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eight


HERMIONE Y RON

HARRY SABÍA QUE LA INTENCIÓN de Adelyn y Hermione había sido buena, pero eso no le impidió enfadarse con ellas. Había sido propietario de la mejor escoba del mundo durante unas horas y, por culpa de Hermione y Adelyn, ya no sabía si la volvería a ver. Estaba seguro de que no le ocurría nada a la Saeta de Fuego, pero ¿en qué estado se encontraría después de pasar todas las pruebas antihechizos? Ron también estaba enfadado con Hermione. En su opinión, desmontar una Saeta de Fuego completamente nueva era un crimen. Hermione y Adelyn, que seguían convencidas de que habían hecho lo que debían, comenzaron a evitar la sala común. Harry y Ron supusieron que Hermione se había refugiado en la biblioteca y no intentaron persuadirla de que saliera de allí. En cambio, no tenían ni idea de dónde se encontraba Adelyn.

Se alegraron de que el resto del colegio regresara poco después de Año Nuevo y la torre de Gryffindor volviera a estar abarrotada de gente y de bullicio. Las clases comenzaron al día siguiente. Lo último que deseaba nadie una mañana de enero era pasar dos horas en una fila en el patio, pero Hagrid había encendido una hoguera de salamandras, para su propio disfrute, y pasaron una clase inusualmente agradable recogiendo leña seca y hojarasca para mantener vivo el fuego, mientras las salamandras, a las que les gustaban las llamas, correteaban de un lado para otro de los troncos incandescentes que se iban desmoronando. La primera clase de Adivinación del nuevo trimestre fue mucho menos divertida. La profesora Trelawney les enseñaba ahora quiromancia y se apresuró a informar a Harry de que tenía la línea de la vida más corta que había visto nunca.

A la que Harry tenía más ganas de acudir era a la clase de Defensa Contra las Artes Oscuras. Después de la conversación con Wood, quería comenzar las clases contra los dementores tan pronto como fuera posible.

—Aún parece enfermo, ¿verdad? —dijo Ron por el pasillo, camino del Gran Comedor—. ¿Qué crees que le pasa?

Oyeron un «chist» de impaciencia detrás de ellos. Era Hermione, junto a Adelyn, que habían estado sentadas a los pies de una armadura, ordenando la mochila de la primera, tan llena de libros que no se cerraba.

—¿Por qué nos chistas? —le preguntó Ron irritado.

—Por nada —dijo Hermione con altivez, echándose la mochila al hombro.

—Por algo será —dijo Ron—. Dije que no sabía qué le ocurría a Lupin y tú...

—Bueno, ¿no es evidente? —dijo Hermione con una mirada de superioridad exasperante.

—Si no nos lo quieren decir, no lo hagan —dijo Ron con brusquedad.

—De acuerdo —respondió Hermione, y se marchó altivamente. Adelyn solo la siguió. Harry había notado que ella prácticamente ya no sonreía, y no encontraba rastros de la alegre niña con un corazón de oro que había conocido en el tren.

—No lo saben —dijo Ron, siguiéndolas con los ojos y resentido—. Sólo quieren que les volvamos a hablar.

Hubo murmullos repentinos y emocionados cuando todos se dieron la vuelta y rodearon a Harry para admirar su Saeta de Fuego.

—¿Cómo la has conseguido, Harry?

—¿Me dejarás dar una vuelta?

—¿Ya la has probado, Harry?

—Ravenclaw no tiene nada que hacer. Todos van montados en Barredoras.

—¿Puedo tomarla, Harry?

Después de unos diez minutos en que la Saeta de Fuego fue pasando de mano en mano y admirada desde cada ángulo, la multitud se dispersó y Harry y Ron pudieron ver a Hermione y Adelyn, las únicas que no habían corrido hacia ellos y habían seguido estudiando. Harry y Ron se acercaron a su mesa y las muchachas levantaron la vista.

