five
SIRIUS BLACK
HARRY NO HABÍA PENSADO AÚN qué le iba a decir a la profesora McGonagall cuando sonara el timbre al final de la clase, pero fue ella la primera en sacar el tema de Hogsmeade.
—¡Un momento, por favor! —dijo en voz alta, cuando los alumnos empezaban a salir—. Dado que son todos de Gryffindor; como yo, deberían entregarme vuestras autorizaciones antes de Halloween. Sin autorización no hay visita al pueblo, así que no se les olvide.
Neville levantó la mano.
—Perdone, profesora. Yo... creo que he perdido...
—Tu abuela me la envió directamente, Longbottom —dijo la profesora McGonagall—. Pensó que era más seguro. Bueno, eso es todo, pueden salir.
—Pregúntaselo ahora —susurró Ron a Harry
—Ah, pero... —fue a decir Hermione.
—Adelante, Harry —le incitó Ron con testarudez.
Harry aguardó a que saliera el resto de la clase y se acercó nervioso a la mesa de la profesora McGonagall.
—¿Sí, Potter?
Harry tomó aire.
—Profesora, mis tíos... olvidaron... firmarme la autorización —dijo.
La profesora McGonagall lo miró por encima de sus gafas cuadradas, pero no dijo nada.
—Y por eso... eh... ¿piensa que podría... esto... ir a Hogsmeade?
La profesora McGonagall bajó la vista y comenzó a revolver los papeles de su escritorio.
—Me temo que no, Potter. Ya has oído lo que dije. Sin autorización no hay visita al pueblo. Es la norma.
—Pero... mis tíos... ¿sabe?, son muggles. No entienden nada de... de las cosas de Hogwarts —explicó Harry, mientras Ron le hacía señas de ánimo—. Si usted me diera permiso...
—Pero no te lo doy —dijo la profesora McGonagall poniéndose en pie y guardando ordenadamente sus papeles en un cajón—. El impreso de autorización dice claramente que el padre o tutor debe dar permiso. —Se volvió para mirarlo, con una extraña expresión en el rostro. ¿Era de pena?—. Lo siento, Potter; pero es mi última palabra. Lo mejor será que te des prisa o llegarás tarde a la próxima clase.
No había nada que hacer. Ron llamó de todo a la profesora McGonagall y eso le pareció muy mal a Hermione. Hermione puso cara de «mejor así», lo cual consiguió enfadar a Ron aún más, y Harry tuvo que aguantar que todos sus compañeros de clase comentaran en voz alta y muy contentos lo que harían al llegar a Hogsmeade.
—Por lo menos te queda el banquete. Ya sabes, el banquete de la noche de Halloween.
—Sí —aceptó Harry con tristeza—. Genial.
El banquete de Halloween era siempre bueno, pero sabría mucho mejor si acudía a él después de haber pasado el día en Hogsmeade con todos los demás. Nada de lo que le dijeran le hacía resignarse. Dean Thomas, que era bueno con la pluma, se había ofrecido a falsificar la firma de tío Vernon, pero como Harry ya le había dicho a la profesora McGonagall que no se la habían firmado, no era posible probar aquello. Ron sugirió no muy convencido la capa invisible, pero Hermione rechazó de plano la posibilidad recordándole a Ron lo que les había dicho Dumbledore sobre que los dementores podían ver a través de ellas.
Percy pronunció las palabras que probablemente le ayudaron menos a resignarse:
—Arman mucho revuelo con Hogsmeade, pero te puedo asegurar que no es para tanto —le dijo muy serio—. Bueno, es verdad que la tienda de golosinas es bastante buena, pero la tienda de artículos de broma de Zonko es francamente peligrosa. Y la Casa de los Gritos merece la visita, pero aparte de eso no te pierdes nada.
La mañana del día de Halloween, Harry se despertó al mismo tiempo que los demás y bajó a desayunar muy triste, pero tratando de disimularlo.
—Te traeremos un montón de golosinas de Honeydukes —le dijo Hermione, compadeciéndose de él.
—Sí, montones —dijo Ron. Por fin habían hecho las paces él y Hermione.
