Fase I
» Título: Encontrarte.
» Personajes: Katsuki Bakugo, Izuku Midoriya, Mitsuki Bakugo, Masaru Bakugo, Kirishima Eijiro y Kaminari Denki.
» Shipp: Katsudeku.
» Anime: Boku no Hero academia.
» Advertencias: Pareja homosexual y muerte de personaje.
» Cantidad de palabras: 3858.
Cuando nacía un nuevo integrante, en algún lugar —conocido sólo por un grupo de personas distribuidas en la región— un pequeño cristal se iluminaba uniendose en ese preciso instante a su vida.
Tal cristal, aparecería en el hogar del recién nacido o donde fuera que se encontrara y su luz continuaría brillando pero ahora tenuemente sin importar el tiempo que pasara.
Solamente, se volvería a iluminar de tal manera cuando el dueño de la gema encontrará a su alma gemela como era costumbre llamar a esa persona con quien pasarías el resto de tus días.
Cuando llegara ese momento la piedra se fragmentaria, llegando a casos donde se rompía en diversos pedazos o en otros donde sólo una parte se destrozaba dando a entender que su dueño había fallecido.
Pero de igual manera, existían las desventajas de poseer un cristal. Al tener un pequeño objeto que estaba unido a tu vida, era más sencillo terminar con ésta, si buscaban hacer eso de una manera rápida sólo debían de quitársela a su dueño y romperla o fragmentarla inmediatamente.
Por esa causa y para evitar más muertes, las personas decidieron utilizar los cristales como un dije para los collares, esa era una mejor opción que guardarlas en los bolsillos de sus prendas o meterlas en pequeñas cajas en sus hogares, ya que así habría menos probabilidades para que las robaran y usarán en su contra.
Otra desventaja y la más cruel era para aquellos desafortunados que habían encontrado a su alma gemela y la habían perdido sin siquiera haberse unido a su pareja o haberla aceptado como tal.
Aquella alma quedaría maldita, sin tener oportunidad de morir, quedando inmortal hasta que su alma gemela volviera a renacer y sus caminos se unieran de nuevo sin importar cuántos siglos o decadas hubieran pasado. Sólo así se terminaría esa maldición.
—¡Eres un completo idiota, Katsuki! ¡¿En qué pensabas al irte sin informale a nadie?! —le gritaba Mitsuki paseándose de extremo a extremo en la carpa ante la mirada aburrida de su hijo, él ya ni sabía cuánto tiempo llevaba escuchando las reprimendas de su madre—. Irte de aquí, dejando tus deberes. Pensaba que ya tenías la edad suficiente para que no necesitarás tener a alguien vigilandote en cada instante pero al parecer, me equivoqué.
Katsuki gruñó maldiciendo mentalmente a Kirishima y a Kaminari. Ellos debían de haberle avisado cuando sus padres regresarán de la junta del consejo de ese mes que se llevó a cabo en la "base" —mejor dicho, la cueva de los cristales— pero ambos al parecer, habían olvidado esa simple y sencilla tarea.
Él debía de haber estado estudiando todo lo relacionado a los collares de cristales como todos los días desde que aprendió a leer. Es la única tarea que debe realizar cuando su madre no lo manda a realizar alguna actividad en la aldea.
Ya que es su deber al ser hijo de los jefes del clan Bakugo. Uno de los pocos clanes que conocían el paradero de la gran cueva de dónde provenían todas y cada una de los cristales, y que sabían mucho más sobre ellas.
En ese momento, Eijiro y Denki con timidez —por los gritos de Mitsuki— se asomaron entre las telas que conformaban la "puerta" de la carpa, logrando que inmediatamente ambos rubios los observarán, uno pensando en todos los hechizos y torturas que conocía para usarlos como sujetos de prueba mientras la mujer detuvo su andar, se cruzó de brazos e hizo un ademán para que ambos jóvenes entrarán.
Los dos, sin decir ninguna palabra y bajando la cabeza en un intento de esquivar las miradas —más la del rubio menor— caminaron para posarse en ambos lados de Katsuki.