—Me la han devuelto —les dijo Harry sonriendo y levantando la Saeta de Fuego.

—¿Lo ven? ¡No había nada malo en ella!

—Bueno... Podía haberlo —repuso Hermione—. Por lo menos ahora sabes que es segura.

—Sí, supongo que sí —dijo Harry—. Será mejor que la deje arriba.

—¡Yo la llevaré! —se ofreció Ron con entusiasmo—. Tengo que darle a Scabbers el tónico para ratas.

Tomó la Saeta de Fuego y, sujetándola como si fuera de cristal, la subió hasta el dormitorio de los chicos.

—¿Me puedo sentar? —preguntó Harry a Hermione.

—Supongo que sí —contestó Hermione, retirando un montón de pergaminos que había sobre la silla. Adelyn carraspeó y le susurró algo a Hermione, antes de levantarse y abandonar la sala a paso apresurado, rumbo a su habitación. Harry decidió preguntarle a la castaña qué le ocurría.

—Ella te aprecia mucho, Harry —suspiró Hermione—. Desde que le gritaste esa noche... está como apagada. Prácticamente no come, no sale de nuestra habitación. Nosotros éramos sus amigos y tú y Ron la dejaron sola porque hizo lo único que sabe hacer; proteger a sus seres queridos.

Harry no dijo nada. Echó un vistazo a la mesa abarrotada, al largo trabajo de Aritmancia, cuya tinta todavía estaba fresca, al todavía más largo trabajo para la asignatura de Estudios Muggles, y a la traducción rúnica en que Hermione se hallaba enfrascada.

—¿Qué tal lo llevas? —preguntó Harry

—Bien. Ya sabes, trabajando duro —respondió Hermione. Harry vio que de cerca parecía casi tan agotada como Lupin.

—¿Por qué no dejas un par de asignaturas? —preguntó Harry, viéndola revolver entre libros en busca del diccionario de runas.

—¡No podría! —respondió Hermione escandalizada.

—La Aritmancia parece horrible —observó Harry, cogiendo una tabla de números particularmente abstrusa.

—No, es maravillosa —dijo Hermione con sinceridad—. Es mi asignatura favorita. Es...

Pero Harry no llegó a enterarse de qué tenía de maravilloso la Aritmancia. En aquel preciso instante resonó un grito ahogado en la escalera de los chicos.

Todos los de la sala común se quedaron en silencio, petrificados, mirando hacia la entrada. Se acercaban unos pasos apresurados que se oían cada vez más fuerte. Y entonces apareció Ron arrastrando una sábana.

—¡MIRA! —gritó, acercándose a zancadas a la mesa de Hermione—. ¡MIRA! —repitió, sacudiendo la sábana delante de su cara.

—¿Qué pasa, Ron?

—¡SCABBERS! ¡MIRA! ¡SCABBERS!

Hermione se apartó de Ron, echándose hacia atrás, muy asombrada. Harry observó la sábana que sostenía Ron. Había algo rojo en ella. Algo que se
parecía mucho a...

—¡SANGRE! —exclamó Ron en medio del silencio—. ¡NO ESTÁ! ¿Y SABES LO QUE HABÍA EN EL SUELO?

—No, no —dijo Hermione con voz temblorosa. Ron tiró algo encima de la traducción rúnica de Hermione. Ella y Harry se inclinaron hacia delante. Sobre las inscripciones extrañas y espigadas había unos pelos de gato, largos y de color canela.

• • •

Gryffindor le había ganado a Ravenclaw esa tarde, y todos en la Sala Común festejaban. Sólo había dos personas que no participaban en la fiesta. Hermione, inverosímilmente sentada en un rincón, se esforzaba por leer un libro enorme que se titulaba Vida Doméstica y Costumbres Sociales de los Muggles Británicos. Adelyn, a su lado, leía un libro de criaturas mágicas y, a sorpresa de Harry, por primera vez no parecía emocionada ante el conocer más sobre aquellas criaturas. Harry dejó la mesa en que Fred y George habían empezado a hacer juegos malabares con botellas de cerveza de mantequilla, y se acercó a ellas.

