Hay algo especial con el primer amor, y no me refiero a la primera vez que te enamoras, esas historias casi siempre terminan mal; el primer amor es cuando, por primera vez, de manera inesperada, alguien te nota, y tu a el/ella.

En la preparatoria, este suceso parece tener especial protagonismo; algo dentro de las escuelas hace que la mayoría de los estudiantes piensen en ese alguien especial, para algunos, es tan fácil como empezar a hablar, reír y besar....para otros....es solo otro amor no correspondido, un casi que no sucedió, pero hay algunos, tan contados, que tienen la gran suerte de ser ellos los elegidos, entre todos los demás para ser merecedores de algún corazón.

Yo fui una de esas afortunadas; nunca fui particularmente notable, igual que todas las demás, siempre la amiga, nunca nada más y para ser sincera, no me importaba demasiado. Hasta que eso cambió claro.

Pensando de forma racional, es lógico pensar que, la mayoría de la gente, conoce mucha gente, ya sean amigos o conocidos y al menos a una persona entre todas podría sentirse atraída por ti sin que tu lo sepas. Pero para mí, esa idea estaba tan lejana como Centauri, tan básica como todos. ¿Quien querría besarme?

No se que fue lo que hiciera que de repente me importara tanto el experimentar lo que más de la mitad de mi Colegio estaba experimentado; quizá fue la temporada, quizá el ambiente, de fiesta, con el sol llendose por el horizonte y cientos de adolescentes hormonales bailando al son de la música en vivo; quizá simplemente me sentía tan sola que mi corazón vacio, deseaba, desesperadamente a alguien que lo sostuviera y lo acunara en sus manos de una manera en la que ni si quiera yo lo había hecho jamás.

Así que ahí estaba yo, tan incomoda entre las multitudes como siempre, tratando de mezclar me y ser invisible, una más del monton, intentando convencerme de que yo estaba tan en mi elemento como todos los demás, bailando patéticamente, saltando de un lado atro como todos, salvo por los contados que hacían más que saltar de un lado a otro.
Ella era una de ellos; al mirarla, con su cabello negro corto moviéndose de un lado a otro con ella, mientras movía sus hombros y caderas al ritmo de la música, y su perpetua sonrisa pícara; me sorprendió que en su rostro, parecía haber sincera felicidad, confianza en estar haciendo algo que disfruta, sin preocuparse por la multitud.

No se que hizo el destino, que miéntras la miraba, ella conecto su mirada con la mía, y por un segundo, parecía que el reloj se había detenido; había dejado de ser invisible, por que sus hermosos ojos marrones me habían visto. Le sonreí nerviosamente y su sonrisa se hizo más grande y risueña, alzó su mano y con un solo dedo me dijo, acércate.

Mirarla de cerca fue aún más abrumador que de lejos, sus suaves labios rosas, su diminuta nariz de botón, con sus enormes botas negras con tacón, con las que solo me llegaba a la nariz. Tomo mis manos y comenzó a moverme de forma torpe con ella; canción tras canción mientras que yo seguía hipnotizandome cada vez más con el vaivén de su cuerpo, con su sonrisa y con sus luminosos ojos.

De repente la noche ya no parecía tan oscura, y los minutos parecían ir más rápido, mientras yo deseaba que el sol no volviera a salir, que este momento fuera infinito.
Después de un buen rato, tomo mi mano y nos alejamos de sus amigos, a los cuales yo apenas había dado una segunda mirada, nos acercamos a la acera e hizo que me sentará, me recargue en mis manos mientras ella dejaba caer su cabeza en mi hombro.

Estuvimos lo que parecieron horas hablando en esa misma acera, sobre todo y nada, en tan solo una noche sentía que llevaba conociéndola años; sabía que tenía dos hermanos menores, que había aprendido a bailar con su abuelo, que había fallecido hace solo un año de vejez, aún no había elegido que hacer con su vida al salir de la escuela, odiaba a su maestra de Estadística con toda su alma y tenía un gato atigrado llamado Oliver. Y supe dos cosas más esa noche, algo de lo que ella no se dio cuenta, que su corazón, al igual que el mío, estaba buscando a alguien que pudiera cuidarlo y protegerlo de las sombras que buscaban enterrarlo en la oscuridad; la segunda cosa fue que....esa misma noche, con el sonido de la música y los grillos de fondo, mi corazón ya había elegido entregarse a ella.