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DEMENTORES
HARRY LES EXPLICÓ A RON Y HERMIONE la conversación entre los padres del pelirrojo y las advertencias que el señor Weasley acababa de hacerle. Cuando terminó, Ron parecía atónito y Hermione se tapaba la boca con las manos. Las apartó para decir:
—¿Sirius Black escapó para ir detrás de ti? ¡Ah, Harry, tendrás que tener muchísimo cuidado! No vayas en busca de problemas...
—Yo no busco problemas —respondió Harry, molesto—. Los problemas normalmente me encuentran a mí.
—¡Qué tonto tendría que ser Harry para ir detrás de un chalado que quiere matarlo! —exclamó Ron, temblando.
Se tomaban la noticia peor de lo que Harry había esperado. Tanto Ron como Hermione parecían tenerle a Black más miedo que él.
—Nadie sabe cómo se ha escapado de Azkaban —dijo Ron, incómodo—. Es el primero. Y estaba en régimen de alta seguridad.
—Pero lo atraparán, ¿a que sí? —dijo Hermione convencida—. Bueno, están buscándolo también todos los muggles...
Hicieron silencio cuando una chica se paró en la puerta del compartimiento. Adelyn carraspeó.
—Uhm, lo siento... ¿solo quería preguntar si podría sentarme con ustedes? Los otros compartimientos están llenos.
Ron y Harry se le quedaron mirando, en silencio, por lo que Hermione fue la que habló.
—¡Claro que no! ¡Pasa! —la castaña sonrió. Conocía a Hermione más que a los dos chicos, y eran amigas.
Harry se levantó y ayudó a Adelyn con su baúl, lo que la adolescente agradeció antes de sentarse a su lado.
—Chicos, esta es Adelyn Carter. Va a nuestro mismo año y también es de Gryffindor —la castaña de sangre pura sonrió levemente. Harry recordó las varias veces que se cruzó con ella.
—Lamento incomodar —murmuró.
—Está bien —le aseguró Harry—. No incomodas.
—Espera —Ron volteó a ver a Hermione—. ¿Carter, dijiste? —esta vez miró a Adelyn—. ¿Como...?
—¿Jackson Carter? —Ron asintió, la chica sonrió—. Es mi papá.
—Oh, yo —miró a Harry un segundo, y se dio cuenta de que quizá, como el azabache, a ella tampoco le gustaba ser reconocida por sus padres—... lo siento —la castaña rió.
—Descuida, Ronald. Estoy acostumbrada. Estoy orgullosa de ser su hija.
—Adelyn es la mejor bruja de nuestra edad —musitó Hermione, quien siempre había estado feliz de conocer a alguien tan inteligente como ella.
—Como te lo he dicho repetidamente, creo que tú te ganas ese título, Hermione —la nombrada se ruborizó levemente.
—Pero todo lo que sé, lo leí. Tú eres una bruja increíble. Eres poderosa y verdaderamente inteligente.
—Creo que a alguien le gustas, Adelyn —comentó Ron. Los cuatro soltaron una risa—. ¿Qué es ese ruido? —preguntó de repente.
De algún lugar llegaba un leve silbido. Miraron por el compartimento.
—Viene de tu baúl, Harry —dijo Ron poniéndose en pie y alcanzando el portaequipajes.
Un momento después, había sacado el chivatoscopio de bolsillo de entre la túnica de Harry. Daba vueltas muy aprisa sobre la palma de la mano de Ron, brillando muy intensamente.
—¿Eso es un chivatoscopio? —preguntó Hermione con interés, levantándose para verlo mejor.
—Sí... Pero claro, es de los más baratos —dijo Ron—. Se puso como loco cuando lo até a la pata de Errol para enviárselo a Harry.
—¿No hacías nada malo en ese momento? —preguntó Hermione con perspicacia.
—¡No! Bueno..., no debía utilizar a Errol. Ya sabes que no está preparado para viajes largos... Pero ¿de qué otra manera hubiera podido hacerle llegar a Harry el regalo?
—Vuélvelo a meter en el baúl —le aconsejó Harry, porque su silbido les perforaba los oídos— o le despertará.
Señaló al profesor Lupin con la cabeza. Ron metió el chivatoscopio en un calcetín especialmente horroroso de tío Vernon, que ahogó el silbido, y luego cerró el baúl.
