—Después de todo lo que te hace...— mi respiración se volvía pesada como el aire aplastante de una montaña al ser escalada. No podía respirar, necesitaba de grandes bocanadas que demostraban lo molesto que me encontraba pero eso solo aumentaba más tu miedo. Te cubriste con los brazos sollozando suavemente y la claridad iluminó mi mente como el primer día en el que te mire. Tan destrozada como una rosa blanca arrancada cruelmente y sin cuidado. Solo pude agacharme a tu altura para tomar tu mentón notando como tu respiración se aceleraba del miedo— ¿Aún así me pides no hacerle daño?—

—Se lo ruego...es mi esposo—pediste entre lágrimas. Quite esas gotas saladas de tus ojos sin poder soportar como tu cuerpo temblaba y luego salí de ahí no sin antes dedicarte una mirada de pena. Me dolía saber que aún así lo defendías, me dolía saber que si yo te pedía venir conmigo y alejarte de él me dirías que no

Un día me encontré destrozado al sentirme culpable, había llegado tarde y ahora estabas sufriendo una vida de mierda por mi culpa