—No se preocupen por mí —dijo Harry con una voz que procuró que le saliera despreocupada—. Ya nos veremos en el banquete. Diviértanse.
Los acompañó hasta el vestíbulo, donde Filch, el conserje, de pie en el lado interior de la puerta, señalaba los nombres en una lista, examinando detenida y recelosamente cada rostro yasegurándose de que nadie salía sin permiso.
—¿Y Adelyn? —preguntó Harry, pues no la había visto en toda la mañana. Ron y Hermione se encogieron de hombros.
—Quizá ya salió —sugirió Ron. Harry se sentía algo desilusionado, pues había comenzado a querer a la castaña, y pensó que al menos le desearía un buen día.
—¿Te quedas aquí, Potter? —gritó Malfoy, que estaba en la cola, junto a Crabbe y a Goyle—. ¿No te atreves a cruzarte con los dementores?
Harry no le hizo caso y volvió solo por las escaleras de mármol y los pasillos vacíos, y llegó a la torre de Gryffindor.
—¿Contraseña? —dijo la señora gorda despertándose sobresaltada.
—Fortuna maior —contestó Harry con desgana.
El retrato le dejó paso y entró en la sala común. Estaba repleta de chavales de primero y de segundo, todos hablando, y de unos cuantos alumnos mayores que obviamente habían visitado Hogsmeade tantas veces que ya no les interesaba.
En un rincón, cerca de la chimenea, la vio. Adelyn estaba sentada en un sofá, con un libro en sus manos. Harry notó que era el libro que Hagrid les había pedido para su materia. Se acercó a ella, confuso.
—Hey —la castaña alzó la mirada para verlo, y sonrió, cerrando el libro y asegurándose de atarlo.
—Hola, Harry —el nombrado se sentó a su lado.
—¿Qué haces aquí? Pensé que habías ido a Hogsmeade.
—Decidí quedarme a hacerte compañía —Harry iba a protestar—. Tenemos cuatro años más para ir a Hogsmeade, Potter. Una salida menos no le hace daño a nadie —el adolescente sonrió, agradecido por el gesto—. Entonces —se acomodó en el sofá—, ¿qué quieres hacer?
• • •
El dúo se encontraba en los terrenos de Hogwarts, sentados contra un árbol. Hablaban de cualquier cosa, hasta que acabaron en el tema de los permisos, y comenzaron a hablar de sus familias.
—¿Puedo preguntarte algo? —inquirió el azabache. Adelyn asintió—. Malfoy no te trata como a una amiga, pero aún así pareciera que le importas. ¿Por qué?
—Su madre y la mía eran amigas cuando cursaron Hogwarts —Harry frunció el ceño.
—Creí que tu madre era muggle —la castaña sonrió con un deje de nostalgia.
—Mi madre era una bruja —Harry se sorprendió ante el tiempo pasado, pero no dijo nada—. Ella era de Hufflepuff, igual que sus padres y mi abuela paterna —Harry asintió—. Conoció a mi padre en cuarto año, y se enamoraron. Poco después de que acabaron Hogwarts se casaron y me tuvieron a mí —suspiró—. Mi abuelo paterno era de Slytherin. Un seguidor de Voldemort —Harry abrió los ojos como platos—. Cuando él estaba al poder, cazó a mi padre para incorporarlo a sus filas de seguidores. Estaba asombrado con el poder de mi padre y quería usarlo para su beneficio. Para ganar.
Tuvo que detenerse para tragar el nudo en su garganta, y Harry tomó su mano de manera reconfortante.
—Tus padres y los míos eran amigos —a Harry se le cristalizaron los ojos ante la mención de sus padres—. El día en que Voldemort los asesinó, descubrió una carta que Lily planeaba enviarle a mi madre. Descubrió dónde nos escondíamos y, con sus últimas fuerzas, no dudó en buscarnos —llevó un puño a su rostro, secando una lágrima con la manga de su túnica—. Mi madre lo distrajo mientras mi padre me sacaba de allí antes de que él descubriera mi existencia. Pero cuando volvió a por ella, Voldemort se había ido y ella ya estaba muerta.