—Podríamos llevarlo a que lo revisen en Hogsmeade —dijo Ron, volviendo a sentarse—. Fred y George me han dicho que en Dervish y Banges, una tienda de instrumentos mágicos, venden cosas de este tipo.
—¿Sabes más cosas de Hogsmeade? —dijo Hermione con entusiasmo—. He leído que es la única población enteramente no muggle de Gran Bretaña...
—Sí, eso creo —respondió Ron de modo brusco—. Pero no es por eso por lo que quiero ir. ¡Sólo quiero entrar en Honeydukes! —Adelyn soltó una risa.
—¿Qué es eso? —preguntó Hermione.
—Es una tienda de golosinas —respondió Adelyn, pues Ron estaba demasiado emocionado como para responder él mismo—. Tienen de todo. Desde diablillos de pimienta que te hacen echar humo por la boca hasta plumas de azúcar que puedes chupar en clase y parecer que estás pensando lo que vas a escribir a continuación.
—Pero Hogsmeade es un lugar muy interesante —presionó Hermione con impaciencia—. En Lugares Históricos de la Brujería se dice que la taberna fue el centro en que se gestó la revuelta de los duendes de 1612. Y la Casa de los Gritos se considera el edificio más embrujado de Gran Bretaña...
Hermione se volvió hacia Harry.
—¿No será estupendo salir del colegio para explorar Hogsmeade?
—Supongo que sí—respondió Harry apesadumbrado—. Ya me lo contarán cuando lo hayan descubierto.
—¿Qué quieres decir? —preguntó Ron.
—Yo no puedo ir. Los Dursley no firmaron la autorización y Fudge tampoco quiso hacerlo.
Ron se quedó horrorizado. Adelyn se sintió mal por el azabache.
—¿Que no puedes venir? Pero... hay que buscar la forma... McGonagall o algún otro te dará permiso...
Harry se rió con sarcasmo. La profesora McGonagall, jefa de la casa Gryffindor, era muy estricta.
—Podemos preguntar a Fred y a George. Ellos conocen todos los pasadizos secretos para salir del castillo...
—¡Ron! —le interrumpió Hermione—. Creo que Harry no debería andar saliendo del colegio a escondidas debido a... ya sabes...
—¿Hablan de Sirius Black? —preguntó Adelyn, inocentemente. Los tres voltearon a verla boquiabiertos. La castaña no pudo evitar soltar una risa—. Cualquiera con familia en el Ministerio sabe que él anda detrás tuya —volteó a ver a Harry—. Hermione tiene razón, igual. No sé mucho sobre Black pero si lo que he oído es cierto, no quieres encontrarte con él, Harry.
—Ya, supongo que eso es lo que dirá McGonagall cuando le pida el permiso —observó Harry.
—Pero si nosotros estamos con él... Black no se atreverá a...
—No digas tonterías, Ron —interrumpió Hermione—. Black ha matado a un montón de gente en mitad de una calle concurrida. ¿Crees realmente que va a dejar de atacar a Harry porque estemos con él?
Mientras hablaba, Hermione enredaba las manos en la correa de la cesta en que iba Crookshanks.
—¡No dejes suelta esa cosa! —exclamó Ron, sobresaltando a Adelyn. Harry volteó a verla inmediatamente.
Pero ya era demasiado tarde. Crookshanks saltó con ligereza de la cesta, se desperezó, bostezó y se subió de un brinco a las rodillas de Ron; el bulto del bolsillo de Ron estaba temblando y él se quitó al gato de encima, dándole un empujón irritado.
—¡Apártate de aquí!
—¡No, Ron! —exclamó Hermione con enfado.
Ron estaba a punto de responder cuando el profesor Lupin se movió. Lo miraron con aprensión, pero él se limitó a volver la cabeza hacia el otro lado, con la boca todavía ligeramente abierta, y siguió durmiendo.
El expreso de Hogwarts seguía hacia el norte, sin detenerse. Y el paisaje que se veía por las ventanas se fue volviendo más agreste y oscuro mientras aumentaban las nubes.
A través de la puerta del compartimento se veía pasar gente hacia uno y otro lado. Crookshanks se había instalado en un asiento vacío, con su cara aplastada vuelta hacia Ron, y tenía los ojos amarillentos fijos en su bolsillo superior.
A la una en punto llegó la bruja regordeta que llevaba el carrito de la comida.
