Día 4: "Marca"
Shipp: Sísifo x Defteros
Universo Alterno.// Fantasía histórica.// Mención de temas como el clasismo y esclavitud.
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Nacer en una familia Aristoi* no era la fantasía utópica que muchos creían. Desde niño tuvo cientos de responsabilidades, restricciones y estándares y expectativas que llenar.
Siendo el segundo hijo, Omega, no se esperaba mucho de él. Su única obligación sería aprender de su madre las labores del hogar, obedecer a su padre y casarse con el Alpha que pidiera su mano en matrimonio, obedecerle en todo y darle hijos fuertes y sanos. Su hermano mayor, nacido Alpha, sería el sucesor de su padre, quién heredaría todo cuando su progenitor muriera, incluso ya estaba casado, y con un hijo. Así que todo debería estar bien... O al menos eso creyeron todos por un momento.
Su hermano enfermó gravemente de un día para otro, y por más que varios médicos intentaron encontrar alguna cura, ninguno logró nada, e Ilías perdió la vida, dejando huérfano a su único hijo, de apenas un par de meses de nacido, cuya madre murió poco después de dar a luz.
Sísifo tenía apenas 14 años cuando Ilías partió al reino de Hades, dejando a todo el clan en la incertidumbre. Regulus había nacido Omega, un no ciudadano*, del que ahora el padre de Sísifo debía tomar la responsabilidad, como tutor* gracias a que Ilías se negó rotundamente a abandonarlo. Ahora su única opción era encontrar un buen esposo para ambos Omegas, con la esperanza de que de alguna de las dos uniones naciera un Alpha.
Sísifo ya estaba en edad de casarse, pero su madre ya era demasiado mayor como para encargarse de un recién nacido, así que se le encomendó a él la tarea de cuidar de Regulus y prepararlo para que fuera un buen Omega.
En parte agradecía eso, ya que no tenía deseos de casarse con un completo desconocido, pero sabía que el alivio le duraría poco, solo hasta que cumpliera su mayoría de edad. Era lo máximo que podrían esperar.
Pasó los siguientes cuatro años de su vida con Regulus, en el gineceo*. Siendo prácticamente una madre sustituta para su sobrino, enseñándole las labores del hogar desde una edad muy temprana, el bordado e hilado, y algunos cálculos básicos que le servirían cuando se casara.
Pero el tiempo se había terminado, su cumpleaños número 18 estaba a solo un par de meses, y con él, su boda con el Alpha que había dado la dote* más grande a su padre.
Regulus era apenas un pequeño de cuatro años, sabía que tendría que dejarlo, no podía llevarlo con él, y quizás jamás volvería a verlo. Pero nada podía hacer al respecto, al fin y al cabo, no era más que un Omega... Si tan solo Ilías siguiera vivo...
Aún no sabía ni siquiera el nombre de su futuro Alpha, pero los esclavos que eran parte de la dote que su padre había recibido por dar su mano en matrimonio, ya habían llegado, al lado de los animales y demás riquezas.
- Tío...- Lo llamó el pequeño, mientras hilaban.
- ¿Qué pasa, Regulus?- Preguntó, dejando de lado los hilos para centrar toda su atención en el infante.
- Después de que te cases... ¿Qué va a pasar conmigo?
Ver los ojos vidriosos de Regulus hizo que su corazón se estrujara. Los dos sabían la respuesta, siempre la supieron y fueron conscientes de que ese día llegaría, pero eso no la hacía menos dolorosa.
- ¿Vas a dejarme?- Inquirió Regulus, derramando un par de pequeñas lágrimas.- ¿Verdad?
- Regulus... Sabes que no quiero hacerlo, pequeño, pero... No tengo opción.- Suspiró, limpiandole las lágrimas, intentando no llorar.- Pero, estarás bien. Los dos lo estaremos.
Regulus lo abrazó con fuerza, para luego terminar sollozando en su pecho. Sísifo lo abrazó, intentó hacerse el fuerte, pero al final terminó llorando junto al pequeño. No imaginaba su vida lejos de ese cachorro, sin su sonrisa iluminando sus días, sin sus risas sonando, sin sus travesuras, sin sus abrazos, ni su compañía...
Su sobrino era lo único que le quedaba de su hermano. Ilías siempre fue un hombre diferente al resto, a pesar de su naturaleza Alpha, jamás fue grosero con ningún Omega, ni con quién no lo mereciera en general. Siempre salía en defensa de los más débiles, siempre luchando por defender Atenas de cualquier ataque, siempre dispuesto a dar su vida con tal de proteger a su pueblo...
Ilías más de una vez manifestó estar en desacuerdo con el trato que se les daba a los Omegas y a las mujeres no Alphas, pero por más buen guerrero y estratega que fuera, era solo uno contra el mundo. La sociedad era como era, y una sola persona no podía cambiarlos de la noche a la mañana, pero sí hizo todo lo que estuvo en sus manos.
Desde proteger a su hermano Omega, intercediendo por él, impidiendo que fuera abandonado, hasta aceptar a una mujer Omega como esposa, enamorarla, amarla y darle una vida mucho mejor que la que el promedio tenía, enseñándole todo lo que pudo de literatura, aritmética, gramática, escritura e incluso algo de combate. Incluso protegió a su hijo, haciendo oídos sordos a todas esas palabras absurdas de que ese niño no valía nada. No, a él no le importó nada de eso en absoluto.
Regulus era el último y más valioso regalo que su amada Arkhes le dió, y no iba a renunciar a él. No permitió que lo hicieran con su hermano menor, aún cuando él era apenas un adolescente, no lo iba a permitir con su propio hijo.
Sísifo siempre se sintió en deuda con su hermano por todo lo que hizo por él, y por eso, no podía evitar sentirse culpable por simplemente dejar a Regulus a su suerte. Le había prometo a Ilías que si algo le ocurría, él se encargaría de proteger a Regulus. Lo había hecho hasta ahora, pero no podría seguir cumpliendo su promesa... A menos que...
Abrazó a Regulus hasta que ambos lograron calmarse. Quizás era por las emociones del momento, pero ver los ojos llorosos y suplicantes de Regulus, era más que suficiente para que su mente le gritase más fuerte esa alocada idea.
- Tranquilo. No nos separaremos.- Le dijo, con una suave sonrisa al niño, limpiandole las lágrimas.
- Pero...
- No va a ser fácil, Regulus. Pero si lo logramos, nadie va a alejarme de tu lado.
Lo siguiente fue explicarle a Regulus su loco plan: Escaparse de la casa. En ocasiones como esa, era una verdadera bendición que nadie fuera al gineceo más que un par de veces al día, siempre a las mismas horas.
Regulus escuchaba atentamente el plan que su tío había ideado. Les iba a tomar unos cuantos días preparar todo, y planificar su huida, pero estaban decididos: iban a irse de ahí.