Su voz se quebró. Harry no dudó en abrazarla. La castaña se sujetó de la túnica del azabache y se escondió en su pecho, ahogando sus sollozos.
• • •
Harry y Adelyn volvían a la sala común, cuando de cruzaron con Filch,
—¿Qué hacen? —les gruñó Filch, suspicaz.
—Nada —respondió Harry con franqueza.
—¿Nada? —le soltó Filch, con la mandíbula temblando—. ¡No me digas! Husmeando por ahí ustedes solos. ¿Por qué no están en Hogsmeade, comprando bombas fétidas, polvos para eructar y gusanos silbantes, como el resto de sus desagradables amiguitos?
Harry y Adelyn se encogieron de hombros.
—Bueno, regresen a la sala común de si casa —dijo Filch, que siguió mirándolos fijamente hasta que se perdieron de vista.
Pero no regresaron a la sala común; subierom una escalera, pensando en que tal vez podíam ir a la pajarera de las lechuzas, e iban por otro pasillo cuando dijo una voz que salía del interior de un aula:
—¿Harry? ¿Adelyn? —ambos retrocedieron para ver quién los llamaba y se encontraron al profesor Lupin, que los miraba desde la puerta de su despacho—. ¿Qué hacen? —le preguntó Lupin en un tono muy diferente al de Filch—. ¿Dónde están Ron y Hermione?
—En Hogsmeade —respondió Harry; con voz que fingía no dar importancia a lo que decía.
—Ah —dijo Lupin. Observó a ambos un momento—. ¿Por qué no pasan? Acabo de recibir un grindylow para nuestra próxima clase.
—¿Un qué? —preguntó Harry. Adelyn, en cambio, soltó un jadeo de asombro.
—¡Siempre quise ver uno! —exclamó, sacándole una sonrisa al profesor. Entraron en el despacho siguiendo a Lupin. En un rincón había un enorme depósito de agua. Una criatura de un color verde asqueroso, con pequeños cuernos afilados, pegaba la cara contra el cristal, haciendo muecas y doblando sus dedos largos y delgados.
—Es un demonio de agua —dijo Lupin, observando el grindylow ensimismado—. No debería darnos muchas dificultades, sobre todo después de los kappas. El truco es deshacerse de su tenaza. ¿Se dan cuenta de la extraordinaria longitud de sus dedos? Fuertes, pero muy quebradizos.
El grindylow enseñó sus dientes verdes y se metió en una espesura de algas que había en un rincón.
—¿Una taza de té? —les preguntó Lupin, buscando la tetera—. Iba a prepararlo.
—Bueno —dijo Harry, algo avergonzado. Lupin dio a la tetera un golpecito con la varita y por el pitorro salió un chorro de vapor.
—Siéntense —dijo Lupin, destapando una caja polvorienta—. Lo lamento, pero sólo tengo té en bolsitas. Aunque me imagino que estarás harto del té suelto —miró a Harry.
Ambos lo miraron. A Lupin le brillaban los ojos.
—¿Cómo lo sabe? —preguntó Harry
—Me lo ha dicho la profesora McGonagall —explicó Lupin, pasándoles a Harry y Adelyn unas tazas descascarilladas—. No te preocupa, ¿verdad?
—No —respondió Harry
Pensó por un momento en contarle a Lupin lo del perro que había visto en la calle Magnolia, pero se contuvo. No quería que Lupin creyera que era un cobarde y menos desde que el profesor parecía suponer que no podía enfrentarse a un boggart.
Algo de los pensamientos de Harry debió de reflejarse en su cara, porque Lupin dijo:
—¿Estás preocupado por algo, Harry?
—No —mintió Harry. Sorbió un poco de té y vio que el grindylow lo amenazaba con el puño—. Sí —dijo de repente, dejando el té en el escritorio de Lupin—. ¿Recuerda el día que nos enfrentamos al boggart?
—Sí —respondió Lupin.
—¿Por qué no me dejó enfrentarme a él? —le preguntó.
Lupin alzó las cejas.
—Creí que estaba claro —dijo sorprendido.
Harry, que había imaginado que Lupin lo negaría, se quedó atónito.