—No quiero que se aparten de él en ningún momento —ordenó Mitsuki con su semblante serio dirigiéndose especialmente a Kirishima y Kaminari—. ¿Está claro?
Katsuki volvió a gruñir a la vez que ambos asentían ante la orden de la mujer.
—Está bien, ya pueden irse —sólo bastó decir eso para que ellos se dirigieran a la salida—. Katsuki —llamó, él se detuvo dejando que los otros dos salieran para tener más privacidad.
—¿Qué? —miró por encima de su hombro a la figura de su madre esperando su respuesta. Ella se mantuvo en silencio, mirándolo y pensando en lo que diría.
—... Sólo no te alejes de esos dos —murmuró lo suficientemente alto, y con eso, Katsuki se marchó de una vez.
Mitsuki soltó un suspiro y tomó asiento en una silla. Tenía mucho en qué pensar y el que Katsuki anduviera vagando solo por algún lugar no ayudaba.
Sin darse cuenta, comenzó a acariciar pensativa el dije de su collar, un cristal de un tono café claro. El sonido de pasos acercándose logró sacarla de sus pensamientos y miró a su esposo entrar a la carpa.
—Vi que Katsuki salía de aquí —comentó Masaru al estar junto a la rubia—. ¿Ya lo sabe?
Mitsuki negó y dejó de acariciar el dije.
—No, no debe saberlo. Al menos, no aún. Es mejor que se concentre en los estudios —dijo—. Sólo tenemos mantenerlo a salvo hasta que las cosas se tranquilicen.
—O hasta que él note lo que le escondemos —suspiró—, es muy observador, sólo es cuestión de tiempo para que se entere de lo que está pasando.
Al salir de la carpa, Bakugo no dijo ni una palabra y se mostraba serio, eso sólo ocasionó que sus dos acompañantes temieran en verdad por sus vidas.
Cuando Katsuki estaba de esa manera no era buena señal para cualquiera que se le acercara. Por esa razón, los aldeanos que se cruzaban en su camino y veían al rubio se alejaban rápidamente compadeciendose de los chicos a sus costados.
—¿Acaso no dirán nada? —preguntó de pronto Katsuki asustandolos, gruñó y rodó los ojos fastidiado al notarlo—. Idiotas.
Apresuró el paso, buscando con la mirada al culpable de los gritos que recibió de su madre. Kirishima avanzó rápidamente seguido de Denki.
—¿A quién buscas? —se atrevió a preguntarle Denki luego de unos minutos.
—A un idiota.
Kaminari frunció el seño, miró a Kirishima —el cual también lo miraba confundido— y volvió a mirar a Bakugo y respondió:
—¿Cuál otro? Nosotros ya estamos aquí.
En ese momento si fuera por Bakugo, él ya los hubiera enterrado algunos metros bajo tierra. Hasta que recordó que ya lo había intentado cuando eran más pequeños y su madre lo había descubierto justo a tiempo. Y aún así, ese par continuaba con él.
Tal vez, si lo planeaba mejor, está vez si resultaría su plan.
—Al bastardo de Deku —murmuró fastidiado.
—¿Siguen sin hablar? —cuestionó Kirishima sin darle tiempo de contestar—. Viejo, la última vez sí fuiste demasiado lejos con Midoriya.
—Demasiado —repitió Kaminari, asintiendo dándole la razón.
—Tus gritos se escucharon por toda la aldea —siguió Kirishima sin importarle la mirada de muerte que le dirigía el de ojos rubí recordándole lo que pasó.
Resulta que la vez anterior que Masaru y Mitsuki habían asistido a una reunión del consejo —son cada dos meses— ambos le habían dicho que ya era tiempo para que él se uniera con su alma gemela —o destinado/a, como también las llamaban— pero él se negaba gritando a los cuatro vientos que no pensaba ni quería a unirse de esa manera a un bastardo que habían elegido los dioses como su pareja, gritando más de una vez las razones por las que no pensaba hacerlo.
Gritando que él merecía a alguien mejor que Midoriya Izuku y que de ningún modo lo aceptaría como su destinado.