Cómo Omegas no casados, ninguno de los dos había salido de casa ni visitado otras polis, pero Sísifo aún recordaba unas cuantas que Ilías le había mencionado: Esparta, la única cuidad dónde las mujeres no Alphas y Omegas tenían derecho a la educación, a la herencia, a heredar, y varias cosas más que les eran negadas en el resto de Grecia. La otra opción era los exteriores del mundo conocido, un lugar en medio del Mar Negro, dónde solo habitaban Omegas y mujeres no Alphas, y dónde los hombres y Alphas solo eran bienvenidos para fines reproductivos.
Cualquiera era buena opción, pero primero debían planear cómo salir de ahí. Entonces Regulus se dió cuenta de lo resistente que podía ser un tejido, así que propuso la idea de tejer una cuerda lo suficientemente resistente y larga como para escapar por una pequeña ventana que daba al jardín trasero de la casa.
El siguiente problema a resolver eran las provisiones. No recibían demasiada comida, puesto que primero debían comer los Alphas de la casa, dejando lo sobrante a los Omegas y mujeres no Alphas. Aún así, comenzaron a guardar pequeñas porciones de alimentos como frutos secos, manzanas, higos, uvas y granos.
Así pasaron casi dos semanas planificando su escape, todo intentando no dejar ningún indicio que los detalatara, hasta que finalmente lo lograron.
Quedaba a duras penas poco más de un mes para la boda, así que debían irse ya, y lo harían durante la noche, cuando la última cera se apagase y todos durmieran.
Cuando finalmente, todos dormían, comenzó su plan. La primera fase fue hasta cierto punto sencilla, logrando llegar al jardín.
Creyeron que lo peor ya había pasado, pero cuando intentaban trepar por el muro que rodeaba el jardín, alguien lo impidió.
Por el aroma que desprendía, ambos se dieron cuenta de inmediato que se trataba de un Alpha. Alto, con una larga, alborotada y algo descuidada cabellera azulada, unos afilados ojos de color gris azulado, y lo que más impresionaba: piel demasiado morena, más que la de cualquier otro que hubiera conocido.
Toda su vida la había pasado entre cuatro paredes, aislado y lejos de la vista de Alphas y hombres ajenos a su familia, así que no era raro que no conociera a los Douloi* Alphas, pero ese tenía algo en particular que de inmediato le hizo saber que había sido parte de la dote recibida por su padre: una marca en el pecho. Los Douloi propiedad de su padre, tanto Omegas como Alphas, poseían una marca diferente a la que éste portaba.
Su primer instinto fue poner a Regulus detras de él, tratando de protegerlo. Esperaba cualquier cosa, pero el Alpha simplemente lo miraba, como si tratara de entender qué pasaba.
- No hagas ruido.- Murmuró Sísifo, mirando que no hubiese nadie más cerca. Afortunadamente, ese Douloi parecía ser el único despierto.- ¿Cuál es tu nombre?
El peli-azul se mantuvo callado, y Sísifo se dió cuenta de cómo incluso apretó los labios, como su tuviera miedo de hablar o algo así.
- ¿Tienes un nombre?
- Defteros.- Murmuró, agachando la cabeza.
Sísifo no pudo evitar sorprenderse por aquel nombre. ¿Defteros?, si mal no recordaba lo poco que sabía de griego gracias a Ilías, ese nombre parecía un derivado de la palabra Deutero*. ¿Acaso pretendían dejar algo claro indirectamente con ese nombre?... En fin, no tenía tiempo para hallarle algún sentido.
Estaba por simplemente seguir con sus planes, pero entonces una nueva idea surcó su mente. Allá afuera serían presas fáciles, pero llevar un Douloi con ellos, quizás ayudaría a pasar desapercibidos. Además, si lo llevaban con ellos, no podría delatarlos.
- Eres de lo nuevos aquí, ¿verdad, Defteros?
El peli-azul solo asintió, con la cabeza agachada.
- En ese caso, te propongo un trato.- Siguió Sísifo, alzando a Regulus en brazos.- Ven con nosotros. Solo llévanos a Esparta, si lo logras, después serás libre de irte a dónde quieras. ¿Aceptas?
- ¿Esparta?
- ¿Sabes cómo llegar?
Defteros asintió.
- ¿Cuánto tiempo tomará llegar?
- Unos cuatro o cinco días... Quizás tres si se sigue avanzando de noche y haciendo la menor cantidad de pausas.
- Entonces, ¿aceptas el trato?
El peli-azul lucía algo temeroso, pero finalmente asintió.
Defteros los ayudó a escalar el muro que rodeaba el jardín, el Alpha resultó ser demasiado ágil y fuerte. Lo siguiente fue avanzar como tenían contemplado, con la única diferencia de que ahora tenían un guía.
Al estar lo suficientemente lejos de la casa, Sísifo decidió usar la daga que había llevado consigo para cortarse el cabello y hacer lo mismo con Regulus. Cómo Omegas, no tenían permitido cortarse el cabello a menos que estuvieran de luto, y quizás estaba mal hacerlo, pero así sería más difícil que alguien los reconociera, y a ellos les facilitaría mezclarse como un Omega que recién había enviudado y su cachorro y que volvían a casa al lado de uno de sus Douloi.
El viaje de noche era peligroso, saliendo de las murallas, quedaban indefensos a cualquier peligro, lo sabían de sobra, pero ya no había marcha atrás. Así que, después de respirar profundo, avanzaron y salieron de Atenas.
Defteros iba delante de ellos, guiándolos y alumbrando el camino con una pequeña antorcha. El Alpha no hablaba mucho, a duras penas les explicó que la primera ciudad a la que llegarían sería Corinto.
Sísifo no sabía demasiado de esa ciudad, más allá de que era la ciudad protegida de la diosa Afrodita. Defteros le explicó que era una parada obligatoria, y que si caminaban por la noche, llegarían al atardecer del día siguiente.
El camino era difícil, ninguno de los dos estaba acostumbrado al trabajo pesado ni el esfuerzo físico, así que el simple hecho de caminar por varias horas era una pesadilla. Al amanecer, según su guía, estaban a mitad de camino, pero podían hacer una pausa para descansar y comer un poco para reponer fuerzas.
Debían distribuir bien la comida, al menos hasta llegar a la ciudad y poder surtir nuevas reservas. Así que solo comieron algo de pan de cebada, algo de manzana y frutos secos y poca agua.
- Toma.- Dijo Sísifo, dándole un trozo de pan, una manzana y un par de nueces a Defteros.
El Douloi no tomó la comida que le ofrecían, y se mostró algo desconfiado. Entonces Sísifo se levantó y se acercó a él para dejarla en sus manos, notando las múltiples heridas y cicatrices que había en ellas.
- Tienes que comer también.- Dijo, mirando con compasión las marcas en la áspera piel.- No te preocupes. Regulus no come mucho, y ambos estamos acostumbrados a comer poco de todos modos.
Defteros miró de reojo al Omega. No estaba acostumbrado a ese tipo de tratos. Toda su vida, desde que tenía memoria, había sido en medio de latigazos, golpes y bastantes carencias.
