Diez
Yoshio tuvo que ser presentado inicialmente como una especie de tío tardío.
Por supuesto, esto no le supo nada bien, pero al ser una recomendación perteneciente a un psicólogo infantil tuvo que acatar a regañadientes. No tenía directamente la clasificación de "tío", pero fue nombrado como un miembro de la familia. Una asignación súbita podría confundir y abrumar al niño, así que la ruta más saludable era que Yoshio se introdujera con calma en su vida y poco a poco orientarlo a unir piezas una vez que empezara a cuestionárselo por sí solo. O al menos darle pequeños indicios de esta verdad mientras su relación se fuera trazando.
Manjiro había tenido la oportunidad de conocer a Emma más allá de un simple roce y, Dios, la había adorado desde el primer día. Cuando se trataba de juntarse con ella, siempre se apresuraba y apresuraba a todo el mundo también, ansioso de verse con su hermana.
(Aún no llegaba esa preocupante pregunta sobre por qué si aparentemente eran hermanos tenían distintos padres. Shinichiro temía con su vida ese día.)
Izana —el hijastro de Yoshio— se había mostrado receloso a su presencia en un inicio, pero por insistencia de la pequeña Emma terminó relacionándose con él y, al final, forjando una especie de hermandad también. Muy metido en su papel de hermano mayor, realmente parecía disfrutar cuando a sus pequeñitos. Yoshio no parecía tener intenciones de deshacer esa ilusión. Al contrario, se mostraba realmente encantado con la manera en que Izana estaba respondiendo a esta nueva incorporación.
El problema era el esposo de Yoshio.
Este había declinado cualquier tipo de situación que involucrara interactuar con Shinichiro, pero Wakasa había tenido un par de saludos con él las veces que tuvo que recoger a Manjiro de su casa. El tipo nunca se mostraba contento ante su cercanía, aunque quizá podría comprenderlo y en realidad no lo turbaba en nada; la duda era cómo actuaría ese tipo en presencia del nuevo niño que no tenía ningún tipo de relación consanguínea con él. Tanto Wakasa como Shinichiro estaban preocupados.
El tipo no era un mal padre tampoco. Yoshio hablaba maravillas de él y la pequeña Emma lo idolatraba cada vez que Wakasa intentaba sonsacarle algo que pudiera ser sospechoso. Tampoco obtenía reacciones fuera de lugar de parte de Izana. Aun así, no podían evitar inquietarse cuando notaban cómo Manjiro parecía cohibirse ligeramente con su mención. Él alegaba que Dai (cómo se llamaba) solía pasar de él la mayor parte de las veces, cuando no le daba una advertencia por jugar demasiado brusco con Emma, pero que tampoco había llegado a regañarlo de verdad o algo parecido.
Aun así, las exclusiones no debían ser agradables para un niño de su edad, por mucho que él insistiera que estaba bien. Para un niño tan consentido como lo era Manjiro debió ser confuso atestiguar como sus hermanos recibían dulces o porciones de pastel, y él no. Y aunque Izana tratara de remediar eso compartiendo con él, o Yoshio compensándolo con otra cosa, no debió haber evaporado por completo el sentimiento inicial desagradable.
Por otro lado, oficialmente Manjiro fue el primer aprendiz de Wakasa y Benkei cuando el gimnasio de inauguró. El niño ya venía con prácticas previas, así que su entrenamiento se serializó cuando la aprobación de Shinichiro estaba finalmente sobre la mesa.
Era un maldito talento innato.
Benkei se mostraba eufórico cada vez que lo veía progresar con una rapidez abrumadora. Wakasa solamente quería brincar y alardear sobre que el niño estaba poco a poco adquiriendo su estilo de pelea, enfocando más atención en las piernas. Por supuesto, quizá no lo había parido, pero crió a ese niño toda su vida y mirándolo así casi se sentía como si él mismo lo hubiera gestado. Era su pequeño orgullo.
Cuando Haruchiyo se enteró de sus clases había hecho un berrinche monumental por querer unirse a las prácticas con su pequeño crush, hasta que terminaron aceptándolo también. Y cuando Senju demandó no quedarse atrás y seguir sus espaldas también, se plantearon la idea de abrir un curso infantil de artes marciales. Aún tenían deudas que cubrir y el ingreso extra sería muy bienvenido para ambos.
Fue un éxito. Las habilidades de rápido aprendizaje de Manjiro dejaban atónitos a los clientes del gimnasio y a los niños con los que interactuaban, lo que logró que la noticia recorriera casi toda la barriada en tiempo récord.
—¡ME NIEGO A ACEPTARLO! ¡MANJIRO, VAMOS DE NUEVO!
Los pequeños pies descalzos de Keisuke Baji resonaron fuerte hacia la mueca de hastío de Manjiro, defendiéndose justo frente a él con su mejor temple imperioso, pero que no logró turbar el desinterés del contrario.
—¿Quieres besar el suelo de nuevo?
¿De dónde carajos había aprendido esa frase?
—Manjiro —Wakasa alargó su nombre con un evidente tono de advertencia—. Sabes que esa actitud no está permitida aquí.
—¡Pero, papá, es él quién quiere pelear!
—Entonces organizaremos otro combate, pero esas no son maneras para referirte. Sé más educado.
Escuchó refunfuñar al niño entre murmullos, y quizá a Keisuke soltándole burlas entre susurros nada disimulados.
A la tierna edad de cinco años, ese niño ya poseía el descaro de todo un adolescente. Wakasa debía vigilar constantemente su comportamiento y su nuevo léxico, o Shinichiro podría asociar esa grosera actitud con sus entrenamientos y restringirlo de ellos. De por sí, aún se mostraba titubeante a ellos, y sólo faltaría un mínimo aliento que sobredimensionar y convertir en una excusa para alejar a su hijo de allí. Y ni hablar de Yoshio, quién desaprobaba completamente sus prácticas; pero para él, su opinión era tan importante como la de Takeomi: nula.
Le concedió un segundo combate con ese terco niño, Keisuke, pero el resultado no varió demasiado tampoco. Keisuke Baji era dueño de un indomable carácter firme y necio, persiguiendo a Manjiro después de cada ronda con el único fin de retarlo a duelos con la porfiada esperanza de algún día ganarle. Realmente no lo hacía mal, tanto Benkei como Wakasa consideraban que tenía uno de los mejores progresos del curso de su edad, pero su recelo a Manjiro probablemente le cegaba la razón y olvidaba cualquier técnica viable para dar paso a cualquier patada agresiva que respondiera primero.
Se suponía que no debía pensar cosas así, porque era un adulto y debía mostrar madurez dentro de un entorno lleno de niños influenciables y propensos a malas enseñanzas, pero era divertido contemplar esa rivalidad o lo que sea que hubiera entre ellos.
La primera opinión de Takeomi al respecto de esos dos fue que lo más seguro era que Keisuke tuviera un pequeño crush con Manjiro y por eso era tan necio y atosigante con él. El resultado de la insinuación fue tener a Haruchiyo al día siguiente apuñalándolo con la mirada.
—Ya fue suficiente por hoy —Wakasa se interpuso antes de que Keisuke profiriera otra demanda de una tercera ronda—. ¿Vienen por ti, Keisuke?
—Sí, mi mami dijo que vendría por mí y debo esperarla —respondió con una voz tan dulce que arrasó con esos griteríos de antes hacia el otro niño.
—De acuerdo, te quedarás junto al maestro Benkei para espérala, ¿sí?
Si al Benkei de hace tres años le hubieran dicho que actualmente era capaz de manejar a una docena de niños por su cuenta y sin compañia, se habría petrificado de la conmoción.
—Manjiro, tú y yo ya debemos irnos. Hoy visitas a Yoshio, ¿no?
—¡Sip! Iremos al centro comercial.
—De acuerdo. Sé obediente con él, por favor, y no te alejes demasiado.
—Sí, sí, ya sé.
Shinichiro repelía completamente cualquier tipo de acercamiento a Yoshio, así que usualmente era Wakasa quien se encargaba de llevarlo a su casa en sus días de visita. Aunque, eso significaba tener que estacionar la moto una cuadra antes de llegar, porque Yoshio también aborrecía la idea de contemplar a Manjiro un solo segundo en esa "bestia de metal", y no quería convertir el tema en una posible disputa entre Shinichiro y Yoshio, así que optó por acceder dócilmente a la demanda.
—¡'Jiro! —Emma se materializó en la entrada apenas la puerta fue abierta, y en un pestañeo ya colgaba del cuello de Manjiro en un meloso abrazo.
Wakasa sonrió con adoración al notar las mejillas del niño pintarse de rosa, y fingir que sus brazos envueltos en la espalda de su hermana no era un gesto de correspondencia, claro que no.
—¡Hola, señor Wakasa! —saludó efusivamente después de romper el abrazo con su hermano—. Papá no tarda en venir.
—De acuerdo. Muchas gracias, pequeña.
Era imposible no adorarla cuando sonrisa de leche destilaba ternura y era tan enérgica que todo su entorno parecía vibrar entre colores y chispas. De cierto modo, le recordaba a Yoshio, solo que, sin los matices egocéntricos, maduros y soberbios; casi como si ella fuera la encarnación de todo el lado positivo de su idiosincrasia.
Yoshio emergió desde el final del pasillo que conectaba con la entrada. Su semblante se suavizó al notar a Manjiro aguardando junto a Emma, e ignoró por el momento a Wakasa para dirigirse a él primero.
—¿Cómo has estado, 'Jiro? —preguntó después de agacharse a su altura.
—¡Bien! Hoy le volví a dar una paliza a Baji, así que gané de nuevo —narró su hazaña con profundo orgullo, sonriendo vigorosamente—. Soy el mejor de mi clase, ¿verdad que sí, papá?
La expresión de Yoshio se descompuso por más de un motivo: no sólo por el término usado para referirse a Wakasa, sino por su aversión al carácter altanero y arrogante que Manjiro estaba forjando con las artes marciales.
De las pocas cosas con las que Yoshio y Shinichiro podían concordar.
—Ah... Sí, felicidades, bebé —comentó con desgana, revolviéndole el cabello después de ponerse de pie—. Emma, lleva a tu hermano a tu habitación. También dile a Izana que ya está aquí.
La pequeña asintió con entusiasmo, y recargada de energía arrastró a Manjiro del brazo hasta desaparecer por el pasillo.
Wakasa se preparó para el listado de quejas que Yoshio vendría anotando mentalmente desde que llegaron.
—¿Lo oíste? ¿Es que no hacen nada por eso?
—¿Querías que lo felicitara y le diera palmaditas también?
Yoshio puso los ojos en blanco en medio de un gruñido.
—Escucha, lo hemos regañado múltiples veces, pero simplemente no tiene caso —Wakasa suspiró—. No sé dónde lo está aprendiendo. Él es el único en nuestra clase con ese comportamiento.
—¿Y en casa?
Wakasa cruzó los brazos sobre el pecho y alzó el mentón en un gesto de altivez.
—¿De quién? ¿De Shinichiro?
Yoshio lo lucubró un par de segundos, pero luego pareció darse cuenta de la incoherencia de su conclusión.
—Habla con él hoy y trata de hacerle entender —remarcó casi con súplica—. Vendré por él en la noche.
—No hace falta, yo lo llevo a su casa.
Wakasa asintió, y cuando oyó un auto apartándose en el garaje de la casa, supo que era su señal de retirada. Dai había llegado.
—Confío en que cuides bien de él.
No tenía la intención de hacerlo sonar como una amenaza, pero ya qué.
Manjiro se inquietó cuando Emma se separó de él para enfocar la llegada de su padre y encaramarse a una de sus piernas como un koala. Yoshio reía de la escena con diversión cuando Dai le seguía las payasadas y agitaba su pierna para el divierte de la niña.
Ese tipo de momentos lo hacían sentir... fuera. Como si atestiguara la escena con un muro de por medio, o como si los estuviera viendo en una pantalla y fuera imposible alcanzarlos. Recordaba brevemente que sus papás estaban lejos y se avergonzaba de sí mismo por añorarlos con tanta rapidez. Luego volvía a ver a la familia desenvolviéndose frente a su olvidada existencia y se sentía ajeno.
Estaba por volver a refugiarse en la habitación de Emma cuando un par de manos apretaron sus hombros detrás de él. Alzó la cabeza hacia atrás y se encontró con Izana sonriéndole con complicidad.
—Ven —murmuró muy bajito, su mano descendiendo hasta la muñeca del menor para conducirlo hasta su habitación.
Manjiro sonrió. Izana solía permanecer mucho tiempo en su habitación, y la mayor parte de las veces no hacía participe de esas escenas familiares, incluso muy pocas veces salía a recibir a su padre. Manjiro creía que posiblemente él también se sintiera como un extraño en esas situaciones, y por eso terminó aceptándolo.
Si no podían pertenecer a esa, pues ellos harían su propia familia también.
—No me agrada ese niño, ¿no crees que te persigue demasiado?
—¡Lo hace! Es molesto, pero me gusta ganarle.
Izana torció los labios y alzó el mentón, entrecerrando los ojos en una mirada inquisitiva.
—¿Te gusta ese niño, 'Jiro?
—¡EW! —soltó casi de inmediato, con una profunda mueca de hastío—. ¡Claro que no!
Evidentemente, Izana no estaba conforme, pero perdió su oportunidad para refutar cuando los pasitos de Emma captaron su atención. La niña trotaba hacia la habitación con prisa.
—¡Papá dice que ya nos vamos!
Izana asintió y estiró una mano hacia Manjiro, dejando su otra mano libre para la de Emma. Se reunió con sus padres con ambos niños detrás de él sujetando sus manos. Aunque Dai se rehusó a fijarse en Manjiro por más de cinco segundos, el niño prefirió permanecer oculto tras el brazo de su recién adquirido hermano mayor.
—Ya conocen las reglas: un solo berrinche y todos regresamos a casa. Todos obtendrán por igual. Y nadie deberá separarse sin avisar, ¿entendido?
Los niños asintieron ante la orden del alfa de la familia.
El auto familiar de los Kurokawa era espacioso, perfectamente diseñado para una familia numerosa como la suya (a diferencia de las motocicletas individuales de Wakasa y Shinichiro, que viajaban a la par para uno de ellos cargar con Manjiro pegado al pecho). Dai al mando como el conductor, Yoshio de copiloto y los tres niños atrás, con Emma sentada en medio con un seguro para niños pequeños. Las conversaciones entre ambos adultos entremezclado con la ligera música infantil elegida deliberadamente para el deleite de Emma, junto a su ligero tarareo agudo y risueño, aún era un ambiente inusual para Manjiro; demasiado sosegado para su acostumbrado entorno ensordecido por el rugido de motocicletas, rock viejo a todo volumen y platicas escandalosas entre carcajadas estridentes.
Era aburrido, demasiado aburrido, pero al menos Izana y Emma ayudaban a atenuar esa sensación.
El plan principal era comprar útiles escolares y más pares de zapatos para Izana por su ingreso a la escuela, además de también reemplazar otros artículos de Emma para la guardería, como un mandil nuevo, un abrigo y pañuelos. En cuanto a Manjiro, Yoshio le compraría quizá algunas prendas y algún par de zapatos (aún estaba arraigada muy vívidamente la amenaza de Wakasa sobre hacerle vomitar la pensión debida hasta ahora).
—¿Necesitas algo para la guardería? No lo sé, algo como materiales, mantas o carpetas —Yoshio le preguntó mientras atravesaban el pasillo de materiales escolares—. Tu papá no me dijo nada al respecto, pero quiero oírlo de ti.
El niño se encogió de hombros, aun analizando la pregunta.
—Se nos acabaron los juguitos de manzana que papá suele mandarme de almuerzo.
Yoshio entrecerró los ojos ante la sonrisa de negociación de Manjiro. Exhaló con pesadez, dejando a denotar su molestia, pero sonriendo con burla al final.
—Pensé que había hablado con tu papá sobre los almuerzos procesados y artificiales. Lo más cercano que puedo comprarte son manzanas reales.
El niño gruñó torciendo sus labios en un puchero, pero agachando la cabeza en señal de rendición. Papá Wakasa le había pedido que se portara bien y no causara problemas, y replicar catalogaba en lo que ellos consideraban problemas, así que optó por callar.
—¿Qué fue ese gruñido? —La voz de Dai se alzó imponente detrás suyo, haciéndolo pegar un pequeño brinco y voltear automáticamente en posición de guardia, aunque al instante las deshizo al notar que era el alfa quién le había sorprendido—. Eso fue grosero.
—No te ahogues en un vaso, Dai —Yoshio replicó poniendo los ojos en blanco—. Solo le disgustó mi oferta.
El alfa dedicó una última mirada de desaprobación al niño, antes de avanzar con el carrito (donde Emma iba sentada) hasta alcanzar a Yoshio. Manjiro aprovechó la brecha para fugarse de allí, directamente hacia donde Izana escogía sus propios artículos.
—¿No estás siendo muy condescendiente con él? Eso fue una falta de respeto.
—Sólo fue un gruñido, cariño. Te aseguro que no tratará de matarme mientras duermo.
Dai resopló fastidiado por la risa socarrona con la que Yoshio le respondió.
—¿Te das cuenta de que no te estás dando tu lugar en su vida?
El omega alzó una ceja, inquisitivo, y se cruzó de brazos, denotando la molestia que le provocó esa insinuación.
—El psicólogo infantil dijo que debíamos ir a su ritmo. No quiero crearle un trauma de por vida por mi impaciencia.
—¡Disparates! Mientras ese niño no sea consciente de que tú eres su padre, no te respetará nunca.
—¡Oye, baja la voz! —espetó en un susurro agresivo, supervisando no tener la atención de ninguno de los tres niños. Emma inclusive estaba más entretenida con la sección de zapatos brillantes y con luces.
—Tarde o temprano deberá saberlo, ¿no? Y es mejor temprano.
—Dai, sólo déjanos manejar el asunto a nosotros, ¿de acuerdo? Se supone estamos actuando según las indicaciones de un profesional, no a nuestro antojo.
Dai alzó ambas cejas en un gesto burlón y sólo se resignó a sacudir la cabeza con desaprobación. Sin embargo, Yoshio ni siquiera trató de prestarle atención.
Los nuevos zapatos chirriantes de Emma emitieron toda una sinfonía estridente (y sumamente irritante) en el corto camino desde el auto hasta la entrada de la casa. Ella pisaba con fuerza intencionalmente para hacerlos chillar, dando brincos y marchas en su mismo lugar mientras reía con diversión.
Izana fue el primero en atreverse a callarla, aún con el riesgo con de un posible berrinche digno de la mimada hija menor princesa de papá, pero para su propia sorpresa, ella lo ignoró olímpicamente. Su padre, por supuesto, no hizo más que mirarla con absoluta adoración y con claras intenciones de decapitar a quien sea que osara interrumpirla. Yoshio parecía estar listo para enterrar su cabeza en el suelo en cualquier momento.
—Emma, detente. Eso es molesto —Manjiro espetó justo después de haber entrado.
—¿Pero por qué? ¡Es divertido! —ella alegó en medio de una risita dulce.
—No lo es, es molesto —él continuó debatiendo.
—¡Eres un aburrido! —reprochó antes de alejarse refunfuñando en voz baja hacia su propia habitación.
Nadie más lo oyó, pero Yoshio agradeció profundamente en susurros casi mudos.
—Voy a destruir esas cosas —Izana murmuró mordaz a su lado, mirando con hastío con esos zapatitos chillones de arcoíris salpicados alejarse por el pasillo.
—Por favor —secundó el otro niño junto a él.
Emma no era la única molesta con la restricción. Dai había estado lanzando miradas mordaces a todos los que habían osado criticar las acciones de su niña, incluyendo a Yoshio; aunque éste ni siquiera se turbó por ello.
El tema fue dejado de lado y se ensimismaron en guardar las recientes compras. Izana había vuelto tambaleante a su habitación con los brazos abarrotados de todas las cosas que pudo conseguir, porque a veces sabía cómo negociar con Yoshio para que lo mimaran un poco. El omega se encargó de las cosas de Emma, recogiendo todo y yendo tras ella a su habitación. Manjiro había traído su pequeña mochila a la sala para guardar de una vez las cosas que Yoshio le había comprado, y evitarse el riesgo de tirar algo por intentar la maroma de Izana. Dai se había quedado junto a él, en silencio, escrutando el resto de las bolsas con artículos que habían conseguido para la despensa y la casa.
Con Dai, siempre eran más cómodos los silencios que las conversaciones.
—Oye, Manjiro, ¿puedes llevarle esto a tu papá, por favor? Lo olvidó acá.
A pesar de la conversación que había tenido con Yoshio en el centro comercial, el comentario fue mero producto de la distracción, más preocupado por desempacar todo que en las palabras que su boca soltaron en automático mientras deslizaba un juego de broches para el cabello que le habían comprado a Emma.
—¿Mmh? ¿Cuándo vuelva a casa?
Y sólo con esa respuesta fue que Dai pudo procesar lo que su boca había escupido de manera inconsciente.
Su tarea se paralizó. Miró fijamente al niño el tiempo suficiente como para incomodarlo con su excesiva atención. Internamente estaba maldiciendo en idiomas que antes ni siquiera sabía.
—Umh... Mira, niño —suspiró, pasándose los dedos por el pelo con aires agotados. Empujó hacia un lado las bolsas de compras para hacerse un lugar en el sofá, y poder igualar la altura del menor frente a él—. Entiendo que los demás quieran protegerte del shock, pero no me parece que sea justo ni para ti ni para Yoshio.
Manjiro ladeó su cabeza con confusión, tanto por lo que estaba escuchando como por lo extrañamente suave que Dai estaba siendo con él.
—Manjiro, Yoshio es tu papá. Tu verdadero papá. Tu padre biológico.
El rostro del niño se arrugó con aún más confusión, con un par de tintes fieros y disgustados que se incluyeron después de oírlo.
