cuales la detuvieron y cuando ella abrió la ventana miraron el terror en el rostro de la mujer.

—¡Muévanse maldita sea! ¡Mi hija necesita ir al hospital por un intento de suicidio! —lloró la mujer y los hombres se dieron cuenta de la ropa de la mujer mojada y como detrás había una joven muy delgada empapada en agua y con los brazos llenos de cortes y puntos— ¡Luego pago las multas que sean necesarias! ¡Pero necesito salvar a mi hija! —la mujer tembló levemente— Ella es lo único que tengo —habló la mujer llorando y temblando, por suerte pudo ser madre, esa poca posibilidad por su bajo nivel de fertilidad le había dado muchas dificultades y que su única hija viva está apunto de morir como todos sus hermanitos le daba tanto miedo, ¿Por qué tenía que ser tan infértil? ¿Por qué no podía ser una buena madre?

Los policías entendieron la situación y la escoltaron rápidamente, un acto de buena voluntad no haría daño a nadie. Entonces al llegar la mujer gritó y pidió ayuda desesperada, los oficiales de la ley intentaron consolarla, pero la mujer estaba demasiado histérica.

Los médicos pudieron salvar a la joven, pero su estado era demasiado delicado y estaba conectada a demasiadas máquinas, la mujer mayor lloró, parecía que había envejecido diez años en solo dos días, cuando fue a la corte por la multa y la denuncia, ella simplemente explicó todo, entre lágrimas lloraba y decía que no podía haber evitado ignorar a su hija debido a su trabajo y que se arrepentía por no pasar tiempo con ella y que había sobrepasado todas las leyes ya que su hija estaba apunto de morir, la mujer balbuceaba y repetía tantas veces con dolor en su alma que las personas se sintieron mal por ella, por lo que solo la hicieron pagar una multa y luego fueron a llamar a sus hijos o hijas e intentaron arreglar las cosas si habían problemas y si no, simplemente recordarle lo mucho que los amaban, ¿Cómo no compadecerse de la mujer que estaba destrozada por su hija en el hospital?

Una semana pasó y la mujer mayor se preguntó porque nadie más que ellos venían a ver a su hija, ¿No era que tenía amigos...? ¿No era...? No, Yūzā nunca le dijo que tenía amigos a excepción de uno, uno que en esos siete días de la semana no vino a verla ni una sola vez, temblorosa la mujer tomó el celular de su hija y lo conecto, entonces miró el único número que había en su celular aparte de todos los de sus familiares, "Best Obanai" estaba escrito y ella lo llamó desde el celular de su hija, cuando el albino contesto habían pasado dos llamadas.

—¿Tú eres Obanai? —preguntó la mujer mayor con voz ronca, el azabache se confundió, pero igual respondió.

—Si, ¿Quién es usted? —preguntó respetuosamente.

—Soy la madre de Yūzā —habló ahogadamente la mujer—. Mi hija está en el hospital, casi muere hace una... —Obanai dejó caer su teléfono con los ojos abiertos y temblando, ¿Yūzā? ¿Yūzā Mei? ¿Su mejor amiga? ¿La única que le comprende plenamente? ¿La que siempre le acompañó en todo?

Con la mente hecha un lío el azabache tomó el celular nuevamente y pidió la dirección del hospital, no se despidió de nadie, ni de Mitsuri y se fue corriendo, tomó el primer taxi que vio y le dijo la dirección, alterado intentó llamar nuevamente al número de su amiga, pero el celular estaba apagado, entonces empezó a sentir el sudor frío en su cuerpo, ¿Desde cuando se había alejado tanto de ella? ¿Cuándo fue la última vez que la vio? Él temblaba.

Cuando llegó al hospital y preguntó la habitación, rápidamente se fue al lugar indicado a paso pesado y nervioso hasta la muerte, al encontrarse con la chica sintió sus lágrimas bajar al verla inconsciente, conectada tantas máquinas para asegurarse que solo viviera un minuto más.

—Por favor, por favor Yūzā despierta —habló entre lágrimas el azabache sintiendo ahogarse entre sus lágrimas y dolor, él le tomó una de sus manos y repitió la misma frase por una hora temblando incontrolablemente y sin dejar de llorar, la madre entonces lo llevó para afuera en donde le confesó todo, entonces el chico volvió a estallar en llanto, mirando el brazo vendado aún, desde el hombro hasta el centro de su palma, hasta ahí habían cortadas profundas.

El chico y la madre se quedaron con la chica hasta que se durmieron, cada uno sosteniendo una de sus manos pálidas y huesudas, entonces ella los miró con sus ojos vacíos, miró fijamente al chico hasta que este se removió levemente y luego miró su brazo, en donde había tantos cortes con significados.

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«Idiota nai, te amo tanto que desearía que fuera gay.» pensó la chica acariciando su hombro hasta la palma de su mano, delineando cada corte, punto y comas, mirando como su brazo estaba vendado.

Ah, le dieron ganas de encender un cigarrillo.

Sus lágrimas se habían secado y solo su adicción al tabaco y las ganas de mutilarse habían quedado, después de todo, lo único que siempre conoció fue al chico el cual la olvidó completamente.

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