—¿Por qué? —preguntó esta vez Adelyn.
—Bueno —respondió Lupin frunciendo un poco el entrecejo—, pensé que si el boggart se enfrentaba contigo adoptaría la forma de Lord Voldemort.
Harry se le quedó mirando, impresionado. No sólo era aquélla la respuesta que menos esperaba, sino que además Lupin había pronunciado el nombre de Voldemort. La única persona a la que había oído pronunciar ese nombre, aparte de él mismo y Adelyn, era el profesor Dumbledore.
—Es evidente que estaba en un error —añadió Lupin, frunciendo el entrecejo—. Pero no creí que fuera buena idea que Voldemort se materializase en la sala de profesores. Pensé que se aterrorizarían.
—El primero en quien pensé fue Voldemort —dijo Harry con sinceridad—. Pero luego recordé a los dementores.
—Ya veo —dijo Lupin pensativamente—. Bien, bien..., estoy impresionado. —Sonrió ligeramente ante la cara de sorpresa que ponía Harry—. Eso sugiere que lo que más miedo te da es... el miedo. Muy sensato, Harry.
Harry no supo qué contestar; de forma que dio otro sorbo al té.
—¿Así que pensabas que no te creía capaz de enfrentarte a un boggart? —dijo Lupin astutamente. Adelyn volteó a ver a Harry, enarcando una ceja.
—Bueno..., sí —dijo Harry. Estaba mucho más contento—. Profesor Lupin, usted conoce a los dementores...
Le interrumpieron unos golpes en la puerta.
—Adelante —dijo Lupin.
Se abrió la puerta y entró Snape. Llevaba una copa de la que salía un poco de humo y se detuvo al ver a Harry y Adelyn. Entornó sus ojos negros.
—¡Ah, Severus! —dijo Lupin sonriendo—. Muchas gracias. ¿Podrías dejarlo aquí, en el escritorio? —Snape posó la copa humeante. Sus ojos pasaban de Harry a Adelyn a Lupin—. Estaba enseñandoles a Harry y Adelyn mi grindylow —dijo Lupin con cordialidad, señalando el depósito.
—Fascinante —comentó Snape, sin mirar a la criatura—. Deberías tomártelo ya, Lupin.
—Sí, sí, enseguida —dijo Lupin.
—He hecho un caldero entero. Si necesitas más...
—Seguramente mañana tomaré otro poco. Muchas gracias, Severus.
—De nada —respondió Snape. Pero había en sus ojos una expresión que a Harry no le gustó. Salió del despacho retrocediendo, sin sonreír y receloso.
Harry miró la copa con curiosidad. Lupin sonrió.
—El profesor Snape, muy amablemente, me ha preparado esta poción —dijo—. Nunca se me ha dado muy bien lo de preparar pociones y ésta es especialmente difícil. —Cogió la copa y la olió—. Es una pena que no admita azúcar —añadió, tomando un sorbito y torciendo la boca.
—¿Por qué...? —comenzó Adelyn.
Lupin lo miró y respondió a la pregunta que Adelyn no había acabado de formular:
—No me he encontrado muy bien —dijo—. Esta poción es lo único que me sana. Es una suerte tener de compañero al profesor Snape; no hay muchos magos capaces de prepararla.
El profesor Lupin bebió otro sorbo y Harry tuvo el impulso de quitarle la copa de las manos.
—El profesor Snape está muy interesado por las Artes Oscuras —barbotó.
—¿De verdad? —preguntó Lupin, sin mucho interés, bebiendo otro trago de la poción.
—Hay quien piensa... —Harry dudó, pero se atrevió a seguir hablando—, hay quien piensa que sería capaz de cualquier cosa para conseguir el puesto de profesor de Defensa Contra las Artes Oscuras —Adelyn volteó a verlo sorprendida, pues había captado a lo que se refería.
Lupin vació la copa e hizo un gesto de desagrado.
—Asqueroso —dijo—. Bien, Harry, Adelyn. Tengo que seguir trabajando. Nos veremos en el banquete.
—De acuerdo —dijo Harry, dejando su taza de té. Adelyn lo imitó. La copa, ya vacía, seguía echando humo.
