Carta cinco
Quería llegar a ti...
Y finalmente he llegado a ti.
No tienes idea de lo cobarde que eres. No tienes una maldita idea de lo imbécil que eres para mí. Quizá triunfes dentro de tu élite masculina y las chicas caigan como cae un animal sediento y moribundo ante un pequeño charco de agua. Pero, ¿qué crees? Para mí no eres más que un fango asqueroso. Moriría de sed antes que acudir a ti.
Vendes una idea errónea sobre tu persona. Pareces agradable un segundo y al siguiente ya eres la versión más odiosa que puedes ser de ti mismo. No sé si es una táctica especial tuya, pero a mí me pareces alguien totalmente inestable en el que jamás de los jamases, ni en un posible fin del mundo, podría confiar. Lo más ínfimo de todo es que lo aprendí de la peor manera. Me hiciste el daño suficiente para convertir cada posible «Sí» en un rotundo «No».
Si tuviera que lanzarme a un océano repleto de tiburones o a tus brazos, me lanzaría sin dudarlo hacia los tiburones. Ellos al menos tienen justificación para su comportamiento. Tú no.
Comprendo, o intento hacerlo, que no es tu culpa al cien por ciento. Soy consciente de que también tienes problemas con tu autoestima y la aceptación del mundo, pero me molesta que mientras yo intento remediarlo y salir avante, tú sigas sumido donde mismo. Me molesta que permanezcas en el mismo sitio cómodo donde comenzaste. Me molesta que cada vez que creo que estoy recuperándome, tú tengas la capacidad de destruirme nuevamente.
¿Qué harás cuando debas encarar al mundo real? ¿Qué harás cuando realmente tengas que ser tú? ¿Te refugiarás en tu zona de confort toda la vida? ¿Sonreirás y aparentarás que todo encaja en perfecta sincronía cuando lo que quieres es hablar?
Ten un poquito más de carácter. Ten un poquito más de osadía. Eres otro que no sabe valorarse por lo que es y yo estoy harta de tener que valorarlos porque se me empieza a olvidar que yo también merezco que me valoren.
Se me olvida que no puedo erradicar pensamientos inherentes de personas testarudas que prefieren la comodidad. Se me olvida que tú no tienes el poder de herirme ni la exclusividad para lastimarme. Se me olvida que no te pertenezco, que no soy tu juguete y que no debo llorar por tu culpa.
¿Sabes que lloré dos fines de semana por tus acciones evasivas que lograron lastimarme?
Te hiciste a un lado, los dejaste herirme y después apareciste con tus intentos de compensarme.
A pesar de la diferencia temporal entre los dos sucesos, tú estuviste en el epicentro de todo.
Las condolencias te han salido mal. He recuperado la posesión de mis pensamientos y en ellos tú ya no coexistes conmigo. Tú ya fuiste desechado para siempre y no volverás a introducirte en mi mente de nuevo. No importan tus intentos porque te apartaré. No me dejaré guiar por las expectativas de los demás sobre nosotros porque ni siquiera hay un posible "nosotros". No importa las veces que el destino se empeñe en unirnos, eso no significa que debamos obedecerlo.
Cuando sonríes con afabilidad no olvido lo dañino que fuiste para mí. Cuando me preguntas cómo estoy y en qué puedes ayudarme, no dejo de lado que perteneces a un cuarteto cruel. Cuando me pides ayuda mantengo presente que te ofrecí lo mejor de mí y tú lo hiciste añicos de manera lenta para disfrutar de mi dolor. Cuando te portas lindo y sincero recuerdo que únicamente lo haces al estar solos, jamás lo haces delante de los demás.
En esos momentos, en los que me pareces agradable y haces que olvide el daño, vuelve a mi mente lo que me has provocado. El resto no te ve de la misma forma en que yo te veo y, aunque te agradezco algunas cosas, te repudio por otras.
Tus acciones buenas todavía no alcanzan a las malas y, si llegas a superarlas, yo ya me habré ido para siempre de tu vida. El sitio a tu lado será un hueco que sustituirás con facilidad porque será lo más sencillo para ti. Suprimir mi existencia nunca te ha sido difícil.
¿Recuerdas a lo que hiciste alusión? Concuerdo contigo, es una pena que nuestros momentos juntos estén llenos de molestia, tristeza, soledad y ridículos. No obstante, me he dado cuenta de algo. Nunca hubo un espacio donde la alegría nos describiera a ti y a mí. Separados estaremos muy bien y seremos tan felices como jamás lo seremos al lado de otro.
Por el momento sonrío, respondo a tus preguntas y te brindo mi ayuda. Pero lo recuerdo todo; desde las lágrimas agridulces hasta la carga de trabajo injusta siguen presentes en mi mente siempre que pienso en ti.
¿Sabes qué otros recuerdos acuden a mí? El momento en que me salvaste de reprobar, cuando te giraste hacia mí y sonreíste a pesar de que yo estaba molesta, cuando me diste el reconocimiento que merecía o cuando sólo nos teníamos el uno al otro. Son buenas memorias, lo admito. Sin embargo, no salvan nada y sólo sirven para lamentaciones, suposiciones y eternos y odiados "Quizás... Tal vez".
Yo ya no puedo ayudarte y tampoco debo hacerlo. Tienes que hacerlo tú porque la ayuda externa no tiene la misma importancia que la ayuda interna. Te lo dije y no voy a faltar a mi palabra, pero eso no significa que debas depositar toda la responsabilidad sobre mí. Si algún día decides cambiar, te apoyaré. Pero lo haré en la lejanía, detrás de una muralla donde no puedas herirme nuevamente.
¡Ayúdate a ti mismo, imbécil!
¡Quiérete un poco!
Quiérete...
...porque yo ya no lo haré más.
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