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Capitulo 4: El Monstruo

09 DE MARZO

Por la mañana, el calor comenzaba a elevarse en el horizonte, pintando el cielo con tonos cálidos. Era una mañana tranquila en la pequeña instalación de pesca conocida como "Bahía Serena". Los pescadores se preparaban para otro día de trabajo, mientras las olas rompían suavemente contra la orilla.

Sin embargo, esa tranquilidad se desvaneció repentinamente cuando un estruendo ensordecedor resonó a lo lejos. Algunos pescadores alzaron la vista hacia el horizonte y se encontraron con una visión aterradora: una bestia gigantesca de más de tres metros de altura se abría paso entre los árboles y se dirigía directamente hacia la instalación.

La criatura tenía escamas oscuras que brillaban con una luz inquietante bajo los rayos del sol. Sus ojos eran ferozmente azules, llenos de una inteligencia salvaje. Con cada paso, su enorme cola arrasaba con árboles y arbustos, dejando un rastro de destrucción a su paso.

Los pescadores entraron en pánico y corrieron tratando de escapar, pero la bestia se movía con una rapidez sorprendente. Antes de que pudieran reaccionar, la criatura ya había alcanzado la instalación de pesca. Con un poderoso rugido, arrasó con los edificios y barcos como si fueran simples juguetes.

Uno por uno, los hombres fueron atrapados y eliminados por la bestia. Sus gritos desgarradores resonaban en el aire, pero no había escapatoria para ellos. La bestia no mostraba piedad ni misericordia, moviéndose con una agilidad y fuerza asombrosas.

El caos reinaba en la Bahía Serena mientras la bestia eliminaba a todas las personas en su camino. No mostraba piedad ni remordimiento; era una fuerza imparable de destrucción y muerte. Los pescadores se refugiaron donde pudieron, pero la bestia los encontraba sin esfuerzo alguno.

Después de eliminar a la última persona, la bestia rugió en señal de victoria sobre los cadáveres y la instalación destruida. Su rugido retumbó por toda la bahía, como un desafío a cualquier otro que se atreviera a enfrentarla.

Con el paso del tiempo, la criatura se calmó, y la ferocidad de su mirada se redujo gradualmente. Observó los escombros y los cuerpos sin vida a su alrededor, y por un momento, pareció que había algo de tristeza en sus ojos. Pero esa emoción fue efímera, y pronto volvió a su semblante implacable.

La bestia, ahora satisfecha de su victoria, se adentró nuevamente en el bosque, desapareciendo entre la maleza. La Bahía Serena quedó sumida en el silencio, con solo los susurros del viento y el romper de las olas como testigos mudos de la devastación.

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Congreso de la Nación, Buenos Aires -10:03 am

El presidente y varios ministros se encuentran debatiendo los recientes acontecimientos. La transmisión en vivo realizada por el individuo ha sido vista por todo el país, y el ambiente en la sala de reuniones está cargado de tensión. El presidente y sus ministros discuten la amenaza terrorista que se cierne sobre la nación, mientras el peso de la responsabilidad se hace evidente.

—Nunca imaginé que los terroristas hayan llegado al centro de la ciudad y poseen tecnología Hevenziana. ¡Son extremadamente peligrosos si nos enfrentamos en serio! —exclama el canciller argentino, mostrando su preocupación.

—No sabemos cómo obtuvieron esa tecnología. La piratería en Brasil es desenfrenada, hacen tratos con empresas de aquel país. Pero aquí en Argentina, no cualquiera puede tener acceso a esa tecnología, ¿verdad, presidente? —interroga un ministro de alto rango, buscando respuestas.

—Así es. El mercado negro aquí está disminuyendo. Además, Microsoft nos está brindando su apoyo con algunos avances tecnológicos para enfrentar la Primera Oleada —responde el presidente.

—¿Será suficiente para combatir a los terroristas? —pregunta el canciller, mostrando su inquietud.

—Exacto. El profesor Gregor Martínez nos ha estado ayudando durante el último año a desarrollar aviones avanzados, los "Chesters". Estos serán nuestra última línea de defensa, pero son limitados debido a la escasez de litio, un problema que enfrentamos —explica el presidente.

—Chile se niega a proporcionarnos este elemento hasta que resolvamos nuestras diferencias con Uruguay. Sin embargo, si necesitamos ayuda militar de otro país para enfrentar a los terroristas, podemos buscarla —sugiere una ministra.

—Por ahora, quiero confiar en que nuestras fuerzas armadas argentinas sean suficientes. Como representante de nuestro país, debo asumir la responsabilidad de enviar a mis tropas a la guerra. El ejercito de Hifflon puede actuar de forma pacifica para confundirnos —confiesa el presidente Rufino, mostrando determinación.

—De cualquier manera, son terroristas. Han llegado a nuestro país para sembrar el caos. Todo comenzó cuando la llamarada solar destruyó nuestros satélites —agrega una ministra.

—Tenemos una solución para eso: el proyecto StarLink. Una vez que el satélite esté en la estratosfera, vigilará toda Argentina con la ayuda de una IA y nuestra red militar. Si los terroristas ingresan al país, el satélite disparará sus torretas desde arriba —explica el presidente.

—Le advierto que en una semana se llevará a cabo una reunión de la OEA para abordar este problema. Esto afecta no solo a Argentina, sino también a otros países sudamericanos, tanto en términos económicos como en el aumento de los precios del combustible, entre otros aspectos —opina el canciller.

—Presidente, lo que ocurrió en 2019 en Sao Paulo, Brasil, fue devastador. Hubo muchas vidas perdidas en aquella ciudad. Si no detenemos esto, Buenos Aires corre el riesgo de ser destruida —advierte la ministra.