—Buenas tardes, profesor —se despidió Adelyn.
• • •
—Aquí tienes —dijo Ron—. Hemos traído todos los que pudimos.
Un chaparrón de caramelos de brillantes colores cayó sobre las piernas de Harry. Ya había anochecido, y Ron y Hermione acababan de hacer su aparición en la sala común, con la cara enrojecida por el frío viento y con pinta de habérselo pasado mejor que en toda su vida. Hermione le había comprado tinta roja a Adelyn, pues sorpresivamente a la castaña ya se le había acabado la suya.
—Gracias —dijo Harry, cogiendo un paquete de pequeños y negros diablillos de pimienta. Hermione y Ron les contaron cómo era Hogsmeade.
—¿Y ustedes que han hecho? —les preguntó Hermione—. ¿Han trabajado?
—No —respondió Harry—. Lupin nos invitó a un té en su despacho. Y entró Snape...
Les contaron lo de la copa. Ron se quedó con la boca abierta.
—¿Y Lupin se la bebió? —exclamó—. ¿Está loco?
Hermione miró la hora.
—Será mejor que vayamos bajando. El banquete empezará dentro de cinco minutos.
Pasaron por el retrato entre la multitud, todavía hablando de Snape.
—Pero si él..., ya saben... —Hermione bajó la voz, mirando a su alrededor con cautela—. Si intentara envenenar a Lupin, no lo haría delante de Harry y Adelyn.
—Sí, quizá tengas razón —dijo Harry mientras llegaban al vestíbulo y lo cruzaban para entrar en el Gran Comedor.
Lo habían decorado con cientos de calabazas con velas dentro, una bandada de murciélagos vivos que revoloteaban y muchas serpentinas de color naranja brillante que caían del techo como culebras de río.
La comida fue deliciosa. Incluso Hermione y Ron, que estaban que reventaban de los dulces que habían comido en Honeydukes, repitieron. Harry no paraba de mirar a la mesa de los profesores. El profesor Lupin parecía alegre y más sano que nunca. Hablaba animadamente con el pequeñísimo profesor Flitwick. Harry recorrió la mesa con la mirada hasta el lugar en que se sentaba Snape. ¿Se lo estaba imaginando o Snape miraba a Lupin y parpadeaba más de lo normal?
El banquete terminó con una actuación de los fantasmas de Hogwarts. Saltaron de los muros y de las mesas para llevar a cabo un pequeño vuelo en formación. Nick Casi Decapitado, el fantasma de Gryffindor; cosechó un gran éxito con una representación de su propia desastrosa decapitación.
Fue una noche tan estupenda que Malfoy no pudo enturbiar el buen humor de Harry al gritarle por entre la multitud, cuando salían del Gran Comedor:
—¡Los dementores te envían recuerdos, Potter!
Harry, Adelyn, Ron y Hermione siguieron al resto de los de su casa por el camino de la torre de Gryffindor, pero cuando llegaron al corredor al final del cual estaba el retrato de la señora gorda, lo encontraron atestado de alumnos.
—¿Por qué no entran? —preguntó Ron intrigado.
Harry miró delante de él, por encima de las cabezas. El retrato estaba cerrado.
—Déjenme pasar; por favor —dijo la voz de Percy. Se esforzaba por abrirse paso a través de la multitud, dándose importancia—. ¿Qué es lo que ocurre? No es posible que nadie se acuerde de la contraseña. Déjenme pasar, soy el Premio Anual.
La multitud guardó silencio entonces, empezando por los de delante. Fue como si un aire frío se extendiera por el corredor. Oyeron que Percy decía con una voz repentinamente aguda:
—Que alguien vaya a buscar al profesor Dumbledore, rápido.
Las cabezas se volvieron. Los de atrás se ponían de puntillas.
—¿Qué sucede? —preguntó Ginny, que acababa de llegar. Al cabo de un instante hizo su aparición el profesor Dumbledore, dirigiéndose velozmente hacia el retrato. Los alumnos de Gryffindor se apretujaban para dejarle paso, y Harry, Adelyn, Ron y Hermione se acercaron un poco para ver qué sucedía.