—¿No han venido al partido? —les preguntó. Adelyn ni siquiera lo miró. A Harry comenzaba a dolerle su indiferencia.

—Claro que sí —respondió Hermione, con voz curiosamente aguda, sin levantar la vista—. Y me alegro mucho de que ganáramos, y creo que tú lo hiciste muy bien, pero tengo que terminar esto para el lunes.

—Vamos, Hermione, vengan a tomar algo —dijo Harry, mirando hacia Ron y preguntándose si estaría de un humor lo bastante bueno para enterrar el hacha de guerra.

—No puedo, Harry, aún tengo que leer cuatrocientas veintidós páginas —contestó Hermione, que parecía un poco histérica—. Además... —también miró a Ron—, él no quiere que vayamos.

No pudo negarlo, porque Ron escogió aquel preciso momento para decir en voz alta:
—Si Scabbers no hubiera muerto, podría comerse ahora unas cuantas moscas de café con leche, le gustaban tanto...

Hermione se echó a llorar. Antes de que Harry pudiera hacer o decir nada, se puso el mamotreto en la axila y, sin dejar de sollozar, salió corriendo hacia la escalera que conducía al dormitorio de las chicas, y se perdió de vista. Adelyn soltó un gruñido y cerró el libro con fuerza, captando la atención de toda la sala, que se sumió en silencio. Todos observaron boquiabiertos cómo la castaña se levantaba y daba zancadas hasta donde Ron se encontraba. Alzó una mano y golpeó su mejilla con fuerza, ganándose un quejido del pelirrojo, y un jadeo de asombro de parte del resto de la casa. Los que conocían a la bruja nunca la habían visto enfadada.

—¡¿Qué haces, loca?! —se quejó Ron.

—¡Eres un maldito imbécil, Ronald Bilius Weasley! —gruñó—. ¡Deberías aprender a mirar afuera de tu inmenso ego aunque sea un segundo! ¡Porque si sigues comportándote así acabarás completamente solo!

Se dio la vuelta y se apresuró hacia las escaleras, queriendo consolar a su amiga.

—¿No puedes darle una oportunidad? —preguntó Harry a Ron en voz baja, una vez el festejo había comenzado otra vez.

—No —respondió Ron rotundamente—. Si al menos lo lamentara, pero Hermione nunca admitirá que obró mal. Es como si Scabbers se hubiera ido de vacaciones o algo parecido.

• • •

—¡AAAAAAAAAAAAAAGH! ¡NOOOOOOOOOOOO!

Harry despertó tan de repente como si le hubieran golpeado en la cara. Desorientado en medio de la total oscuridad, buscó a tientas las cortinas de la cama. Oía ruidos a su alrededor, y la voz de Seamus Finnigan desde el otro extremo del dormitorio:
—¿Qué ocurre?

A Harry le pareció que se cerraba la puerta del dormitorio. Tras encontrar la separación de las cortinas, las abrió al mismo tiempo que Dean Thomas encendía su lámpara. Ron estaba incorporado en la cama, con las cortinas echadas a un lado y una expresión de pánico en el rostro.

—¡Black! ¡Sirius Black! ¡Con un cuchillo!

—¿Qué?

—¡Aquí! ¡Ahora mismo! ¡Rasgó las cortinas! ¡Me despertó!

—¿No estarías soñando, Ron? —preguntó Dean.

—¡Miren las cortinas! ¡Les digo que estaba aquí!

Todos se levantaron de la cama, Harry fue el primero en llegar a la puerta del dormitorio. Se lanzaron por la escalera. Las puertas se abrían tras ellos y los interpelaban voces soñolientas:

—¿Quién ha gritado?

—¿Qué hacen?

La sala común estaba iluminada por los últimos rescoldos del fuego y llena de restos de la fiesta. No había nadie allí.

—¿Estás seguro de que no soñabas, Ron?

—¡Les digo que lo vi!

—¿Por qué arman tanto jaleo?

Algunas chicas habían bajado poniéndose la bata y bostezando.

—Estupendo, ¿continuamos? —preguntó Fred Weasley con animación.

—¡Todo el mundo a la cama! —ordenó Percy, entrando aprisa en la sala común y poniéndose, mientras hablaba, su insignia de Premio Anual en el pijama.

—Percy... ¡Sirius Black! —dijo Ron, con voz débil—. ¡En nuestro dormitorio! ¡Con un cuchillo! ¡Me despertó!

Todos contuvieron la respiración.

—¡Absurdo! —dijo Percy con cara de susto—. Has comido demasiado, Ron. Has tenido una pesadilla.

—Te digo que...

—¡Venga, ya basta!

Llegó la profesora McGonagall. Cerró la puerta de la sala común y miró furiosa a su alrededor.

—¡Me encanta que Gryffindor haya ganado el partido, pero esto es ridículo! ¡Percy, no esperaba esto de ti!

—¡Le aseguro que no he dado permiso, profesora! —dijo Percy, indignado—. ¡Precisamente les estaba diciendo a todos que regresaran a la cama! ¡Mi hermano Ron tuvo una pesadilla.. .!

—¡NO FUE UNA PESADILLA! —gritó Ron—. PROFESORA, ME DESPERTÉ Y SIRIUS BLACK ESTABA DELANTE DE MÍ, CON UN CUCHILLO EN LA MANO!

La profesora McGonagall lo miró fijamente.

—No digas tonterías, Weasley. ¿Cómo iba a pasar por el retrato?

—¡Hay que preguntarle! —dijo Ron, señalando con el dedo la parte trasera del cuadro de sir Cadogan—. Hay que preguntarle si ha visto...

Mirando a Ron con recelo, la profesora McGonagall abrió el retrato y salió. Todos los de la sala común escucharon conteniendo la respiración.

—Sir Cadogan, ¿ha dejado entrar a un hombre en la torre de Gryffindor?

—¡Sí, gentil señora! —gritó sir Cadogan.

Todos, dentro y fuera de la sala común, se quedaron callados, anonadados.

—¿De... de verdad? —dijo la profesora McGonagall—. Pero ¿y la contraseña?

—¡Me la dijo! —respondió altanero sir Cadogan—. Se sabía las de toda la semana, señora. ¡Las traía escritas en un papel!

La profesora McGonagall volvió a pasar por el retrato para encontrarse con la multitud, que estaba estupefacta. Se había quedado blanca como la tiza.

—¿Quién ha sido? —preguntó con voz temblorosa—. ¿Quién ha sido el tonto que ha escrito las contraseñas de la semana y las ha perdido?

Hubo un silencio total, roto por un leve grito de terror. Neville Longbottom, temblando desde los pies calzados con zapatillas de tela hasta la cabeza, levantó la mano muy lentamente.

En la torre de Gryffindor nadie pudo dormir aquella noche. Sabían que el castillo estaba volviendo a ser rastreado y todo el colegio permaneció despierto en la sala común. esperando a saber si habían atrapado a Black o no. La profesora McGonagall volvió al amanecer para decir que se había vuelto a escapar.

• • •

Por cualquier sitio por el que pasaran al día siguiente encontraban medidas de seguridad más rigurosas. El profesor Flitwick instruía a las puertas principales para que reconocieran una foto de Sirius Black. Filch iba por los pasillos, tapándolo todo con tablas, desde las pequeñas grietas de las paredes hasta las ratoneras. Sir Cadogan fue despedido. Lo devolvieron al solitario descansillo del piso séptimo y lo reemplazó la señora gorda. Había sido restaurada magistralmente, pero continuaba muy nerviosa, y accedió a regresar a su trabajo sólo si contaba con protección. Contrataron a un grupo de hoscos troles de seguridad para protegerla. Recorrían el pasillo formando un grupo amenazador; hablando entre gruñidos y comparando el tamaño de sus
porras.

Harry no pudo dejar de notar que la estatua de la bruja tuerta del tercer piso seguía sin protección y despejada. Parecía que Fred y George estaban en lo cierto al pensar que ellos, y ahora Harry, Ron y Hermione, eran los únicos que sabían que allí estaba la entrada de un pasadizo secreto.

—¿Crees que deberíamos decírselo a alguien? —preguntó Harry a Ron.

—Sabemos que no entra por Honeydukes —dijo Ron—. Si hubieran forzado la entrada de la tienda, lo habríamos oído.

Ron se convirtió de repente en una celebridad. Por primera vez, la gente le prestaba más atención a él que a Harry, y era evidente que a Ron le complacía. Aunque seguía asustado por lo de aquella noche, le encantaba contarle a todo el mundo los pormenores de lo ocurrido.

—Estaba dormido y oí rasgar las cortinas, pero creí que ocurría en un sueño. Entonces sentí una corriente... Me desperté y vi que una de las cortinas de mi cama estaba caída... Me di la vuelta y lo vi ante mí, como un esqueleto, con toneladas de pelo muy sucio... empuñando un cuchillo largo y tremendo, debía de medir treinta centímetros, me miraba, lo miré, entonces grité y salió huyendo.

—Pero ¿por qué se fue? —preguntó Ron a Harry cuando se marcharon las chicas de segundo que lo habían estado escuchando.

Harry se preguntaba lo mismo. ¿Por qué Black, que se había equivocado de cama, no había decidido silenciar a Ron y luego dirigirse hacia la de Harry? Black había demostrado doce años antes que no le importaba matar a personas inocentes, y en aquella ocasión se enfrentaba a cinco chavales indefensos, cuatro de los cuales estaban dormidos.

—Quizá se diera cuenta de que le iba a costar salir del castillo cuando gritaste y despertaste a los demás —dijo Harry pensativamente—. Habría tenido que matar a todo el colegio para salir a través del retrato... Y entonces se habría encontrado con los profesores...

Neville había caído en desgracia. La profesora McGonagall estaba tan furiosa con él que le había suprimido las futuras visitas a Hogsmeade, le había impuesto un castigo y había prohibido a los demás que le dieran la contraseña para entrar en la torre. El pobre Neville se veía obligado a esperar cada noche la llegada de alguien con quien entrar, mientras los troles de seguridad lo miraban burlona y desagradablemente. Ninguno de aquellos castigos, sin embargo, era ni sombra del que su abuela le reservaba; dos días después de la intrusión de Black, envió a Neville lo peor que un alumno de Hogwarts podía recibir durante el desayuno: un vociferador.

Las lechuzas del colegio entraron como flechas en el Gran Comedor, llevando el correo como de costumbre, y Neville se atragantó cuando una enorme lechuza aterrizó ante él, con un sobre rojo en el pico. Harry y Ron, que estaban sentados al otro lado de la mesa, reconocieron enseguida la carta. También Ron había recibido el año anterior un vociferador de su madre.

—¡Tómalo y vete, Neville! —le aconsejó Ron.

Neville no necesitó oírlo dos veces. Cogió el sobre y, sujetándolo como si se tratara de una bomba, salió del Gran Comedor corriendo, mientras la mesa de Slytherin, al verlo, estallaba en carcajadas. Oyeron el vociferador en el vestíbulo. La voz de la abuela de Neville, amplificada cien veces por medio de la magia, gritaba a Neville que había llevado la vergúenza a la familia.

