III. Ropa usada.
Alfa Kaeya x Omega Diluc.
Resumen: Mierda. La forma tan suave y casi infantil en la que lo dice ha calado en el corazón de Kaeya, siente un puntazo en su pecho y debe pensar sus palabras con cuidado.
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Usualmente, Kaeya no es desordenado con sus cosas, cada una tiene su rincón y no pasa más de dos días con ropa sucia en el suelo sin que se ponga nervioso y ordene de inmediato.
Así que cuando llego a su casa esa noche, después de una larga jornada laboral de puro papeleo por nuevos reclutas, fue extraño no encontrar su pijama donde lo dejó, bajo su almohada.
Aún le quedaban dos noches a ese pijama, y es realmente acogedor cuando hace frío y viene cansado. Lo quiere.
Comenzó a buscar en el cuarto lleno de pereza hasta que un suave aroma aparece en su nariz, y lo sigue. Reconocería ese olor a uvas a kilómetros de distancia, y peor cuando a medida que se acerca comienza a oler ligeramente a vino. Un vino delicioso que solo ha probado de una persona.
Kaeya va al otro cuarto, uno donde suele trabajar en otras cosas, deja si ropa sucia y guarda tonterías. Cuando abre la puerta se encuentra con que todo ha sido removido y que en medio del mismo, bajo miles de prendas que no deberían estar en el suelo, encuentra una cabellera roja, esparcida entre las playeras sucias.
— Ahí está mi pijama... Y el ladrón.
Camina lentamente hasta tocar uno de los mechones, se pone de cuclillas y logra ver su rostro durmiendo tranquilo. Es tan raro verle así de calmado y relajado, en total confianza para dormir de forma vulnerable.
Es un crimen al control de Kaeya.
— Ah Diluc, debes dejar de colarte en mi casa. —toca con la yema de los dedos su mejilla, y empuja hasta hundir su dedo provocando una mueva en su rostro. —, Diluc~
Otro quejido y se abren sus bellos ojos, sus pupilas están enormes, parece un gato queriendo jugar con su comida.
— Te tardaste mucho.
— Lo siento. —Aunque él no sabía que Diluc iba a venir.
— Te iba a pedir ropa.
— ¿Y la que dejé en tu casa no sirvió?
— No huele a ti.
Mierda. La forma tan suave y casi infantil en la que lo dice ha calado en el corazón de Kaeya, siente un puntazo en su pecho y debe pensar sus palabras con cuidado.
— Entiendo...
Y quiere que eso quede en esta insinuación inocente, pero Kaeya se acomoda a su lado, rodea su cintura con sus manos y esconde el rostro en su nuca, ahí donde está la mayor concentración de sus feromonas, ese aroma a uva tan dulce y relajante. Ese que Kaeya recuerda de pequeños cuando jugaban en el viñedo. Y tiene que besarlo.
— Kaeya...
— Tranquilo, solo quiero estar así.
— ¿Seguro?
— Mh-mh
Diluc se da vuelta, lento, entre sus brazos, busca sujetarle el rostro, no lo ha visto en todo el día, aunque no vino para verlo, sino por su ropa usada, pero se alegra tener a la fuente de ese aroma tan relajante.
Le ve a los ojos, al menos el que no tiene parche, aún le da una punzada en el pecho, aunque sabe que ahí no hay heridas graves. Pasa su dedo bajo el parche y toca la piel que le esconde mientras mira el otro ojo, esa estrella que trata de buscar en el cielo, pero solo existe en la mirada de Kaeya.
Es hermosa.
— ¿Diluc?
El otro no responde, solo se acerca y besa su mentón.
— Estás muy cariñoso hoy.
— Hueles bien, Kaeya.
Ah, claro. Los instintos de Diluc cuando pasa esos periodos de soledad se vuelven más agudos y abrasivos, le busca con más ansia, le abraza con más fuerza, y Kaeya se siente bien con esa atención.
— ¿Vas a dormir aquí?
— Sí...
— Bien.
Y Kaeya se acomoda, ve a Diluc acurrucarse contra su pecho, hundiendo su nariz contra la piel desnuda y cerrar sus ojos, hasta que finalmente se queda dormido. Kaeya no tarda en seguirle, está muy cansado.
Entre su ropa sucia, sabanas usadas y algunas cosas más, ambos se quedan dormidos en ese nido improvisado.
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