—¡Anda, mi madr...! —exclamó Hermione, cogiéndose al brazo de Harry. Adelyn soltó un jadeo.
La señora gorda había desaparecido del retrato, que había sido rajado tan ferozmente que algunas tiras del lienzo habían caído al suelo. Faltaban varios trozos grandes.
Dumbledore dirigió una rápida mirada al retrato estropeado y se volvió. Con ojos entristecidos vio a los profesores McGonagall, Lupin y Snape, que se acercaban a toda prisa.
—Hay que encontrarla —dijo Dumbledore—. Por favor; profesora McGonagall, dígale enseguida al señor Filch que busque a la señora gorda por todos los cuadros del castillo.
—¡Apañados vais! —dijo una voz socarrona.
Era Peeves, que revoloteaba por encima de la multitud y estaba encantado, como cada vez que veía a los demás preocupados por algún problema.
—¿Qué quieres decir, Peeves? —le preguntó Dumbledore tranquilamente.
La sonrisa de Peeves desapareció. No se atrevía a burlarse de Dumbledore. Adoptó una voz empalagosa que no era mejor que su risa.
—Le da vergüenza, señor director. No quiere que la vean. Es un desastre de mujer. La vi correr por el paisaje, hacia el cuarto piso, señor; esquivando los árboles y gritando algo terrible —dijo con alegría—. Pobrecita —añadió sin convicción.
—¿Dijo quién lo ha hecho? —preguntó Dumbledore en voz baja.
—Sí, señor director —dijo Peeves, con pinta de estar meciendo una bomba en sus brazos—. Se enfadó con ella porque no le permitió entrar, ¿sabe? —Peeves dio una vuelta de campana y dirigió a Dumbledore una sonrisa por entre sus propias piernas—. Ese Sirius Black tiene un genio insoportable.
Harry, Adelyn, Ron y Hermione se miraron.
• • •
El profesor Dumbledore mandó que los estudiantes de Gryffindor volvieran al Gran Comedor; donde se les unieron, diez minutos después, los de Ravenclaw, Hufflepuff y Slytherin. Todos parecían confusos.
—Los demás profesores y yo tenemos que llevar a cabo un rastreo por todo el castillo —explicó el profesor Dumbledore, mientras McGonagall y Flitwick cerraban todas las puertas del Gran Comedor—. Me temo que, por su propia seguridad, tendrán que pasar aquí la noche. Quiero que los prefectos monten guardia en las puertas del Gran Comedor y dejo de encargados a los dos Premios Anuales. Comuníquenme cualquier novedad —añadió, dirigiéndose a Percy, que se sentía inmensamente orgulloso—. Avísenme por medio de algún fantasma —el profesor Dumbledore se detuvo antes de salir del Gran Comedor y añadió—: Bueno, necesitarán...
Con un movimiento de la varita, envió volando las largas mesas hacia las paredes del Gran Comedor. Con otro movimiento, el suelo quedó cubierto con cientos de mullidos sacos de dormir rojos.
—Felices sueños —dijo el profesor Dumbledore, cerrando la puerta.
El Gran Comedor empezó a bullir de excitación. Los de Gryffindor contaban al resto del colegio lo que acababa de suceder.
—¡Todos a los sacos! —gritó Percy—. ¡Ahora mismo, se acabó la charla! ¡Apagaré las luces dentro de diez minutos!
—Vamos —les dijo Ron a Hermione, Adelyn y Harry. Tomaron cuatro sacos de dormir y se los llevaron a un rincón.
—¿Creen que Black sigue en el castillo? —susurró Hermione con preocupación.
—Evidentemente, Dumbledore piensa que es posible —dijo Ron.
—Es una suerte que haya elegido esta noche, ¿se dan cuenta? —dijo Hermione, mientras se metían vestidos en los sacos de dormir y se apoyaban en el codo para hablar—. La única noche que no estábamos en la torre...
—Supongo que con la huida no sabrá en qué día vive —dijo Ron—. No se ha dado cuenta de que es Halloween. De lo contrario, habría entrado aquí a saco.