—¿Creen que deberíamos despertarlo? —preguntó Ron, incómodo, señalando al profesor Lupin con la cabeza—. Por su aspecto, creo que le vendría bien tomar algo.
Hermione se aproximó cautelosamente al profesor Lupin.
—Eeh... ¿profesor? —dijo—. Disculpe... ¿profesor?
El dormido no se inmutó.
—No te preocupes, querida —dijo la bruja, entregándole a Harry unos pasteles con forma de caldero—. Si se despierta con hambre, estaré en la parte delantera, con el maquinista.
—Está dormido, ¿verdad? —dijo Ron en voz baja, cuando la bruja cerró la puerta del compartimento—. Quiero decir que... no está muerto, claro.
—No, no: respira —susurró Hermione, cogiendo el pastel en forma de caldero que le alargaba Harry. El azabache le ofreció uno a Adelyn y la castaña le sonrió, murmurando un gracias. A pesar de que podría haber pagado por él, apreciaba el gesto.
Tal vez no fuera un ameno compañero de viaje, pero la presencia del profesor Lupin en el compartimento tenía su lado bueno. A media tarde, cuando empezó a llover y la lluvia emborronaba las colinas, volvieron a oír a alguien por el pasillo, y las tres personas a las que tenían menos aprecio aparecieron en la puerta: Draco Malfoy y sus dos amigotes, Vincent Crabbe y Gregory Goyle.
—Bueno, miren quiénes están ahí —dijo Malfoy con su habitual manera de hablar; arrastrando las palabras. Abrió la puerta del compartimento—. El chalado, la rata y la traidora a la sangre —Adelyn rodó los ojos ante aquello y sonrió levemente. Malfoy se molestó por eso—. ¿Qué es tan gracioso, Rose?
—Tus intentos de parecer amenazante, Lucius. Son peripatéticos —los tres Slytherin estaban confusos ante la palabra que la castaña había utilizado. Hermione, quien conocía el término, tuvo que morder su labio para evitar reír. Al igual que Ron y Harry, quienes estaban sorprendidos al conocer a alguien que no tenía miedo de enfrentarse al platinado.
—No uses mi segundo nombre, traidora.
—Entonces tú no uses el mío —contraatacó, restándole importancia. Malfoy rodó los ojos y miró a Weasley.
—He oído que tu padre por fin ha tocado oro este verano —dijo Malfoy—. ¿No se habrá muerto tu madre del susto?
Ron se levantó tan aprisa que tiró al suelo el cesto de Crookshanks. El profesor Lupin roncó.
—¿Quién es ése? —preguntó Malfoy, dando un paso atrás en cuanto se percató de la presencia de Lupin.
—Un nuevo profesor —contestó Harry, que se había levantado también por si tenía que sujetar a Ron—. ¿Qué decías, Malfoy?
Malfoy entornó sus ojos claros. No era tan idiota como para pelearse delante de un profesor.
—Vámonos —murmuró a Crabbe y Goyle, con rabia. Y desaparecieron.
Harry y Ron volvieron a sentarse. Ron se frotaba los nudillos.
—No pienso aguantarle nada a Malfoy este curso —dijo enfadado—. Lo digo en serio. Si hace otro comentario así sobre mi familia, le cogeré la cabeza y...
Ron hizo un gesto violento.
—Cuidado, Ron —susurró Hermione, señalando al profesor Lupin—. Cuidado...
Pero el profesor Lupin seguía profundamente dormido.
—Por favor que alguien me avise cuando Ronald le patee el trasero a Draco —pidió Adelyn. Los cuatro adolescentes rieron.
La lluvia arreciaba a medida que el tren avanzaba hacia el norte; las ventanillas eran ahora de un gris brillante que se oscurecía poco a poco, hasta que encendieron las luces que había a lo largo del pasillo y en el techo de los compartimentos. El tren traqueteaba, la lluvia golpeaba contra las ventanas, el viento rugía, pero el profesor Lupin seguía durmiendo.
—Debemos de estar llegando —dijo Ron, inclinándose hacia delante para mirar a través del reflejo del profesor Lupin por la ventanilla, ahora completamente negra.
Acababa de decirlo cuando el tren empezó a reducir la velocidad.
—Estupendo —dijo Ron, levantándose y yendo con cuidado hacia el otro lado del profesor Lupin, para ver algo fuera del tren—. Me muero de hambre. Tengo unas ganas de que empiece el banquete...