Y harto de permanecer más tiempo ahí, salió de la carpa y se congeló al ver a la persona frente a él sintiendo como si su alma se fuera de su cuerpo por un segundo.
Justo en ese momento Izuku estaba por entrar a la carpa, sosteniendo algunos libros como era costumbre y sí, lo había escuchado todo.
Katsuki había olvidado que había acordado reunirse con él en ese lugar, ya que Izuku al ser también hijo de jefes de un clan debían de estudiar lo mismo, solamente que él era de un clan cercano al de los Bakugo y que en la semana que realizaban la junta del consejo, Midoriya solía quedarse unos días con ellos para tener de compañía a Katsuki en los estudios tal y como hacían desde pequeños.
Dolido por las miradas de pena que recibía de todos y reprimiendo las lágrimas que amenazaban por escapar de sus ojos verdes, lo miró por última vez e intentó pronunciar alguna palabra mientras retrocedía pero sólo escapaban balbuceos de su boca y después, corrió lejos de ahí.
Y solamente se enteró que él se había marchado cuando su padre se lo dijo esa misma tarde.
Volviendo al presente, Katsuki se detuvo ante la mirada de sus acompañantes y sostuvo el dije de su collar entre sus dedos. Cerró sus ojos y murmuró unas palabras solamente entendibles para él.
¿Cuántas veces había realizado el mismo hechizo para encontrar a Deku? Ya había perdido la cuenta pero sabía que lo hacía desde que tanto a Midoriya como a él les habían dicho que eran destinados, y eso fue desde temprana edad.
Al terminar, una luz rojiza salió del collar, misma luz que pareció tomar forma de una pequeña esfera, casi del tamaño de un simple insecto y con rapidez se dirigió al desconocido paradero de Izuku.
Los tres corrieron tras esa luz, esquivando a las personas que se cruzaban en sus camino hasta que llegaron a un pequeño claro y Katsuki logró verlo y en ese instante, el dije de su collar comenzó a brillar.
Ellos se detuvieron pero la luz no lo hizo. La luz continuó avanzando hacia el de cabello verde, el cual se encontraba sentado tranquilamente bajo la sombra de un árbol con su típica mochila amarilla a un lado suyo, leyendo un libro y murmurando —lo más seguro— estaba tan enfocado en su lectura que aún no había notado la presencia de la esfera rojiza hasta que ésta comenzó a rodearlo.
—¿E-Eh? —miró atónito la pequeña luz y dejó a un lado el libro. En ese momento, la luz se detuvo frente a él, para ser más exactos, justo frente al dije del collar de Izuku que ahora tenía un tono verde resplandeciente. Él ya sabía de quién se trataba.
Y la luz, como si nada, se adentró al dije desapareciendo de la vista.
—Te encontré —dijo Katsuki alzando la voz y acercándose a Izuku. Kirishima y Kaminari permanecieron sin moverse presenciando la escena.
—¿Por qué? —cuestionó Midoriya evitando verlo—. ¿Por qué aún me buscas? ¿Acaso no es mejor que no te vean conmigo?... Con un Deku.
Bakugo detuvo su caminar y se mantuvo en silencio mirándolo, reconoció sus palabras y se preguntó mentalmente por qué había dicho todo eso cuando no era cierto.
En ese momento no había pensado en los consecuencias de sus palabras y ahora estaba pagando por ello.
Por más que está vez quisiera hablar, no tenía idea de qué decir sin hechar a perder todo a un más de lo que ya estaba.
—Sabía que fue mala idea venir —dijo Izuku ante su silencio, “Y más con lo que está pasando” quizo decir. Miró a Katsuki unos breves segundos antes de guardar el libro en su mochila y acomodarla en su hombro dispuesto a marcharse, y en un intento de esconder su tristeza habló—. Ya no tienes por qué buscarme, Kacchan. Me iré como tanto querías, es lo mejor.
Y con eso, Midoriya pasó a su lado, con la mochila en sus hombros y sin mirarlo.
—Adiós, chicos —se despidió al pasar junto a Denki y Eijiro, dedicándoles una triste sonrisa y continuando su camino.