Hermione se estremeció. A su alrededor todos se hacían la misma pregunta:
—¿Cómo ha podido entrar?
—A lo mejor sabe cómo aparecerse —dijo un alumno de Ravenclaw que estaba cerca de ellos—. Cómo salir de la nada.
—A lo mejor se ha disfrazado —dijo uno de Hufflepuff, de quinto curso.
—Podría haber entrado volando—sugirió Dean Thomas.
—Hay que ver; ¿es que soy la única persona que ha leído Historia de Hogwarts? —preguntó Hermione a Adelyn, a Harry y a Ron, perdiendo la paciencia.
—Casi seguro —dijo Ron—. ¿Por qué lo dices?
—Porque el castillo no está protegido sólo por muros —indicó Adelyn, quien también había leído el libro—, sino también por todo tipo de encantamientos para evitar que nadie entre furtivamente. No es tan fácil aparecerse aquí.
—Exacto —Hermione asintió—. Y quisiera ver el disfraz capaz de engañar a los dementores. Vigilan cada una de las entradas a los terrenos del colegio. Si hubiera entrado volando, también lo habrían visto. Filch conoce todos los pasadizos secretos y estarán vigilados.
—¡Voy a apagar las luces ya! —gritó Percy—. Quiero que todo el mundo esté metido en el saco y callado.
Todas las velas se apagaron a la vez. La única luz venía de los fantasmas de color de plata, que se movían por todas partes, hablando con gravedad con los prefectos, y del techo encantado, tan cuajado de estrellas como el mismo cielo exterior. Entre aquello y el cuchicheo ininterrumpido de sus compañeros, Harry se sintió como durmiendo a la intemperie, arrullado por la brisa.
Cada hora aparecía por el salón un profesor para comprobar que todo se hallaba en orden. Hacia las tres de la mañana, cuando por fin se habían quedado dormidos muchos alumnos, entró el profesor Dumbledore. Harry vio que iba buscando a Percy, que rondaba por entre los sacos de dormir amonestando a los que hablaban. Percy estaba a corta distancia de Harry, Adelyn, Ron y Hermione, que fingieron estar dormidos cuando se acercaron los pasos de Dumbledore.
—¿Han encontrado algún rastro de él, profesor? —le preguntó Percy en un susurro.
—No. ¿Por aquí todo bien?
—Todo bajo control, señor.
—Bien. No vale la pena moverlos a todos ahora. He encontrado a un guarda provisional para el agujero del retrato de Gryffindor. Mañana podrás llevarlos a todos.
—¿Y la señora gorda, señor?
—Se había escondido en un mapa de Argyllshire del segundo piso. Parece que se negó a dejar entrar a Black sin la contraseña, y por eso la atacó. Sigue muy consternada, pero en cuanto se tranquilice le diré al señor Filch que restaure el lienzo.
Harry oyó crujir la puerta del salón cuando volvió a abrirse, y más pasos.
—¿Señor director? —Era Snape. Harry se quedó completamente inmóvil—. Hemos registrado todo el primer piso. No estaba allí. Y Filch ha examinado las mazmorras. Tampoco ha encontrado rastro de él.
—¿Y la torre de astronomía? ¿Y el aula de la profesora Trelawney? ¿Y la pajarera de las lechuzas?
—Lo hemos registrado todo...
—Muy bien, Severus. La verdad es que no creía que Black prolongara su estancia aquí.
—¿Tiene alguna idea de cómo pudo entrar; profesor? —preguntó Snape.
Harry alzó la cabeza ligeramente, para desobstruirse el otro oído.
—Muchas, Severus, pero todas igual de improbables.
Harry abrió un poco los ojos y miró hacia donde se encontraban ellos. Dumbledore estaba de espaldas a él, pero pudo ver el rostro de Percy, muy atento, y el perfil de Snape, que parecía enfadado.
—¿Se acuerda, señor director; de la conversación que tuvimos poco antes de... comenzar el curso? —preguntó Snape, abriendo apenas los labios, como para que Percy no se enterara.
—Me acuerdo, Severus —dijo Dumbledore. En su voz había como un dejo de reconvención.