Harry estaba demasiado absorto apiadándose de Neville para darse cuenta de que también él tenía carta. Hedwig llamó su atención dándole un picotazo en la muñeca.

—¡Ay! Ah, Hedwig, gracias.

Harry rasgó el sobre mientras Hedwig picoteaba entre los copos de maíz de Neville. La nota que había dentro decía:

Queridos Harry y Ron:

¿Les apetece tornar el té conmigo esta tarde, a eso de las seis? Iré a recogerlos al castillo. ESPÉRENME EN EL VESTÍBULO. NO TIENEN PERMISO PARA SALIR SOLOS.

Un saludo,
Hagrid

—Probablemente quiere saber los detalles de lo de Black —dijo Ron.

Así que aquella tarde, a las seis, Harry y Ron salieron de la torre de Gryffindor, pasaron corriendo por entre los troles de seguridad y se dirigieron al vestíbulo. Hagrid los aguardaba ya.

—Bien, Hagrid —dijo Ron—. Me imagino que quieres que te cuente lo de la noche del sábado, ¿no?

—Ya me lo han contado —dijo Hagrid, abriendo la puerta principal y saliendo con ellos.

—Vaya —dijo Ron, un poco ofendido.

Lo primero que vieron al entrar en la cabaña de Hagrid fue a Buckbeak, que estaba estirado sobre el edredón de retales de Hagrid, con las enormes alas plegadas y comiéndose un abundante plato de hurones muertos. Al apartar los ojos de la desagradable visión, Harry vio un traje gigantesco de una tela marrón peluda y una espantosa corbata amarilla y naranja, colgados de la puerta del armario.

—¿Para qué son, Hagrid? —preguntó Harry.

—Buckbeak tiene que presentarse ante la Comisión para las Criaturas Peligrosas —dijo Hagrid—. Será este viernes. Iremos juntos a Londres. He reservado dos camas en el autobús noctámbulo...

Harry se avergonzó. Se había olvidado por completo de que el juicio de Buckbeak estaba próximo, y a juzgar por la incomodidad evidente de Ron, él también lo había olvidado. Habían olvidado igualmente que habían prometido que lo ayudarían a preparar la defensa de Buckbeak. La llegada de la Saeta de Fuego lo había borrado de la cabeza de ambos.

Hagrid les sirvió té y les ofreció un plato de bollos de Bath. Pero los conocían demasiado bien para aceptarlos. Ya tenían experiencia con la cocina de Hagrid.

—Tengo algo que comentarles —dijo Hagrid, sentándose entre ellos, con una seriedad que resultaba rara en él.

—¿Qué? —preguntó Harry.

—Hermione y Adelyn —dijo Hagrid.

—¿Qué les pasa? —preguntó Ron.

—Está muy mal, eso es lo que le pasa. Ellas me han venido a visitar con mucha frecuencia desde las Navidades. Se encuentran solas. Primero no les hablaban por lo de la Saeta de Fuego. Ahora no le hablan a Hermione por culpa del gato y a Adelyn por defenderla.

—¡Se comió a Scabbers! —exclamó Ron de malhumor.

—¡Porque su gato hizo lo que todos los gatos! —prosiguió Hagrid—. Ha llorado, ¿saben? Está pasando momentos muy difíciles. Creo que trata de abarcar más de lo que puede. Demasiado trabajo. Según Hermione, Adelyn se la pasa todo el tiempo en su habitación. Casi no duerme, está muy delgada. Le ha estado yendo mal en mis clases. Aún encontraron tiempo para ayudarme con el caso Buckbeak. Por supuesto, me han encontrado algo muy útil... Creo que ahora va a tener bastantes posibilidades...

