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JAMES Y ROSE

     HARRY CERRÓ SU BAÚL y oyó un golpe a su puerta. Cuando volteó, se encontró con Adelyn.

—Ron dijo que me buscabas —musitó, adentrándose a la habitación. Harry asintió y bajó el baúl de su cama. Ambos se sentaron en ella.

—Quería decirte algo. Algo importante —Adelyn frunció el ceño, curiosa. Harry tomó aire—. Me gustas, Adelyn. Me gustas mucho. Y entiendo si eso te incomoda y no quieres seguir siendo mi amiga, pero voy a pasar los próximos tres meses en la casa de los Dursley, y no podría pasar por eso otra vez sin decirte lo que siento primero —la miró. Adelyn bufó, y rodó los ojos. Esta ves, Harry frunció el ceño.

—Ya era hora, Potter —se burló.

—¿Qué?

—Lo siento, pero eras demasiado obvio —Harry se sonrojó—. Además, me besaste —sonrió. Harry apartó la mirada—. Tú también me gustas, Harry.

     El azabache volteó a verla tan velozmente que podría haberse roto el cuello. Adelyn soltó una risa.

—¿Por qué estás tan sorprendido? No es como si lo haya estado ocultando. Te besé de vuelta, ¿recuerdas?

     Harry se puso aún más rojo, y carraspeó, acomodando sus gafas.

—Entonces...

—Entonces... —repitió, sonriente. Harry también sonrió y llevó una mano al rostro de la castaña.

—¿Puedo? —preguntó.

—Si no lo haces tú, lo haré yo —amenazó. Ambos soltaron una risa, y Harry volvió a besarla.

     Fue un simple roce de labios, pues no era como si tuvieran experiencia en el tema. Después de todo, habían sido el primer beso del otro. Aún así, los corazones de ambos comenzaron a palpitar con fuerza. Cuando se separaron, Adelyn tomó la mano que Harry mantenía en su regazo, y entrelazó sus dedos, apoyando la cabeza en su hombro. Se mantuvieron en completo silencio por unos minutos, mientras Harry observaba a Adelyn jugar con sus manos entrelazadas, hasta que el ojiverde se animó a hablar.

—¿Esto significa que estamos juntos? —Adelyn alzó la mirada para verlo.

—Tal vez —asintió—. Pero tendrás que preguntarme primero —Harry sonrió.

—¿Quieres salir conmigo, Rose? —la castaña también sonrió.

—Me encantaría, James.

     Y esta vez, ella juntó sus labios.

•  •  •

     Cuando a la mañana siguiente el expreso de Hogwarts salió de la estación, Hermione dio a Ron, a Adelyn y a Harry una sorprendente noticia:

—Esta mañana, antes del desayuno, he ido a ver a la profesora McGonagall. He decidido dejar los Estudios Muggles.

—¡Pero aprobaste el examen con el 320 por ciento de eficacia!

—Lo sé —suspiró Hermione—. Pero no puedo soportar otro año como éste. El giratiempo me estaba volviendo loca. Lo he devuelto. Sin los Estudios Muggles y sin Adivinación, volveré a tener un horario normal.

—Todavía no puedo creer que no nos dijeras nada —dijo Ron resentido—. Se supone que somos tus amigos.

—Prometí que no se lo contaría a nadie —dijo gravemente.

—¡Adelyn lo sabía!

—Técnicamente, lo supe antes que Hermione —ambos la miraron—. Mi padre fue el que convenció al Ministerio de darle el giratiempo a Hermione —la nombrada asintió. Se volvió para observar a Harry, que veía cómo desaparecía Hogwarts detrás de una montaña. Pasarían dos meses enteros antes de volverlo a ver.

—Alégrate, Harry —dijo Hermione con tristeza.

—Estoy bien —repuso Harry de inmediato—. Pensaba en las vacaciones.

—Sí, yo también he estado pensando en ellas —dijo Ron—. Harry, tienes que venir a pasar unos días con nosotros. Lo comentaré con mis padres y te llamaré. Ya sé cómo utilizar el felétono.

—El teléfono, Ron —le corrigió Hermione. Adelyn soltó una risa—. La verdad, deberías coger Estudios Muggles el próximo curso...

     Ron no le hizo caso.

—¡Este verano son los Mundiales de quidditch! ¿Qué dices a eso, Harry? Ven y quédate con nosotros. Iremos a verlos. Mi padre normalmente consigue entradas en el trabajo.

     La proposición alegró mucho a Harry.

—Sí... Apuesto a que los Dursley estarán encantados de dejarme ir... Especialmente después de lo que le hice a tía Marge...

—Yo te visitaré —le aseguró Adelyn. Harry volteó a verla, sonriente.

—¿De veras? —preguntó, ilusionado. La castaña asintió.

—Mi abuela se mudó a un suburbio muggle el verano pasado. Está cerca de Little Whinging. También podría inventar una excusa para que te quedes con nosotros en su casa. Estoy segura de que a ella no le molestaría —emocionado, Harry besó su mejilla. La castaña sonrió, sonrojándose, y dejó un beso en sus labios. Ron soltó un quejido, y simuló que le daban arcadas. Hermione lo golpeó, emocionada al ver a sus amigos juntos finalmente.

     Mucho más contento, Harry jugó con Ron, Adelyn y Hermione varias manos de snap explosivo, y cuando llegó la bruja con el carrito del té, compró un montón de cosas de comer, aunque nada que contuviera chocolate. Pero fue a media tarde cuando apareció lo que lo puso de verdad contento...

—Harry —dijo Adelyn de repente, mirando por encima del hombro de él—, ¿qué es eso de ahí fuera?

     Harry se volvió a mirar. Algo muy pequeño y gris aparecía y desaparecía al otro lado del cristal. Se levantó para ver mejor y distinguió una pequeña lechuza que llevaba una carta demasiado grande para ella. La lechuza era tan pequeña que iba por el aire dando tumbos a causa del viento que levantaba el tren. Harry bajó la ventanilla rápidamente, alargó el brazo y la cogió. Parecía una snitch cubierta de plumas. La introdujo en el vagón con mucho cuidado. La lechuza dejó caer la carta sobre el asiento de Harry y comenzó a zumbar por el compartimento, contenta de haber cumplido su misión. Hedwig dio un picotazo al aire con digna actitud de censura. Crookshanks se incorporó en el asiento, persiguiendo con sus grandes ojos amarillos a la lechuza. Al notarlo, Ron la cogió para protegerla.

     Harry recogió la carta. Iba dirigida a él. La abrió y gritó:
—¡Es de Sirius!

—¿Qué? —exclamaron Ron, Adelyn y Hermione, emocionados—. ¡Léela en voz alta!

Querido Harry:

Espero que recibas esta carta antes de llegar a casa de tus tíos. No sé si ellos están habituados al correo por lechuza.

Buckbeak y yo estamos escondidos. No te diré dónde por si ésta cae en malas manos. Tengo dudas acerca de la fiabilidad de la lechuza, pero es la mejor que pude hallar, y parecía deseosa de acometer esta misión.

Creo que los dementores siguen buscándome, pero no podrán encontrarme. Estoy pensando en dejarme ver por algún muggle a mucha distancia de Hogwarts, para que relajen la vigilancia en el castillo.

Hay algo que no llegué a contarte durante nuestro breve encuentro: fui yo quien te envió la Saeta de Fuego.

—¡Ja! —exclamó Hermione, chocando los cinco con Adelyn, triunfante—. ¿Lo ven? ¡Les dijimos que era de él!

—Sí, pero él no la había gafado, ¿verdad? —observó Ron—. ¡Ay!

     La pequeña lechuza, que daba grititos de alegría en su mano, le había picado en un dedo de manera al parecer afectuosa.

Crookshanks llevó el envío a la oficina de correos. Utilicé tu nombre, pero les dije que cogieran el oro de la cámara de Gringotts número 711, la mía. Por favor, considéralo como el regalo que mereces que te haga tu padrino por cumplir trece años.

También me gustaría disculparme por el susto que creo que te di aquella noche del año pasado cuando abandonaste la casa de tu tío. Sólo quería verte antes de comenzar mi viaje hacia el norte. Pero creo que te alarmaste al verme.

Te envío en la carta algo que espero que te haga disfrutar más el próximo curso en Hogwarts. Si alguna vez me necesitas, comunícamelo. Tu lechuza me encontrará.

Volveré a escribirte pronto.
Sirius

     Harry miró impaciente dentro del sobre. Había otro pergamino. Lo leyó rápidamente, y se sintió tan contento y reconfortado como si se hubiera tomado de un trago una botella de cerveza de mantequilla.

Yo, Sirius Black, padrino de Harry Potter, autorizo por la presente a mi ahijado a visitar Hogsmeade los fines de semana.

—Esto le bastará a Dumbledore —dijo Harry contento. Volvió a mirar la carta de Sirius—. ¡Un momento! ¡Hay una posdata...!

He pensado que a tu amigo Ron tal vez le guste esta lechuza, ya que por mi culpa se ha quedado sin rata.

     Ron abrió los ojos de par en par. La pequeña lechuza seguía gimiendo de emoción.

—¿Quedármela? —preguntó dubitativo. La miró muy de cerca durante un momento, y luego, para sorpresa de Harry, Adelyn y Hermione, se la acercó a Crookshanks para que la olfatease.

—¿Qué te parece? —preguntó Ron al gato—. ¿Es una lechuza de verdad?

     Crookshanks ronroneó.

—Es suficiente —dijo Ron contento. Adelyn soltó una risa—. Me la quedo.

     Harry leyó y releyó la carta de Sirius durante todo el trayecto hasta la estación de King's Cross. Todavía la apretaba en la mano cuando él, Adelyn, Ron y Hermione atravesaron la barrera del andén nueve y tres cuartos. Harry localizó enseguida a tío Vernon. Estaba de pie, a buena distancia de los padres de Ron, mirándolo con recelo. Y cuando la señora Weasley abrazó a Harry, confirmó sus peores suposiciones sobre ellos.

—¡Te llamaré por los Mundiales! —gritó Ron a Harry, al despedirse de ellos.

     Se despidió de Adelyn con un beso. La castaña le aseguró que encontraría la forma de verlo, y que le haría una visita en su cumpleaños, lo que lo alegró aún más. Luego volvió hacia tío Vernon el carrito en que llevaba el baúl y la jaula de Hedwig. Su tío lo saludó de la manera habitual.

—¿Qué es eso? —gruñó, mirando el sobre que Harry apretaba en la mano—. Si es otro impreso para que lo firme, ya tienes otra...

—No lo es —dijo Harry con alegría—. Es una carta de mi padrino.

—¿Padrino? —farfulló tío Vernon—. Tú no tienes padrino.

—Sí lo tengo —dijo Harry de inmediato—. Era el mejor amigo de mis padres. Está condenado por asesinato, pero se ha escapado de la prisión de los brujos y ahora se halla escondido. Sin embargo, le gusta mantener el contacto conmigo... Estar al corriente de mis cosas... Comprobar que soy feliz...

     Y sonriendo ampliamente al ver la expresión de terror que se había dibujado en el rostro de tío Vernon, Harry se dirigió a la salida de la estación, con Hedwig dando picotazos delante de él, para pasar un verano que probablemente sería mucho mejor que el anterior.

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