—Parece... casi imposible... que Black haya podido entrar en el colegio sin ayuda del interior. Expresé mi preocupación cuando usted señaló...
—No creo que nadie de este castillo ayudara a Black a entrar —dijo Dumbledore en un tono que dejaba bien claro que daba el asunto por zanjado. Snape no contestó—. Tengo que bajar a ver a los dementores. Les dije que les informaría cuando hubiéramos terminado el registro.
—¿No quisieron ayudarnos, señor? —preguntó Percy.
—Sí, desde luego —respondió Dumbledore fríamente—. Pero me temo que mientras yo sea director; ningún dementor cruzará el umbral de este castillo.
Percy se quedó un poco avergonzado. Dumbledore salió del salón con rapidez y silenciosamente. Snape aguardó allí un momento, mirando al director con una expresión de profundo resentimiento. Luego también él se marchó.
Harry miró a la derecha, a Ron y a Hermione. Todos tenían los ojos abiertos, reflejando el techo estrellado.
—¿De qué hablaban? —preguntó Ron. Harry negó, dando a entender que no lo sabía, y cuando volteó hacia su izquierda para preguntarle algo a Adelyn, notó que la bruja ya se había quedado dormida
• • •
Durante los días que siguieron, en el colegio no se habló de otra cosa que de Sirius Black. Las especulaciones acerca de cómo había logrado penetrar en el castillo fueron cada vez más fantásticas; Hannah Abbott, de Hufflepuff, se pasó la mayor parte de la clase de Herbología contando que Black podía transformarse en un arbusto florido.
Habían quitado de la pared el lienzo rasgado de la señora gorda y lo habían reemplazado con el retrato de sir Cadogan y su pequeño y robusto caballo gris. Esto no le hacía a nadie mucha gracia. Sir Cadogan se pasaba la mitad del tiempo retando a duelo a todo el mundo, y la otra mitad inventando contraseñas ridículamente complicadas que cambiaba al menos dos veces al día.
—Está loco de remate —le dijo Seamus Finnigan a Percy, enfadado—. ¿No hay otro disponible?
—Ninguno de los demás retratos quería el trabajo —dijo Percy—. Estaban asustados por lo que le ha ocurrido a la señora gorda. Sir Cadogan fue el único lo bastante valiente para ofrecerse voluntario.
Lo que menos preocupaba a Harry era sir Cadogan. Lo vigilaban muy de cerca. Los profesores buscaban disculpas para acompañarlo por los corredores, y Percy Weasley (obrando, según sospechaba Harry, por instigación de su madre) le seguía los pasos por todas partes, como un perro guardián extremadamente pomposo. Para colmo, la profesora McGonagall lo llamó a su despacho y lo recibió con una expresión tan sombría que Harry pensó que se había muerto alguien.
—No hay razón para que te lo ocultemos por más tiempo, Potter —dijo muy seriamente—. Sé que esto te va a afectar; pero Sirius Black...
—Ya sé que va detrás de mí —dijo Harry, un poco cansado—. Oí al padre de Ron cuando se lo contaba a su mujer. El señor Weasley trabaja para el Ministerio de Magia.
La profesora McGonagall se sorprendió mucho. Miró a Harry durante un instante y dijo:
—Ya veo. Bien, en ese caso comprenderás por qué creo que no debes ir por las tardes a los entrenamientos de quidditch. Es muy arriesgado estar ahí fuera, en el campo, sin más compañía que los miembros del equipo...
—¡El sábado tenemos nuestro primer partido —dijo Harry, indignado—. ¡Tengo que entrenar; profesora!
La profesora McGonagall meditó un instante. Harry sabía que ella deseaba que ganara el equipo de Gryffindor; al fin y al cabo, había sido ella la primera que había propuesto a Harry como buscador. Harry aguardó conteniendo el aliento.
—Mm... —la profesora McGonagall se puso en pie y observó desde la ventana el campo de quidditch, muy poco visible entre la lluvia—. Bien, te aseguro que me gustaría que por fin ganáramos la copa... De todas formas, Potter; estaría más tranquila si un profesor estuviera presente. Pediré a la señora Hooch que supervise tus sesiones de entrenamiento.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro