Capítulo 13
Irene cerró los ojos y los volvió a abrir esperando que fuera un sueño. Pero Geta seguía ahí, con su mano sobre su cintura y su pierna enredada con la suya. Ella en cambio tenía ambas manos recargadas en el pecho del emperador y tuvo que ahogar un grito al darse cuenta de que el hombre a su lado estaba desnudo. ¿Dónde había quedado la bata? Se levantó un poco, buscándola, sin hallarla. Se sintió desorientada. No recordaba haberlo escuchado. Ni sentido, lo que era lo peor. Ahora sí que lo sentía, justo en su vientre.
—Alteza —murmuró en voz baja—. Despierte.
Geta balbuceó algunas cosas antes de pegarse más a Irene. Ella jadeó. Eso lo hizo sonreír. No le molestaría despertar así todas las mañanas. Con ella entrando en pánico por su cercanía, sin saber cómo escapar o qué hacer. Lo peor es que con cada movimiento que hacía, su miembro se rozaba más contra ella. Tuvo que soltarla para evitar correrse ahí mismo, lo que hizo que Irene diera vuelta hasta la orilla y cayera de la cama.
—¡Por los dioses! —la escuchó maldecir. Entreabrió los ojos y la vio recargada en la orilla de la cama, sobando su cabeza.
—¿Estás bien?
—Sí —Irene evitó mirar al emperador—. Lamento haberlo despertado.
—No negaré que me gustó —admitió Geta—. Ayúdame a prepararme.
Irene asintió. Dio vuelta a la cama y encontró la bata de Geta en el suelo. La levantó y se ocultó detrás de ella para que el emperador pudiera ponérsela. Geta se levantó, se acercó a Irene y notó unas manchas en sus nudillos. Le tomó la mano, lo que hizo que soltara la bata. Recorrió con sus dedos la herida, preguntándose cómo se la había hecho. Era un corte limpio. De una espada. Hasta que vino a su mente la imagen de él, blandiendo la suya contra sus nudillos para evitar que se quedara con la capa de Acacius. Acercó el dorso de la mano a su boca y la besó. Un vacío se formó en el estómago de Irene, que deslizó su mano fuera de los labios del emperador y se alejó de él para ir por las prendas. Otra vez, Geta la estaba poniendo por encima de la figura del emperador. Todos besaban su mano para mostrarle devoción y respeto, pero el emperador nunca hacía eso por otras personas.
—¿Extrañas servirle a Acacius y a Lucilla? —preguntó Geta.
—Ahora le sirvo a usted —respondió Irene, dándole una de las prendas.
—Eso no responde mi pregunta —Geta comenzó a vestirse—. Ayer noté tu cercania con ellos.
—Les serví durante un tiempo y son buenas personas —dijo Irene, acomodandole la túnica—. Ellos siempre fueron amables conmigo.
—Más Acacius —soltó Geta.
Irene detectó el tono de molestía en la voz del emperador. Estaba celoso de Acacius, del cariño que ambos se tenían. Agarró una túnica color negro bordado con líneas doradas y se lo ofreció a Geta para que comenzara a vestirse. Le ayudó a cepillar su cabello, le colocó una corona de laureles y le acercó algunos collares, anillos y brazaletes. Como bien le habia prometido a su hermano, Geta estuvo listo a tiempo. Para Irene, ese tipo de rutina le ayudó a dejar de lado el hecho de que amaneció abrazada al emperador. Más allá de que era su doncella y tenia que dormir con él, Geta había respetado su sueño y su dolor. Claro que prefería fingir que no sabía nada. Era mejor a aceptar que se durmió llorando, con un vació en el corazón que dejó de sentir cuando el calor de Geta la envolvió.
