
VEINTISIETE
-¡Papá! – Gritó Marisa desde la sala - ¿Ya estás listo? – Preguntó saliendo del lugar para mirar hacia la escalera.
Angus sonrió al escuchar cómo se dirigía Marisa a su padre, le gustaba saber que ambos se llevaban muy bien y que ella lo tratara como si fuera su propio padre. De sobra sabía que su padre siempre había deseado tener una hija y en ocasiones le recriminaba el hecho de no haber nacido mujer, ¡pero él no tenía la culpa! Con el tiempo, Algernon se hizo a la idea de que jamás volvería a tener más hijos y ahora, al conocer a Marisa; parecía que su sueño de tener una hija se había vuelto realidad.
-¡Voy! – Gritó Algernon – No puedo anudarme la corbata, ¡estas torpes manos con artritis!
Marisa subió corriendo la escalinata, seguida de Angus y juntos entraron en la habitación del anciano quién se encontraba de pie frente al espejo.
-¿Por qué no me dijiste? – Preguntó Angus – Déjame fajarte esa camisa y arreglarte la corbata.
-Ya soy un viejo inútil – Murmuró Algernon frunciendo el ceño.
-¡No digas eso, papá! – Exclamó la chica - No eres un viejo inútil, ¡no vuelvas a decir esas cosas!
Algernon estaba a punto de replicar, pero Angus lo hizo guardar silencio, apoyando el argumento de la chica, arregló a su padre e incluso lo peinó y perfumó. Cuando terminó le dio un beso en la frente, ofreciéndole el brazo para salir de la habitación.
-¡Quiero una foto de ustedes dos, par de galanes! – Gritó Marisa desde el umbral mientras sacaba su móvil y comenzaba a hacer varias fotos – Van a alborotar a todas las señoras y señoritas de la fiesta – Dijo y comenzó a reír, logrando que ambos hombres también se rieran.
-Eso dice ella, pero creo que no se ha visto en el espejo – Murmuró Algernon a su hijo y le guiñó el ojo – No vayas a dejar que te la quiten, porque dudo que vuelvas a encontrar una chica como Marisa.
-Tienes razón – Exclamó Angus – Ella es única.
Marisa giró el rostro y se puso colorada. Angus la miraba fijamente y de manera penetrante, como si deseara leer sus pensamientos. Ella trató de sostenerle la mirada, pero le fue imposible, lo que hizo que su rostro enrojeciera más, obligándola a abandonar la habitación antes que los hombres y murmurando una excusa.
-Los espero en el auto – Dijo la joven – Iré a cerciorarme que no olvidemos los regalos para mi prima – Murmuró alejándose a paso veloz.
-No la dejes ir – Insistió Al.
-Irá a revisar los...
-No estoy hablando de eso, no seas tonto – Murmuró su padre – Ya tienes más de treinta y cinco años, Angus, ¡ya no eres un niño! – Bufó el hombre – Yo me estoy haciendo viejo y un nieto me contagiaría la alegría otra vez...
-No empieces – Se quejó Angus – Conoces cómo es mi relación con Marisa, no habrá hijos de por medio... ¡mucho menos amor! No seas ridículo.
-El ridículo eres tú – Comentó Al - ¡Estás negando lo que es obvio! ¡Estás enamorado, querido mío! Puedo verlo en tus ojos, la forma en cómo la miras o cada vez que hablas sobre ella, ¡eso es amor! Y créeme que en ello tengo más experiencia que tú.
-¡Patrañas! – Balbuceó Angus e ignoró el comentario de su padre - ¡Vámonos que se nos hará tarde! – Murmuró y apretó un poco el paso.
Algernon prefirió guardar silencio hasta que llegaron al auto, donde Marisa ya los esperaba mirando los mensajes de su móvil.
-¡Le envié la foto a mis tías! – Dijo entre risas – Y se pusieron como locas, dicen que nos demos prisa porque ya los quieren conocer.
Angus rodó los ojos mientras ayudaba a su padre a subir al auto. Algernon no paraba de reír gracias al comentario de Marisa. El anciano estaba ansioso por conocer a la familia de la joven, quién durante el trayecto no paró de hablar de lo maravillosos que eran todos ellos.
-De acuerdo, todo muy bien pero, ¿hay un código de colores? – Murmuró Angus sonriendo ampliamente – Me dices que tienes tres tías, un tío y cinco primas que se llaman GUADALUPE, ¿cómo voy a recordar la combinación de los nombres de cada uno?
-No es tan malo, de ley a mi tío le decimos tío Lupe – Murmuró Marisa sin parar de reír – A mi prima Emilia, pues Emi, sin el Guadalupe y... - Guardó silencio unos momentos – Tienes razón es confuso, mis tres tías son María Guadalupe.
-¡Te lo dije! – Gritó Angus triunfal – No voy a memorizar tu árbol genealógico en una hora, estamos por llegar a la iglesia.
-¡Ay, no seas exagerado! – Comentó Algernon – Sólo saludas, les hablas de tú y no mencionas su nombre, ¡punto! – Dijo el anciano echándose a reír, mientras Marisa lo imitaba.
-¡Espero no hacer el ridículo! – Bufó Angus – Con todo esto ya me puse nervioso.
-¿Y desde cuándo te interesa conocer a la familia de tus...novias? – Susurró su padre, recalcando la última palabra.
-Desde que me invitaron a un fiesta familiar y no puede negarme porque mi presencia aquí significa mucho para ella.
-Buena respuesta – Sonrió Algernon y el auto se detuvo frente a una iglesia muy pintoresca llena de gente y niños.
No habían bajado del auto cuando se percataron que un gran grupo de personas se había acercado al vehículo para darles la bienvenida. Algunos de los presentes los observaban con curiosidad y otros más saludaban agitando su mano, esbozando enormes sonrisas. Parecía que todos los presentes eran familiares de la chica, aunque sólo pudo reconocer, de entre todos ellos, a Jasper y Kelly.
La chica fue la primera en bajar y corrió hasta una mujer de edad avanzada que caminaba a paso lento y con los brazos abiertos. Angus supuso que se trataba de la abuela de Marisa, pues la joven abrazó con fuerza a la anciana y la llenó de besos.
Angus ayudó a su padre a descender del auto, mientras los padres de Marisa se acercaban a ellos y les daban la bienvenida.
-¡Pensamos que no iban a venir! – Murmuró Kelly dirigiéndose a Angus.
-No íbamos a perdernos la fiesta – Sonrió Angus – Tengo curiosidad por saber cómo es una fiesta mexicana. Nunca he estado en una – Murmuró – Por cierto, él es mi padre, Algernon Blackwood – Dijo y después miró al anciano – Ellos son los padres de Marisa, Jasper y Kelly Davison.
-¡Es un gusto conocerlo, señor Blackwood! – Murmuró Jasper extendiendo su mano.
-El gusto es todo mío, señor – Respondió Al e hizo una breve reverencia.
-Por cierto, ¿dónde está esa muchacha? – Preguntó Kelly buscando a Marisa con la mirada.
Marisa se encontraba rodeada de personas que no paraban de abrazarla y llenarla de mimos. La joven sonreía mientras que cargaba a un bebé de unos meses de nacido y al ver a Angus con sus padres, les hizo una seña para que se acercaran y así poder presentarlos ante su numerosa familia mexicana.
Luego de las presentaciones, la ceremonia de primera comunión comenzó, fue un rito sencillo, pero muy hermoso y duró poco menos de una hora. Cuando la ceremonia terminó, la familia se trasladó a un local de tacos que fue preparado como un salón de fiestas y en donde se serviría un desayuno, para comenzar. En el lugar, ya se encontraba un grupo de mariachis para recibir a la niña que acababa de hacer la primera comunión y a todos sus familiares.
-Esto me encanta – Murmuró Algernon – Adoro este tipo de música.
-¿En serio papá? – Preguntó Marisa esbozando una enorme sonrisa.
-Cada año viajaba a México, con mi querida esposa Aerlene – Suspiró el hombre – Visitábamos varias ciudades y disfrutábamos de su gastronomía, sus costumbres, su música, ¡de todo! – Sonrió – Aerlene tenía mucha fascinación por la cultura prehispánica y tenía muchos amigos en el país.
-Me hubiera encantado conocerla – Murmuró Marisa recostándose en el hombro de Algernon.
-Le habrías encantado – Comentó Angus y su padre lo miró sorprendido – En ocasiones te pareces mucho a ella.
-¡No es cierto! – Exclamó Marisa.
-Angus tiene razón – Sonrió Al – En ocasiones tienes mucho parecido con ella. Especialmente cuando nos regañas – Dijo y miró a Angus que asentía.
Marisa se puso colorada y suspiró al sentir los brazos de Angus rodeando su cintura. La chica ocultó su rostro en el pecho de Angus y se aferró a él mientras guardaba silencio porque no sabía qué responder.
Durante el desayuno, estuvieron charlando con los padres de Marisa, así como con varios de sus familiares, todos estaban encantados con Angus y Algernon, hasta tomaban turno para poder charlar con ellos. La fiesta era puramente familiar, los niños jugaban y gritaban, corriendo alrededor de los adultos, otros más sacaban fotografías para guardar un recuerdo de ese momento. Todo era pura alegría y buenos momentos.
La fiesta se prolongó hasta después del mediodía, se hizo una pausa para servir una opulenta comida y continuar festejando hasta ya entrada la tarde, cuando una banda de viento entró en el local para amenizar la "segunda parte" del festejo.
-¿En serio te gusta esa música? – Preguntó Angus a Marisa al ver que la chica coreaba una de las canciones.
-¿Estás loco? – Preguntó entre risas - ¡No! Sólo que a casi todos en mi familia les gusta y ¡bueno! Ya sabes, es para divertirse y disfrutar – Murmuró besándolo en los labios - ¿Quieres bailar?
-¡Olvídalo! – Se rió Angus – No sé bailar esa música...
-No importa – Exclamó la chica y lo tomó de las manos para arrastrarlo hasta el centro del local – Sólo imita a los demás – Dijo y estalló en carcajadas.
-No podré hacerlo, Marisa – Protestó Angus - ¡Voy a hacer el ridículo!
-¡Claro que no! – Gritó - ¿Ya viste a mi tío Nacho? – Preguntó señalando a un hombre que, en lugar de bailar, parecía caballo a galope – Él no tiene ni idea de cómo hacerlo, pero se divierte con mi tía Rosaura.
-Se divierte, lo sé. – murmuró Angus – Pero yo no soy tan atrevido como el tío Nacho, en lo que se refiere a bailar, soy más reservado.
-No seas así – exclamó la mujer - ¡Vamos a bailar! – dijo mientras se colocaban en el centro del salón para comenzar a bailar una melodía que parecía ser una balada - ¿Ves qué no es tan difícil? – preguntó Marisa y Angus asintió – Sólo quítame esa cara, ¿qué no te estás divirtiendo?
-Me estoy divirtiendo, ¡es verdad! – suspiró Angus – Y no tengo ninguna cara de aburrido, ¡es mi cara de todos los días!
Marisa lanzó una carcajada y lo besó, Angus la apretó contra su pecho y continuaron moviéndose al ritmo de la melodía, disfrutando de la mutua cercanía. ¡Hasta que el ritmo de la música cambió! Y las primas de Marisa hicieron acto de presencia, deseosas por bailar con Angus Blackwood.
El hombre tenía cara de susto, pero no quiso ser descortés con la familia de Marisa y bailó una canción con cada una de sus primas y tías. Incluso, Algernon bailaba con la abuela de Marisa, mientras que la chica observaba la escena sentada en una de las mesas y comiendo una rebanada de pastel.