—No podemos haber llegado aún —dijo Hermione mirando el reloj. Adelyn tenía el ceño fruncido.
—Entonces, ¿por qué nos detenemos?
El tren iba cada vez más despacio. A medida que el ruido de los pistones se amortiguaba, el viento y la lluvia sonaban con más fuerza contra los cristales.
Adelyn, que era la que estaba más cerca de la puerta, se levantó para mirar por el pasillo. Por todo el vagón se asomaban cabezas curiosas. El tren se paró con una sacudida, y distintos golpes testimoniaron que algunos baúles se habían caído de los portaequipajes. Adelyn tropezó y cayó hacia atrás, pero Harry la sostuvo antes de que se golpeara contra el suelo. La castaña alzó la vista para mirarlo.
—Gracias —fue lo único que pudo decir. A continuación, sin previo aviso, se apagaron todas las luces y quedaron sumidos en una oscuridad total.
—¿Qué sucede? —dijo la voz de Ron.
—¡Ay! —gritó Hermione—. ¡Me has pisado, Ron!
Adelyn volvió a tientas a su asiento.
—¿Habremos tenido una avería?
—No sé...
Se oyó el sonido que produce la mano frotando un cristal mojado, y Harry vio la silueta negra y borrosa de Ron, que limpiaba el cristal y miraba fuera.
—Algo pasa ahí fuera —dijo Ron—. Creo que está subiendo gente...
La puerta del compartimento se abrió de repente y alguien cayó sobre las piernas de Adelyn, haciéndole daño.
—¡Perdona! ¿Tienes alguna idea de lo que pasa? ¡Ay! Lo siento...
—Hola, Neville —dijo Harry, tanteando en la oscuridad, y tirando hacia arriba de la capa de Neville.
—¿Harry? ¿Eres tú? ¿Qué sucede?
—¡No tengo ni idea! Siéntate...
Se oyó un bufido y un chillido de dolor. Neville había ido a sentarse sobre Crookshanks.
—Voy a preguntarle al maquinista qué sucede. —Harry notó que pasaba por su lado, oyó abrirse de nuevo la puerta, y después un golpe y dos fuertes chillidos de dolor.
—¿Quién eres?
—¿Quién eres?
—¿Ginny?
—¿Hermione?
—¿Qué haces?
—Buscaba a Ron...
—Entra y siéntate...
—Aquí no —dijo Harry apresuradamente, sin soltar a Adelyn, acercándola más a él para hacer espacio—. ¡Estoy yo!
—¡Ay! —exclamó Neville.
—¡Silencio! —dijo de repente una voz ronca.
Por fin se había despertado el profesor Lupin. Harry oyó que algo se movía en el rincón que él ocupaba. Nadie dijo nada.
Se oyó un chisporroteo y una luz parpadeante iluminó el compartimento. El profesor Lupin parecía tener en la mano un puñado de llamas que le iluminaban la cansada cara gris. Pero sus ojos se mostraban cautelosos.
—No se muevan —dijo con la misma voz ronca, y se puso de pie, despacio, con el puñado de llamas enfrente de él. La puerta se abrió lentamente antes de que Lupin pudiera alcanzarla.
De pie, en el umbral, iluminado por las llamas que tenía Lupin en la mano, había una figura cubierta con capa y que llegaba hasta el techo. Tenía la cara completamente oculta por una capucha. Harry miró hacia abajo y lo que vio le hizo contraer el estómago. De la capa surgía una mano gris, viscosa y con pústulas. Como algo que estuviera muerto y se hubiera corrompido bajo el agua...
Sólo estuvo a la vista una fracción de segundo. Como si el ser que se ocultaba bajo la capa hubiera notado la mirada de Harry, la mano se metió entre los pliegues de la tela negra.
Y entonces aspiró larga, lenta, ruidosamente, como si quisiera succionar algo más que aire. Adelyn se acercó más a Harry y él la rodeó con sus brazos, por instinto.
Un frío intenso se extendió por encima de todos. Harry fue consciente del aire que retenía en el pecho. El frío penetró más allá de su piel, le penetró en el pecho, en el corazón...
Los ojos de Harry se quedaron en blanco. No podía ver nada. Se ahogaba de frío. Oyó correr agua. Algo lo arrastraba hacia abajo y el rugido del agua se hacía más fuerte...
