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0. Omega

—¿De verdad tengo que hacer esto?

   El hombre ignoró el claro signo de discordancia en su voz y lo observó con el ceño fruncido. Las tripas se le revolvieron. Sintió la hostilidad de su mirada reventarle el cráneo hasta acabar con él, dejando a su paso los restos del hueso pulverizado sobre una vomitiva masa sanguinolenta que casi hizo colapsar su bilis.

—El señor Shindo está harto de ti. Todos estamos hartos de ti —fue su compacta y cruel respuesta.

   No gastó sus energías en sentirse mal por ello; los nervios, la incertidumbre y, en cierto rincón de su corazón, el miedo, disolvían sus ánimos por completo. Se alentó a sí mismo con la frase célebre que lo identificaba como persona, pero se descubrió, de pronto, sintiéndose egoísta, viendo por su propio bien, en vez del de los suyos. Se odió profundamente. De eso no consistía su movimiento político; de huir y acobardarse, jamás se trataron sus ideales.

   Mordió su labio inferior, aguantando el cúmulo interminable de emociones pesimistas, las cuales se iban marginando en algún lugar oscuro y frío de su alma.

—No entiendo exactamente cuál fue la necesidad del señor Shindo de querer algo así, ¿no pueden simplemente dejarnos en paz? Luchamos por causas justas, que deberían ser incluso absurdas en nuestra sociedad. ¿Por qué tendríamos que vernos envueltos en debates que ponen en tela de juicio los derechos que nos corresponden? —reclamó con la respiración agitada.

   Soportó aquel trago amargo que le provocó la carcajada del alfa frente a él, regocijándose con tanto desprecio y morbo de su inquietud, que llegó a marearse. Los inhibidores de aroma hacían un excelente trabajo, de lo contrario, hubiese deseado ahogarlo con el fétido hedor de un omega iracundo. Suspiró, exhalando así, esas ganas continuas de golpear su mandíbula y dejar su viejo rostro desfigurado.

—Hombre omega... —musitó las palabras denigrantemente—. ¿Aún te cuesta entenderlo? ¿Aún no comprendes tu asquerosa posición? ¿Tus neuronas inferiores no perciben que son la más repugnante cosa que ha parido la Luna? —rió, desatando en su interior oleadas de furia que nublaron su visión—. Si estás aquí todavía es porque, lamentablemente, la ley los apaña, pero si por mí y todos los que ocupamos un puesto aquí fuere, serías echado de esta empresa sin pensarlo mucho.

   Sus dientes casi chirriaron de la presión que se halló ejerciendo sobre ellos, pero no dijo más nada. Se sentía agotado mental e incluso físicamente de sólo pensar en discutir siempre lo mismo con su desagradable jefe de departamento, el cual sabía que jamás iba a demostrar un poco de compasión ahora ni nunca. Desvió la mirada y la encestó en la puerta de madera. Los murmullos que se oían a través de ella acrecentaron los nervios que se cocinaban vivos dentro de su estómago vacío. Respiró profundo, sabiendo que ya era el momento.

—Vete de una vez.

   Jadeó ante el brusco empujón que aquel hombre le propinó en la espalda hasta hacerlo trastabillar y casi chocar contra la gélida madera oscura. Gruñó, pero sin embargo, salió de allí lo más pronto posible, alejándose hacia un pequeño resguardo sombrío tras el telón del escenario. Se brindó fuerzas y se prometió mantener la calma. Aquel debate sería brutal y él lo sabía, por eso se aseguró de serenar los latidos erráticos de su corazón antes de comenzar a dar sus primeros pasos por la brillante superficie de roble del gigantesco teatro de la empresa, donde los flashes de las cámaras de la prensa le dieron una fulminante bienvenida. Fue consciente de las voces acallarse en su presencia, pero decidió no darle importancia al asunto. Ni siquiera observó al hombre parado a unos metros de distancia de su lugar. Mientras menos contacto visual hiciera con aquel alfa, mejor para su salud mental.

