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Día 2: "Cortejo"

Shipp: Hasgard x Violatte

Universo de The Lost Canvas.// Final alternativo.// What if...?

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Después de varias bajas, tanto aliadas como enemigas, la guerra santa finalmente había terminado, con la victoria del bando ateniense.

Lograron vencer al ejército de Hades, y sellar el alma del dios, aunque todo a costa de la vida de Sasha y Tenma. Sin embargo, ocurrió algo que definitivamente nadie se esperaba.

El choque de poder entre Athena y Hades, así como toda la sangre derramada en territorios propiedad de la naturaleza, y todas las plegarias de los seres vivos que en ella habitaban, despertaron a la diosa dadora de vida y muerte: Perséfone, la reina del Inframundo y diosa de la primavera.

La reina despertó de su sueño, completamente furiosa con ese humano miserable que se atrevió a hacerse pasar por su esposo y jugar con las vidas de sus espectros como si de juguetes sin importancia se tratasen. Su furia también iba en contra de su esposo, sus consejeros y su comandante, por haberse dejado engañar por un simple mortal y haber derramado tanta sangre por ambiciones egoístas.

Perséfone no era solo reina del Inframundo, también diosa de la vida y la fertilidad, y por eso era imperdonable para ella semejante atrocidad acabar con vidas de seres nobles y leales como sus espectros, cuyo único error fue ser engañados por un mortal corrompido y cegado por sus propios deseos egoístas. Así que, a pesar de la humillación que representaría y probablemente un terrible castigo para ella en el Olimpo, decidió no quedarse de brazos cruzados.

Por eso, arriesgando todo, devolvió a la vida a todos los caídos en batalla, tanto espectros como Santos. No por Athena, ni tampoco por Hades, sino por sus propios ideales y lo que ella creía correcto.

Lo que los Santos de Athena hicieran con sus vidas no le iba ni le venía, una vez fuera del Inframundo, dejaban de ser su problema. En cuanto a los espectros, siendo consciente de que varios de ellos ya no tenían a dónde volver en el mundo de los mortales, les dió la opción de quedarse en el Inframundo a servir o volver al mundo mortal, pero una vez hecha la elección, no había vuelta atrás.

Los dos jueces que le habían sido realmente fieles, Caronte, Balrog, Bennu, y varios más, decidieron quedarse para apoyar a su reina a dirigir el Inframundo y enfrentar al Olimpo por ella si era necesario. Otros más decidieron irse al no sentirse capaces de soportar ante su reina la vergüenza de haber sido engañados y prácticamente, haberla traicionado.

Pandora, Hypnos, Thanatos y Minos no quedaron impunes, los primeros tres por haber sido tan estúpidos y no darse cuenta del engaño, y el último por haber traicionado no solo a sus reyes, sino a todos sus camaradas. Recibirían un castigo equivalente a sus acciones.

Violatte, espectro de Behemut, había sido de los espectros que decidieron abandonar el Inframundo. Saber que fueron traicionados por uno de los suyos, y que prácticamente se habían burlado de su lealtad y entrega en su cara, fueron las causas que la hicieron tomar esa decisión. Su reina Perséfone se dió cuenta del gran pesar que cargaba aquella mujer en su corazón, pero cumplió su palabra y respetó su decisión de abandonar su puesto.

Una vez resuelto todo ese asunto, Perséfone dejó ir a todos los espectros que decidieron volver al mundo mortal y retomó sus deberes como gobernante al lado de los que se quedaron.

Violatte no sabía bien cómo sentirse con todos los recientes acontecimientos. A pesar de su naturaleza Beta, nunca fue una mujer débil, mucho menos miedosa o llorona, pero ahora, el sentimiento de soledad la sobrepasaba. Se sentía como un barco a la deriva, abandonada, usada, engañada, traicionada... Pero su orgullo le impedía mostrar el menor signo de vulnerabilidad.

Así que, recogiendo los pedazos de su corazón roto, decidió tragarse todo ese dolor y seguir adelante. Al final, no fue más que un peón que usar y desechar para quién ella realmente consideraba una amiga, y algo sin importancia para el hombre al que llegó a amar y preferir por encima incluso de su propia vida. Pero un Behemut no se rendía, no cedía, y al igual que la bestia bíblica que representaba su armadura, "Tranquilo está, aunque todo un Jordán se estrelle contra su boca."

En una pequeña ciudad de Italia comenzó a rehacer su vida. Al inicio fue sumamente difícil al ser una mujer Beta y estar completamente sóla, pero logró adaptarse a su nueva vida. Ahora tenía un trabajo como mesera en una taberna, que aunque no era la gran cosa, era un trabajo que le gustaba y le daba suficientes ingresos para tener comida, ropa y un lugar para dormir.

Algunas cosas jamás cambiarían en ella, así muriera y volviera a la vida mil veces, como negarse rotundamente a usar prendas femeninas como corsets, zapatillas y vestidos, que además de incómodas, eran poco prácticas. Siempre preferiría mil veces usar unos pantalones, unas botas y una camisa, prendas consideradas masculinas, pero en ella lucían bien y junto a su seguridad, le daban un aire exótico e hipnotizante para más de un hombre y una que otra mujer Alpha, que habían intentado cortejarla, pero ella siempre rechazó a todos. Jamás aceptaría pertenecer a nadie, ni rebajarse a ser un lindo trofeo, como todos aquellos pretendientes deseaban.

No, eso jamás pasaría.

Un día más en su vida dió inicio, la misma rutina de siempre: Presentarse temprano para ayudar a abrir el establecimiento, revisar inventario, preparar todo para recibir a los clientes, y atenderlos... Nada fuera de lo común, al menos hasta que la noche cayó.

Esa ocasión le tocaba cubrir el turno nocturno, así que junto con un par de compañeras y el cantinero, se quedó después de que el resto del personal se retirara. Pero definitivamente, no se vió venir lo que sucedería.

Lo que pensó que sería una noche de trabajo más, dió un giro inesperado al ver entrar por la puerta a los que de inmediato reconoció como santos de Athena. ¿Como olvidar a ese grandulón al que se enfrentó en el Santuario en nombre de Pandora?

Definitivamente no era su sueño atender a aquellos hombres después de todo lo que pasó, pero trabajo era trabajo. Así que optó por fingir demencia, rezando porque ese Alpha no la reconociera y delatase con el resto de sus acompañantes.

Solo siguió su rutina de siempre, acercarse al grupo, tomar el pedido, y volver a la barra para recibirlo y llevarlo, sencillo. No fue tan difícil, al final, ese hombre no la había reconocido, o al menos eso creyó, hasta que, después de entregar el pedido y pedir a una de sus compañeras cubrirla unos minutos para salir a tomar algo de aire, sintió que alguien le tocaba el hombro.

Reconoció rápidamente ese aroma a pino de montaña, y su primer instinto fue ponerse a la defensiva, dando media vuelta y casi dándole un golpe, que fue a duras penas detenido.

- Tranquila. No voy a hacerte daño.- Le dijo aquel Alpha, después de soltarle el puño.- Solo te me hiciste familiar.

Maldición, se acababa de delatar ella sóla. Aún así, no iba a echarse para atrás. Poco le importaba que quién tenía enfrente fuera un Alpha, no iba a dejarse pisotear por nadie.

- Bien, me atrapaste.- Mencionó sarcásticamente, cruzandose de brazos.- ¿Necesitas algo?

El peli-blanco suspiró.- No vine aquí para pelear, ni tampoco con intención de ofenderte. Más bien, ni siquiera sabía que te encontraríamos aquí. Pero ya todos sabemos lo que pasó en realidad con Hades.- Mencionó, logrando sobresaltar a la Beta.- Simplemente, pensé en venir a disculparme, y... Ofrecer mi respeto.

- ¿Qué?- Exclamó Violatte.- ¿Te estás burlando de mí acaso?

- En absoluto.- Negó el Alpha.- No me gusta herir a mujeres, así que es parte de mis principios ofrecerte una disculpa por haberte herido aquella vez en el Santuario.

- Ahórratelas.- Lo interrumpió la peli-negra.- No necesito que tengas ese tipo de trato conmigo. No soy una frágil damisela en apuros a la que deban rescatar.

- Eso lo sé.- La interrumpió ahora él.- Fuiste un oponente fuerte y digno de respeto. Sé reconocer la fuerza y valía de mis rivales, y tú demostraste ambas como pocos logran hacerlo.

La Beta solo suspiró cansada, tantos sacrificios al final fueron en vano. Ahora era solo una mesera, una mujer Beta más del montón, una sin familia, ni amigos, a la que nadie extrañaría el día que hiciera falta... Todo lo contrario a todos esos santos de Athena.

- Solo olvida eso, ve con tus amigos y déjame en paz.- Dijo, pasando de largo, hasta llegar a la puerta.- Tengo que volver a trabajar.

El resto de la jornada transcurrió con normalidad, los santos de Athena no tardaron mucho en retirarse, aunque le fue imposible no sentir la mirada de ese Alpha y lo sorprendió observandola un par de veces. Aún así, no dijo nada y simplemente siguió con lo suyo.