Y entonces, a lo lejos, oyó unos aterrorizados gritos de súplica. Quería ayudar a quien fuera. Intentó mover los brazos, pero no pudo. Una niebla espesa y blanca lo rodeaba, y también estaba dentro de él... Adelyn se preocupó al sentir el agarre que Harry matenía en su cintura aflojar, y volteó a verlo.
• • •
—¡Harry! ¡Harry! ¿Estás bien?
Alguien le daba palmadas en la cara.
—¿Qué?
Harry abrió los ojos. Sobre él había algunas luces y el suelo temblaba... El expreso de Hogwarts se ponía en marcha y la luz había vuelto. Por lo visto había resbalado del asiento y caído al suelo. Ron, Adelyn y Hermione estaban arrodillados a su lado, y por encima de ellos vio a Neville y al profesor Lupin, mirándolo.
Harry sentía ganas de vomitar. Al levantar la mano para subirse las gafas, notó su cara cubierta por un sudor frío.
Ron y Hermione lo ayudaron a levantarse y a sentarse en el asiento, Adelyn se sentó a su lado.
—¿Te encuentras bien? —preguntó Ron, asustado.
—Sí —dijo Harry, mirando rápidamente hacia la puerta. El ser encapuchado había desaparecido—. ¿Qué ha sucedido? ¿Dónde está ese... ese ser? ¿Quién gritaba?
—No gritaba nadie —respondió Ron, aún más asustado.
Harry examinó el compartimento iluminado. Ginny y Neville lo miraron, muy pálidos.
—Pero he oído gritos...
Todos se sobresaltaron al oír un chasquido. El profesor Lupin partía en trozos una tableta de chocolate.
—Toma —le dijo a Harry, entregándole un trozo especialmente grande—. Cómetelo. Te ayudará.
Harry cogió el chocolate, pero no se lo comió.
—¿Qué era ese ser? —le preguntó a Lupin.
—Un dementor —respondió Adelyn por el profesor—, ¿verdad? —Lupin asintió, repartiendo el chocolate entre los demás.
—Era uno de los dementores de Azkaban.
Todos lo miraron. El profesor Lupin arrugó el envoltorio vacío de la tableta de chocolate y se lo guardó en el bolsillo.
—Cómanlo —insistió—. Les vendrá bien. Discúlpenme, tengo que hablar con el maquinista...
Pasó por delante de Harry y desapareció por el pasillo.
—¿Seguro que estás bien, Harry? —preguntó Adelyn con preocupación, mirando a Harry.
—No entiendo... ¿Qué ha sucedido? —preguntó Harry, secándose el sudor de la cara.
—Bueno, ese ser... el dementor... se quedó ahí mirándonos. Es decir; creo que nos miraba, porque no pude verle la cara, y tú, tú...
—Creí que te estaba dando un ataque o algo así —dijo Ron, que parecía todavía asustado—. Te quedaste como rígido, te caíste del asiento y empezaste a agitarte...
—Y entonces el profesor Lupin pasó por encima de ti, se dirigió al dementor y sacó su varita —explicó Hermione—. Y dijo: «Ninguno de nosotros esconde a Sirius Black bajo la capa. Vete.» Pero el dementor no se movió, así que Lupin murmuró algo y de la varita salió una cosa plateada hacia el dementor. Y éste dio media vuelta y se fue...
—Ha sido horrible —dijo Neville, en voz más alta de lo normal—. ¿Notaron el frío cuando entró?
—Yo tuve una sensación muy rara —respondió Ron, moviendo los hombros con inquietud—, como si no pudiera ya volver a sentirme contento...
Ginny, que estaba encogida en su rincón y parecía sentirse casi tan mal como Harry, sollozó. Hermione se le acercó y le pasó un brazo por detrás, para reconfortaría.
—Eso es lo que hacen los dementores —asintió Adelyn. Todos la miraron. La castaña tampoco se veía muy bien—. Dicen que se alimentan de la esperanza y los sentimientos positivos.
—Pero ¿no se han caído del asiento? —preguntó Harry, extrañado.
—No —respondió Ron, volviendo a mirar a Harry con preocupación—. Ginny temblaba como loca, aunque...
Harry no conseguía entender. Estaba débil y tembloroso, como si se estuviera recuperando de una mala gripe. También sentía un poco de vergüenza. ¿Por qué había perdido el control de aquella manera, cuando los otros no lo habían hecho?