—Mis padres son papá Shinichiro y papá Wakasa —espetó con seguridad, recalcándole a Yoshio su verdad.
—Sí, Wakasa podría ser tu papá por ser quién te crió, pero el término correcto es "padrastro". Wakasa no es tu padre biológico, es tu padrastro, el novio de tu papá Shinichiro.
—Él es mi papá —sentenció torciendo los labios con una cólera indigna de un niño de seis años.
—Comprendo que lo veas así porque fue quién te crió, y no está mal. "Padre es el que cría" y lo que sea, pero quién te tuvo en su barriga durante nueve meses fue Yoshio. —La voluntad de Manjiro fue doblegándose con eso, y era evidente por su expresión decayendo en reflexiones y confusión—. Eres lo suficientemente grande para saber que los bebés nacen de uno de sus papás, ¿no? —Recibió un asentimiento aturdido—, pues ese fue Yoshio. Tú naciste de él y de Shinichiro. Wakasa sólo te cuidó, es tu padrastro.
Manjiro no pudo lucubrar argumentos con qué alegar al respecto.
—No es justo que te mientan, niño. A tu papá Yoshio le duele ver que llames "papá" a otra persona y no a él.
—¿Entonces por qué no está con papá Shinichiro? ¿Por qué no estuvo antes? —Luchaba contra sus labios curvándose hacia abajo y su voz quebrandose.
—Él, bueno, él... no podía —respondió reticente—, pero ya está aquí, y eso es lo que importa. Está aquí porque te quiere, y se ha estado esforzando muchísimo contigo ¿verdad?
Manjiro pensó en Yoshio, en cómo había llegado un súbito día y de pronto lo visitaba muy a menudo. En cómo empezó a pasar tiempo en su casa, e incluso noches. En cómo le compraba cosas y trataba de consentirlo cuando su atención no estaba en Emma. Luego pensó en Wakasa, en sus noches de vigilia cuando enfermaba, en sus vítores cuando ganaba un combate, en su manera de besarle las mejillas para saludarlo cuando volvía, pero entre cada recuerdo ahora se entrometía una imponente voz que le restregaba en la cara "él no es tu padre".
En las veces que lo había llamado "papá", prácticamente desde que aprendió a hablar, y en como su papá Shinichiro había estado bien con eso. Había estado satisfecho con mentirle. Ambos lo hicieron. Ambos le mintieron. Ambos eran unos mentirosos.
Le empezaba a doler la cabeza. Ya no quería estar allí. Quería regresar a casa. Quería a su papá. No, que Wakasa no era su papá. Su papá estaba allí, en la habitación de otra niña. Se preguntó si Yoshio también había aparecido de golpe un día cualquiera en la vida de Emma.
No le respondió más a Dai, ni tampoco dejó que él le dijera algo más. A pasos raudos temblorosos, y con la percepción borrosa y aturdida caminó escaleras arriba hacia la habitación de Izana. La puerta estaba abierta, así que se tomó la libertad de entrar sin tocar, encontrándolo en proceso de organizar sus respectivas compras en donde correspondía.
—Izana —le llamó, con la voz ligeramente sofocada.
—¿Umh? ¿Sí? —respondió ensimismado en su tarea, sin voltearse a mirar al menor.
—¿Qué es un padrastro?
—Ah, se le dice así a quién es novio o esposo de la mamá o del papá, pero no es el padre, ¿comprendes?
Sólo recibió silencio como respuesta, e Izana lo tomó como una negativa.
—Mira, para que lo entiendas mejor, Yoshio es mi padrastro. Mi papá, Dai, se casó con Yoshio cuando yo era más pequeño. Yo solía tener una mamá.
Nuevamente sólo hubo silencio. Izana tuvo que voltear un momento atrás para comprobar que el niño seguía allí.
—Uh, ¿sabes? Creía que los padrastros y las madrastras eran malos como en los cuentos, pero Yoshio es muy amable y divertido. Me gusta más que mi mamá —se detuvo un momento, lucubrando sus próximas palabras—. Creo que me gusta más que papá, incluso.
Soltando una risita, se volteó completamente hacia el menor y ésta se sofocó al instante al notar la mueca de angustia que deformaba la tierna cara de Manjiro.
—¿Oye, ¿qué tienes? —Se acercó, aunque algo inseguro sobre cómo reaccionar.
Manjiro abrió la boca para contestar, pero de su boca sólo salieron sollozos y jadeos húmedos que amenazaban con desequilibrar su respiración.
—'Jiro, tranquilo —habló con más firmeza, pero más angustia a la vez—, respira.
—Izana —finalmente pudo soltar, aunque su voz sonara amortiguada y sofocada por las pesadas exhalaciones que estaba dando, chocando con sus sollozos y atragantándose con las sílabas. Sus mejillas estaban coloreadas de un febril ojo brillante por el sudor y las lágrimas. Sus manitas se sintieron heladas contra el roce de sus codos.
Las manos de Izana temblaron sobre los hombros más pequeños. Manjiro se estaba ahogando.
—¡PAPÁ, YOSHIO! —gritó con apremio, con su propia voz quebrandose ante el terror.
—Izana —el niño volvió a hipar. El aludido notó que estaba palideciendo un tono más con cada jadeo—. Llé-llévame a casa... Quie-ro ir a-a cas-sa.
Izana lo apresó con más fuerza entre sus brazos porque el pequeño cuerpo ahora se agitaba tanto que parecía que colapsaría en cualquier momento.
Shinichiro se sorprendió recibiendo a Manjiro devuelta en casa más temprano de lo planeado.