—Nosotros también tendríamos que haberte ayudado. Hagrid, lo siento —balbuceó Harry

—¡No los culpo! —dijo Hagrid con un movimiento de la mano—. Ya sé que han estado muy ocupados. Los he visto entrenar día y noche. Pero tengo que decirles que creía que valoraban más a sus amigas que a las escobas o las ratas. Nada más. —Harry y Ron se miraron azorados—. Sufrieron mucho cuando se enteraron de que Black había estado a punto de matarte, Ron. Hermione tiene buen corazón, y ni hablar de Adelyn. Y ustedes dos sin dirigirles la palabra...

—Si se deshiciera de ese gato, le volvería a hablar —dijo Ron enfadado—. Pero todavía lo defiende. Está loco, y ella no admite una palabra en su contra. Y Adelyn solo la defiende.

—Ah, bueno, la gente suele ponerse un poco tonta con sus animales de compañía —dijo Hagrid prudentemente—. Además, ahora Hermione es la única amiga que Adelyn tiene, y viceversa. Adelyn no quiere perderla y volver a estar sola.

—¿A qué te refieres? —preguntó Harry.

—¿Conocen la historia de Adelyn? —los dos negaron—. Su abuelo es un seguidor de Quien-Ustedes-Saben. Luchó junto a él en la guerra. Su hijo, Jackson Carter, se negó a seguir su legado.

—El padre de Adelyn —Hagrid asintió.

—Todos los que conocen la historia de su familia ni se le acercan. Cuando acabó en Gryffindor, los Slytherin que admiran a su abuelo se alejaron también. Estuvo completamente sola por casi años, hasta que conoció a Hermione en segundo. Se hicieron amigas, pero dentro de todo ella seguía sola, pues Hermione pasaba la mayoría del tiempo con ustedes dos.

Harry y Ron se miraron.

—Eso cambió cuando los conoció el año pasado en el Expreso. No podía dejar de sonreír cuando me habló de ustedes. Saben, soy cercano a su padre y la conozco desde que era una niña. Estaba muy feliz. Nunca la había visto tan alegre. Hasta que ustedes comenzaron a pelearse y Adelyn, que creía al fin haber encontrado a alguien que la entendiera —miró a Harry, quien bajó la mirada—, volvió a decaer. Está incluso peor que antes de conocerlos.

—Yo intenté hablarle —musitó Harry—. Pero siempre se aleja.

—Hermione me contó que cuando tú y Adelyn pelearon por la escoba le dijiste que no la necesitabas y que apenas se conocían. ¿Es eso verdad? —Harry asintió, avergonzado—. Ella era muy cercana a ti, Harry. Te quería demasiado. Cada vez que te acercabas u oía a alguien hablar de ti sus ojos se iluminaban y no podía evitar sonreír. Te quería demasiado, y cuando dejaste de hablarle, se sintió tonta, pues había sido su culpa —Harry volvió a bajar la mirada, pues no sabía qué tanto significaba para Adelyn—. Puede que no lo admita, Harry, pero ella te necesita.

Buckbeak escupió unos huesos de hurón sobre la almohada de Hagrid. Pasaron el resto del tiempo hablando de las crecientes posibilidades de Gryffindor de ganar la copa de quidditch. A las nueve en punto, Hagrid los acompañó al castillo.

Cuando volvieron a la sala común, un grupo numeroso de gente se amontonaba delante del tablón de anuncios.

—¡Hogsmeade el próximo fin de semana! —dijo Ron, estirando el cuello para leer la nueva nota por encima de las cabezas ajenas—. ¿Qué vas a hacer? —preguntó a Harry en voz baja, al sentarse.

—Bueno, Filch no ha tapado la entrada del pasadizo que lleva a Honeydukes —dijo Harry aún más bajo.

—Harry —dijo una voz en su oído derecho. Harry se sobresaltó. Se volvió y vio a Hermione, sentada a la mesa que tenían detrás, por un hueco que había en el muro de libros que la ocultaba—, Harry, si vuelves otra vez a Hogsmeade... le contaré a la profesora McGonagall lo del mapa.

—¿Oyes a alguien, Harry? —masculló Ron, sin mirar a Hermione.