Ambos, miraron a Katsuki esperando su reacción. Desde su perspectiva, Katsuki apretaba sus puños con fuerza y permanecía dándoles la espalda.
¿Por qué no dijo nada? Se preguntó. Solamente se mantuvo viéndolo como un estúpido.
Podría ir a buscarlo y detenerlo pero por su orgullo, no lo hizo. Apretó sus dientes conteniendo su furia y se volteo para volver a la aldea, siendo seguido por el duo de amigos.
Bien, si se quería ir. No lo detendría.
Lástima que ese mismo día estaría pagando las consecuencias de esa decisión.
Cuando el cielo se cubrió de un tono naranja anunciando la llegada de la noche, la aldea se preparaba para cenar. Ni Kirishima o Kaminari se habían alejado de él en ningún momento, tal y como lo ordenó Mitsuki. Y ahora caminaban para tomar asiento frente a la hoguera y cenar, entre el bullicio que provocaban las personas a su alrededor.
A lo lejos, vió a su madre conversar junto a su padre con unos hombres, de los cuales no recordaba sus nombres, prefirió ignorarlos y centrarse en servir su comida, hasta que su madre se acercó a él.
—¿Has visto a Izuku? —preguntó frunciendo su seño.
—¿Por qué me preguntas a mí sobre él? —cuestionó levantando la mirada de su plato y observando a la mujer.
—Sólo contesta, Katsuki. ¿Lo has visto? —repitió.
—Se fue hace unas horas —respondió.
—¿Él solo?
—¿Y a ti que te suce...? —se interrumpió a sí mismo al sentir su pecho arder, miró al objeto causante encontrándose con su collar que resplandecía con fuerza—. ¿Qué mierda...?
Fue lo último que dijo antes de que dejara caer su plato llamando la atención a la vez que su vista se tornará borrosa y a continuación, se desmayara.
Cuando abrió sus ojos, se encontraba recostado en una cama, la capa roja que solía usar estaba acomodada en el respaldo de una silla que estaba junto a la cama.
Luego de unos minutos que le tomaron para orientarse, reconoció el lugar en el que estaba como su carpa y se sentó en la cama, intentando recordar como llegó ahí. Igualmente, notó a Kaminari y a Kirishima que estaban durmiendo usando sus piernas como almohada, no le tomó importancia y los dejó continuar durmiendo, así no lo molestarían por un poco más de tiempo.
Lo último que llega a su memoria es el calor de su collar, que quemaba tal y como lo haría el fuego. Bajo la mirada a su pecho desnudo observando detenidamente el collar que estaba unido a su vida, el cual era el más llamativo de entre todos los demás.
Desvío su vista a la entrada de la carpa al escuchar pasos y a continuación, sus padres entraron mientras su madre sostenía una caja de madera entre sus manos.
—Están aquí desde que te desmayaste —aclaró Masaru señalando al par de dormidos teniendo cuidado para no despertarlos—. Tienes buenos amigos.
Katsuki los miro a ambos por un segundo frunciendo su seño y volvió a mirar a sus padres.
—No son mis amigos.
Masaru no respondió, para él le parecía lo contrario a la respuesta porque sabía bien que si no lo fueran, Katsuki ya los hubiera despertado apenas él lo hizo. Observó a su esposa tomar asiento en la silla donde estaba la capa del rubio.
—En la junta de hoy —comenzó Mitsuki—, se habló sobre un grupo de personas que comenzaron a atacar los clanes, ellos quieren saber la ubicación de la cueva de los cristales y harán todo lo que esté a su disposición para conseguirlo —su voz fue disminuyendo, volviéndose unos murmullos y acarició la caja con delicadeza, como si no quisiera soltarla. Katsuki nunca la había visto así y fue peor cuando ella le entregó la caja y logró verla a los ojos.
Era la misma mirada rojiza que la suya pero la de ella parecía brillar como si estuviera conteniendo algún sentimiento. Miró a su padre en busca de respuestas pero solamente obtuvo la misma mirada.
No entendía lo que pasaba con ellos.
Eijiro comenzó a despertar y miró a todos lados hasta que sus ojos se enfocaron en los Bakugo, a la vez, movió el hombro de Denki en un intento de despertarlo.