La fiesta terminó cerca de la medianoche, la mayoría de los presentes se encontraban ebrios. Algunos niños dormían sobre las mesas o las sillas y otros en los brazos de sus padres. Algernon cabeceaba, estaba demasiado cansado para moverse. Marisa tenía los pies sobre las piernas de Angus, quién charlaba con Jasper y Kelly.
-Creo que debemos irnos. – murmuró Angus – Esto ya se acabó y mi padre puede caerse de esa silla si continúa cabeceando.
-Sí, es hora de irnos. – respondió Jasper poniéndose de pie – Ha sido una fiesta muy larga, pero muy divertida.
-Nunca había asistido a una fiesta así de larga – dijo Angus poniéndose de pie y Marisa lo imitó – Voy a despertar a Al para poder irnos. – exclamó el hombre y se acercó a su padre para ayudarlo a incorporarse y salir del salón.
Al llegar a la casa, Angus y Marisa acompañaron a Algernon a su habitación y lo ayudaron a acostarse. Poco después, ellos entraron en la suya y se dejaron caer rendidos sobre la cama.
-¡Estoy muerta! – exclamó Marisa y abrazó a Angus.
-Dímelo a mí, que tuve que bailar como con treinta mujeres. – se quejó el hombre - ¡No siento mis pies!
-Duerme y no te quejes. – dijo la chica y comenzó a besarle el pecho – Mañana nos levantamos después del mediodía, ¿sí?
Angus no respondió, tenía los ojos cerrados y roncaba con fuerza. Marisa suspiró y se pegó más a él, para quedarse profundamente dormida.
*****
Angus entró en su casa y caminó directamente a la cocina, esperaba encontrar a Marisa o a su padre en ese sitio, ya que desde hacía un par de semanas, parecía haberse convertido en su lugar favorito para pasar el rato. El hombre entró en el lugar y saludó a Jeanette y a Joao, quienes de inmediato le ofrecieron algo de comer.
-No tengo hambre, gracias – Exclamó Angus – Comí algo en la oficina, pero les agradecería un vaso limonada.
Jeanette sirvió inmediatamente un vaso de limonada helada al que le agregó un par de rodajas de pepino y lo extendió a Angus, el hombre bebió con avidez y pidió otro. Mientras degustaba su segundo vaso, preguntó por su padre.
-Está en la terraza, jugando ajedrez con la señorita Davison – Murmuró el mayordomo.
Angus dejó el vaso en la encimera, agradeció y salió de la cocina para dirigirse a la terraza. Tenía varios días en los que apenas si podía verlos e intercambiar algunas palabras con ellos. Esperaba tener vacaciones para encerrarse en su casa y no saber nada sobre el trabajo y los negocios. Continuó caminando y distinguió a su padre, sentado en un de las sillas del jardín con Cronos en el regazo... y sin rastro de Marisa.
-¡Hola padre! – Saludó Angus sentándose junto al hombre.
-¡Angus! – Sonrió el anciano - ¿Saliste temprano?
-Uno de mis clientes canceló la cita porque su esposa fue hospitalizada – Suspiró Angus – Y yo aproveché para huir sin que me vieran y venir a casa a descansar y relajarme.
-No deberías trabajar tanto – Murmuró Algernon tomando firmemente la mano de su hijo – tómate un tiempo para ti, descansa, relájate. Trabajar en exceso te hará daño.
-¡Joder, lo sé! – Exclamó Angus esbozando una sonrisa culpable – Pero no puedo evitarlo, ¡necesito trabajar! Es parte de mí, creo – Dijo y se encogió de hombros.
Su padre no dijo nada, Angus era igual a él, ya no debía de extrañarle. El anciano sonrió y prefirió cambiar el tema para comentarle a su hijo las nuevas ideas que tenía para una nueva historia. Angus lo escuchaba con atención y comenzó a reír a carcajadas cuando terminó de hablar.
-¡Viejo tramposo! Solías contarme esa historia y por tu culpa mamá tenía que dormir conmigo – Bufó Angus y después estalló en carcajadas – Me alegra que por fin decidas publicar todas esas historias que me contabas.
