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Capítulo 19

Los dedos de Irene se deslizaron lejos de los suyos. Distinguió su rostro, lleno de miedo debido a la forma en la que los presbiterianos la sujetaban. Intentó hablar, decirles que ella no fue quién lo apuñaló, pero las palabras no se formaban en su boca. Solo emitía sonidos guturales. Estiró la mano, buscándola. Tocarla era una necesidad. Quería tenerla cerca. Sabía que si se quedaba sola, Caracalla aprovecharía la oportunidad. Recordó cómo Irene se acercó a Caracalla para susurrarle algo en el oído y la sonrisa que se dibujó en su rostro. Esa sonrisa que solo hacía cuando le prometían algo que quería. Llamó a Irene. Su voz se perdió entre el ajetreo y el movimiento de los guardias. Gritó al sentir opresión sobre su herida y se movió con fuerza para levantarse. 

-Beba esto -dijo una voz, acercándole una copa. 

No pudo negarse. Tragó el líquido y tosió al sentir como se le metía por la nariz. El dolor fue disminuyendo. Volvió a buscar a Irene. Necesitaba tenerla cerca. Protegerla como si fuera lo más valioso que tenía. Lo meditó por un segundo antes de aceptar que, en ese momento, Irene era lo más importante que tenía. Le había dado amor. Algo que nunca experimentó. Desde niño, su padre solo le daba golpizas. Le repetía que su deber era cuidar a su hermano. Mantenerlo a su lado. Compartir todo con él. Una vez que llegaron al poder, Caracalla fue perdiendo la cabeza. A veces olvidaba lo que estaba haciendo. Otras parecía un niño dentro de la corte. Las fiestas no ayudaban a controlarlo. Si Geta encontraba una doncella, Caracalla la quería. Eso no le suponía problema. Sabía que las doncellas no tenían valor. Pero Irene era diferente. Ella logró calentar su corazón, hacerlo latir a mil hora, que sus dedos estuvieran inquietos por tocarla, esperar por un beso de ella o anhelar hacerla sonreír porque eso lo hacía sentir otra persona. Estaba tan cerca de tener lo mismo que Acacius y su hermano no iba a quitárselo. 

Irene fue sacada de los aposentos de Geta. La lanzaron fuera y le colocaron a un presbiteriano para que la cuidara. Era la principal sospechosa en el intento de asesinato del emperador y sabía que él unico que podía sacarla de eso estaba desangrandose en la cama, rodeado de guardias. Nadie le creería si decía que Caracalla fue quién lo hirió. Miró sus manos. Estaban llenas de sangre al igual que su vestido. Le pareció irónico que la mancha fuera igual a la del vino cuando Geta decidió que la quería. Parecía un mal presagio. Quitó el presentimiento de su mente y se dedicó a hallar una forma de acomodar su vestido para cubrirse el pecho. Eso también le sirvió de distracción por unos minutos hasta que Dundus corrió a sus pies y se trepó en ella. 

-Es hora de jugar -siseó Caracalla, sujetando el brazo de Irene. El presbiteriano la sostuvo del hombro, impidiéndole al emperador llevársela—. Ella viene conmigo. 

El presbiteriano asintió y la soltó. Irene tragó saliva, dejando que Caracalla se colgara de su brazo mientras la llevaba a sus aposentos al otro lado del Palacio. Miró hacia atrás, preocupada por Geta. En verdad deseaba que estuviera bien. Prefería estar con él que con Caracalla, aunque si Geta moría lo más seguro es que la crucificaran por traición o la exhibieran ante el pueblo de Roma o, peor, la dejaran a merced de los gladiadores. La sola idea fue suficiente para que el pánico invadiera su cuerpo. Quizá era momento de escapar. Alejarse del Palacio. Recorrer los pueblos de Roma para encontrarse con su padre. Pero, eso no iba a suceder. Nadie salía del palacio sin ayuda. Irene regresó al presente. Debía esperar que las cosas fueran bien. Dundus saltó de su hombro. Caracalla extendió el brazo y ella observó a su alrededor. Los aposentos de Caracalla tenían varios sillones con telas, mesas con copas de vino y fruta y la cama, más grande que la de Geta, estaba cubierta con algunos velos.

-Vayanse -ordenó a las doncellas que estaban ahí-. Y que nadie me moleste. 

Irene dio unos pasos lejos de Caracalla, fingiendo admirar cada detalle de la habitación. Sus ojos buscaban alguna puerta secreta, pero para distinguirla debía tocar la pared. Escuchó a Caracalla tirar una copa de vino y se giró para caminar hacia él. Tomó la copa que le ofrecía y se sentó. Caracalla se aproximó a ella, con un racimo de uvas que acercó a su rostro. Ella comió, insegura de si eso era lo que Caracalla quería. Acarició la copa con sus dedos y bebió un sorbo al terminar con todas las uvas. 

—Dijiste que si iba por ayuda jugarías contigo —le recordó Caracalla, inclinándose ante ella. 

-Antes debemos saber si su hermano está bien. 

-Va a estar bien -dijo Caracalla-. Si me hubiera dejado jugar contigo no lo hubiera herido. ¿Qué te hace diferente a las demás que no quiere alejarse de ti?

Irene iba a responder pero los labios de Caracalla invadieron los suyos. El movimiento fue brusco. Sus dientes chocaron con los de él y tuvo que sostenerle el rostro para impedir que la empujará aún más hacia atrás. La lengua de él invadió su boca. Gimió de dolor al sentir los dedos de Caracalla sobre su cuello y se separó. Caracalla sonrió, satisfecho. La jaló hacia arriba, sin soltarla, y la llevó hasta un montón de ropa. Le extendió un vestido rojo y un collar con una cadena. 

-Ponte esto -le ordenó, ansioso de verla desnuda.

Irene exhaló cuando Caracalla liberó su agarre. Acarició su adolorido cuello y se quitó el vestido. Caracalla se acercó a ella, le dio media vuelta y le puso el collar para jalarla hacia la cama. Irene intentó ponerse la prenda que Caracalla le dio mientras caminaba a trompicones. Cuando Caracalla se giró hacia ella, frunció el ceño al verla con el vestido puesto. Era demasiado hábil. Sería difícil obligarla. Y no sería divertido. Quería experimentar lo mismo que su hermano. Vivirlo en carne propia. Escucharla, porque desde la noche anterior estaba obsesionado con sus gemidos. Se masturbó varias veces con solo escucharla. A ella y a su hermano. Si Geta no hubiera cerrado la puerta con llave, seguro hubiera podido verlos. Envolvió la cadena en su mano y tomó la barbilla de Irene. Le mordió el labio inferior hasta que el sabor a óxido invadió su lengua y se separó. Irene notó que Caracalla estaba excitado. Le sujetó su mano y la llevó hacia abajo, frotando su erección. 

—Si me complaces, no te mataré —le susurró al oído. 

***

¿Geta podra salvar a Irene? ¿Caracalla hará de las suyas con Irene? ¿Irene disfrutara con Caracalla? ¿Qué sucedió con Acacius? ¿Estará bien?

Todo eso y más lo sabrán en el siguiente capítulo.

Gracias por estar aquí. 💜  Queria preguntarles si me dan permiso de compartir sus comentarios en mis redes sociales, ya sea colocando su usuario o borrandolo para que más gente se anime a leer la historia que ya casi tiene 20k. Son las mejores lectoras del mundo. 😍

Volveré a retomar el ritmo de actualización a como lo tenia antes y tbm si andan leyendo Snow lands on top, mañana volveré a actualizar porque les debo capítulo. 🙈

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