Cuando lo hizo, con un movimiento de cabeza le pidió en silencio que no hablara.
—Debía de haber impedido que Izuku se marchará, no era seguro que ni él, ni tú estuvieran solos. Creí que estarías con él y no tenía que preocuparme —Masaru puso su mano en el hombro de Mitsuki, reconfortandola.
—Cuando mencionaste que Izuku se había marchado y te desmayaste, mandamos a unos hombres para traerlo de regreso, fui con ellos—continuó Masaru—. Encontramos su mochila rota con sus pertenencias dispersas por el lugar, estaba entre unos arbustos escondida pero él...
Dejó la frase al aire y guardó silencio, no quería decirlo.
“Esto no puede estar pasando, ¿verdad? Ellos están mintiendo.” pensó Katsuki a la vez que bajaba la mirada a la caja, temiendo encontrar lo que creía.
Con temor abrió la pequeña caja y miró el objeto dentro de ella.
—Es mentira... ¿Verdad? —Katsuki miraba sin creer el objeto y negó—. ¿Por qué están mintiendo con algo así? ¡Maldita sea, ya dejen de mirarme con lastima! ¡No es verdad! ¡Están mintiendo! ¡E-Están... —se interrumpió a sí mismo al notar su voz rota pero aún se negaba a que lo que estuviera pasando fuera real. No podía ser cierto.
«“¡Encuentrame, Kacchan!”»
En su mente resonó un grito de Izuku de cuando eran pequeños y solían jugar a esconderse, mientras poseía en sus manos el collar de Midoriya Izuku y un nudo se acumulaba en su garganta.
Observó el pequeño dije verde que antes resplandecía cada vez que Izuku lo veía, ahora estaba apagado y con algunas ranuras demostrando que estaba roto.
Eso sólo significaba que él había muerto. Los bastardos que buscaban los cristales lo habían asesinado.
Y sólo bastó eso para que Katsuki se rompiera ante la miradas de los presentes, importandole poco ellos. Mitsuki no resistió el verlo de esa manera y como toda madre haría, lo estrechó entre sus brazos, también era su culpa, ella lo sabía. Si tan sólo hubieran ido por Izuku antes, esto no estuviera pasando.
Los Bakugo se culpaban por el destino que tuvo Izuku, al igual que los otros jóvenes que habían escuchado. Ellos rompieron en llanto, queríendo haber impedido que Midoriya se fuera cuando se despidió de ellos.
¿Por qué Midoriya Izuku tenía que pagar por los errores de ellos? Él era alguien inocente que siempre buscaba ayudar a los de su alrededor sin tener intención de recibir algo a cambio.
Izuku era quien se avergonzaba rápidamente y su rostro se tornaba rojo resaltando las pecas de sus mejillas, era aquel de brillante sonrisa que murmuraba sin notarlo, aquel que daba todo si mismo sin importar cuántas veces le decían que no podría lograrlo, aquel que saltaba al peligro sin importarle los daños que sufriera...
Era aquel joven de quien no sabrían como decirle adiós.
El resto de día, Katsuki permaneció en su carpa sin mencionar nada, solamente acariciando el dije del collar de Izuku y con la mirada perdida. No le importó que Kirishima y Kaminari estuvieran ahí, acompañándolo.
Masaru y Mitsuki tuvieron que irse no sin antes terminar de decirle todo. Masaru le dijo que por más que buscaron, no lograron encontrar el cuerpo de Izuku, solamente estaba su collar.
Luego, ambos le explicaron el por qué su cristal había actuado de esa manera, fue debido a que ese fue el mismo instante en el que falleció Midoriya. Pero como consecuencia de todo eso, la vida de fue maldecida ya que él no había aceptado del todo a Izuku como su destinado.
Y ahora, estaba condenado a ser inmortal hasta volverlo a encontrar.
Al pasar de los días y años, Katsuki siempre volvía al lugar donde habían encontrado el collar de Izuku.