-Deseo publicarlas todas, hacer una nueva serie de novelas antes de que me convierta en un viejo senil y me olvide de todo o... – Suspiró – Me vaya de este mundo.
Angus negó con la cabeza y lo abrazó con fuerza. De pronto, el teléfono de su padre vibró y Al se apuró a enviar un mensaje.
-¿Con quién te mensajeas? – Preguntó Angus mirando con atención el teléfono de Algernon.
-Con Marisa – Rió el hombre – Es una chica muy ocurrente.
-¿Y dónde está ella? – Exclamó con curiosidad ya que en realidad se moría de ganas de verla.
-En su habitación, me dijo que tenía deberes escolares y que también se daría una ducha – Murmuró Algernon – Ve a verla, hace días que ni siquiera cruzan una palabra – Comentó mientras se ponía de pie – Salgan a cenar, vayan al cine, ¡qué sé yo! – Sonrió y le guiñó un ojo – Iré a la cocina a charlar con Joao – Finalizó y se alejó lentamente.
Angus se levantó de un salto y literalmente corrió hasta su habitación. No iba a perder el tiempo, tenía enormes deseos de estar entre los brazos de Marisa, de sentir su cuerpo, escuchar su voz... escuchar sus gemidos profundos mientras le hacía el amor apasionadamente. Su mano giró el pomo de la puerta pero, ¡estaba cerrada!
-¡Carajo! – Bufó con molestia e intentó abrirla - ¡Marisa, abre! – Exclamó y golpeó la madera con sus nudillos.
-¡Qué desesperado! – Murmuró la chica y abrió la puerta – Además de gruñón – exclamó.
Angus intentó responder, pero ella se lo impidió al sujetarlo de las solapas del saco para obligarlo a entrar en la habitación mientras lo besaba de manera salvaje y apasionada. Blackwood fue tomado por sorpresa, ese recibimiento no lo esperaba, pero le gustó, lo único que pudo hacer fue dejarse llevar por ese beso y cerrar la puerta con violencia. Marisa continuó besándolo, acariciando la lengua de Angus con la suya al tiempo que sus manos lo despojaron del saco el cual cayó descuidadamente al piso de la habitación. Las manos de Angus estaban sobre el cuerpo de la chica, acariciándolo, llenando su tacto con su tersura y calor.
-¡Estoy en casa cariño! – Sonrió Angus cuando Marisa lo puso de espaldas a la pared.
-¡Dios, Angus! – Jadeó Marisa - ¡Estoy tan caliente! – Murmuró y sus labios recorrieron el cuello del hombre – Me muero por follar contigo – Continuó, entretanto, sus manos trataban de quitarle la camisa.
Angus rió y se abalanzó contra la joven para volver a asaltar su boca con un beso impúdico y lleno de lujuria. Él también la deseaba, ansiaba poseerla, morir y renacer entre sus piernas, llenar sus oídos con sus gemidos y vibrar cuando ella temblaba completamente, sometida a sus deseos.
-¡Yo también cielo! – Jadeó el hombre – Vamos a follar hasta que ambos perdamos la razón.
Marisa rió y se apartó de Angus, señalando el elegante sillón de la alcoba. Angus la miró fijamente, sonriendo con satisfacción. ¡Marisa lucía hermosa! Se había esmerado para recibirlo y a él le encantaba verla con sólo ese conjunto de lencería de encaje negro y transparente que dejaba muy poco a la imaginación. Suavemente, las manos de la chica lo empujaron hasta el sillón y él se dejó caer sobre el mueble, suspirando y jadeando al sentir cómo la sangre se calentaba en sus venas.
Angus cerró los ojos por un instante y al abrirlos, Marisa ya no se encontraba en la alcoba. ¿Dónde carajos se había metido? Angus trató de incorporarse para buscarla por la habitación. No le iba a permitir que lo dejar así, excitado y con ganas de coger, sin embargo, el roce de unas manos tersas y tibias lo hicieron desistir al recorrer su pecho desnudo al tiempo que unos labios dejaban besos sensuales por todo su cuello.
Blackwood suspiró y su piel se erizó. ¡Marisa! Él se recostó sobre el respaldo y la miró. Se veía tan sensual en ese delicado conjunto de lencería. Sonrió a medias y acarició la piel de su cintura mientras que la chica le devolvía la sonrisa. Ella masajeaba sus hombros y su pecho, intentando relajarlo y avivar la llama del deseo. Poco a poco se inclinó para besarlo salvajemente en los labios, él le correspondió inmediatamente, enredando su lengua con la de ella y sujetándola por la nuca.
-¡Joder nena! – Bufó Angus una vez que se separaron.
Marisa rió de manera coqueta y volvió a besarlo con ímpetu, sin dejar de deslizar sus manos sobre el pecho del hombre.
-Relájate – Dijo la chica paseando su lengua sobre el lóbulo de su oreja – Deja que yo me encargue y te haga sentir mucho mejor.
Angus asintió, dejó que Marisa continuara tocándolo, friccionando sus hombros y pasando sus manos por su pecho y abdomen. Los senos de la mujer le rozaban la cara y Angus los besaba, mientras que echaba su brazo hacia atrás para apretar el trasero de su mujer. Marisa gritó cuando Angus le levantó la pierna y la puso sobre el respaldo del sillón. La chica se sostuvo como pudo del mueble, mientras que el hombre hacía a un lado la prenda de encaje. Ella jadeó con sonoridad al sentir el roce de los labios de Angus besando su feminidad y de su lengua abriéndose paso entre sus pliegues.
Marisa echó la cabeza hacia atrás cuando Angus comenzó a succionar y a lamer su sexo, el cual de inmediato se humedeció ante el roce veloz de esa lengua ancha y caliente. Ella cerró los ojos y gimió con fuerza al momento que balanceaba su pelvis sobre la boca de su amante. La lengua de Angus se movía lentamente, rozándole el clítoris, arrancándole gemidos cada vez más profundos y sonoros mientras sus fuertes manos le apretaban los muslos y la cadera, penetrándola con su lengua mientras que la mujer reía y movía velozmente su cadera.
-¡Ah...ah...ah! – Gimió Marisa apretándose uno de sus senos – Sí, bebé... ¡oh, sí! – Gritó cuando él movió su lengua con más velocidad en suaves círculos sobre su clítoris.
Esos roces incrementaron su velocidad y Marisa gritó con mayor fuerza, llevando la mano hasta el pecho de Angus y aferrándose a él. El hombre pegó su boca contra la feminidad de la chica, succionando y apretando con sus labios los pliegues, Marisa se convulsionaba y tiritaba ante las sensaciones que se intensificaban hasta que con un profundo grito alcanzó la cúspide del placer.
Marisa bajó su pierna y se inclinó de nuevo para besar a Angus y volver a tocar su pecho, bajando hasta su abdomen y así desabrochar sus pantalones e introducir su mano entre su ropa. El hombre dejó escapar un ronco gemido cuando la delicada mano de la chica tomó su pene y comenzó a acariciarlo. Él ya estaba más que excitado, sólo bastaba con un beso o una caricia de esa mujer para que se encendiera en él la llama del deseo. Marisa rió al notar su excitación y comenzó a masturbarlo.
-Ven acá y siéntate en las piernas de tu papi – Murmuró Angus con un gemido – Pero antes, quítate la ropa.
Marisa rió sensualmente y lo obedeció sin chistar, caminando y contoneándose mientras se desabrochaba el sujetador, dejándolo caer con picardía. Angus no le quitaba la vista de encima, eso lo estaba prendiendo más y también él comenzó a desnudarse. Marisa sonrió y se quitó la tanga, lanzándola al rostro del hombre. Él se carcajeó y le dio la vuelta, colocándola de espaldas a él, azotándole el trasero. Marisa gimió y rió junto con él.
Angus abrazó a la mujer y la sentó sobre su regazo al tiempo que le apretaba los senos, besando con delicadeza su cuello. Marisa comenzó a mover su cadera, rozando el pene de Angus con su trasero, haciéndolo jadear. El hombre la sujetó de la cintura y la levantó un poco, mientras que la chica tomaba su miembro y lo introducía lentamente en ella. Ambos gimieron al lograr la unión, Marisa apoyó sus manos en los hombros de Angus y comenzó a moverse con suavidad de arriba hacia abajo, mientras que él permanecía aferrado a su cintura empujándola y dictándole el ritmo.
Marisa rebotaba con delicadeza sobre Angus, llenándose de él, sintiendo como la excitación del hombre crecía dentro de ella. Él gemía y bufaba presa del placer, acariciándole las costillas o apretándole los senos. El vaivén de Marisa tenía un ritmo acompasado, pero poco a poco se tornó más violento, ella cabalgaba con fuerza, dejándose caer sobre Angus, quién repartía suaves besos sobre su espalda o gemía de manera ronca, urgiéndola a balancearse con mayor velocidad.
La chica dejó escapar un suave grito y cambió el ritmo, ya no rebotaba, sino que su pelvis se movía en círculos sobre él. Su espalda se arqueaba y echaba la cabeza hacia atrás, gimiendo y jadeando. Sus manos buscaban desesperadamente apoyo sobre el respaldo del sillón, deseando sentir más y más a Angus, quién no la soltaba, sujetándola con fuerza, friccionando sus palmas contra sus pezones endurecidos. Marisa deseaba besarlo, sentir esa apetitosa boca contra la suya, moviéndose salvajemente, apretándose contra ella hasta causarle dolor. La chica se recostó sobre el hombro de Angus y continuó con sus balanceos salvajes para que él la besara cómo lo deseaba.
Angus comprendió de inmediato lo que ella anhelaba y la besó con desesperación y ansias. Sin dejar de empujar su pelvis, el hombre bajó sus manos hasta el trasero de Marisa y de ahí la sostuvo. El cuerpo de la mujer se movía sólo por instinto, deseando llenarse de Angus, experimentando esas violentas embestidas. Del sexo de la mujer manaban los fluidos que se deslizaban sobre el miembro del hombre. Marisa gritó una vez más sintiendo cómo el orgasmo se avecinaba. Angus le acarició el vientre, deteniéndose en su clítoris y con un par de veloces movimientos de sus dedos, logró que Marisa se liberara, explotando por completo.
Ella jadeó y se convulsionó sobre el regazo de Angus, pero él apenas le dio tiempo de reaccionar, pues la empujó sobre el sillón y la sujetó por las nalgas, para volverse a hundirse en su sexo ardiente, embistiéndola con ganas. Marisa apenas pudo apoyarse sobre sus codos y levantó el culo para que Angus pudiera tener mayor libertad. Ella empujaba las nalgas, una nueva oleada de placer la invadió y gritó cuando Angus la sujetó del pelo y tiró de él, arremetiendo con más potencia.
-¡Así, cielo! – Gimió Angus apretándole las nalgas - ¡Joder eres una diosa! Me tienes loco.
Marisa chillaba de gozo y arqueaba la espalda. Un nuevo orgasmo estaba a punto de llegar, uno más violento. Se recostó sobre el sillón y gimió con fuerza mientras que Angus continuaba penetrándola de manera brutal. Hasta que bajó la velocidad y la abrazó, levantándola y susurrándole dulces palabras en el oído al tiempo que sus manos la acariciaban con ternura. La chica cerró los ojos, dejándose llevar por esas perfectas emociones y se entregó al placer junto a Angus, quién aumentó la velocidad de sus embestidas y se liberó con un grito.
*****
Angus y su padre han conocido a la familia de Marisa y parece que se han divertido mucho. Tal parece que la relación de ambos está tomando otro giro y esto vaya a terminar en amor, algo que según ellos estaba prohibido.
La historia sigue avanzando y en poco tiempo seguramente estaremos llegando al final.
¿Qué les pareció este capítulo?
Espero sus votos y comentarios y de nuevo, gracias, mil gracias por su apoyo.
Maria Decapitated
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