El trato había sido una tarde entera, con la responsabilidad de entregarlo entrada la noche, sin interferencias telefónicas o nada que involucrara su presencia. Shinichiro se planteó seriamente ponerle un chip de rastreo a su hijo por si Yoshio enloquecía y decidía escapar del país con todo y niño, pero con los últimos meses corriendo con normalidad, empezaba a tenerle un poquito de confianza... quizá.
Habían usado la tarde libre para permitirse ser autoindulgentes y salir a comer sin un niño que demandara todas las golosinas del menú infantil. Volvieron a casa después, sin otras paradas extras, porque igual había sido día laboral y la vida adulta ya les había arrebatado lo que les restaba de energía veinteañera. Shinichiro despidió a Takeomi (a quién le había dejado encargado el taller) y se tumbó en el sofá junto a Wakasa. Se suponía que sólo verían una película hasta que el niño llegara, pero las caricias distraídas sobre el muslo del omega terminaron escalando de fogosidad y tuvieron que transferirse de ubicación a uno más espacioso y privado.
Estaban preparando sándwiches de queso como cena improvisada cuando el timbre sonó. Yoshio apretaba los hombros de Manjiro, de pie frente al umbral. El semblante amargo que le había nacido al ver al omega, mutó en uno contento al ver a su hijo.
Sin embargo, el niño no saltó hacia él en un saludo vigoroso y apretado como usualmente lo hacía al llegar.
—'Jiro —le llamó, flexionando sus rodillas para acercarse más a la altura de su rostro—, ¿qué pasa? ¿Estás cansado?
Manjiro alzó la cabeza hacia la voz de su padre, exhibiendo sus ojos rojos e hinchados como nunca antes había visto. Shinichiro incluso se horrorizó.
—Hola, papá —saludó con la voz arrastrada, casi con incomodidad.
—¿Estuviste llorando? ¿Qué te pasó?
Como Manjiro parecía renuente a confesar algo, buscó respuesta en Yoshio, quién mantenía una expresión afligida apuntando hacia el niño cuyos hombros aún apretaba con suavidad.
—¿Qué le pasó? —Se enderezó para encarar al omega e impostó su demanda con autoridad.
Yoshio apretó los labios mientras pasaba saliva. Sus ojos siempre rehuyeron a los suyos y sus dedos se apretaba en el cuello de la camisa de Manjiro. Dejó escapar una exhalación temblorosa que dejó helado a Shinichiro por el mal que auguraba el estado del omega.
—Tenemos que hablar, Shinichiro.
Tal como en la primera vez que Yoshio se había presentado con porte arrogante y mirada altiva pronunciando las mismas palabras, lo invadió el mismo terror con ese orgullo reducido a un omega encorvado en pena y tan atestado de vergüenza como para no dignarse a mirarlo a los ojos una sola vez.
—¿Sobre qué?
—Manjiro, ve adentro, por favor. —Empujó suavemente al niño para obligarlo a acatar.
El menor pareció titubear un par de segundos frente al umbral, con sus deditos retorciendo los costados de su pantalón y tomando bocanadas profundas de aire. Antes de que Shinichiro pudiera siquiera abrir la boca para cuestionar su actitud repentina tan temerosa, Manjiro ya estaba desapareciendo por el pasillo a zancadas presurosas.
—¿Qué carajos le pasó a mi hijo, Yoshio? Estaba completamente bien esta mañana, pero regresa de tu casa como un niño asustado y cohibido, ¿qué demonios le hiciste?
Shinichiro estaba poniendo todo de su parte para no deshacerse en gritos exigiendo una respuesta, pero Yoshio parecía sumamente aturdido como para formular una sola frase coherente. Sus labios temblaban en respuestas no pronunciadas y sus manos temblaban tendidas frente al alfa en un gesto defensivo, como si buscara apaciguar la cólera que lo tragaba más con cada balbuceo vacío.
—Yo, y-yo... —Tragó saliva y aplanó los labios exhalando aire profundamente. Su semblante se volvió tan verde que parecía estar a punto de vomitar—, realmente lo siento... Te prometo que esto estuvo fuera de mis manos.
—¡Jiro', que bueno que llegas! Justo a tiempo para la cena.
Manjiro había llegado sigilosamente a la cocina y permanecido de pie frente al umbral hasta que Wakasa reparó en su presencia.
—¿Quieres contarme qué hiciste hoy con Yoshio?
La falta de respuestas obligó a Wakasa a desentender su pendiente con el sándwich de queso a medio preparar para dedicar su completa atención a Manjiro. Los orbes del niño apuntaban hacia él, alzadas en su punto máximo. Ojos grandes y curiosos que ahora lucían tan espeluznantes como los de Shinichiro, erradicando cualquier ápice risueño que hubiera heredado de Yoshio.
Era una mirada... extraña.
—¿Pasó algo malo? —preguntó acercándose hasta arrodillarse frente a él—. ¿Quieres hablarlo?
Aun teniéndolo a escasos metros de sí, Manjiro realmente no lo miraba. Sus ojos apuntaban hacia un lado, renuentes a conectar con los suyos. Wakasa se alarmó al notar las estelas rojizas que se anclaban a sus orbes. Abrió la boca, pero su insistencia murió antes de ser pronunciada, por el mismo Manjiro.
—Tú... —susurró vacilante y todavía sin hacer contacto visual—, dijiste que mentir está mal.
—Sí, por supuesto. Lo está —asintió. Sus manos buscaron las más pequeñas en cuanto notó cómo la cara del niño se descomponía en aflicción—. ¿Quieres hablarme de algo?
Los deditos de Manjiro se escabulleron de los suyos con un arrastre aprensivo hasta esconderse tras sus costados. Las manos del omega se enfriaron ante su ausencia, congelándolos en el aire.