Todo el tiempo, desde ese fatídico día. Katsuki no dejó ni un solo segundo de culparse por lo que sucedió. Sosteniendo cada noche el pequeño cofre de madera donde permanecía el collar que le había pertenecido a Midoriya Izuku.
Si tan sólo no hubiera permitido que él se marchará ese día, todo hubiera sido diferente y él, no hubiera muerto.
Debido a la maldición, Katsuki continuó teniendo su apariencia joven sin importar todos los años y décadas que pasaron desde que Izuku falleció.
Sin importar que hubiera presenciado la muerte de quienes apreciaba, desde sus padres hasta el par que siempre lo acompañaba. Todos ellos estuvieron junto a él importandoles poco que ellos continuarán envejeciendo y que él permaneciera igual.
Estuvieron con él hasta que les llegó la hora de partir de ese mundo, quedando solo.
Y en todo ese tiempo, Bakugo nunca cambió, continuaba siendo aquel rubio gruñón con poca paciencia. Pero su alrededor sí lo hizo, había presenciado parte de la evolución del mundo, el cómo las personas ya no vivían en clanes o siendo gobernados por un monarca. Ahora habían ciudades y la tecnología había tomado parte necesaria en la vida de las personas.
Pero a Bakugo no le importaba eso sólo debía adaptarse cada vez a los nuevos cambios, como buscar un trabajo —lo cual era difícil que lo aceptarán por el carácter que poseía— o que ahora que los tiempos eran distintos, ya no tenía que memorizar hechizos u otras utilidades para los collares —agradecía eso— porque el poder de esas joyas se fue extinguiendo con el paso del tiempo. Solía pasarse los días libres en la biblioteca de la ciudad donde ahora vivía debido a que se repetía que “tenía que estar al día” con los avances que realizaba la raza humana, en otras palabras, era estudiar en una biblioteca todas las materias necesarias o ir a una escuela repleta de estúpidos niños mimados.
Claramente prefería la biblioteca.
Hasta que en los últimos días, comenzó a llegar un nuevo visitante, ¿sin intención se había memorizado a los visitantes recurrentes de la biblioteca? Sí, lo había hecho sin notarlo.
Hace dieciocho años en la madrugada de un 15 de julio, Katsuki despertó a causa de una luz que provenía de la pequeña caja de madera que había dejado abierta cuando se quedó dormido. Somnoliento, se sentó en la cama recargando su espalda en la pared y tomó la caja para dejarla en su regazo.
Se sorprendió al presenciar lo que pasaba, el dije del collar de Izuku estaba brillando y ya no estaba roto. Eso significaba una cosa: Izuku volvió a renacer.
En ese instante, él quizo saber dónde se encontraba para ir a buscarlo hasta que recapacito y pensó que lo estaba por hacer era una completa estupidez, si Izuku había renacido eso significaba que en ese momento era sólo un bebé.
Al menos, para él al ya haberse acostumbrado a su forma de vivir, los años pasarían volando sin que lo notara, y vaya que sí sucedió así.
Tanto que ahora el destino había sido el que apresuró las cosas para que sus caminos se toparan.
—¿Puedo sentarme contigo? —preguntó una voz sobresaltandolo, ¿cuándo llegó ahí?—. ¡L-Lo siento por asustarte! —exclamó alzando un poco la voz y ocasionando que las personas lo miraran, se avergonzó y bajo la mirada—. P-Perdón.
Bakugo miró de reojo al chico que eran el centro de atención y levantó su rostro, mandándoles a todos los que lo observaban una mirada de muerte y rápidamente, las personas se concentraron en otras cosas.
—Siéntate —dijo Katsuki cuando volteo a verlo antes de volver a centrarse en el libro que leía—. Y deja de llamar la atención, Deku.
—Gracias —susurró dejando de lado el apodo que usó y miró el llamativo collar del rubio, éste lo miró cuando terminó de escribir algo en una libreta.
—¿Qué?
—N-Nada, sólo que tu collar es bonito.
Katsuki sonrió altanero, miró de reojo la agenda donde escribió y contestó.
-_-_-_-
» Martes 23 de junio de 2020:
Ya te encontré y esta vez, no te dejaré ir.
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—Lo sé, es especial.
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