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Capítulo 12

Acacius soltó a Irene y a Lucilla. Presentía que ese momento era una despedida. Nunca más volverían a estar los tres juntos, ni él tendría otra oportunidad de abrazar a su esposa y a su hija. Su corazón se encogió ante el pensamiento. Su visión comenzó a desenfocarse. Parpadeó deprisa para espantar las lágrimas que amenazaban con salir y miró hacia arriba. Si se ponía a llorar ahí mismo, Irene y Lucilla se quebrarían con él. Debía ser fuerte por ellas. Raspó sus ojos, fingiendo tener una basura, y distinguió una figura que los observaba desde las alturas. Distinguió el brillo del atardecer, reflejado en las prendas de los emperadores y supo que Geta los miraba desde arriba. Acacius sonrió, divertido por la ironía del momento.

—¿Qué pasa? —preguntó Irene.

—Es hora de irnos —dijo Acacius, recobrando su fortaleza—. Volveremos mañana por los juegos.

—Está bien —Irene le dio un rápido abrazo a Acacius y a Lucilla—. Cuidense.

—Tu también —se despidió Lucilla—. Eres más fuerte de lo que crees, no lo olvides.

Irene asintió. Caminó con ellos hacia el Palacio y los vio irse antes de que todo el sitio se sumiera en la oscuridad. Colocó su mano sobre su pecho, debido a la opresión que sentía y respiró hondo. Por primera vez, desde que salió de casa de Acacius, el peso de la soledad la golpeó. No tenía a nadie cerca de ella que la entendiera y mucho menos que le ayudará a sobrellevar todo lo que estaba pasando. Aunado a eso, ver a su padre con los ojos llorosos terminó por quebrar su espíritu. Él era tan fuerte. Todos en el ejército lo comparaban con un toro debido a la postura que tomaba antes de cada batalla. La primera vez que lo vio, le costó trabajo encontrar al hombre del que tanto hablaba su madre. Pero, cuando el general la reconoció como suya y la llevó a Roma para protegerla, encontró al Acacius leal y noble. Fue así que entre los dos se fueron queriendo, ocultando su relación ante los demás. Lucilla era quien los ayudaba a pasar desapercibidos. Como bien había dicho ella, Acacius decía demasiado con la mirada. La forma en la que la veía lograba calmar su corazón, hacerla sentir amada, segura. Pero, lo que Geta la hacía sentir era diferente. Era deseo. Ilusión. Anhelo. Miedo. Odio. Una mezcla de sentimientos que la confundían.

Una pesadez se situó sobre cada parte de su cuerpo. Estaba agotada. Tanto física como mentalmente. Así que siguió caminando entre los pasillos oscuros del palacio. Le costó moverse. Avanzar. Era como si atravesara algún río. Arrastró los pies hasta los aposentos de Geta y dejó salir todo el aire que tenía guardado al ver que el lugar estaba solo. El frío le heló los huesos y recordó su primera noche ahí. Mojada, asustada, temiendo lo peor. Acarició los nudillos de sus manos, recorriendo la cortada que Geta le había hecho con tal de evitar que tuviera algo de Acacius con ella. Sonrió. Estaba tan inmersa en el emperador, en lo que debía o no sentir, que olvidó por completo sus heridas. Ese fue el recordatorio que necesitaba para no olvidar quién era. Una doncella alejada de su casa. Una hija que no podía estar con su padre. Una mujer obligada a estar con un hombre. Enterró sus uñas y raspó la costra hasta levantarla. Un ardor envolvió la herida y sintió la calidez de la sangre entre las yemas de sus dedos. Llevó sus dedos a su boca y saboreó el sabor a óxido. Debía ser capaz de controlar sus sentimientos. Si se enamoraba por completo de Geta, estaría perdida. Se sentó a la orilla de la cama. Desató su cabello, desenredando con sus dedos cada mechón. No tenía idea de como lucía ya que desde hace dos días no miraba su reflejo. Anheló volver a su habitación. Usar los vestidos que Lucilla escogió para ella. Lavar más seguido su cuerpo. Cepillar su cabello. Usar algunas joyas y aplicar color en sus mejillas con los bálsamos naturales que Lucilla guardaba en su habitación y que Acacius le prohibía usar. Suspiró, exhausta. El cansancio aflojó cada parte de su cuerpo, así que se recostó. Disfrutó la suavidad de las sábanas, el aroma a rosas que invadía la almohada y cerró los ojos, dejándose llevar por el sueño.