Acacius estaba en medio de una batalla. La adrenalina llenaba su cuerpo y le costaba respirar. Alguien le dio de lleno en el rostro, haciéndolo caer. Sintió algo cálido en su mejilla izquierda y miró hacia arriba. Geta le apuntaba con su espada, enterrándola en su pecho. Acacius intentó moverse, pero su cuerpo no reaccionaba. Pensó en Irene, en lo mucho que quisiera despedirse de ella y cerró los ojos. Despertó con Lucilla a su lado. Ella lo miraba preocupada. Acacius suspiró y se levantó de la cama. Si no descansaba pronto los próximos días perdería la cabeza.
—¿Otra pesadilla? —murmuró Lucilla.
—Tengo un mal presentimiento —confesó.
—¿Sobre Irene?
—Sobre todo —Acacius se sentó en la orilla de la cama y tomó la mano de Lucilla—. Geta nos vio cuando estábamos en el jardín.
—¿Crees qué…?
—No lo intentaría. Ponerse en mi contra le costaría la gloria que tanto buscan.
—Pero puede buscar una manera, ¿no es así? Siempre lo hace.
Acacius observó el exterior. La noche era densa. Se acurrucó a lado de Lucilla, abrazándola con fuerza e intentó dormir. Cuando el sol hizo su aparición, Acacius ya estaba listo. Se sintió ansioso por su pesadilla, por lo poco cuidadoso que fue con Irene y el hecho de que el emperador quizá se estuviera enamorando de su hija. Al poco rato, lo mandaron llamar directo del palacio. Se despidió de Lucilla y salió a su cita. Su presentimiento se instaló en su pecho cuando vio a ambos emperadores esperando por él. Irene no estaba en ninguna parte, lo que lo alarmó aún más.
—¿En qué puedo servirles, Altezas? —habló en tono solenme.
—Necesitamos saber cómo están nuestras colonias —dijo Caracalla—. Si siguen bajo nuestro mando y si están cumpliendo con sus deberes ante el reino.
—Mandaré a algunas tropas a revisarlas.
—Acacius —lo llamó Geta. Dio un pasó hacia él antes de desenvainar su espada—. Queremos que trates este asunto personalmente.
—Claro —Acacius fijo la vista en Geta. Sonreía lleno de satisfacción, justo como cuando lo obligó a darle a Irene—. Organizaré todo para salir mañana a primera hora.
—Creo que no nos estás entendiendo —lo detuvo Geta, apuntandolo con la espada—. Este asunto es prioridad. No puede esperar.
Irene caminaba de vuelta a los aposentos de Geta, renovada por el agua con la que limpio cada parte de su cuerpo y el vestido nuevo que llevaba puesto. Aunque seguía siendo de doncella, la falda era más vaporosa, el escote tenia forma de corazón y dejaba ver parte de su piel, además tenía un cinturón dorado que enmarcaba su figura y una tela azul que caía como una pequeña capa atada al hombro. Era similar a los que usaba Lucilla en su día a día. Que lo usara fue una petición personal de Geta, así que era una ventaja que le gustara tanto el vestido. Llevaba el cabello suelto y esperaba que se secara para poder amarrarlo. Ansiaba ver a su padre para enseñarlo a su padre.
—Entiendo, reuniré a las tropas —la voz de su padre le llegó desde el salón principal—. Los mantendré informados.
Fue hacia él, viéndolo hablar con los emperadores sobre ir a revisar algunas colonias. Acacius hizo una reverencia y se alejó de ahí sin decir nada. Irene quiso llamarlo, pero sabía que si lo hacía las cosas podrían ser peor para él. Geta lo mandaba lejos para estar con ella, también era capaz de armar una emboscada para matarlo y que pareciera un ataque del enemigo. Un vacío se formó en su estómago. Tuvo que tragar saliva para quitarse el nudo que se formó en su garganta. Alzó la vista, cruzando miradas con su padre y lo supo.
Esa sería la última vez que lo vería.
**
¿Será este el fin del Hombre araña?
Ya se la saben. Únanse al canal de difusión y al chat de lectoras. Pueden encontrarlo en mi IG, dentro de las historias destacadas.
Las espero por allá 😊
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro