El Cantar De La Sirena
La suave melodía que entonaba aquella criatura de voz aterciopelada y cabellos celestes, los gritos de preocupación provenientes del interior del barco y el chocar de las gotas de vino seco con las olas, formando una ligera capa de espuma, se entremezclaban en una hermosa sinfonía de tono macabro.
La conmoción había azotado a los viajeros de un modo tan repentino que nadie sabía cómo actuar. Ocurrió cerca del mediodía, pues el capitán se había dejado llevar finalmente por la demencia.
El hombre tenía unos 42 años, a pesar de que las canas poblaban ya con alegría su barba y la parte superior de su cabeza. Andaba encorvado por culpa de la extenuante labor que cumplía a diario: guiar el barco en medio del mar embravecido. Algunos, al toparse con su mirada de ojos color miel, bufaban con soberbia. El hombre nada más debía maniobrar con un trozo de madera por unos minutos, para luego echarse en el sillón contiguo a sacarse las pelusas del ombligo y mirar por la ventana. Pero estaban lejos de tener la razón, pues ninguno de ellos sabía lo arduo que era mantener la embarcación a flote y lidiar con los demonios personales en el mismo lapso temporal. Aún así, ese día hubo algo que logró perturbar la aparente tranquilidad con la que afrontaba sus problemas, motivo por el cual ahora había gente lanzándose al mar y corriendo por los pasillos en medio de lamentos y gritos desesperados.
Había escuchado que alguien, con un tono celestial, clamaba su nombre en la lejanía.
Se quedó un largo tiempo divisando una criatura bellísima en medio del agua salada. Mientras permanecía ahí, plantado en medio de su lugar de trabajo con la estupefacción cubriéndole el rostro, los demás pasajeros iban y venían tratando de sobrevivir al hundimiento del barco, pues, luego de que se hubiese despegado del timón, no bastó sino la acción de un fuerte golpe con otra embarcación que se hallaba inexplicablemente desolada para dar paso al naufragio.
Salió de su estado de imperturbabilidad, estando aún cegado por el deseo de correr detrás de aquella muchacha con una cola de pez en lugar de piernas que aguardaba por él, ya que lo había estado llamando. La gente creía que había enloquecido al ver que no respondía, pero ahora que se agitaba en medio de la aglomeración directo hacia la parte que se estaba hundiendo, lo creían aún más.
Se escabulló en medio de los hombres que luchaban por los chalecos salvavidas como maníacos, las mujeres que se persignaban con hipocresía y los niños que lloraban confusos. Dejó atrás a muchos otros que se habían suicidado en medio de la catástrofe. Sin saberlo, estaba logrando sobrevivir a todo ese desastre que había provocado, aunque su final no llegaría a ser del todo gratificante.
—¡Espera! —le bramó a la oscuridad. Allí estaba aguardando la muchacha por él, con cientos de botellas de licor adornando su esbelta figura—. Ahí voy.
Cuando llegó, pudo ver sus ojos amarillos y cabellos de tonalidad azul clara. Se le olvidaron todos los problemas que tenía con su esposa, el episodio que había acabado hace 6 meses con la vida de su hijo y otro cúmulo de desgracias. Ahora sólo estaba él y aquella criatura mágica que le prometía cosas que nunca había imaginado. Ni siquiera leer la inscripción "De la vida" en su barco le hizo querer dar marcha atrás.
Se lanzó a su encuentro, donde ella le recibió con un abrazo y un beso en los labios. Bebieron una copa de champaña mientras se reían de todos aquellos que luchaban por sus vidas en aquel accidente nefasto. "De las tentaciones", rezaba la embarcación con la que había colisionado y que ahora sería la causa de sus desgracias, disfrazadas por gratas melodías entonadas con la voz de la sirena.
Y fue así que se terminó hundiendo, poco a poco, sin siquiera darse cuenta. Cuando viró, estaba en medio del océano junto a la joven seductora. Se fue sumiendo en las profundidades, arrastrando a todos aquellos que conocía consigo, quienes incluso la estaban pasando peor con la tragedia que cubría su barco.
Estaba cayendo, lentamente, a un abismo del que le sería muy difícil hallar la salida.
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