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🔥 Capítulo 16

Geta la empujó contra la cama para recostarla. Se separó de ella y hundió su nariz en el cuello de Irene, inhalando el aroma a rosas que emanaba su piel. Besó con cuidado cada marca hasta que el vestido se entrometió en su camino. Bajó el tirante y mordió el hombro, haciendo que Irene soltara un jadeo. Podía sentir como se retorcía bajo su cuerpo. Se alejó para ver cómo su pecho subía y bajaba debido a lo agitada que tenía su respiración y sonrió. Llevó ambas manos al escote del vestido, acunando los senos de Irene.

-Eres perfecta -dijo.

Irene estiró la mano para tomar el cuello de la túnica de Geta y lo jaló hacia él para besarlo. Por un momento, olvidó el dolor en su rostro y en su cuello. Solo podía pensar en las manos de Geta acariciando sus senos, jugueteando con el vestido, rozando sus pezones y en su lengua recorriendo toda la boca, mientras su erección iba creciendo en su pierna. Al sentirlo de lleno contra ella, soltó un gemido que complació a Geta. El emperador no esperó más. Irene se estaba soltando, así que jaló hacia abajo el escote, liberando sus senos. Gruñó al verlos rebotar debido a la fuerza del movimiento y los apretó con fuerza, moviéndolos en círculos. Una electricidad recorrió cada parte del cuerpo de Irene, encendiendo en ella algo desconocido. Apretó las piernas, ansiosa por más y sujetó el brazo de Geta.

-¿Te gusta? -preguntó Geta.

Su voz se escuchó más grave debido a la excitación. Irene asintió y él bajó la boca hasta uno de los pezones de Irene. Estaba suave y muy erecto, así que comenzó a chuparlo. Los sonidos que emanaron de la boca de Irene le parecieron cánticos sagrados. Estaba más que lista. Geta subió la falda del vestido, acariciando la pierna de la joven. Sintió la calidez que emanaba su piel y le rodeó el trasero para apretarlo. Le mordió el pezón y fue bajando. Irene no supo qué hacer con sus manos. Recorrió los hombros del emperador y enredó los dedos en su cabello cuando lo sintió ir más allá de su vientre. Jaló un poco al sentir su aliento sobre su entrepierna, haciendo que Geta mordiera la parte interna de sus muslos.

Irene no pudo emitir palabra alguna. Menos con los dedos del emperador humedeciéndose de ella, recorriendo cada centímetro de su vulva. Solo era capaz de gemir, jadear, gruñir y gritar, dependiendo el movimiento y de lo que Geta tocara. Cerró los ojos al sentir el frío del metal apretarse contra su piel y empujó las caderas hacia abajo. Era diferente a aquella vez. La forma en la que la tocaba era más lenta. Sus labios viajaban por todo su cuerpo, dejando cada parte que tocaban deseosa por más. La ropa de él le raspaba la piel. Su erección cada vez estaba más cerca de su entrepierna. Geta enredó sus caderas con las piernas de Irene y metió las manos por debajo de su espalda para levantarla. Otra vez estaba hincado ante ella. Pero ahora, él tenía el poder. Besó su cuello e Irene soltó un quejido debido al dolor. Subió hasta su boca y mordió su labio inferior.

-Suplica -le ordenó con sus labios sobre ella-. Suplica y te haré ver las estrellas, Irene.

-Sigue -lo obedeció Irene, apretando sus piernas, haciendo que la erección de Geta se frotara contra ella-. Sigue, por favor.

Geta volvió a recostarla. Irene liberó un poco el agarre de sus piernas y jaló hacia arriba la túnica, quitándosela. Recorrió con sus manos el abdomen del emperador, que la miraba fijamente, atento a sus movimientos. Deslizó sus manos por las piernas de Irene, hasta su espalda baja y atrapó el vestido con sus dedos. Por fin, después de tanto tiempo, la vería desnuda. Irene se incorporó, dejando que le quitará el vestido. La imagen fue mil veces mejor de lo que había imaginado. El cuerpo de Irene era parecido al de las esculturas que adornaban el palacio. La piel oculta tenía un tono apenas más claro y algunas partes estaban llenas de lunares. Geta tocó el estómago de Irene y fue hacia arriba, acariciando sus senos, hasta su cuello. Sonrió, porque Irene estaba a su completa merced y lo hizo. Acomodó su miembro en la entrada de Irene, y al mismo tiempo que le apretó el cuello la penetró. Irene soltó un quejido en forma de gemido que excitó a Geta y lo incitó a seguir empujando.

Irene sujetó la muñeca de Geta y fijó su mirada en él. El desafío en su mirada hizo que Geta se moviera con más fuerza. Irene gruñía con cada estocada, apretando la cadera del emperador para evitar que sus movimientos fueran más largos. Eso le gustó a Geta. Irene intentaba moverlo a su ritmo. Le soltó el cuello y recargó las manos en cada lado de la cabeza de Irene. Atrapó sus labios, invadiendo la boca con su lengua y se movió más rápido. Quería entrar por completo en Irene, Hacerla suya. Dejarla tan adolorida que solo pensara en esa noche y en él.

Irene sintió que su cuerpo iba a explotar. Cada movimiento de Geta la acercaba al límite de su propio cuerpo. Soltó el agarre de sus piernas, cosa que Geta aprovechó para levantarse y subirle las piernas a sus hombros. Abrazó sus rodillas y empujó tan fuerte como pudo. Irene ya iba más allá de los gemidos. El placer que sentía la hacía gritar, quejarse, gruñir, maldecir, suplicar... Esto último fue lo que más le gustó a Geta. Se movía rápido e Irene le suplicaba ir más lento. Se detenía e Irene le suplicaba seguir. Estuvo torturándola un buen rato hasta que sintió las oleadas sobre su miembro. Geta fijó su vista en Irene, que estaba aferrada a las sábanas, con la boca abierta y los ojos cerrados. Era una imagen digna de una pintura. Empujó con fuerza, haciendo que sus caderas chocaran contra las de Irene. La forma en la que sus senos rebotaban por los movimientos que hacia lo llevaron al éxtasis. Gruñó desde la garganta al sentir como se corría e Irene hizo lo suyo con un gemido largo que relajó todo su cuerpo.

-¿Viste las estrellas? -ronroneó en el cuello de Irene.

-Eso creo -Irene respiraba entrecortada y se veía feliz-. Eso fue... Asombroso.

Geta soltó una risa. No era la primera vez que se lo escuchaba, pero la forma en la que Irene se lo dijo lo hizo sentir cohibido. Acarició la frente de la chica, admirándola. Seguía viéndose guapa. Un brillo coqueto estaba sobre sus ojos y se movió, deseoso de volver a poseerla. Pero, su cuerpo se sintió demasiado pesado. No podía levantarse. El cansancio invadió su mente y se sorprendió de la energía que había gastado con Irene. Se recostó a su lado y la acunó entre sus brazos, besándola con ternura. La miró y ella le sonrió. Ahí estuvo seguro de una cosa.

Irene ya era suya y él era de ella.

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