Capitulo 6: Agencia Militar Secreta
11 de Marzo
Casa rosada, buenos aires / 9: 34 am
En el despacho del presidente Rufino León, una atmósfera tensa se apoderaba de la habitación. Acompañado por su leal ayudante Iván, discutían acerca de la crítica situación que asolaba la ciudad debido a los ataques terroristas.
—La población está huyendo de la ciudad, esto es grave. La gente está tan desesperada que se están atacando entre sí. Estamos en estado de emergencia. ¿Has considerado la posibilidad de una evacuación? —inquirió Iván, mostrando su preocupación.
—No podemos permitir que la gente abandone la capital. Los terroristas acechan en los alrededores, esperando el momento oportuno para atacar. Mis fuerzas de seguridad están vigilando la ciudad y luchando contra criminales y delincuentes. La evacuación no es una opción viable —respondió el presidente, reflejando determinación en su voz.
—El toque de queda no puede prolongarse por mucho más tiempo. La economía se está debilitando. Además, el alcalde ha fallecido. Necesitamos encontrar un reemplazo lo antes posible —insistió Iván, intentando buscar soluciones rápidas.
—Eso está en mis manos. Ya me estoy ocupando de ello. Además, en pocos días tendré una reunión con la OEA. Parece que quieren abordar el problema y buscar una solución conjunta —explicó el presidente, mostrando una mezcla de esperanza y cautela.
—O tal vez estén aprovechando la oportunidad para derrocarte de la presidencia —mencionó Iván, dejando entrever su desconfianza hacia las intenciones de la OEA.
En ese momento, Azgalor, un estratega militar, ingresó al despacho interrumpiendo la conversación.
—Caballeros, la primera oleada de ataques está a punto de comenzar. Debemos estar preparados. Señor presidente, es acertado traer a las fuerzas armadas, pero necesitamos refuerzos de élite, fuerzas especiales dispuestas a darlo todo por su nación —comentó Azgalor, expresando su preocupación y compromiso con la seguridad del país.
—¿Y qué hay de las armas y aviones que hemos desarrollado? —intervino Iván, haciendo alusión a los avances tecnológicos del gobierno—. Si vamos a enfrentar a terroristas extranjeros, nuestra innovadora tecnología debería ser de gran ayuda.
—Las naves Chester son increíblemente poderosas. Microsoft ha desarrollado una inteligencia artificial para nuestros aviones. Sin embargo, no puedo garantizar su disponibilidad durante la primera oleada de ataques. Por ahora, debemos confiar en el ejército regular. Ya demostraron su valía en el pasado, ¿no es así? —preguntó Azgalor, recordando los logros previos de las fuerzas armadas.
—Sí, tuvimos éxito al acorralarlos en el pasado, pero ahora estamos a la espera de su llegada. Desconocemos cuándo y dónde atacarán. El profesor Gregor tiene la responsabilidad de activar el proyecto StarLink en dos días. No podemos permitir más retrasos —explicó el presidente, revelando la importancia crucial de esa iniciativa.
—El profesor no contesta. Lo llame por su celular y nada, pero Presidente, con todo respeto, aún no es seguro activarlo. El proyecto se encuentra en una fase beta y lanzarlo prematuramente podría comprometer su eficacia a largo plazo. —advirtió Iván, argumentando en favor de una decisión cautelosa.
—Ya cuenta con toda clase de armas, torretas, GPS, conexión a internet, cámaras HDR. Es suficiente para contrarrestar a los terroristas en este momento. Solo tenemos dos días. Si el profesor Gregor no cumple con su tarea, habrá consecuencias graves —declaró el presidente, dejando entrever su desesperación y determinación en busca de una solución inmediata para proteger a su pueblo.
Iván y Azgalor intercambiaron miradas cargadas de preocupación ante la urgencia y la responsabilidad que recaía sobre sus hombros. Comprendían la angustia del presidente, pero también eran conscientes de los riesgos y las posibles repercusiones de activar el proyecto de forma prematura.
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Base Militar Aérea - Buenos Aires / 2 :04 pm
Por la tarde, Haruki Himeya ve las noticias en la televisión sobre varias personas encontradas muertas en los bosques que rodean la ciudad. La noticia lo afecta profundamente, sumándose a un día que ya estaba marcado por cierta depresión.
En ese momento, recibe una llamada de su amigo Morales, quien le informa que el general lo está buscando con urgencia en el cuartel. A pesar de su estado anímico, Himeya se apresura a dirigirse hacia el cuartel, consciente de que su deber como piloto de la Fuerza Aérea Argentina lo llama.
—General, acabo de regresar de mi vuelo de ida y vuelta. ¿Me ha llamado por algún motivo en particular? —preguntó Himeya con formalidad.
—Sí, por supuesto. Por favor, siéntate —respondió el general con amabilidad, indicándole una silla—. Nos encontramos en proceso de selección de los mejores candidatos para unirse a la élite militar. ¿Cómo te sientes en tu rol aquí?
