Víctima victimaria
Su mirada ya no tiene ningún brillo. Su cabello parece cada vez más débil. Tiene la piel pálida, los labios agrietados y la sonrisa desprovista de cualquier encanto. Es como si la sangre que emana de su abdomen herido estuviese llevándose consigo todo rastro de vitalidad.
Observo el cuchillo que he usado para apuñalarla. Sonrío. ¿Qué más podía hacer con esa persona que tanto daño me hace a diario?
Estiro mi brazo para tocar su patético rostro y, entonces, mi mano choca con el frío espejo. La veo. Me veo. Odiarme es inevitable.
No pude haber tomado una mejor decisión.
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