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1. I walked across an empty land

El sonido de la alarma de su celular sonó una vez más, el cansancio se reflejaba en su rostro mientras se levantaba para seguir con su monotonía. La rutina de cada mañana se repitió, hacer el desayuno, alistar los almuerzos y arreglarse para trabajar.

Escuchó los acelerados pasos de su hijo corriendo a la cocina.

—No corras en la casa, Kota —regañó él mientras intentaba acomodar las muchas copias que debía llevar ese día.

—Tengo que llegar antes, me van a ayudar con una tarea que no entendí —dijo el pequeño, empezando a comer de forma acelerada.

El mayor suspiró con resignación. Midoriya Izuku, con sus treinta tres años de edad, sentía que la vida estaba perdiendo todo sentido. Estaba cansado, no importaba lo que los otros dijeran sobre que era demasiado joven para eso, él simplemente estaba cansado.

Con una sonrisa, ya no tan brillante como la que solía tener en su adolescencia, se acercó a su hijo acariciándole el cabello.

—No llegues tarde a casa hoy, no creas que no sé qué llegaste un minuto antes que yo ayer —regañó Izuku, tomando la taza de café que había servido hacía poco.

—¿Hoy vas a ensayar?

—No, Ochaco volvió a cancelar. Tiene una reunión con su esposo, algo del trabajo de este.

Hubo silencio mientras Kota comía, ahora con una mueca en el rostro.

—Desde que se casó ella ha abandonado a sus amigos —refunfuñó el niño, indignado en el nombre de su padre.

Izuku negó con la cabeza. Él no podía culparla, después de todo su pareja par había sido establecida de repente tan solo un año atrás.

Ochaco pensó en su momento que con treinta y un años de edad, al final nunca recibiría la tan esperada llamada. Sin embargo, la tuvo, justo en uno de sus ensayos. Aquel momento fue de felicidad pura para todos sus amigos.

Las cosas cambiaron poco después.

—Termina de comer si quieres que te lleve, tengo clase temprano —apremió Izuku, terminándose su café.

Pocos minutos después, padre e hijo caminaban con prisa hacia el auto. Si no se apuraba quedarían atrapados en el tránsito caótico de la ciudad.

Un viaje más, nuevamente en la calle, dejar a su hijo frente al plantel educativo y luego continuar. Más de lo mismo, las cosas nunca cambiaban en su vida.

Llegó justo a tiempo a la universidad, sin ningún minuto de sobra. Tenía su primera clase del día demasiado temprano para el gusto de cualquiera.

Era profesor de música, más por necesidad que por gusto propio. Aunque no se quejaba mucho, el encontrar ese puesto en la universidad donde estudió, después de casi dos años viviendo de empleos de medio tiempo, fue un alivio. Aun así, cada día se sentía más en una prisión que en una universidad.

Era diferente ser estudiante que maestro.

Además, su sueño frustrado solo creaba desazón hacia su actual labor. Un sueño no cumplido, pesa más que mil cadenas.

Siempre quiso estar en una banda, vivir de su música, ser como aquellos que admiraba, pero aquello estaba un poco fuera de su alcance. Terminó estudiando música con la idea de que así al menos no se alejaría tanto de lo que quería para su vida.

Pero no era lo mismo, nunca sería lo mismo.

Su día, como todos los demás, fue monótono, asfixiante, aburrido. ¿Por qué su vida terminó así? No lo sabía, pero sentía que se estaba haciendo viejo e infeliz, una tragedia en sí misma para alguien tan soñador como él.

Nada había salido bien en su pasado, desde que salió de la preparatoria la vida de adulto le golpeó con fuerza.

Trabajar para ayudar con sus estudios, su madre volviéndose a casar y siendo cada vez más distante. El peso de la adultez lo aplastado, hasta que la conoció.

Tuvo una novia hermosa en la universidad, su segundo amor. Una mujer que todos admiraban, un ser que parecía inalcanzable y sumarme perfecto. Hermosa, delicada, inteligente, graciosa, un manojo de virtudes que le hicieron sentir como el hombre más afortunado del mundo. Incluso llegó a considerar que sería con quién estaría su vida entera.

Un loco soñador convencido de que podía ir contra el sistema si era por amor.

Ella era la madre de Kota, nunca lo admitiría frente a su hijo, pero fue un desliz, una borrachera en la que ninguno de los dos se cuidó, justo en el último año de su universidad.

¿Quién podría culparlos? Las posibilidades eran tan bajas que prácticamente era imposible tal accidente. Sin embargo, ocurrió.

Al nacer el niño toda la relación se fue al traste.

"Maldigo mi suerte", había gritado ella una noche que Kota no paraba de llorar, no dejándolos dormir.