- Tranquilo, no voy a hacerte daño.- Le sonrió suavemente Sísifo.- ¿Cómo fue que terminaste en Atenas?
Defteros dudó por un momento, pero, de alguna forma, Sísifo le recordaba a alguien que años atrás le demostró que no todos eran la misma basura. Así que decidió contarle su historia.
Jamás conoció lo que era una familia, no tenía hermanos ni padres, nadie que cuidara de él o le demostrase algo de afecto, excepto quizás... Ese Omega que conoció en el extranjero hace años y que lo salvó de una muerte segura.
Sus primeros años vivió en Tracia, sirviendo a un Perikoi*, ayudando en los trabajos del campo, hasta que fue vendido por primera vez a los 8 años si mal no recordaba.
A esa edad, un comerciante de seda y algodón lo aceptó como pago por unos peplos*, túnicas, himaciones* y algunas alfombras. De ahí fue llevado de un lugar a otro, sirviendo como esclavo a su nuevo amo, incluso llegó a estar en Egipto y la India un par de veces, y fue en éste último lugar dónde conoció a ese Omega, cuando por accidente dañó unas telas demasiado costosas por ser de color púrpura, y su amo no se lo perdonaría nunca.
Tenía apenas unos 12 años cuando eso ocurrió. Ya estaba acostumbrado a recibir golpes siempre, pero sabía que dañar una tela así no lo pagaría ni con su vida. Ya varios Douloi que conoció, habían sido asesinados por hacer algo así, y no pudo hacer más que llorar suplicando perdón, y ahí fue cuando su salvador apareció. Un guardia imperial detuvo la mano de su amo, arrebatándole la espada, y segundos después, todos alrededor se arrodillaron y abrieron paso a unos hombres que cargaban un especie de cúpula de telas.
No entendía el idioma, ni nada de lo que todos habían dicho, pero después, escuchó una suave y dulce voz infantil, así como un suave tacto en el cabello. Era evidente que el griego no era el idioma natal del niño, pero era lo suficientemente entendible para comunicarse.
Se trataba de un pequeño niño Omega de piel blanca como la ceda y cabellos rubios como el oro, el pequeño y amado hijo del gobernante de ese lugar. Él había hecho a su padre comprar la tela dañada, y darle una advertencia a su amo de no hacerle daño, o no volvería a ser recibido en esa tierra.
Estaba tan aterrado, que no pudo responder nada. El Omega solo le sonrió dulcemente, y le deseó buena fortuna, para después volver al lado de su padre.
Jamás supo el nombre de ese niño, que era mucho menor que él, y en ese entonces de seguro no pasaría los 5 o 6 años de edad, pero siempre había estado eternamente agradecido con él. Gracias a esa intervención, logró salvarse de su terrible destino.
Después volvió a Grecia, y al llegar a Esparta, fue vendido y vivió como un ilota*. Tuvo mejor suerte que otros ilotas, que conoció y murieron asesinados por jóvenes soldados en formación durante la Krypteia*.
Se quedó en Esparta poco más de tres años, antes de ser vendido por un comerciante y llevado a Creta hace casi un año, dónde fue comprado para servir en una casa Aristoi. Después, hace dos semanas, lo enviaron a Atenas.
- Entonces... ¿Tienes 16 años?
- Creo... Eso fue lo dijo mi último amo antes de dejarme con los demás en Atenas.
- Eres dos años más joven que yo entonces.- Murmuró Sísifo, sosteniendo en brazos a Regulus, que no tardó en quedarse dormido después de comer.- Bueno... Yo... Creo que mi vida no es nada al lado de todo lo que has pasado tú.
Defteros le había contado su historia, así que pensó que podría hacer lo mismo. Después de todo, ahora eran compañero de viaje.
Él había nacido Omega, en una familia que lo despreció siempre por eso. Sus casi 18 años de vida los había pasado pudriéndose entre las cuatro paredes del gineceo, teniendo como única compañía y amigo a su hermano mayor, quién murió hace cuatro años, encomendándole el cuidado de su hijo.
- Entonces, ¿no es tuyo?- Preguntó Defteros, señalando al pequeño que dormía en los brazos de Sísifo.- Lo siento. Es que... Se parecen mucho.
- No te preocupes.- Sonrió suavemente, acariciando la mejilla de Regulus.- Es hijo de mi hermano y su esposa. Ambos murieron cuando él era un bebé, y desde entonces, yo me he encargado de él.- Añadió, mirando al pequeño.- La única razón para huir, es no dejarlo sólo, aunque... No sé qué esperar en Esparta.
- Viví ahí por años, y el cómo tratan a sus mujeres y Omegas es muy diferente al resto de Grecia. Allá, a veces Omegas y mujeres no Alphas iban a entrenar desnudos junto a los hombres y Alphas del Agogé*, y para nadie era extraño.
Para Sísifo, eso sonaba imposible de creer. Jamás se permitiría algo así en Atenas. Los Omegas y mujeres no Alphas no debían siquiera ser vistos por hombres ajenos a la familia, por eso existían los gineceos.
- Quizás Esparta tenga algo mejor para ustedes.
- No lo sé.- Suspiró Sísifo. Ahora comenzaba a dudar, pero era tarde para echarse atrás.
Después de descansar por unas horas, con el sol de mediodía sobre sus cabezas, siguieron su camino, y tal y como Defteros había prometido, llegaron al atardecer a Corinto.
La ciudad era realmente tal y como su diosa protectora: activa, hermosa, y llena de excesos en todos lados. Lo mejor era buscar reabastecerse de provisiones suficientes, una posada para pasar la noche y continuar su camino al amanecer.
Así lo hicieron. Afortunadamente, Sísifo había previsto alguna situación así y había llevado con él todas los dracmas* y óbolos* que Ilías le había dado a escondidas de sus padres durante años y que le había dejado antes de morir. Además de las pulseras, collares y tobilleras que había llevado para vender en caso de ser necesario.
Durante todo su recorrido en la ciudad, Regulus miraba con fascinación todo. No estaba acostumbrado a ver Alphas, el único al que conocía era a su abuelo, así que ver a tantos Alphas en las calles era impresionante. Su corta vida había sido entre cuatro paredes, con su tío como única compañía, sin más visión del mundo más que lo que podía apreciar desde la ventana por la que escaparon y las historias que su padre le contaba a su tío y habían llegado a él gracias a Sísifo.
Lograron conseguir provisiones que resistieran hasta llegar a su próximo destino, agua y un lugar en una posada, a las afueras de la ciudad. Tanto por el hecho de poder tener cerca a Defteros, como por optimizar el tiempo.
El lugar no era tan grande, a duras penas había una cama, pero sería suficiente para una noche. Regulus no tardó mucho en quedarse dormido en brazos de su tío, pero Sísifo no lograba conciliar el sueño.
- ¿Pasa algo?- Preguntó Defteros, tan respetuoso y servicial como lo había conocido hace prácticamente un día.
- Nada importante, es solo que... No lo sé, supongo que solo estoy algo nervioso por ser la primera vez que estoy fuera del gineceo, de Atenas...