Los labios del niño temblaron con su primer intento de hablar, y sólo consiguió un sollozo al seguirlo intentando. Wakasa extendió sus brazos, de nuevo en busca de los más pequeños; pero estos volvieron a estar fuera de su alcance cuando Manjiro retrocedió un paso.
—¿Qué te ocurre? ¿Por qué no quieres...?
—¿Tú no eres mi papá?
Por un segundo, la consciencia de Wakasa se desprendió de su entorno y divagó alrededor de esa sola pregunta. El suelo bajo sus pies se sintió blando y desnivelado, ¿el aire se volvió más denso?
—¿Q-qué estás...?
—Tú no eres mi papá —repitió, esta vez sin sonar como una pregunta. Esta vez era una afirmación totalmente segura.
Wakasa se obligó lucubrar en su respuesta en tan solo cinco segundos. El nudo que se atascó en su garganta lo enmudeció, pero entre jadeos de agobio logró hacer que sus palabras pasaran sobre él.
—Yo no te tuve dentro de mí —confesó con palabras entrecortadas por el esfuerzo de frenar su temblor—, pero para mí eres mi hijo. Has sido mi hijo todos estos años.
—No, no eres mi papá —repitió, con otro paso hacia atrás y su cabeza sacudiéndose en negaciones.
—'Jiro, escúchame —Wakasa insistió, pero sin hacer el intento de alcanzarlo porque sabía que sería en vano—, eres mi hijo para mí, ¿de acuerdo? Puede que no tengamos la misma sangre, pero para mí...
—¡Me mentiste, no eres mi papá! —Manjiro explotó en un grito estridente y demasiado lleno de dolor, el suficiente para atravesar el corazón de Wakasa—. ¡Me mintieron, son unos mentirosos!
—Manjiro, por favor, déjame...
—¡NO! ¡No quiero oír, son unos mentirosos! —Solamente le interrumpió el llanto que tenía atorado en la garganta—. ¡Ya no quiero estar aquí! ¡No quiero verlos más!
Wakasa intentó alcanzarlo, pero su mano ni siquiera avanzó a rozar la piel de su niño, cuya figura ahora se alejaba de él, huyendo presurosa, dejando sus dedos estáticos en el aire, enfriándose con la frialdad que él había dejado atrás.
Lo único que le impedía a Shinichiro avanzar hacia su motocicleta y arrancar directo a desfigurarle la cara a Dai, era Yoshio aferrado con dedos y uñas a su brazo mientras le rogaba que no lo hiciera.
—¡¿ES QUÉ ESE TIPO ESTÁ DEMENTE?! ¡MI HIJO PODRÍA TENER DAÑOS PERMANENTES POR SU CULPA!
—¡Por favor, Shinichiro! ¡Él sólo lo hizo por mí, no tenía malas intenciones!
—¡Me importa un carajo! ¡JAMÁS DEBÍ DEJAR QUE MI HIJO SE ACERCARA A TI, MALDITA SEA!
—¡Hablemos, por favor! ¡Tienes que calmarte!
Debían estar dando un espectáculo monumental a sus vecinos, pero por más pudoroso que pudiera ser Shinichiro, ese detalle ni siquiera lograba penetrar su abrumada cabeza, nublada por la cólera y la desesperación.
—¡VETE AL CARAJO! ¡IRÉ A MATAR A ESE HIJO DE PERRA!
Casi se sentía como sus días de adolescencia entregado completamente al mundo delictivo, donde sus noches consistían en que le destruyeran la cara a base de puñetazos, pero su cuerpo se mantenía en pie a base de furia desmedida hacia la pandilla rival que osaba querer lastimar a la que en ese entonces consideraba su familia; aunque ese aprecio terminó marchitándose conforme los años ensanchaban sus distancias. Sin embargo, esta vez su familia real había sido cruelmente profanada de manera súbita y vehemente. Shinichiro no estaba dispuesto a sólo perdonar y olvidar, siendo demasiado consciente de que para su hijo tampoco sería así de fácil.
Estaba a nada de mandar al diablo cualquier regla ética o moral y derribar a Yoshio de un puñetazo si era necesario, pero cuando la mirada de del omega se congeló y horrorizó por encima de su hombro, justo en dirección a la entrada de su casa, supo de inmediato qué era lo que se avecinaba.
Y no quería enfrentarlo.
Yoshio apartó su cuerpo, ahora flácido y temeroso, con facilidad para arrojarse al suelo cuando Manjiro llegó en su búsqueda, interrumpiendo la pelea. De pronto sintió una profunda vergüenza arraigarse en él ante la posibilidad de haber sido atestiguado por su propio hijo en su faceta más horrible.
—Tranquilo. No pasa anda —Yoshio se apresuró en aclarar antes de que el afligido niño pudiera pronunciar algo—. Estamos bien, ¿sí? Papá y yo tuvimos una pelea, pero no tiene nada que ver...
—Llévame contigo.
El desconcierto invadió en partes iguales la expresión de Shinichiro y Yoshio.
—Ya no quiero estar aquí. Llévame contigo.
—¿Qué estás diciendo, Manjiro? —Ni siquiera Shinichiro pudo reconocer si el tono de su voz estaba cargado de estupor, furia o decepción.
—¡Ustedes son unos mentirosos! —el menor acusó, con sus ojitos brillando en lágrimas que caían una tras otra por sus mejillas—. ¡No quiero estar con ustedes! ¡MENTIROSOS!
—Manjiro —Yoshio aseveró, apretando los hombros más pequeños con ambas manos—. Es tu padre. No puedes...
—Llévame contigo, papá, por favor. No me dejes aquí con ellos.
Y cualquier ápice que hubiera perseverado de la voluntad de Shinichiro —la cual fue evaporándose con cada segundo de su hijo en los brazos de Yoshio— terminó de resquebrajarse con eso.
Yoshio, en cambio, no pudo suprimir la sonrisa temblorosa que asomó por sus labios un sólo segundo al escuchar como lo llamaba papá por primera vez. Se entremezcló con sus lágrimas, y se ensanchaba con cada temblor.
—No. Yoshio, no te atrevas...
La advertencia de Shinichiro murió en el aire. Yoshio ya estaba tomando la mano del niño, de su niño, y estaban volviendo al auto en el que habían llegado.
—¡No, espera! —Trató de frenar su andar, de sujetarlo a la fuerza y amarrarlo si era necesario.
Pero, con la manito de Manjiro aferrada a la suya de manera tan desesperada, no podía hacer nada más que suplicar.
—¡Manjiro, no! ¡Espera, por favor, hablemos de esto! ¡No te puedes ir, no te vayas así, Manjiro! ¡MANJIRO, ESPERA!
Pero, el niño ni siquiera volteó a verlo después de subir al auto. Agachó la cabeza, hacia sus piernas colgando del asiento, dejando que la voz de su padre se amortiguara con la ventanilla irrumpiendo entre ambos.
Antes de que el auto arrancara, Shinichiro casi se arrastró hacia el otro lado, hacia el asiento del omega.
—¡YOSHIO, NO HAGAS ESTO! ¡DIJISTE QUE NO ME LO QUITARÍAS! ¡YOSHIO, NO HAGAS ESTO, MALDITA SEA!
El motor arrancó.
Antes de que al auto avanzara, la ventanilla del asiento de conductor resbaló hasta dejar un insignificante espacio de no más de cinco centímetros. Yoshio le miro a través del cristal, con algo parecido a la resignación, mezclada con jactancia.
—Yo no te estoy haciendo nada, Shinichiro. Esta decisión es de Manjiro, no mía.
Y esa revelación ató las piernas de Shinichiro a la acera desde donde veía partir el auto, donde veía a su hijo alejarse de sus brazos.
Cuando vio el auto irse, Wakasa se derrumbó el umbral de la entrada.
Tenía la cara empapada en lágrimas, pero el viento las estaba secando, dejando un rastro pegajoso y sucio en sus mejillas. De alguna manera, se habían detenido luego de ver a Manjiro subirse dócilmente al auto de Yoshio, y de escuchar las súplicas de Shinichiro por que se quedara.
Ni siquiera intentó intervenir, porque si ni Shinichiro había logrado un mínimo, él hubiera logrado mucho menos.
Hurgó en su bolsillo derecho hasta que su mano encontró la suavidad del fino cartón de la caja de cigarrillos. Junto a él, él encendedor, frío hasta hacía un par de segundos. El viento no bastó para aplacar su llama, que buscó temblorosa el extremo del cigarro que sostenía los pálidos labios de Wakasa. Encendió sin mucho esfuerzo, y de inmediato le dio una calada.
Lo había perdido todo. Otra vez.
De pronto, el frío aire dejó de golpear su costado derecho. Shinichiro, aunque incapaz ahora de calentarlo con la calidez de su cuerpo, bloqueaba al menos un poco del frío, lo suficiente como para reducir sus temblores a sólo espasmos.
Los dedos del alfa le arrebataron el cigarrillo de los suyos, y sin pensarlo demasiado, le dio una calada también.
Wakasa miro un par de segundos la lucecita humeante, titilando entre esos dedos callosos y oscurecidos, ahora temblorosos también. Se arrastró hasta acabar con la poca distancia entre ambos. Con su helado cuerpo, buscó forzar algo de calor que bloqueara al menos una fracción mínima (no importaba que fuera pequeñísima, con tal que fuera algo) de la gelidez que estaba rompiendo el cuerpo de Shinichiro.
Al menos, ya no tenía tanto frío.
YO SOLAMENTE QUIERO DECIR QUE FUERON MÁS DE 6MIL PALABRAS, CASI 7MIL
Ps, me esforcé especialmente con este cap (razón de su tardanza), así que quiero empezar diciendo que aquí no hay villanos, sólo personas con actitudes, ideales y moral distinta. Me bloqueé un poco al chocar con la idea de que no quería hacer de Dai un villano, ni una mala persona. Él es un padre responsable que ha tomado un par de malas decisiones, pero tiene la intención de querer cosas buenas para sus hijos.
Yoshio tampoco es un villano. SE VOLVIÓ un padre "responsable" (o trata de serlo, al menos), pero eso no lo vuelve un buen padre tampoco.
Tal vez habrán notado que es muy de mi estilo describir las emociones, especialmente el sufrimiento y el shock, de manera bastante literal; centrándome en las sensaciones físicas y en los pensamientos difusos....
Quiero confesar que lloré escribiendo la parte del rechazo de Mikey a Wakasa :( me consumió demasiado el papel JAJAJA
En fin, perdónenme por tardar tanto. Espero que haya valido la pena para ustedes 🥹
Antes de despedirme, quiero dejarles una bandejita de comentarios por si quieren decirles algo a los personajes, ahora que el drama llegó a su climax.
Dile algo a Yoshio aquí ⇨
Dile algo a Dai aquí ⇨
Dile algo a Shinichiro aquí ⇨
Dile algo a Wakasa aquí ⇨
Dile algo a Mikey aquí ⇨
Dile algo a the autore aquí (opiniones generales del cap) ⇨
¡Gracias por leer! ❤
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