—Al principio, resultó un poco incómodo estar en compañía de veteranos experimentados, pero he ido acostumbrándome a la situación —respondió Himeya.
—Bien. Sabemos que eres un piloto destacado y tus antecedentes hablan por sí solos. No hay dudas de que eres un excelente aviador.
—Estoy de acuerdo. Me he tomado el tiempo de reflexionar sobre lo que dijo acerca de cómo los civiles necesitan sentirse seguros. Nosotros somos su defensa contra los terroristas, porque si estos llegan a la ciudad, lo destruirán todo —comentó Himeya.
—Exactamente. Debemos centrarnos en cómo podemos ganar esta batalla. Por que la mayor diferencia entre un piloto de combate y uno civil es que el último no está acostumbrado a giros abruptos ni velocidades supersonicas. Si lo comparamos es un poco monótono y repetitivo.
—¿Monótono? Pero en 2015 lograron derrotar al ejército de Hifflon. ¿No podríamos usar la misma táctica? —preguntó Himeya.
—La diferencia es que en esa ocasión, los ciudadanos pidieron nuestra ayuda y cuando llegamos, los terroristas ya habían comenzado a matar gente en los pueblos de la provincia de Catamarca. Y no creas nada lo que dice el presidente Uruguayo sobre que nuestro ejercito no vencio a los terroristas. Ahora, son ellos quienes vendrán hacia nosotros y esperaremos su llegada —explicó el general.
—Entiendo. Quizá la evacuación de la ciudad no sea la mejor propuesta por el presidente León, ya que mover a una gran masa de personas a otras ciudades puede ser peligroso. La gente está desesperada y el presidente debe hacer algo o los enfrentamientos entre los ciudadanos y los militares no acabarán —comentó Himeya.
—El presidente no nos está proporcionando soluciones, es una lástima. Nos toca enfrentar esto por nuestra cuenta. Si quieres estar en la guerra, debes estar dispuesto a tomar decisiones difíciles y no tener piedad al matar a los terroristas —declaró el general.
—Eso es precisamente lo que quiero. Los terroristas mataron a mis amigos y a mucha gente inocente, no solo en Argentina, sino también en otros países. Incluso antes de que yo naciera —respondió Himeya con determinación.
—Puedes verlo como venganza o como desees. Lo importante es que tenemos el poder para derrotar a nuestros enemigos. Además, no podemos dejar de pensar en nuestras familias —añadió el general.
—Pero la verdad es que pasar tiempo con mi familia me trae sorpresas todos los días —confesó Himeya.
—¿Sorpresas? —preguntó el general interesado.
—Sí, cuando pilotaba los cazas en servicio, me sentía muy solitario.
—Entiendo, entonces te sorprenderemos. Si ganamos la batalla, podrás ir con tu hermana, Zhera. Es un vuelo ida y vuelta. Puedes llevarla de paseo cuando quieras, pero no en la nave de combate si no en tu avioneta que ya reparamos hace días.
—¿Eso es verdad? —pregunto Himeya contento.
—De hecho, este vuelo ya estaba programado, es un regalo de cumpleaños por adelantado, podrán ir de viaje también.
—General, muchas gracias, de verdad.
—Eso es todo. Ahora llevaras a una periodista al norte de buenos aires. Es un trabajo que tienes hacer. Solo será 2 horas de vuelo —ordeno el general.
Después de eso, Himeya se despide de sus compañeros de la base muy contento y entra en su avioneta plateada.
—Disculpe la demora, soy su piloto, Haruki. Su nombre por favor.
—Sara... soy una periodista y fotógrafa de la empresa La Nación —dijo la mujer muy seria.
Con una sonrisa en el rostro, Himeya se dirige a la pista de aterrizaje donde le espera su avioneta plateada. Ha sido un día duro, pero también muy gratificante. Ha logrado completar su misión con éxito y ha recibido el reconocimiento de sus superiores y sus compañeros. Antes de subir a la cabina, se detiene un momento para saludar a sus amigos de la base. Les da las gracias por su apoyo y les desea lo mejor. Les dice que espera volver a verlos pronto y que se cuiden mucho.
Luego, se pone el casco y el cinturón de seguridad y enciende el motor. La avioneta despega con suavidad y se eleva hacia el cielo azul. Himeya mira por la ventana y siente una gran alegría. Se siente orgulloso de ser un piloto y de servir a su país.
—¿Tiene material para una revista? —preguntó Himeya con curiosidad, intentando distraerse del inquietante panorama—. Por suerte, el cielo está despejado si seguimos hacia el oeste...
—Siga adelante, el clima no importa. Porque para nosotros lo más importante es usted, primer teniente Haruki —aclaró Sara con una mirada penetrante.
