Capítulo 35
Geta pasó el resto del día con Caracalla. El tiempo a su lado le sirvió para dos cosas: olvidarse de Irene y arreglar las cosas con su hermano. Le alivió saber que Dundus estaba mejorando y que pronto podría volver a estar en el hombro de su hermano. A Geta le pareció curioso que el mono, mientras estuvo cerca de él, también parecía buscar a Irene. No lo culpaba de hacerlo. Él también la buscaba entre las columnas del Palacio, en cada doncella que pasaba frente a él, en los rincones de cada salón. Los Juegos los harían al día siguiente debido a que era imposible prepararlos tan rápido. Esperaba que eso lo distrajera del deseo que tenía de ir a buscar a Irene. Debía aguantar. Demostrarle que podía separarse de ella y cumplir con su palabra. Si esos días le ayudaban a calmar sus miedos, la dejaría descansar. Al caer la noche, Caracalla lo invitó a terminar el día disfrutando de un baño relajante en compañía de dos doncellas escogidas especialmente para la ocasión.
—Te van a gustar —intentó convencerlo Caracalla.
—Claro —aceptó Geta, con una sonrisa torcida.
No podía negarse. Así que acompañó a su hermano, se dejó desnudar por las doncellas y entró al agua. Como bien dijo Caracalla, las doncellas eran por completo su tipo. Una era de cabello rubio, ojos claros y facciones delicadas, mientras que la otra tenía el cabello de un tono rojizo, ojos oscuros y facciones afiladas. Una de piel clara, la otra más morena. El cuerpo de ambas era delgado, con senos pequeños. No estaban cohibidas por su presencia. Más bien parecían emocionadas de poder estar con él. Geta mordió su labio, nervioso. Irene era todo lo que quería en el mundo, pero rechazar a alguna doncella sería sospechoso. Nunca lo hacía. Cambiaba de doncella rápido y sin culpas. Las mujeres se adentraron al agua con ellos. La doncella de cabello rojizo fue con Geta. Se colocó a sus espaldas y comenzó a masajear sus hombros. Geta disfrutó de la sensación. Estaba estresado y tenso. Cerró los ojos y se permitió relajarse. Las manos de la doncella eran bastante hábiles y Geta dudó de si realmente era una doncella o Caracalla contrató los servicios de un par de prostitutas. ¿Sería una trampa de su hermano?
—Como los viejos tiempos —escuchó decir a Caracalla. Abrió los ojos para ver a la mujer abrazando a su hermano y moviéndose lentamente de arriba a abajo—. ¿No crees?
Geta asintió. A veces olvidaba que su hermano, más que ser inteligente, era demasiado astuto. Su mirada se cruzó con la de él. Lo estaba retando a ver si era capaz de estar con otra mujer que no fuera Irene. Sin dudarlo, tomó la cintura de la mujer de cabello rojo, la acomodó encima de él y la dejó moverse a su antojo. Estuvieron así hasta que el agua se enfrió. Caracalla fue el primero en salir del agua. Geta tardó un poco más porque quería terminar ahí con su encuentro. Eso sorprendió a su hermano, que al inició pensó que solo fingía para demostrarle que Irene no era nada para él. Pero ahora que lo veía penetrando a la doncella desde atrás, se convenció de que lo de Irene no era más que un capricho cumplido. Quizá podía dejarla estar ahí. Devolverla con Lucilla dificultaría su intento de volver a estar con ella. Soltó una risa cuando escuchó a la mujer terminar y aplaudió por recuperar a su hermano. Lo abrazó cuando salió de la tina y lo llevó hasta sus aposentos, donde bebieron hasta quedarse dormidos.
***
Para Ravi, encontrarse con Lucilla no fue difícil. Ella tenía la costumbre de caminar por las calles de Roma y repartir trozos de pan a la gente con hambre. Lo cierto era que el pueblo la respetaba por ser hija de Marco Aurelio y la quería por ser la esposa de Acacius. Salió del Coliseo con la excusa de que compraría suplementos para las heridas y recorrió las calles de Roma hasta dar con la multitud. Distinguió la costosa tela azul entre los velos de las mujeres y se acercó. Ella al verlo le entregó una pieza de pan, pero él la rechazó. La sujetó del brazo y le sorprendió que Lucilla en ningún momento mostró rastro alguno de miedo. Lo miraba fijamente, tratando de leer sus pensamientos.
—Irene quiere verla. Mañana temprano la llevaré, la esperaré en el Coliseo —murmuró tan rápido y claro cómo pudo.
Lucilla asintió. Ravi le sonrió y la soltó, alejándose de ella. De vuelta al Coliseo, se encontró con varias carretas con hombres sentados dentro de jaulas hechas de madera. Se acercó a ellos con la esperanza de que supieran algo sobre Acacius, pero los escuchó decir que venían del otro lado del mar. ¿Cómo era posible?, se preguntó. El general había vuelto de la guerra y hasta donde se sabía, la flota no salía sin orden de él. Eso le pareció extraño. Unos gritos llamaron su atención. Dos hombres peleaban por un trozo de comida que un noble les ofrecía. No era raro que sucedieran esas cosas cuando los Juegos estaban tan cerca. Sin ganas de ver el espectáculo, dio media vuelta y chocó de frente con un hombre. El golpe lo hizo caer de espaldas. Una mano encadenada le ofreció ayuda y Ravi la sujetó para levantarse. Se inclinó avergonzado, escuchó el tintineo de la cadena alejándose y la silueta que vio le recordó a Maximus.
—¡Muévete, Hano! ‐gritó uno de los hombres.
***
Cuando Acacius llegó al incendio, reconoció a sus hombres. Corrían de un lado a otro, intentando recuperar sus cosas y apagar el fuego antes de que se esparciera a las demás tiendas.
—¿Qué sucedió? —preguntó entre el ajetreo.
—El comandante —dijo un soldado—. Su tienda se incendió de la nada.
—¡Deben salir de aquí! —ordenó.
Bajó de su caballo, se lo dio a uno de los soldados y se adentró al incendio. Visualizó la tienda más grande. El fuego casi la había consumido y se esparcía a las demás tiendas. Era obvio que el incendio fue algo deliberado y que no podía controlarlo. Entrecerró los ojos con la esperanza de ver a alguien al que pudiera ayudar. El olor a quemado invadió su nariz, se cubrió con su capa pero era imposible seguir ahí. El humo era demasiado denso y sus ojos no iban a soportarlo. Tosió ante la falta de oxígeno y dio media vuelta. Estaba en una posición vulnerable. Sus instintos se activaron y sacó su espada. No podía ver nada, así que corrió lo más rápido que pudo hacia alguna salida. El pecho le dolió por el esfuerzo. Agudizó el oído y pasos sonaban cerca de él. Frente a él, una tienda incendiándose le estorbaba en su escape. Volver no era opción. Apretó con fuerza la empuñadura de la espada, se protegió con la capa y la atravesó. La tela que lo cubría se prendió en fuego.
Acacius la soltó y distinguió a sus espaldas el brillo del metal, yendo directo hacia él.
***
¿Irene debería enojarse con Geta? ¿Lucilla irá a encontrarse con Irene? ¿Geta sentirá culpa por lo que hizo? ¿Hano conocerá a Irene? ¿Acacius estará bien?
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