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Capítulo 31

Irene no quiso ir a donde las doncellas y la servidumbre del Palacio se alistaba vistiendo la túnica de Geta. Era demasiado llamativa. En el peor de los casos pensarían que se la estaba robando. Buscó su vestido para cambiarse. Cómo pudo, cubrió la parte de su pecho que Geta rompió durante su encuentro, dejó la túnica sobre la cama y salió de ahí. Caminó deprisa, con la cabeza agachada. Al ingresar al baño, las doncellas ni siquiera la miraron. Parecían molestas por el favoritismo que el emperador tenía hacia ella. Eso era lo que le preocupaba. Las personas que todos creían invisibles eran una poderosa fuente de información. Estaba segura de que la herida del emperador ya había recorrido los rincones de Roma y que ella había sido la causa. Lucilla ya sabría todo. Agradeció que su padre no estuviera cerca para escuchar los murmullos. ¿Cómo iba a explicarle todo lo que Geta causaba en ella? No guardó su corazón y entregó su cuerpo más de una vez. Acacius estaría decepcionado por ella. El pensar en eso le rompió el corazón. Su padre era todo para ella. Cuando le dijo a Geta que el general salvó su vida hablaba en serio. Fue la primera vez que Acacius usó su poder para su propio beneficio. La reclamó como suya e impidió que alguien la tocara. Le dio un hogar y techo. Formó una familia con Lucilla. Le brindó su amor, sin dudar siquiera de su paternidad. Acacius fue una esperanza para ella. 

Se desnudó. El cuello ya no le dolía. Las cicatrices en sus nudillos eran líneas rosadas sobre su piel. Conforme fue lavando su cuerpo, sintió como si su cuerpo estuviera sumergido en un estanque. Cada movimiento, por mínimo que fuera, le costaba demasiado trabajo. Los brazos le dolían como si hubiera estado levantando cultivos toda la noche. Las piernas las sentía como gelatina y temió no poder ser capaz de sostenerse por sí sola. Su visión se tornó borrosa por un momento, así que cerró los ojos. Se agachó para evitar caer. Solo pudo distinguir el sonido del agua cayendo. Debía levantarse. Abrió los ojos. Se puso de pie y se tomó el vientre. Un fuerte dolor se fue extendiendo por todo su vientre. Mordió la tela de su vestido para que nadie la escuchara gritar. Miró hacia abajo. Un hilo de sangre bajaba por su pierna. Faltaban unos días para que sangrara. Quizá… Otra vez sintió el espasmo. Recordó lo que Ravi le dijo y se maldijo por ser tan débil ante Geta. Limpió la sangre de su pierna, se puso el vestido y salió de ahí. Le sorprendió ser capaz de encontrar el sitio donde entró la primera vez que estuvo ahí. Abrió la puerta. Se puso el vestido que estaba seco y nuevo y se dejó caer en la cama. 

Geta y Caracalla estaban sentados uno frente al otro, disfrutando de un vasto desayuno. Era como cualquier día antes de Irene. Solo ellos dos. La primera vez que llegaron al Palacio no podían creer toda la comida que tenían a su disposición. El estómago les dolió con todo lo que comieron. Con el paso del tiempo, ambos se acostumbraron a alimentarse mejor. Geta dispusó que pasaran la mayor parte del tiempo juntos. Eso les ayudaría a balancear el poder entre los dos y que sus adversarios no quisieran separarlos. Por esa razón, debía hacer las paces con su hermano. No podía dejar que Irene fuera un riesgo para él. Dio un sorbo a su copa de vino y se levantó. El movimiento asustó a Caracalla, pero no se movió. Solo encogió los hombros y clavó la vista en el plato que tenía frente a él hasta que Geta se sentó a su lado. 

-¿Cómo sigue Dundus?

-Ya puede caminar, pero no puedo llevarlo en el hombro -murmuró Caracalla, mirando de reojo a su hermano-. Voy a llevarle comida. 

-Caracalla -Geta se agachó y apretó el brazo de Caracalla-. Quiero pedirte disculpas. 

-Es culpa de ella -Caracalla sujetó con fuerza los cubiertos que estaba utilizando-. Por eso me lastimaste, y lastimaste a Dundus. 

-Tu también me lastimaste -le recordó Geta. 

-¡Por ella! -gritó Caracalla-. Le dije que se fuera y no quiso. No quiere volver con Lucilla. 

-Ella pertenece al Palacio. 

-¡Quiero que se vaya! -Caracalla jaló la silla hacia atrás, levantándose-. Ella es de Acacius. 

-Caracalla -Geta caminó detrás de él-. ¿Quieres tenerla? Te dejaré tenerla. 

-Mientes -Caracalla se detuvo en seco-. La quieres solo para ti. Me prohibiste tocarla. 

-Voy a prestartela -Geta fue hacia Caracalla y le sujetó el rostro-. Por una noche, pero debes portarte bien. No puedes hacer lo que haces con las otras doncellas. 

-¿No me harás daño si hago eso?

-Lo prometo -juró Geta, algo inseguro. 

Caracalla sonrió. Geta lo soltó para dejarlo correr por todo el sitio. Estaba emocionado. Por fin podría estar con Irene. Miró a su hermano. Aunque tenía un gesto serio en su rostro, una sombra se ocultaba detrás de sus ojos. La doncella era más importante para él de lo que pensaba. Quizá había logrado obtener lo que tanto deseaba, el motivo real por el que se la quitó a Acacius. Se le revolvió el estómago de solo pensarlo. Eran demasiado poder como para rebajarse a sentir cosas tan banales. Claro, quería a su hermano, pero llegado el momento lucharía por su propia supervivencia. Las personas estaban hartas de tener a dos emperador. Si Geta lograba estabilizarse por culpa de la doncella, lo desplazaría. Todo era diferente con ella de por medio. Pero, disfrutaría la pequeña victoria que su hermano le estaba cediendo. 

Acacius distinguió el llanto de un bebé cerca de él. Caminó hasta salir de la oscuridad, reconociendo las columnas del Palacio. Siguió el llanto hasta el salón principal, donde Irene esperaba por él. Ella era quien traía al bebé en brazos. Geta estaba a su lado. Los dos vestían de blanco. Distinguió las alianzas en sus dedos anulares. Ya no era la ceremonia de bodas, estaban presentado al nuevo heredero al trono. Un gritó detrás de él borró la imagen frente a él. Caracalla corrió hacia él con un cuchillo en mano. Quiso detenerlo, pero Caracalla lo traspasó. Irene sangraba del pecho. El bebé yacía en sus brazos, dormido. Acacius sintió que algo lo jalaba hacia atrás, alejandolo del momento que estaba atestiguando. Un rostro se le apareció, su corazón dio un vuelco como si lo reconociera y despertó con una palabra grabada en su mente: Numidia.  

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Gracias por todo el amor que le dan a la historia. Ya son más de 30k de lecturas. 😍

Son las mejores.

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