   Llegó a su atril y se apoyó levemente contra él, con la esperanza de así manejar la tensión que estragaba cada músculo de su cuerpo. Sentía las miradas de toda esa gente presente bajo sus pies y también las de quienes lo vislumbraban en vivo por televisión, pero la única que lo inquietaba era la del alfa Shindo. La sentía hundida en su nuca, desgarrando su piel dolorosamente.

—Muy bien —se sobresaltó. La voz de su jefe se escuchó tan fuerte y cerca que llegó a ensordecerse—. Veo prudente iniciar con este ansiado debate propuesto diligentemente por el empresariado Mikaela Shindo, a su empleado Hyakuya Yuichiro, luego de verse envuelto en una toma de ideas de negocio para su... campaña política —frunció el ceño imperceptiblemente al notar la tonada de desprecio—. Entonces, como moderador del encuentro, señor Shindo —el susodicho asintió—, plantee por favor su tema a discutir.

   La antes silenciosa sala, vitoreó calmadamente en cuanto aquel hombre trajeado acomodó elegantemente el micrófono para que este se amoldara a su comodidad. Carraspeó, haciendo callar al lugar entero.

—Bien —habló. Su voz profunda se oyó fuerte y clara por los parlantes que descansaban a los lados del escenario—. Como amablemente nuestro moderador, el jefe en especialización de marketing ya me presentó a la audiencia, sólo iré directamente al grano: Hyakuya Yuichiro —sintió un escalofrío perforar su columna ante la mención de su nombre. Inevitablemente, sus ojos verdosos se clavaron en los oscuros y gélidos del alfa, a pesar de que este no lo miraba directamente. Su atisbo enfocado al frente, donde una pantalla gigante al final del salón enmarcaba sus rostros contrariados—. Tengo, en realidad, muchas cosas que hablar contigo, pero el punto principal que me gustaría tratar es: ¿Qué ganas tú, exactamente, disponiendo a espaldas de mi empresa de los conocimientos adquiridos para utilizarlos en cuestiones políticas?

   Humectó sus labios antes de responder.

—Si tengo que serle sincero, señor —comenzó suavemente, con su temblorosa voz convirtiéndose en un arrullo—, por el momento, no gano nada profesando las enseñanzas para las que se me ha capacitado y por las que he estudiado, aún con toda la presión de una sociedad sobre mis hombros. Pero al menos, me quedo conforme con que mi constancia quede grabada para motivación de terceros.

   El sepulcral silencio se extendió por los diez segundos que al alfa le tardó manifestar su siguiente acotación.

—Entonces... ¿Ni siquiera me dirás el por qué usas tu lugar de trabajo para ello?

—Es mi tiempo libre. Que yo sepa y que sepa el reglamento, no es nada ilegal dentro de sus parámetros, señor.

   Cuchicheos colmaron el ambiente y él batalló por no sonreír victorioso ante lo que, evidentemente, era un reclamo injusto que zanjó de un zarpazo.  Pero su declaración no hizo mella en su oponente.

—Correcto. Aun así, es poco ético de su parte, Hyakuya. Usar los puestos de trabajo de mi empresa para sus caprichos...

   Una nueva oleada de siseos explotó en el teatro y Yuu sintió su sangre hervir. Miró los rostros de los alfas, betas y omegas femeninas asentir en acuerdo con las palabras de aquel hombre. Quiso gritar y arrancar cada uno de sus cabellos de la rabia.

—Con todo respeto, señor Shindo —musitó bordemente, clavando su filosa vista en el rostro impoluto del alfa—. ¿Qué hay de "caprichoso" en luchar por el respeto que una persona merece por derecho?

—¿Por qué habría que luchar por ello? ¿Por qué no aceptar su lugar y ya?

   El corazón casi se le salía del pecho. Supuso que su rostro estaba coloreado de rojo, pues el calor que lo azotó de pronto ante aquellas palabras dichas, hizo sudar cada uno de sus poros. La respiración nuevamente se le aceleró y se rogó mantener sus emociones a raya. Lo que el hombre quería, era hacerlo enfadar para que todo el mundo presenciara en televisión un papelón que mancharía, probablemente, la reputación que tantísimo le había costado conseguir. Su postura relajada y mirada burlesca siempre recta, se lo confirmaban.

   Cerró los ojos por dos segundos para permitirse ordenar sus disparatados pensamientos.

—¿Usted se quedaría de brazos cruzados, sin hacer nada, si la sociedad entera lo repudiara sólo por su escala en la jerarquía? O peor, ¿por su sexo?

   Lo escuchó reír.

—Hyakuya, se está desviando del tema —anunció el mediador con reproche—. El señor Shindo no lo llamó para que usted se haga la víctima en televisión.

   Antes de que pudiese responder con arrebato a la insolencia, el alfa lo frenó para decir en alto que estaba bien. La diversión centellaba en esos enormes ojos gélidos, azules y profundos como un mar antártico. Estaba claro que para él, la situación era sólo un juego de niños; un pequeño pasatiempo; una anécdota que luego le contaría a sus colegas para ridiculizarlo y convertirlo en el hazmerreír no sólo de la empresa, sino, del país. Todas las personas eran como él. Nadie más se arriesgaría a ponerse de su lado. Incluso la gente allí presente, esperaba con ansias el frívolo mensaje que el señor Shindo le escupiría a continuación. Se preparó mentalmente para acabar encolerizado y con el corazón resquebrajado, una vez más.

—Lo haría. Incluso, me avergonzaría de mí mismo por haber nacido como nací. Me molestaría con mis padres por haberme traído al mundo aún sabiendo que acabaría siendo un omega, porque vamos, se puede saber cuando un niño será orgullosamente alfa o lamentablemente omega. Los médicos siempre advierten a los padres la desgracia u honor que traerá consigo su hijo a la familia. Me sorprende que, sabiendo que tus padres te odian, te hayan dejado vivir, o al menos, no te hayan abandonado a tu suerte, aunque habrías acabado igual, supongo... —el silencio fue casi alarmante, todos atentos al discurso del hombre—. Si tú, un hombre omega, ha llegado hasta aquí, es porque las leyes tienen compasión con ustedes, así que, ¿por qué siguen pidiendo más de lo que ya tienen? ¿Qué más necesitan, además de que no se haya aprobado la ley para el exterminio de omegas macho?

   El enorme lugar quedó tan mudo que incluso hasta el más mínimo alfiler cayendo al suelo, se podría haber oído.

   Estaba tan sorprendido por todo lo que acababa de escuchar, que se descubrió siendo incapaz de pronunciar palabra alguna. Sus ojos estaban tan abiertos y su garganta tan seca, que no tuvo tiempo de procesar nada, cuando una irrupción de ruidosos aplausos lo espabiló del shock. Giró la cabeza rápidamente, viendo con estupefacción a la multitud alabando a aquel alfa, gritándole vitoreos y felicitándolo por haber ganado el debate. Quiso objetar, decirles a todos, desesperadamente, que él tenía mucho para decir y demandar, pero los micrófonos habían sido apagados y el alfa se estaba retirando del escenario. La prensa se acercó de inmediato a entrevistarlo y él pronto fue olvidado a un lado. La pantalla se apagó, las personas corrieron hacia el robusto cuerpo del hombre y pasaron olímpicamente de él, como si nada de lo que acababa de ocurrir hubiese pasado.

   Como si no existiera.

   Los flashes, micrófonos en su rostro y las cámaras de filmación, no le dejaban avanzar con tranquilidad. Se dedicó a ignorarlos hasta que pudo perderse finalmente en la serenidad de su oficina y pudo suspirar a gusto.

—Qué gente tan fastidiosa...

—¿Qué tal todo? Lo dejaste realmente callado a ese omega bribón, eh —se carcajeó su secretario y mejor amigo, tomando asiento en la silla frente a su escritorio.

—Fue demasiado simple. Está claro que aquel niño no entiende de qué trata la vida y se las va dando de justiciero cuando ni siquiera puede debatir correctamente con argumentos lógicos. No entiendo cómo tanta gente lo sigue ciegamente...

—Ya sabes, con dinero baila el mono y trabajando aquí, gana bastante bien. ¿Por qué no lo echas de una vez para que aprenda?

   La idea se le había pasado por la cabeza varias veces. Pero si tenía que ser sincero, sus campañas de marketing eran terriblemente brillantes, con las cuales había obtenido ganancias millonarias y no podía darse el lujo de dejarlo ir hasta conseguir a alguien con sus mismas capacidades intelectuales y creativas, en lo cual había fracasado hasta el momento.

—Aunque no me agrade, es una pieza muy útil para la empresa. Pero deberíamos comenzar a buscar más arduamente su reemplazo.

—Cuenta con ello —asintió, dándose la vuelta para salir de la oficina.

   Se aseguró de revisar cada informe por última vez y tomó sus cosas para largarse apenas vio al sol comenzando a esconderse. Caminó con su maleta en la mano por los pasillos de su empresa, recibiendo halagos de sus empleados por su magnífica postura en el debate, los cuales correspondía con un asentimiento de cabeza y una expresión que rozaba la indiferencia. No era algo que le enorgulleciera demasiado, pues sabía lo que iba a suceder desde el momento en que propuso la idea en televisión y el omega se vio altamente presionado a aceptarlo. Quería darle una lección y ya lo había hecho.

   Unas cuantas personas de la prensa lo acorralaron antes de completar su salida con éxito y no le quedó más remedio que tragarse el fastidio y responder sus dudas para que lo dejasen en paz.

   La luna había salido a descubrirse del todo cuando los reporteros finalmente le permitieron su libertad, así que caminó fuera, topándose con una cantidad mínima de trabajadores que comenzaban a partir. Uno en especial llamó su atención. Uno que había ridiculizado en vivo y ahora estaba enterrado contra el cuerpo de un alfa, a los pies de la pequeña escalinata de concreto. Se sintió asqueado, pero no hizo nada para demostrarlo. Las lágrimas en los ojos de aquel omega de cabellos negros cual manto oscuro le provocaron repulsión y la manera en la que, suponía era su pareja, lo consolaba, lo aborrecía enteramente. Era lamentable y denigrante para el linaje cuando lobos alfas se comprometían con aquellas aberraciones.

   Negó con la cabeza, bajando uno a uno los escalones y avanzando despreocupadamente a su carro que aguardaba con paciencia por él. Un número considerable de centímetros los separaban cuando pasó por su costado, pero aún así, era capaz de oírlos a la perfección.

—S-Siento que ya no puedo más, Shion —lo escuchó sorber por la nariz—. Me siento perdido y... y...

   El hombre más grande lo hizo callar dulcemente.

—Bebé, está bien —lo abrazó con fuerza—. No digas esas cosas. Has llegado muy lejos como para rendirte ahora. Te ayudaré a levantarte, tranquilo. Siempre me tendrás aquí para demostrarte que no todos los alfas somos unos desgraciados como él.

   Jamás repararon en su presencia y tampoco deseaba hacérselos saber. Si se sintió ofendido por su desprecio, poco le importó. Un alfa que se involucraba con un omega macho, inmediatamente era invisibilizado para el resto. Les echó un último desinteresado vistazo y se metió dentro de su coche para llegar pronto a casa. Su pareja y cachorros que lo estaban esperando dentro de las acogedoras paredes de su amoroso hogar, estaban por delante de cualquier cosa; sobre todo, si aquello involucraba presenciar la debilidad de un omega macho llorón, como todos los de su débil y delicada especie.








bueno , yo otra vez con otro fanfic que no voy a terminar jamás jsksjs no mentira

la verdad es que este fic me hace mucha ilusión porque lit lo estuve planeando por casi un año , así que va a estar bien heavy la cosa .. va a ser bastante político , pero es un tema que siempre he querido tratar en el omegaverse porque siento que yo tengo una forma un poco distinta de ver las cosas y es algo que sí o sí necesitaba expresar en un fic .. so , este será^^

espero les guste♡ los quiero y cuídense del coronabicho

acuérdense de que dedico capítulos , así que comenten acá los que quieran una dedicación☆ ----->

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