Adelyn notó la mirada avergonzada del azabache, y tomó su mano, vacilante. Harry le dio un apretón, agradecido. Ese gesto no pasó desapercibido por Hermione.
El profesor Lupin regresó. Se detuvo al entrar; miró alrededor y dijo con una breve sonrisa:
—No he envenenado el chocolate, ¿saben?
Harry le dio un mordisquito y ante su sorpresa sintió que algo le calentaba el cuerpo y que el calor se extendía hasta los dedos de las manos y de los pies.
—Llegaremos a Hogwarts en diez minutos —dijo el profesor Lupin—. ¿Te encuentras bien, Harry?
Harry no preguntó cómo se había enterado el profesor Lupin de su nombre.
—Sí —dijo, un poco confuso.
No hablaron apenas durante el resto del viaje. Finalmente se detuvo el tren en la estación de Hogsmeade, y se formó mucho barullo para salir del tren: las lechuzas ululaban, los gatos maullaban y el sapo de Neville croaba debajo de su sombrero. En el pequeño andén hacía un frío que pelaba; la lluvia era una ducha de hielo.
—¡Por aquí los de primer curso! —gritaba una voz familiar. Harry, Adelyn, Ron y Hermione se volvieron y vieron la silueta gigante de Hagrid en el otro extremo del andén, indicando por señas a los nuevos estudiantes, que estaban algo asustados, que se adelantaran para iniciar el tradicional recorrido por el lago.
—¿Están bien los cuatro? —gritó Hagrid, por encima de la multitud. Conocía a Adelyn por su padre, y la quería tanto como a una hija.
Lo saludaron con la mano, pero no pudieron hablarle porque la multitud los empujaba a lo largo del andén. Harry, Adelyn, Ron y Hermione siguieron al resto de los alumnos y salieron a un camino embarrado y desigual, donde aguardaban al resto de los alumnos al menos cien diligencias, todas tiradas por caballos invisibles. O eso suponía Harry, porque cuando subieron a una y cerraron la portezuela, se puso en marcha ella sola, dando botes.
La diligencia olía un poco a moho y a paja. Harry se sentía mejor después de tomar el chocolate, pero aún estaba débil. Ron y Hermione lo miraban todo el tiempo de reojo, como si tuvieran miedo de que perdiera de nuevo el conocimiento. El azabache volteaba a ver a Adelyn de vez en cuando.
Mientras el coche avanzaba lentamente hacia unas suntuosas verjas de hierro flanqueadas por columnas de piedra coronadas por estatuillas de cerdos alados, Harry vio a otros dos dementores encapuchados y descomunales, que montaban guardia a cada lado. Estuvo a punto de darle otro frío vahído. Se reclinó en el asiento lleno de bultos y cerró los ojos hasta que hubieron atravesado la verja. Adelyn lo notó y sujetó su mano nuevamente, esta vez siendo ella la que dio un apretón. El carruaje cogió velocidad por el largo y empinado camino que llevaba al castillo; Hermione se asomaba por la ventanilla para ver acercarse las pequeñas torres. Finalmente, el carruaje se detuvo y Hermione, Adelyn y Ron bajaron.
Al bajar; Harry oyó una voz que arrastraba alegremente las sílabas:
—¿Te has desmayado, Potter? ¿Es verdad lo que dice Longbottom? ¿Realmente te desmayaste?
Malfoy le dio con el codo a Hermione al pasar por su lado, y salió al paso de Harry, que subía al castillo por la escalinata de piedra. Sus ojos claros y su cara alegre brillaban de malicia.
—¡Lárgate, Malfoy! —dijo Ron con la mandíbula apretadas.
—¿Tú también te desmayaste, Weasley? —preguntó Malfoy, levantando la voz—. ¿También te asustó a ti el viejo dementor; Weasley?
—¿Hay algún problema? —preguntó una voz amable. El profesor Lupin acababa de bajarse de la diligencia que iba detrás de la de ellos.
Malfoy dirigió una mirada insolente al profesor Lupin, y vio los remiendos de su ropa y su maleta desvencijada. Con cierto sarcasmo en la voz, dijo:
—Oh, no, eh... profesor...
Entonces dirigió a Crabbe y Goyle una sonrisita, y subieron los tres hacia el castillo. Adelyn rodó los ojos nuevamente.
Su año había comenzado de maravilla.
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