Geta iba a decirle a Acacius que lo enviaría a una misión a las colonias romanas fuera de la ciudad para revisar que todo anduviera en orden, pero el general siempre iba un paso adelante. Cuando solicitó a uno de los sirvientes que llamara al general, le dijeron que ya se había dejado el Palacio. El sol se estaba ocultando y prefirió darle esa pequeña victoria. Solicitó que prepararan un baño y estuvo ahí, junto con su hermano, hablando de guerra y Roma. Prefirió no llamar a Irene para evitar que Caracalla intentara algo con ella y se relajó lo más que pudo. Evitó pensar en lo mucho que le gustaría que fuera ella quién lo frotara con la esponja, estuviera ahí sirviendole, con el vestido pegado a la piel por la humedad del vapor. Hacerlo inquietaba cada parte de su cuerpo, como la adrenalina que lo invadía cada que veía a los Gladiadores matarse entre ellos. Sentía la necesidad de moverse hacia ella. Tocarla. Besarla. Poseerla. Hacerla suya hasta que olvidara a Acacius.

—¿Estás seguro que es buena idea mandar a Acacius lejos? —preguntó Caracalla, sacándolo de sus pensamientos.

—Necesitamos saber cómo está todo antes de mandarlo a nuevas conquistas —respondió Geta, bebiendo un poco de vino‐. Mañana, antes de los juegos, le informaremos nuestras órdenes

—¡Juegos! —celebró Caracalla, levantándose del agua.

Geta lo vio correr desnudo unos metros antes de que aceptara la bata que la doncella le estaba ofreciendo. Notó la chispa de lujuria que invadió la mirada de su hermano y supo que al menos por esa noche no iba a ir a vigilarlo. Pidió su bata, salió del agua y cubrió su cuerpo. Le sorprendió lo excitado que estaba. Pensó en saciar su deseo. Ahí había una doncella que no se negaría a satisfacerlo. Pero, Irene era la causa de que se sintiera así. Si lo intentaba con alguien más no tendría sentido. Salió de la sala de baño y fue a sus aposentos, esperando que Irene estuviera ahí para seguir con lo que dejaron pendiente en el Palco Real. Al entrar, lo primero que vio fue la silueta de Irene sobre la cama. La luz era tenue. Perfecta para el momento. Delineó con sus ojos cada curva de la joven, se quitó la bata y se deslizó debajo de las sábanas. La tela del vestido le pareció un estorbo. Deseaba verla desnuda. Sentir cada centímetro de su piel contra la suya. Hundió su nariz en su cabello, disfrutando el aroma a rosas que emanaba. Trazó un camino de besos desde la oreja, ansioso de comerle la boca cuando sus pupilas gustativas distinguieron un sabor salado. Se detuvo para verla mejor. Irene estaba dormida, encogida sobre su propio cuerpo, abrazando a la nada. Acarició sus mejillas y sintió la humedad de sus lágrimas.

Geta no estaba acostumbrado a estar tan cerca de un sentimiento como la tristeza. Encerrado en el Palacio, se dedicaba a cumplir con su deber y sentirse bien. Todo lo que ordenaba o pedía era para su disfrute. Pensó en que quizá había llevado demasiado lejos a Irene. Primero él la tocó de formas en las que nadie lo había hecho, la salvó del intento de su hermano de hacer lo mismo, se arrodilló ante ella y Acacius los vio. Luego la encontró con Acacius, la besó en el Palco Real y la dejó sola para ir con su hermano. Fue así que Irene volvió a refugiarse en Acacius. Él, más que un ancla, era su refugio. Aquel con el que se sentía segura. Si Acacius se iba de Roma, Irene no tendría a nadie. Mordisqueó sus uñas, nervioso. Estaba decidido a que el general estuviera fuera unos días. Eso le daría la posibilidad de ser consuelo de Irene, poseerla por completo y convertirse en su refugio. Extendió la mano para cepillar su cabello, haciendo que Irene se moviera. Aguantó la respiración, esperando que no despertara porque no estaba seguro de lo que diría y sonrió al ver que se daba vuelta para quedar frente a él. Se acurrucó a su lado, acomodó su brazo sobre su cintura atrayéndola a su pecho y la envolvió con todo su cuerpo.

Cuando Irene despertó, Geta seguía abrazándola.

***

Hola 😁

Voy a seguir dejando notas al final de los capítulos porque me gusta platicar con ustedes y hacerme presente. Antes que nada les agradezco por leer la historia. Son las mejores lectoras del mundo. Amo sus comentarios y cómo me explotan 🤭 Saben que eso me anima a seguir escribiendo.

También las invito a seguirme en Instagram, ahí compartí mi canal en WhatsApp y el chat de lectoras de Omen donde ayer les compartí un adelanto a las chicas del capitulode hoy. Si se unen, podrán platicar entre ustedes de la historia y qué les va pareciendo, podrán presionarme para que siga escribiendo o preguntarme sobre la historia.

Y, para que la espera no se les haga larga, las invito a leer mis demás historias. Tengo dos fanfics más, uno de Eddie Munson y otro de Coriolanus Snow (🔥) y una historia original completa (🔥).

Hasta la siguiente actualización. 💜

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