- No cualquiera se atrevería a hacer lo que has hecho.- Le dijo el Alpha, manteniendo agachada la cabeza.- Eres un Omega muy valiente. Quizás los únicos a los que creería capaz de hacer cosas así, son a los Omegas de Esparta... Quizás a los de la India.
- ¿Hay alguna forma de llegar a ese lugar? Dicen que pocos griegos han logrado llegar ahí.
- Sí es posible llegar, pero no es fácil.- Respondió el Alpha.- Una forma es por barco. Sin tener que desviarnos, podríamos salir de Esparta, atravesar el Nilo en Egipto hasta llegar al mar rojo. La otra opción es navegar hasta Siria, y seguir a pie todo el camino, atravesando toda Persia. El viaje dura varias semanas de cualquiera de las dos formas.
- ¿Cómo es ese lugar?- Preguntó curioso el Omega, dejando a Regulus sobre la cama y sentándose al lado de Defteros en el suelo. Por alguna razón, se sentía a gusto con ese Alpha.- Mi hermano a veces solía contarme que por ahí pasaron Dionisio y Heracles. Qué son tierras desconocidas y enigmáticas.
- La verdad, es muy diferente a cualquier lugar de Grecia. Todos usan ropas de telas brillosas y suaves, se tiñen las barbas de varios colores, y llevan una manta sobre los hombros, algunos se la enrollan en la cabeza.- Contó el moreno.- Son altos, bastante delgados y mucho más ligeros que cualquier griego. También parecen ser más longevos, y hay varios animales raros.
Sísifo escuchaba fascinado todo lo que Defteros le contaba. Ese Douloi podía parecer intimidante a simple vista, pero era sin duda, un ser bastante noble, sin maldad alguna en su corazón.
Quizás era porque no había estado nunca en contacto con ningún Alpha además de su padre y su hermano, pero le era imposible no sentirse tranquilo al lado de Defteros. Aún sabiendo que era un Douloi, que quizás solo lo seguía por la promesa de libertad que le había hecho, y que quizás una vez llegado a su destino, jamás volvería a verlo, solo quería estar cerca de él, dejándose envolver por ese aroma inusual, pero embriagante que desprendía. No recordaba un aroma igual, fuerte, pero a la vez dulce... Era extraño, pero agradable. Simplemente no podía describirlo.
Sin darse cuenta, se quedó profundamente dormido, recargado en el hombro de Defteros, dejándose envolver por ese inusual aroma.
A la mañana siguiente, Defteros lo despertó, y continuaron su travesía. Ésta vez, el camino fue mucho más corto para llegar a Miscenas, por la tarde ya se encontraban en la ciudad fundada por Perseo. Por sugerencia de Defteros, solo tomaron un pequeño descanso y siguieron su camino, llegando a su siguiente y última parada antes de llegar a Esparta: la ciudad de Argos, justo al atardecer.
Ahí pasaron nuevamente la noche, en una posada a las afueras de la ciudad. Nuevamente se repitió la misma escena que la noche anterior, Regulus se quedó dormido, ésta vez en brazos de Defteros, para después ser colocado por su tío en la cama, mientras ambos jóvenes hablaban sobre diversos temas.
Tenían apenas unos días de conocerse, pero aún así, hablaban como si se conocieran de toda la vida. Ninguno entendía porqué, pero se sentían felices, tranquilos y a gusto con la compañía del otro.
Nuevamente, volvieron a quedarse dormidos, uno al lado del otro. Tan solo para que Defteros lo despertase al amanecer y continuaran el recorrido.
Caminaron todo el día, hasta que el sol comenzó a ocultarse en el horizonte, y se vieron forzados a detener su andar. No había una ciudad cerca, apenas estaban a mitad de camino, literalmente, en medio de la nada. Así que lo mejor era buscar un refugio.
Para su buena suerte, Defteros parecía tener experiencia en ese tipo de cosas, y no le tomó demasiado tiempo encontrar una cueva que sirviera de refugio por esa noche, así como conseguir algo de leña y encender un fuego para mantenerlos calientes y alejar animales salvajes.
Regulus no tardó en dormirse, y ellos siguieron el mismo ritual de los últimos días, pero ésta vez, Sísifo tenía una duda que no lo dejaba en paz.
- ¿Cómo te hiciste todas esas cicatrices?- Preguntó, mirando los brazos y piernas de Defteros, cubiertos por múltiples marcas.
- Así es la vida de un esclavo.- Suspiró el Alpha.- Algunas son de latigazos, otras de quemaduras con antorchas o hierro caliente, otras más de espadas o lanzas... Nada anormal en alguien como yo. Supongo que no puedo quejarme, al menos sigo vivo. Y en Esparta sobreviví 3 Krypteias, así que, algo de suerte he tenido.
Sísifo sintió un pequeño dolor en el pecho al escuchar esas palabras. Sabía que no todos los Doulois recibían un trato digno, algunos tenían trabajos realmente extenuantes, como los que trabajaban en las minas, pero Defteros... Parecía haber pasado por muchas cosas al haber pasado por manos de varios amos. Y aún así, no se quejaba por nada. De cierta forma, haber salido de su burbuja, y visto el mundo real, dónde algunos Douloi sufrían tratos horribles y eran maltratados, lo hacía sentirse un estúpido egoísta por quejarse de algo tan simple como casarse y estar huyendo solo por evitar su destino. Por alguna razón, confió en Defteros, y expresó lo que sentía.
- Para nada estás siendo egoísta.- Le dijo el peli-azul.- Solo quieres ser libre. Entiendo lo que es eso, así que no te preocupes.
- Gracias.- Suspiró, con una leve sonrisa.- Al menos... Supongo que una vez que ésto termine, todos lo seremos.
Sí... Ese era el trato, y debía cumplirlo. Aunque no quisiera dejarlo ir, era lo que le había prometido, así que cuando llegaran a Esparta, debía emancipar a Defteros y dejarlo en libertad.
Al alzar un poco la cabeza, sus miradas se encontraron, y sin saber porqué, de pronto, sus aromas emergieron y se mezclaron.
Sísifo empezó a sentir pequeños calambres en el vientre y un calor invadiendo su interior. ¿Acaso...?
Antes de que se diera cuenta, ya le había saltado encima a Defteros, juntando de forma inexperta sus labios con los del Alpha.
- Sísifo...- Murmuró el Douloi en un momento de lucidez, cuando el Omega empezó a frotarse contra él.
- Por favor...- Gimió débilmente, aferrándose al Alpha.- Quiero hacerlo.
- No...
- Ya no tengo nada qué perder.- Insistió Sísifo, dejando expuestos todos sus sentimientos.- Ya traicioné a mi familia, ya dejé toda mi antigua vida atrás, ya me estoy exponiendo a perder hasta la vida, ya soy solo un fugitivo más... Y yo... No sé porqué, solo quiero estar contigo.
- Vas a arrepentirte de ést-
- No.- Lo interrumpió, besándole los labios.- No lo haré... Por favor.