Aun así, aquello no fue el problema que provocó la separación, sino la llamada, la bendita llamada que en ese entonces llegó a odiar con todo su ser.

¡Tuvo que llegar en el peor momento!

Pocos días después, una noche cualquiera, ella se fue sin decir a dónde, nunca volvió. Semanas más tarde descubrió el motivo, aunque le prometió que se quedaría con él y el pequeño Kota, al final decidió buscar a su par.

Aparentemente, esa familia que había creado no era suficiente como para arriesgarse. Izuku, meses después, cuando su dolor mermó, se dio cuenta de que quedarse juntos no era una opción, pero eso no hizo menos terrible su partida.

Luego de que ella lo dejó, y recién graduado de una carrera con un bebé a bordo, todo se convirtió en un desastre. Aún no entendía como llegó a salir de ese agujero en el que estuvo por tanto tiempo, no obstante, al final tampoco importaba la forma en que lo hizo, había conseguido seguir por su propio esfuerzo, el pasado se volvió irrelevante.

El día se fue volando, pero al mismo tiempo corrió lento. Izuku lo atravesó como un robot bien programado.

—Hasta mañana —dijo a la única persona en la sala de administración.

Acababa de salir de su última clase y de registrarse en la computadora de administración. Por fin podría ir a su apartamento y descansar por ese día, aunque realmente no quería hacer eso, lo que de verdad deseaba era tocar con su pequeña banda.

Tal vez debería hablar con Todoroki y Shinso. Si Ochaco seguí así, lo mejor era continuar sin ella.

La última presentación que habían tenido fue un desastre, y no podían permitirse otra igual, a menos que quisieran arriesgarse a no volver a ser llamados en aquel bar, único en el que les contrataban.

—No puedo creer el último anuncio del sistema de pares —respondió la mujer de la que acababa de despedirse. Una secretaria sentada al otro lado de la sala de administración, con su celular en la oreja—. Van a estar realizando pares del mismo sexo. ¡Qué estupidez!

Izuku siguió su camino dejando atrás la conversación ajena, pero siendo incapaz de olvidarla por completo.

Hacía unos sesenta años se había aplicado el sistema de pares en el mundo. Este se creó para contrarrestar la baja natalidad que azotó al planeta setenta años atrás. El problema había llegado a tal punto que hubo una época en la que escuchar la risa de un niño por la calle era un milagro.

En un principio nadie supo por qué sucedía eso y el problema avanzó a gran velocidad. En los diez años del suceso la población mundial bajó drásticamente. Los libros de historia contaban que la humanidad empezó a hablar del fin del mundo. Al menos fue así hasta que algunos investigadores de Suramérica encontraron una posible solución.

Los pares eran parejas enlazadas biológicamente. Este tipo de parejas podían tener con facilidad hijos. El motivo de esto no fue claro en aquel entonces y en la actualidad pocas cosas se habían descubierto sobre eso, llevando a muchos a creer en que era obra de lo sobre natural, de un ser superior, y la idea del destino y las almas gemelas, tomó mayor fuerza.

Sin embargo, aunque esos acontecimientos formaban parte de la historia de la humanidad, a esas alturas de su vida todo aquello sonaba tan ajeno a él que lo hizo un poco rencoroso con el asunto. Empero, no podía evitar pensar en ello cada vez que el tema salía a relucir.

Así se pasó su viaje, repasando una historia que no parecía incluirlo, y reflexionando como de todas formas había logrado afectarlo.

En un suspiro de tiempo, de aquel que pasa cuando se estaba distraído en todo y en nada al mismo tiempo, Izuku llegó al edificio de apartamentos donde vivía con su hijo.

Sí, él había logrado tener un niño milagrosamente con una pareja que no era su par, algo poco frecuente, pero que todavía sucedía. Literalmente, fue un genuino caso de uno en un millón.

Kota en sí mismo se podría llamar un niño milagro.

El único golpe de suerte en la vida de Izuku, según su propia opinión. Al final Kota era su todo, su única familia y su único motivo para levantarse cada día. Su pequeño milagro.

—Mañana tengo clase por la tarde —murmuró, mirando su celular mientras el ascensor subía hacia su piso.

Al llegar al apartamento y deshacerse de sus zapatos, encendió el televisor y puso las noticias. Kota no había llegado todavía.

—En busca de una solución a la alta tasa de suicidios en el país, el día de ayer, se ha anunciado un cambio sin presentes en el Sistema de pares en Japón —decía la periodista en la televisión—. El director del departamental de salud y reproducción, ha hecho saber la decisión de incluir parejas del mismo sexo para el sistema.

»En palabras del director: "no podemos permitir que nuestros ciudadanos lleguen a los extremos de quitarse la vida cuando tenemos una solución".

»El cuarenta por ciento de los suicidios en lo que va del año, son cometidos por personas entre los veintisiete y cuarenta años, sin pareja y que presuntamente sufrían depresión. Con esta medida se busca mejorar la situación.

Cuando el noticiero siguió a otro tema, el sonido del televisor paso a segundo plano, mientras Izuku dejaba su maletín en su cuarto y abría la nevera para sacar un contenedor con su cena.

Abrió la puerta del microondas sopesando lo que acababa de oír. Aunque, en un principio no le importaba, y ciertamente intentaba fingir que todavía no lo hacía, ahora, a su edad, y viendo a sus tres amigos felizmente casados con sus pares, él empezó a sentir el peso de su propia soledad.

A quién quería engañar, si cada vez que escuchaba hablar de parejas pares pensaba en ello. ¿Eso no quería decir que le importa, y demasiado?

Se detuvo un momento, mirando la fría tapa de plástico azul antes de dejar salir un suspiro.

—Papá, esa comida no te va a hablar —dijo de repente Kota.

Izuku brincó en su lugar casi dejando caer el recipiente.

—¿Cuándo llegaste, Kota?

—Hace un momento. ¿Papá, no se supone que lo de los pares es para tener bebés? ¿Dos hombres, pueden hacer bebés?

—¿De dónde sacaste eso?

—Unos compañeros de clase estaban hablando de ello.

«¿Y tenías que venir a preguntarme a mí de forma tan directa?», cuestionó el mayor.

Izuku sonrió, una sonrisa que apenas y alcanzó sus apagados ojos esmeralda.

—Estar con alguien no es solo para tener hijos, Kota —aseguró Izuku, poniéndose a la altura del niño—. También puedes estar con alguien solo por amor.

—¿Solo por amor? —repitió el niño confundido.

Amor era una palabra que fue perdiendo fuerza a lo largo de los años. A esas alturas pocos se casaban enamorados, otras cosas eran la prioridad. Además, el propio sistema de pares impedía florecer aquel sentimiento.

Fue así como, con el paso del tiempo, el amor se convirtió más en una posible consecuencia de un matrimonio, que del motivo de este.

Es por ello que Izuku prefirió no ahondar en conceptos tan complejos con un pequeño niño, y más bien se levantó para poder calentar la cena de ambos. No sin antes darle una caricia en la cabeza a su hijo.

Puso la comida en platos y luego metió ambos en el horno microondas por turnos. Unos cuantos minutos después, un humeante arroz, algo de carne picada y una ensalada fría, se encontraban frente a Kota.

Izuku colocó su propio plato a un lado del niño, en la barra de la cocina.

Apenas alcanzó a alzar los palillos con un trozo de carne cuando su celular sonó desde su habitación. Kota fue el que se levantó y corrió hacia el aparato trayéndolo con prisa.

Mirando rápidamente la pantalla, Izuku alcanzó a contestar justo en el último timbre con la duda marcada en su rostro.

—Buenas noches, llamo desde la oficina principal del sistema de pares en la ciudad de Musutafu. ¿Habló con el señor Midoriya Izuku? —dijo la voz de un hombre al otro lado.

—Sí, con él habla.

—Es para informarle que el día miércoles, a las once y cuarto, tiene una cita en la oficina principal de Musutafu, para presentación de su pareja par. ¿Le queda posible asistir en esta fecha y hora?

Izuku guardó silencio mientras miraba a todas direcciones como animal encerrado.

Por extraño que pareciera, y aunque se suponía que su respuesta emocional era más que obvia, no sabía cómo sentirse. ¿Debería estar feliz o asustado? La mano de Kota repentinamente sobre la suya, le recordó que debía contestar a la pregunta.

Tragó el nudo, probablemente de llanto, que creció en su garganta y se dispuso a hablar.

—Sí, puedo asistir ese día —respondió Izuku, apenas pudiendo creer lo que acababa de suceder.

Hola, nuevo fanfic, si por esto me desaparecí, pero he regresado. Espero que les guste.

¡Gracias por leer!

Este fanfic ha sido comisionado por Ringob realmente deseo que te guste mucho y valga la pena la larga espera por él.

Habrá nuevo capítulo todos los miércoles.

Por favor, si les gusto, denle amor, votando y comentando. Si no saben qué decir, pueden dejar un emoji de guitarra (🎸).

Si encuentran algún error no duden en decirme se los agradecería mucho.

No siendo más nos leemos en el próximo capítulo o en otra de mis historias.

Los quiero.

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