En ese instante, dos helicópteros militares aparecieron junto a la avioneta. Un escalofrío recorrió la espalda de Himeya, temiendo que fueran los terroristas. El copiloto del helicóptero derecho le hizo una señal para que continuara volando hacia el norte.
—¿Por qué en dirección al norte? —inquirió Himeya, confundido por la extraña situación.
—Solo siga nuestras órdenes, teniente —ordenó Sara, apuntándolo con un arma de manera amenazante.
La avioneta de Himeya siguió a los dos helicópteros, adentrándose en el norte. Con el paso de los minutos, la temperatura comenzó a aumentar, sumando un par de grados más. Al alejarse de la ciudad, Himeya pudo contemplar desde las alturas un extenso bosque que se desplegaba ante sus ojos.
—Dígame al menos a dónde nos dirigimos —exigió Himeya, tratando de obtener alguna respuesta clara.
—Estamos a unos 60 kilómetros de aquí. Aterrizaremos en la parte sur de la ciudad de Zarate, en una moderna represa. Llegaremos en aproximadamente una hora —respondió Sara, revelando parte de su plan.
Himeya frunció el ceño, preocupado por la elección del lugar. Sabía que la zona era conflictiva, con civiles enfrentados entre sí.
—Espere un momento. No podemos aterrizar allí. Es un lugar en disputa, peligroso para los civiles —advirtió Himeya, tratando de razonar con Sara.
—Hemos aislado gran parte de las rutas en esa área. Tenemos al menos un kilómetro seguro para aterrizar —reveló Sara, sin mostrar signos de retroceder.
Himeya se sentía cada vez más confundido y atrapado en una telaraña de misterio y peligro. La tensión en la cabina aumentaba, y la incertidumbre se apoderaba de él.
—¿Aterrizar mi avioneta en una ruta común? —cuestionó Himeya, sintiéndose aún más confundido por la situación planteada.
—Eso debería ser fácil. Para un piloto recién ascendido como usted, no debería tener problemas con eso —declaró Sara con una sonrisa enigmática, aumentando la intriga y la incertidumbre en Himeya.
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Hora 3 : 09 pm
En medio de la carretera, el ambiente se tensa con la presencia de los militares que bloquean la zona. El general Ángel Rooney, de semblante serio, observa con atención la avioneta paleteada que aterriza en la autopista. A su lado, Sara y Himeya, este último mostrando una mezcla de molestia e inseguridad, se dirigen hacia un vehículo militar. El general toma la decisión de acompañar a Himeya, mientras son escoltados por varios camiones que se dirigen hacia la base.
—¿Quiénes son ustedes? —inquire Himeya, su curiosidad desbordante.
—Somos parte de la A.M.S., una organización anti-bioterrorismo que trabaja en colaboración con los gobiernos de Australia y Estados Unidos —responde el general con seguridad, transmitiendo confianza en sus palabras.
—No puedo creerlo. ¿El gobierno está detrás de todo esto? —expresa Himeya, asombrado e incrédulo.
—Los gobiernos anteriores no tenían conocimiento de nuestra existencia, pero el gobierno actual sí. Pronto saldremos de las sombras, pero la situación nos ha llevado a tomar medidas drásticas —explica Sara, revelando detalles sobre la organización.
Himeya, desconcertado, cuestiona la identidad de Sara.
—No eres una periodista, ¿verdad? ¿Quién eres en realidad? —interroga, buscando respuestas en medio del misterio.
—Ella es una científica de la A.M.S. Fue quien organizó este plan hace días —interviene el general, presentando a Sara con orgullo y una sonrisa en su rostro.
—Soy Mizuhara Sara, un placer —sonrió de costado, orgullosa de ser una científica.
Después de algunos minutos de trayecto, llegan a una represa industrial ubicada en medio de un bosque oscuro y poco iluminado. Himeya no puede evitar sentir asombro y desconfianza ante la situación, pero decide seguirles el juego para descubrir qué traman. Trata de mantener la calma, aunque los nervios se agolpan en su interior.
—¿Qué es este lugar? —pregunta Himeya, curioso y contemplando el entorno.
—Esta enorme represa se llama "Castillo UPG". Es nuestra quinta base de la A.M.S. en Argentina. Aquí trabajan más de 80 personas —explica el general, revelando la importancia del lugar.
—No puedo creerlo. ¿Y por qué me traen aquí? —interroga Himeya, en busca de respuestas más detalladas.
—Cuando entremos a la base, te explicaremos todo con mayor detalle —responde el general, dejando en el aire un aura de misterio y anticipación.
Mientras Los vehículos militares entran a la represa, varios militares rodean una fábrica cerca de ahí. Mientras los vehículos militares entran a la represa, varios militares rodean una fábrica cerca de ahí. Los soldados revisan sus armas y se comunican por radio con sus superiores. Esperando el momento para una inminente batalla.
Próximo Capitulo: (Capitulo 7: "Nuevo Destino")
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