Al final, sus instintos fueron más fuertes, y terminaron cediendo a sus deseos carnales.
El cuerpo de Sísifo aún estaba intacto, jamás había estado con nadie antes, y a pesar de la lubricación causada por el repentino calor, el dolor fue inevitable.
Defteros, no de la forma más agradable, tenía cierta experiencia en ese tipo de actos. Haber sido un esclavo toda su vida, teniendo que estar siempre dispuesto y listo para servir a sus amos en todos los sentidos, incluyendo ser una pareja sexual a pesar de su corta edad, le había enseñado algunas cosas. Cómo que la primera vez siempre dolía.
- Defteros...- Chilló bajó Sísifo, apretando los puños, mientras pequeñas lágrimas se le escapaban de los ojos.- Duele... Duele mucho...
- Abre un poco las piernas y trata de relajar la espalda.- Le aconsejó, deteniéndose por un momento, besando sus hombros y su cuello para ayudarlo a aguantar el dolor.
Unos segundos después, cuando el dolor se hizo tolerable, continuó, hasta entrar por completo.
Las primeras embestidas fueron algo difíciles por la presión que Sísifo ejercía involuntariamente, pero un par de minutos después, sus músculos se adaptaron y el ritmo fue en ascenso.
- Def...- Gemía bajo el nombre del Alpha, mordiéndose la muñeca para evitar gemir demasiado fuerte y despertar a Regulus.- Def...
Los labios de Defteros no tardaron mucho en tratar de ayudarlo a ahogar sus gemidos, aumentando aún más el calor en ambos, haciéndolos moverse en sincronía uno contra el otro, buscando estar lo más cerca posible.
Cuando el placer se hizo indescriptible, sus instintos tomaron el control, haciéndolos perderse en el éxtasis que poco a poco invadía cada fibra de su ser, hasta que el climax los sorprendió, junto a otro pequeño detalle.
- Ah...- El éxtasis causado por su reciente orgasmo fue suficiente para anestesiar casi por completo el dolor de la mordida en su nuca.
El collar... Se olvidó por completo que al escapar, se deshizo de aquella protección, junto a su cabello largo. Todo con el fin de encajar en el papel de un Omega viudo.
- Y-Yo... Lo siento.- Escuchó a Defteros, completamente aterrado al darse cuenta de lo que había hecho.- Yo... Juro que no era mi intención, yo...
- Shh, tranquilo.- Murmuró, girándose para abrazarlo contra su pecho y tratar de calmarlo.- Está bien. No me molesta.
Defteros estaba temblando. Su mente no dejaba de reprocharle que había cometido una grave falta. El rastro de sangre entre las piernas de Sísifo deba constancia de la virginidad recién perdida del Omega, arrebatada por un Douloi como él.
- No me arrepiento si es lo que piensas.- Le susurró Sísifo, acariciando sus cabellos.- Acepto tu marca. Te acepto a ti.
- No... Esto no debió pasar, tú...
- ¿Te arrepientes?
Aquella pregunta lo puso en duda. Una parte de él se sentía avergonzado por haber cedido a sus instintos y haberle arruinado la vida a un Omega. Pero otra estaba felíz de saberse aceptado.
- Solo quiero estar contigo.- Murmuró Sísifo, sin soltarlo.- Vayamos a la India. No importa cuánto tiempo nos lleve, si ahí podemos estar juntos, vale la pena intentarlo... Pero... ¿Quieres intentarlo?
Defteros, después de algunos segundos de silencio, finalmente tomó una decisión.- Sí.
El resto de la noche, Sísifo durmió un poco, mientras Defteros se encargó de velar el sueño de ambos Omegas, que ahora eran su responsabilidad.
Al amanecer, siguieron el camino. Fueron varias horas caminando con el ardiente sol sobre ellos, hasta que finalmente, en mitad de la tarde, lograron llegar al Esparta.
La ciudad tenía fama de bárbara al lado del resto de polis, pero incluso ellos respetaban la ley de la hospitalidad, aunque no hacía que fueran menos precavidos con los extranjeros.
Al adentrarse en la polis, Sísifo se dió cuenta de que Ilías y Defteros no mentían. Los Omegas y mujeres no Alphas no tenían nada qué envidiar a ningún Alpha. Todos eran bastante atléticos y podían alardear de una excelente condición física. No vestían peplos largos ni joyas como los de Atenas, sino ropas más cortas y el cabello recogido si era demasiado largo. Una vestimenta demasiado simple y hasta que podría considerarse descuidada al lado de los Omegas de Atenas.
- ¿Defteros?
Al estar en el centro de la ciudad, una voz infantil captó su atención al nombrar a Defteros.
- ¿En serio eres tú?
Un pequeño de cabellos violeta hasta un poco debajo de los hombros, piel bronceada por el entrenamiento bajo el sol, y unos filosos ojos amatistas apareció frente a ellos. Por el dulce aroma a manzanas que desprendía, era fácil adivinar que se trataba de un Omega, a pesar de que su apariencia no encajaba con la de uno, siendo mucho más atlético que los Omegas atenienses de su edad.
- Kardia...
- Vaya, aún me recuerdas.- Sonrío el más jóven.- Y al parecer, trajiste compañía. ¿No me los vas a presentar?
Sísifo no entendía bien cómo era que ese niño que no pasaba los 12 o 13 años y Defteros se conocían. El tal Kardia parecía ser un Omega Espartano, así que simplemente no entendía en qué momento sus caminos pudieron haberse cruzado.
- Kardia, ellos son Sísifo y su sobrino Regulus. Los estoy acompañando en un viaje.- Dijo el Alpha, mientras Kardia los miraba de arriba a abajo.- Sísifo, Regulus, él es Kardia. El hijo de mi antiguo amo.
- Déjame adivinar. Atenienses.- Mencionó el peli-violeta al terminar las prestaciones, antes de que Sísifo dijera algo.- Sí, eso debí suponer. Son más escuálidos de lo que dicen.
El peli-violeta no se molestó en disimular su sonrisa burlona al ver la expresión de vergüenza de Sísifo. Había escuchado mucho de los atenienses, incluso llegado a ver a algunos de sus Alphas, pero era la primera vez que veía de cerca a dos Omegas de esa polis.
- ¿Y qué hace un par de Omegas viajando sólos y sin una Alpha que los acompañe?- Cuestionó el menor, sin quitarles los ojos de encima. Sísifo solo lo miraba, ese niño daba algo de miedo.- Hasta dónde sé, los Omegas atenienses solteros no tienen permitido salir de sus habitaciones. Y los casados nunca viajan sin sus Alphas.
- Larga historia, Kardia. Pero no hay tiempo para contarla.
- ¿Por qué no vienen un rato a casa?- Sugirió el menor.- Solo mira a ese niño, se ve que no está acostumbrado a viajar ni al esfuerzo físico y el viaje lo está matando.- Añadió, señalando a Regulus, que se recargaba en su tío.- Mi padre recién volvió de una expedición, junto a Lugonis, pero zarpan mañana a territorio persa. Albafica y yo ya somos parte de los coros, así que están planeando una cena para hoy en la noche, antes de que se vayan.