—Ron, ¿cómo puedes dejarle que vaya? ¡Después de lo que estuvo a punto de hacerte Sirius Black! Hablo en serio. Le contaré...

—¡Así que ahora quieres que expulsen a Harry! —dijo Ron, furioso—. ¿Es que no has hecho ya bastante daño este curso?

Hermione abrió la boca para responder, pero Crookshanks saltó sobre su regazo con un leve bufido. Hermione se asustó de la expresión de Ron, tomó a Crookshanks y se fue corriendo hacia los dormitorios de las chicas, no sin antes murmurar algo sobre Adelyn que los dos chicos no llegaron a oír.

—Entonces ¿qué te parece? —preguntó Ron a Harry, como si no hubiera habido ninguna interrupción—. Venga, la última vez no viste nada. ¡Ni siquiera has estado todavía en Zonko!

Harry miró a su alrededor para asegurarse de que Hermione no podía oír sus palabras:
—De acuerdo —dijo—. Pero esta vez cogeré la capa invisible.

Vio a Adelyn escabullirse entre la gente, intentando pasar desapercibida, rumbo a uno de los sofás. Harry se excusó con Ron y la siguió.

—¿Podemos hablar? —murmuró. Adelyn volteó a verlo por primera vez en semanas, y a Harry se le formó un nudo en la garganta.

Sus ojos no brillaban, parecían sin vida. Unas grandes ojeras cubrían sus mejillas. Sus ojos estaban irritados e hinchados por tanto llorar, y había marcas de lágrimas secas en sus mejillas. Harry se sintió tremendamente culpable y le dieron ganas de largarse a llorar. Él le había hecho esto.

—Supongo —balbuceó la castaña. Harry se sentó a su lado inmediatamente, y tomó una de sus manos. Adelyn se sobresaltó levemente, pero no se movió.

—Lo siento —comenzó—. Maldita sea, Adelyn, lo siento tanto. No debí tratarte como lo hice. Solo querías mantenerme a salvo y en lugar de agradecerte yo dije todas esas cosas horribles... —negó con la cabeza, intentando ahuyentar las lágrimas. Le dio un apretón a la mano de la chica—. La verdad es que te extraño —Adelyn lo observaba en silencio, sorprendida—. Y nada de lo que dije esa noche es verdad, Adelyn. Yo te necesito. Te quiero. Eres la única que en verdad me entiende y yo... yo lo arruiné. Y lo lamento tanto. Por favor, perdóname.

Los dos se miraron en completo silencio. Harry estaba tenso.

—O... o no lo hagas. Está bien. Yo lo... —se calló al oírla reír levemente.

—Eres un idiota, Harry James Potter —se quejó, abrazándolo fuertemente. Harry se sintió aliviado, y respondió al abrazo con la misma fuerza.

—Lo sé —admitió, cerrando los ojos—. Y lo siento.

—Te perdono —le aseguró, escondiéndose en su cuello. Harry sonrió.

• • •

Harry y Ron volvían a la Sala Común, luego de escapar de Snape, quien había descubierto a Harry volviendo de Hogsmeade, y de que el profesor Lupin confiscara el mapa del merodeador, cuando se cruzaron con Hermione y Adelyn. Al verle las caras, a Harry no le cupo ninguna duda de que estaban enteradas de lo ocurrido. Sintió una enorme desazón. ¿Se lo habrían contado a la profesora McGonagall?

—¿Han venido a darte el gusto? —le preguntó Ron cuando se detuvieron las muchachas—. ¿O acaban de delatarnos?

—No —respondió Adelyn. Hermione tenía en las manos una carta y el labio le temblaba. Adelyn ni se había molestado en retener las lágrimas que caían libremente por sus mejillas—. Sólo creímos que debían saberlo.

—Hagrid ha perdido el caso —musitó Hermione—. Van a ejecutar a Buckbeak.

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