La adolescencia trae consigo muchas cosas, algunas quizás buenas, otras tantas quizás malas. Pero son duda la mía trajo cosas bastante dolorosas.

Perderte, por ejemplo.

Nuestra infancia había sido una de las más especiales que seguro existieron en el mundo, yo te adoraba, tu me adorabas, crecimos tan juntas como un chicle pegado en el cabello, tan inseparables como el día y la noche.

Y realmente desearía que las cosas nunca hubieran cambiado.

Pero los niños crecen, la inocencia se pierde y al final, todos cambian. Incluyendonos.

Por ello, a nuestros tiernos doce años, nos dimos cuenta que quizá lo que sentíamos por la otra no era una tierna amistad común... Nos dimos cuenta que lo nuestro de amistad ya no tenia mucho.

Y todas las miradas, los mimos, las palabras llenas de cariño, los motes de pareja no nos dejaran mentir. Tampoco nos dejaron mentir a nuestros padres, ellos lo notaron de inmediato.

Nos amábamos, tan simple y difícil a la misma vez. Eramos jóvenes, sin duda, pero eso no impedía que el amor florecerá entre nosotras con una fuerza que podría romper nos no solo la razón, también nuestros corazones.

Y, lamentablemente, también eramos tan jóvenes que no poseiamos la fuerza para luchar por algo que no comprendiamos. Por algo que nuestros padres no aceptaban, por algo que todos decían estaba mal, por algo que quizás en el fondo nos asustaba por considerar incorrecto.

Así que tu te alejaste. Tal vez tenías miedo, tal vez no quería luchar, tal vez estabas confundida, existieron en mi mente mil y un tal vez, pero ellos no evitaron que te fueras.

Así que a los trece años, no sólo había perdido a mi primer amor, había perdido a mi mejor amiga, había perdido la confianza de mis padres y tristemente, también perdí la confianza en mi misma.

No se decirte si te necesitaba más a ti o a mi en aquel entonces, porque todo se sentía como un verdadero infierno, me sentía como el peor de los mounstros, como un completo error. Y estaba sola enfrentando una marea llena de olas gigantes.

Y tu no estabas.

Yo también tenía miedo, tampoco estaba segura de si quería o podría luchar, también estaba confundida. Pero lo único seguro que tenía era que, no impartaba que, yo nunca te hubiese abandonado como tu me abandonaste a mi.

Esa fue nuestra primera herida, lo suficientemente profunda para dejar una cicatriz que ha día de hoy sigue latiendo. Esa fue nuestra primera separación.