¿Persia? Según lo que le había dicho Defteros, ese lugar quedaba cerca de la India. Quizás sería una buena oportunidad.
Al final, aceptaron la invitación del jóven Kardia, aunque a Sísifo le inquietaba la actitud tan vivaz y despreocupada del infante. Si él hubiera hecho algo así a su edad, habría recibido un buen escarmiento por ser tan mal hablado. Ni hablar de salir del gineceo... Pero en Esparta, niños Omegas y niñas no Alphas, caminaban libremente por las calles. Otros leían o escribían, lo cual para él era solo un sueño. Otros más incluso luchaban desnudos entre ellos o con Alphas de su misma edad. Y absolutamente nadie veía algo raro o malo en eso... Definitivamente, Esparta era muy diferente a las demás ciudades.
- ¡Padre!- Llamó Kardia, corriendo hasta llegar al lado de un hombre de cabellos negros, piel bronceada por el sol igual que prácticamente todos los Espartanos, y los mismos ojos afilados y violetas que Kardia.- Mira lo que trajo el viento.
Dentro de la casa, también estaba un hombre de cabellos caoba, piel clara pero acanelada, y unos hipnóticos ojos verdosos. De no ser por su aroma, estatura y la armadura Espartana que portaba, Sísifo fácilmente lo habría confundido con un Omega. Y un niño probablemente de la misma edad que Kardia, de piel blanca levemente bronceada, cabellos y ojos celestes, rasgos tan bellos como el dedujo, debía ser su padre.
- Defteros...- Murmuraron ambos Alphas Espartanos.
Tal y como la ley griega lo mandaba, fueron recibidos en la morada, y les sirvieron algo de comida, agua y vino.
Sísifo jamás había bebido vino, le habían dicho que no tenía permitido hacerlo hasta que se casara y solo si su Alpha lo permitía. Pero los niños Espartanos lo bebían enfrente de sus padres como si fuera lo más normal del mundo.
- Deben hacerse resistentes para que al crecer puedan cumplir su papel de parir guerreros más fuertes.- Mencionó el castaño cobrizo, cuyo nombre resultó ser Lugonis.- Todos los recién nacidos que logran superar la prueba de los gerontes*, son sumergidos en vino para demostrar su fuerza. Algo de vino no es nada para ellos.
Sísifo solo asintió. No estaba acostumbrado a hablar demasiado.
- Kardia, ¿por qué no les muestras un poco la ciudad?- Intervino Zaphiri.- Y de paso les das algo de ropa más... Útil.- Añadió el peli-negro, mirando los largos peplos de ambos Omegas, al lado de las togas arriba de las rodillas que los Espartanos estaban acostumbrados a usar la mayoría del tiempo.- Con esa ropa no podrían ni correr en un ataque.
Sísifo dió un pequeño respingo. Esparta era una ciudad guerrera al fin y al cabo, pero no podía evitar sentirse asustado ante la sola mención de un posible ataque.
- ¡Sí, señor!- Respondió Kardia, levantándose.
- Ve tú también, Albafica.- Añadió Lugonis a su vástago.
- Sí, señor.- Asintió el joven peli-celeste, imitando la acción de Kardia.
Sísifo miró de reojo a Defteros, pero decidió confiar en su mirada y seguir a ambos niños Espartanos. Eran diferentes a lo que él estaba acostumbrado, pero no parecían malos.
- ¿Por qué volviste, Defteros?- Cuestionó Zaphiri, después de que los Omegas se fueran.- La última vez que estuviste en Esparta, tuviste la oportunidad de irte como un hombre libre, pero... Aún recuerdo que rechazaste la oferta, y te fuiste como un esclavo a Creta. ¿Por qué tomaste esa decisión la última vez?, jamás nos explicaste nada. Y ahora, un año después, reapareces cómo el Douloi de un ateniense... ¿Por qué?
- Les estaré eternamente agradecido por todo lo que hicieron por mí, señor Zaphiri, señor Lugonis. Pero me temo que no puedo dar demasiados detalles del porqué estoy aquí de nuevo.- Suspiró el peli-azul.- Solo puedo decir que los Omegas atenienses a los que acompaño, buscan llegar a la India. Y quisiera solicitar su ayuda.
Ambos Espartanos se miraron un momento. No era común que Omegas de otras polis tomaran el valor de huir de sus hogares, y menos a territorios misteriosos para casi toda Grecia.
- Bien, pero con una condición.- Habló Lugonis, tan neutro e inamovible cómo siempre.- ¿Por qué la última vez que estuviste aquí, a pesar de haber ganado tu libertad al luchar al lado de Espartanos, pediste ser vendido como esclavo?, ¿qué razón había?, ¿por qué te importa tanto ese Omega?
- La última vez que estuve aquí... Sí, ayudé en la lucha, pero... Cuando estuve de paso en Tracia, al lado de los Espartanos a los que acompañé, me encontré con un soldado tracio... Uno bastante similar a mí, solo que él, tenía un color de piel diferente al mío.- Confesó finalmente.- Yo... Creo que nací en esa ciudad, al menos ahí fue donde pasé mis primeros años. De ese soldado no supe ni su nombre, pero... Sentía que algo nos unía. Así que por eso les pedí ese favor, con la esperanza de encontrarlo algún día.
- Aún no me has respondido la última pregunta que te hice. ¿Por qué te importa tanto ese Omega?- Repitió Lugonis.- Se ve que es de una familia Aristoi de Atenas, alguien que lo tiene todo, que jamás en su vida ha tenido que hacer el más mínimo esfuerzo. Nada al lado de nuestros Omegas, que paren guerreros y mantienen esta ciudad de pie, mientras sus Alphas luchan por la gloria de Esparta. O de hombres como tú, que han demostrado tener honor y solo por eso son dignos de respeto. Su familia debe estar moviendo cielo, mar y tierra para dar con él y el cachorro. Si te encuentran, es seguro que acabarán contigo de la peor forma posible. ¿Por qué te expones de esa forma por él?
- No lo sé.- Suspiró.- Solo... Solo quiero hacerlo. Porque... Entiendo lo que es estar rodeado de gente y sentirse sólo... Toda mi vida la he pasado sobreviviendo, hace tiempo dejé de temerle a la muerte.
Lugonis no dijo nada por unos segundos, al igual que Zaphiri, pero el peli-negro fue el primero en romper el silencio.
- Bien. Lo haremos.- Dijo el azabache.- Pero nosotros solo podemos ayudarlos a llegar hasta Persia, a partir de ahí, están por su cuenta.
- Gracias.
Zaphiri solo sonrió levemente y asintió.- Todos los Espartanos hemos hecho locuras por el corazón y el honor. Siempre lo hacemos en cada batalla que líbranos. ¿No es así, Lugonis?- Dijo, mirando a su amigo.
El pelirojo solo asintió. Defteros era el único que sabía los secretos que ocultaban, y sabían que él jamás los delataría, así que le correspondían de la misma forma.