Al terminar su turno, fue a casa para tomar un baño y cambiarse de ropa, para después volver a la taberna, alrededor del mediodía.

A esa hora no había mucha actividad, así que podían tomar un respiro y relajarse. Pero toda esa paz y tranquilidad se esfumó cuando una de sus compañeras la llamó, y al llegar a la entrada del local, se dió cuenta de que la chica sostenía un pequeño ramo de tulipanes amarillos.

Por la descripción que su compañera le dió del hombre que las había dejado para ella, fácilmente reconoció a ese Alpha. Jamás había recibido un detalle así, y francamente estaba conmocionada. Sus pretendientes solían llevar siempre joyas, ropas finas, accesorios como parasoles, o algunos rosas, la flor más predecible. Jamás una flor como tulipanes, y menos de ese color.

Esas flores le parecían demasiado bellas como para simplemente tirarlas, así que decidió conservarlas en un jarrón, después arreglaría cuentas con su remitente, lo cual ocurrió antes de lo esperado.

Al terminar su turno, y estar a punto de irse a casa, justo cuando iba saliendo del lugar, se volvió a encontrar con él.

- Veo que tu compañera sí te las entregó.

- Solo las conservé porque se me hace un desperdicio deshacerse de flores tan bellas.- Respondió, sosteniendo el pequeño ramo.- No estoy interesada en una relación.

- No te las envié con esa intención. No soy tan atrevido.- Aclaró con una sonrisa el más alto.- Los tulipanes amarillos son usados para representar amistad, alegría y felicidad. Por eso pensé que serían un buen regalo para limar asperezas.

Violatte se sintió algo avergonzada por haber sacado conclusiones apresuradas, pero ni aún así soltó las flores.

- ¿Te parece bien empezar de nuevo?- Le propuso con una sonrisa gentil el peli-blanco.- Mi nombre es Hasgard, mejor conocido como Aldebarán de Tauro. ¿Puedo saber el de tan bella dama?

La peli-negra sintió toda la sangre subirle a las mejillas. No era la primera vez que escuchaba un discurso así, pero... Este era diferente al resto. Más... Sincero.

- Violatte.- Respondió finalmente, dándole la mano.- Solo Violatte.

- Un placer conocerte, Violatte. ¿Trabajas aquí?

- Así es.- Respondió, más tranquila y con una tenue sonrisa.

El inicio de una amistad, entre una ex-espectro, y un Santo de Athena... Al menos eso fue en un inicio.

Cada semana, ese hombre aparecía con un ramo de tulipanes amarillos en la taberna, logrando ganarse poco a poco la confianza de la mujer, llegando incluso a conseguir unas cuantas citas con ella, ya fuera yendo a un día de campo, o simplemente bebiendo algunos tragos en la taberna. Al inicio, las flores eran solo tulipanes de color amarillo, hasta que meses después, un día los tulipanes fueron de color rojo, causando emoción en todas las compañeras de la Beta.

Violatte no entendía el porqué, hasta que Hasgard le contó lo que ese color representaba: una declaración de amor.

Ese ramo era más grande que los demás, y en su interior llevaba una pequeña nota, que abrió y leyó unas palabras que hicieron saltar su corazón.

“Nada es tan fuerte como la dulzura, nada tan suave como la fuerza real.”

No esperaba aquella declaración, pero sin dudarlo, aceptó. Siendo ese ramo de tulipanes rojos, solo el primero de muchos otros, hasta que uno llegó acompañado de un anillo. Una propuesta de matrimonio a la que ella dijo que sí.

Oficialmente, podría decirse que la etapa de cortejo había terminado, ya había logrado conquistar a esa mujer que había logrado cautivarlo con su fuerza, su valentía y su lealtad. Pero Hasgard no lo veía así.

Para él, sería su nueva misión de vida conquistarla a diario como si todavía no fuera su esposa, de enamorarla y procurar llenar su vida de felicidad y amor, y Violatte le correspondía de la misma forma.

Hace años, seguramente ninguno de los dos era capaz de imaginar sus vidas lejos de la batalla. Viviendo una vida normal y pacífica, como cualquier otro humano más, pero, ahí estaban.

Un matrimonio unido, fuerte, que se amaba y aceptaba uno al otro tal y como era. Ahora con un pequeño e inquieto cachorro de cinco años, fruto de su amor, que corría y jugaba feliz con el resto de niños que Hasgard había acogido, y que Violatte también había adoptado como propios.

Definitivamente, no era lo que ninguno de los dos pensaba lograr tener algún día en el pasado, pero no se arrepentían en absoluto.

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