- Bueno, no hay tiempo que perder.- Añadió Zaphiri.- Manos a la obra. Esos barcos no se van a alistar y esas espadas no se van a afilar sólos.
Mientras tanto, Sísifo había cambiado su ropa por una toga poco arriba de las rodillas, mucho más ligera y que permitía más libertad de movimiento que el peplo, aunque no podía evitar sentirse extraño.
- ¿No es más cómodo que esa sábana?- Preguntó Kardia, terminando de ayudar a Regulus a atarse las sandalias.
- Kardia.- Regañó Albafica a su compañero.
- ¿Qué?- Rezongó el menor.- Yo no me pondría todas esas cosas ni muerto. Los peplos solo se usan en ocasiones especiales como una boda, no a diario. Sino, ¿cómo vamos a entrenar?
- Son de otra ciudad, Kardia.- Suspiró Albafica, intentando tener paciencia.- En Atenas, solo los Alphas y hombres no Omegas entrenan y tienen permitido usar este tipo de ropa.
- Pues vaya vida más horrible...
Albafica volvió a suspirar, antes de decir algo.- Discúlpenlo, muchas veces habla más de la cuenta.
- No hay problema.- Respondió Sísifo.- Y sí, en Atenas no se hace nada de ésto. Tenemos que permanecer en el gineceo, hasta el día de la boda. Cómo a su edad más o menos.
Kardia casi se atraganta con la manzana que comía, y Albafica dió un respingo al escuchar eso.
- ¿Qué?- Exclamaron ambos niños.
- Bueno, lo habitual es entre los 14 y 15 años, mientras nuestro padre negocia la dote y todo eso. Pero se puede desde los 12 años, si ya tuvieron el primer celo o la primera regla.
- Yo acabo de cumplir 11 años. Albafica tiene 12.- Habló Kardia.- ¿Están locos?. Aquí nos casamos hasta los 20 años, rara vez a los 18. Cuando los de nuestra generación terminan el Agogé y reciben una parcela para iniciar su familia, antes ni pensarlo.
Eso no era lo que se acostumbraba en Atenas. Los Alphas no podían casarse con Omegas de su edad, debía ser alguien más joven para poder garantizar un matrimonio fértil. Si mal no recordaba, Ilías tenía 25 y Arkhes 14 cuando se casaron, y 26 y 15 cuando nació Regulus. Al contarles ese dato a los jóvenes Espartanos, tanto Kardia cómo Albafica hicieron algunos gestos entre el asombro, el miedo y quizás algo de repulsión.
- Aquí no se permite ese tipo de cosas.- Mencionó Albafica.- La máxima diferencia de edad que se permite entre los integrantes de una pareja es de cinco años, y eso ya es mal visto.
Siguieron hablando sobre las costumbres, leyes y normas de sus ciudades, dándose cuenta que en definitiva, Esparta y Atenas eran polis totalmente diferentes una de la otra. Hasta que finalmente, volvieron a la casa de Kardia.
Defteros le explicó a Sísifo que partirían al otro día en barco, al lado de un grupo de explotadores comandados por Zaphiri. Así que se fueron a dormir, Sísifo y Regulus en la misma habitación que Kardia, y Defteros decidió quedarse velando.
Al amanecer, se despidieron del enérgico Kardia y el encantador Albafica, y zarparon al lado de los Espartanos. El viaje duró un puñado de días, en los que Sísifo y Defteros siguieron conociendo y haciéndose más y más cercanos cada vez. Incluso Regulus pareció darse cuenta de aquella conexión, y no estaba molesto en absoluto, al contrario. Ya le había tomado cariño a Defteros. De alguna forma, lo sentía como el padre que no llegó a conocer.
Cuando finalmente desembarcaron en territorio persa, se separaron del grupo de guerreros, y siguieron su camino por su propia cuenta, despidiéndose de Zaphiri y Lugonis, quienes les dieron como última ayuda unas cuántas provisiones y un mapa para evitar perderse.
El viaje no fue nada fácil, y tuvieron varios obstáculos que saltear, desde parajes inhóspitos, hasta pueblos hostiles. Aún así, ya estaban ahí, ya no había marcha atrás.
Al llegar a unas montañas, dónde las temperaturas heladas llegaban incluso a quemar la piel, Sísifo comenzó a sentir que ese lugar sería su tumba, pero al llegar a la cima, finalmente pudieron ver su destino.
Llevó un par de días bajar de los colosos nevados que rodeaban el valle, pero lo consiguieron, alcanzando la tierra prometida.
Todo era tal y como Defteros lo había descrito. La arquitecta era muy distinta a la de Grecia, no reconocía varios de los materiales. La gente era muy distinta a los griegos, al igual que la vestimenta. Había animales que jamás había visto antes, serpientes enormes, bestias gigantescas de las que solo había oído hablar en mitos que Ilías le contaba a escondidas de sus padres...
Pero quizás lo que más lo sorprendió, fue la hospitalidad de los nativos. No entendía el idioma local, pero Defteros al parecer entendía lo suficiente como para comunicarse.
Estaban en medio de lo que según le explicó Defteros, era un mercado, cuando de pronto, todos abrieron paso y se postraron de rodillas, tal y como Defteros había mencionado en su relato de cuando estuvo en esa tierra hace años. Así que, ellos también imitaron esa acción.
- Así que nos volvemos a encontrar, nuevamente en mi tierra, y en esta ocasión traes compañía.- Escuchó una aterciopelada voz.- ¿Me recuerdas?
Sísifo alzó la vista, notando que frente a ellos estaba un jóven Omega, alto, bastante delgado, de piel blanca como la leche, ojos tan azules como el mismo cielo, y cabellos dorados como el oro. Su vestimenta no era tan distinta a la del resto de personas, a excepción de unas cuantas joyas en su cabeza, unos brazaletes y unas tobilleras.
- Veo que sí.- Sonrió gentilmente el rubio, girando después la vista a Sísifo, haciéndolos ponerse de pie.- Namasté. El rey Asmita Gautama.- Añadió haciendo una leve reverencia ante los tres, manteniendo ambas manos juntas.- Sean bienvenidos al valle del Indo.
▪️▪️▪️
Los años pasaron sin que se dieran cuenta. En la India habían encontrado un lugar seguro, gozando de la protección del joven rey, sirviendo en el palacio.
Llegar a la India había significado dejar absolutamente todo atrás, desde su familia, hasta sus dioses, pero no se arrepentía en absoluto.
En esa tierra podía estar junto a ese Alpha al que amaba con todo su ser. Regulus había podido crecer sin las mismas limitaciones que él, llegando incluso a hacerse bastante cercano al joven monarca, quién después descubrió, le sacaba solo 6 años de diferencia.
Las cosas no siempre eran fáciles. A veces llegaban a sus oídos que los pueblos persas y sirios eran arrazados por guerreros griegos, y el temor de que los ataques pudieran llegar a ellos, aterraba a más de uno, pero hasta ahora no había sucedido.
Asmita, a pesar de su corta edad, y haber ascendido al trono cuando era apenas un niño, era un buen y justo gobernante, querido por todo su pueblo. El joven siempre sabía cómo calmar a todos.
- ¿Estás bien?- Le preguntó Defteros al notarlo ausente.
- Sí.- Sonrió, acariciando la mejilla de su Alpha.- Siempre lo estoy desde hace once años, solo porque hemos estado juntos.
- ¡Mamá!
Las voces de sus hijos, corriendo hacía ellos, los hicieron recibirlos con los brazos abiertos. Cómo fruto de su amor, habían nacido dos niños, un Omega y un Alpha.
Aioros, el mayor, quién ya tenía 11 años de edad, resultado de la primera noche que pasaron juntos. Un adorable Omega bastante similar a Sísifo, de cabellos castaños, ojos azules y piel acanelada. Y Aioria, quién nació seis años después de Aioros, un inquieto Alpha con un aire más familiar a Ilías y Regulus, igualmente de cabellos castaños, ojos verdes y piel morena.
Sí, el camino no fue fácil, pero al ver la marca en su nuca, hecha por un Alpha al que realmente amaba y que le había demostrado, amarlo con la misma intensidad, a sus hijos, y la libertad de la que podían gozar en esas tierras, le hacían sentir que todo había valido la pena.
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Creo que no tengo mucho qué decir, más que ésto ha sido uno de los One-shots más difíciles de escribir para mí. Tanto por el tema de tratar de adaptar lo poco que sé de historia griega a un mundo Omegaverse, como por el hecho de que no soy tan fanática de escribir tragedias, porque no son mi fuerte pero la temática se prestaba para eso, y porque por la temática no estaba segura de qué final darle. Y la verdad creo que de todos los shots, este se va a llevar el título del más difícil.
Hay varias escenas eliminadas, que al final descarté por no querer hacer demasiado oscuro, triste o trágico el One-shot en cuestión, y porque no quería dejar un sabor amargo con ellas. Al final quedó mucho más suavizado que la versión inicial, así que creo que estoy bien con eso, realmente el concepto, idea, versión y borrador inicial me dejaban un mal sabor de boca.
Sin exagerar, le cambié el final al menos 5 veces, hasta que finalmente uno más o menos me gustó. No creo volver a escribir algo de fantasía histórica en un largo tiempo por lo laborioso que es hacer una investigación (o en este caso, desempolvar mis apuntes viejos) y no solo hacerlo al azar con clichés y estereotipos sin fundamento. Pero bueno, una vez al año no hace daño, supongo.
En fin... Aquí algunas acotaciones de palabras marcadas con un *, que podrían resultar desconocidas o confusas para algunos.
Aristoi: Aristócratas/Terratenientes. Era una de las 3 formas en las que se dividía a los ciudadanos varones. Los Aristoi se dividían en facciones de familias o clanes que controlaban todas las posiciones políticas importantes en las polis. Su riqueza provenía de tener propiedades, tierras fértiles, y cercanía a la protección de las murallas.
No ciudadano: En la Antigua Grecia, era como se les denominaba a las mujeres pertenecientes a todos los grupos masculinos de ciudadanos (Aristoi, Perikoi y Artesanos y Comerciantes), pero a diferencia de los hombres, no tenían derechos ciudadanos. No podían votar, poseer tierras, heredar... Su única función era permanecer en casa y encargarse de las labores domésticas. (En este AU, aplica para mujeres no Alphas y Omegas.)
Tutor: Cualquier pariente masculino (abuelo, tío, hermano...) que se encargaba de atender los intereses de una mujer (arreglar su matrimonio) si ésta no tenía padre. (En este AU, aplica para mujeres no Alphas y Omegas.)
Gineceo: Habitación reservada en las casas para las mujeres jóvenes, dónde permanecían aisladas la mayor parte del tiempo, ya que debían permanecer lejos de la mirada de hombres que no fuera de la propia familia. (En este AU, aplica para mujeres no Alphas y Omegas.)
Dote: Cantidad de bienes, riquezas, esclavos o tierras que ofrecía un hombre al padre de la mujer que pretendía obtener como esposa. (En este AU, aplica para mujeres no Alphas y Omegas prendidos por Alphas.)
Douloi: Forma en que se les llamaba a los esclavos en la Antigua Grecia. Tenían deberes civiles o militares, no poseían derechos (votar, heredar, tener propiedades...) ni eran considerados ciudadanos. Eran adquiridos a través de la guerra, la conquista y la compra.
Deutero: Palabra de origen griego, cuyo significado es "el siguiente" o "el segundo".
Perikoi: Agricultores. Era una de las 3 formas en que se dividía a los ciudadanos varones. Los Perikoi eran hombres que poseían tierras, pero parecelas quizás menos productivas y más alejadas de la ciudad. Por lo que solían reunirse en pequeños pueblos subordinados a la ciudad vecina y la clase media para protegerse.
Peplo: Rectángulo de tela doblado y fijado a la cintura, que las mujeres vestían en la Antigua Grecia.
Himación: Capa que envolvía todo el cuerpo, como un especie de chal, que usaban tanto hombres como mujeres en la Antigua Grecia.
Ilota: Cómo se les denominaba a los esclavos en Esparta.
Krypteia: Era una prueba de gran exigencia dentro de la agogé. Según Plutarco, cada año los éforos espartanos, nada más tomar posesión de su cargo, declaraban la guerra a los ilotas a fin de poder matarlos sin cometer con ello un crimen. No está muy claro con qué fin se realizaba esta práctica, exactamente cuánto tiempo duraba, o qué tanto es real y qué tanto mentira, ya que no hay registros escritos de Espartanos que puedan confirmar o desmentir algo, y las fuentes escritas que llegaron a nuestros días (hechas por historiadores de otras polis) se contradicen unas a otras en varios aspectos, aunque la mayoría coinciden en que era una forma una forma de mantener a raya a los ilotas y evitar rebeliones.
Agogé: Educación Espartana que recibían los niños varones. Iniciaba a los 7 años y terminaba a los 30.
Dracma: Era el nombre de una antigua moneda hecha de plata de las ciudades-estado griegas y los reinos helenísticos de Asia.
Óbolo: Fue una moneda de plata acuñada en varias zonas del mundo griego desde el siglo VI A.C, cuyo valor era la sexta parte de una dracma. También existían monedas de tres óbolos. En la Atenas clásica estaba subdividida en ocho calcos.
Gerontes: Ancianos mayores de 60 años, que formaban la gerusía, un consejo de ancianos compuesto por 30 miembros (28 miembros y 2 reyes). Tenían diversas funciones, cómo ser consejeros del rey, ser un puente de comunicaciones entre el rey y el pueblo, (en Esparta), examinar a todos los recién nacidos y determinar si eran aptos para convertirse en fuertes guerreros (en caso de los niños) o buenas futuras madres de la siguiente generaciones de guerreros (en el caso de las niñas), o era mejor abandonarlos.
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