—Cuando activemos el StarLink, evitaremos la Primera Oleada. Los de Hifflon están dispuestos a todo, y nosotros también. Cuando lleguen aquí, los eliminaremos a todos. Eso lo puedo prometer —afirma el presidente con determinación.

—No diga eso. Si no hace algo para evitar la invasión, la destitución será un tema a considerar en la OEA —sentencia el canciller, mostrando una seriedad absoluta.

—Presidente, en otras ciudades ya hay disturbios y manifestaciones. Si no toma medidas, la gente se enfrentará entre sí —opina la ministra.

—Yo puedo controlar a la gente. Ellos querrán escuchar lo que desean. Al final, ganaremos otra vez —responde el presidente antes de retirarse de la sala, dejando una incertidumbre palpable en el ambiente.

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Una extraña esfera morada sale disparado del planeta, la esfera verde comienza a perseguirlo con una gran velocidad. Así inicia una persecución por el espacio exterior.

La esfera verde se muestra muy agresiva y persigue a la esfera morada. Cuando esta última estaba por llegar a la tierra, la esfera verde tira a su oponente hacia el sol.

Ambos llegan hacia la corona del sol y es donde la esfera verde toma velocidad y golpea a la esfera morada arrojándolo al sol. Una gran explosión se produce como una llamada solar, la esfera verde se digitaliza, y forma una silueta blanca de un humanoide que aparece dentro de la explosión, aparece estirando sus brazos hacia los lados, pero se desintegra poco a poco y es desterrado a la tierra.

La esfera verde logra salir de ahí y toma rumbo directo hacia la tierra. Al llegar a la atmósfera aumenta su velocidad e intenta llegar al océano. Por una extraña razón cambia su curso y se dirige hacia un pueblo. Después La esfera verde choca con el avión de Himeya y explota en el aire.

Hospital Villa Sur, Buenos Aires - 11:23 am

Por la mañana, Himeya despierta sobresaltado de una pesadilla, sus ojos parpadean rápidamente mostrando destellos rojos antes de volver a su color marrón habitual. Su respiración agitada revela el miedo que lo ha invadido. Se levanta confundido y con una sensación de frío, observando su entorno con inquietud. En su cuerpo lleva vendajes en la frente, mejilla derecha y manos.

—¡Maldición! —exclama Himeya al recordar el accidente que lo llevó hasta allí.

Sintiendo el pánico crecer en su interior, intenta levantarse de la cama y se percata de una cámara en la pared. Siente que está siendo vigilado. En ese momento, un médico entra a la habitación.

El médico observa a Himeya con una mezcla de asombro y curiosidad. El joven soldado se siente confundido y abrumado por la situación. Se pregunta cómo es posible que haya sobrevivido a un accidente tan grave sin mayores lesiones. Una sensación de inquietud se apodera de él, mientras intenta procesar la extraña información proporcionada por el médico.

—No puede ser... ¿en qué hospital me encuentro? —pregunta Himeya con desconcierto, buscando alguna explicación lógica para lo que está sucediendo.

El médico le da la bienvenida con calma y paciencia, tratando de tranquilizarlo en medio del desconcierto.

—Estás en el Hospital de Emergencias de Villa Sur. Han pasado varias horas desde que te trajeron aquí, cerca de la medianoche —explica el médico, observando la reacción de Himeya.

La urgencia de Himeya se refleja en su siguiente pregunta, queriendo saber dónde se encuentra su traje y equipo.

—Están guardados en una mochila. Yo me encargué de ello —responde el médico, comprendiendo la preocupación del joven soldado.

Himeya no se rinde y expresa su deseo de salir del hospital lo antes posible, sin importar su condición médica.

—Debo salir de aquí —insiste Himeya.

Sin embargo, el médico le advierte que aún no es seguro que se retire, ya que necesita recuperarse completamente del accidente.

—No puedes hacerlo, muchacho. Aún te estás recuperando del accidente. Primero debemos realizar algunas pruebas antes de considerar darte el alta médica —dice el médico, con voz serena pero firme.

Himeya accede a someterse a las pruebas médicas, aunque sigue preocupado por la situación. Mientras espera los resultados, una mezcla de ansiedad y nerviosismo lo embarga. Finalmente, el médico informa que no se ha encontrado nada anormal en su salud, lo que añade un misterio aún mayor al panorama.

—Hemos realizado todos los estudios y no hemos encontrado nada anormal en tu salud —explica el médico.

—Esto es extraño. Sufrí un accidente terrible. Debería estar muerto —expresa Himeya, cuestionando la naturaleza de los eventos que lo rodean.

—Bueno... en situaciones como esta, salir de un accidente sin huesos rotos, es un verdadero milagro. 

—¿Qué quieres decir con eso, doctor? —pregunta Himeya con gran interés.

El médico intenta explicar la sorprendente recuperación de Himeya, resaltando que es un verdadero milagro que no haya sufrido daños graves.

—Cuando te trajimos aquí, tenías heridas en la cabeza y en las manos. Pensé que necesitarías cirugía, pero parece que tus células se han curado rápidamente. Las lesiones ya no están. Sin embargo, la cicatriz que tienes en la mejilla aún persiste. Es algo extraño —comenta el médico, fascinado por el caso.

Las palabras del médico solo aumentan el desconcierto de Himeya. Intenta recordar cómo ocurrió todo y por qué se siente tan diferente.

—Eso es una cicatriz, fue producto de un accidente hace meses. Sanará pronto —responde Himeya, tratando de restar importancia a la situación.

Pero el médico insiste en la rareza del caso, lo que solo agrega más incertidumbre a la mente de Himeya.

—Nunca había visto una cicatriz así. Además, las heridas del accidente de ayer eran graves. Como dije antes, es un verdadero milagro que estés vivo ahora —explica el médico, sin encontrar una explicación racional para lo que está presenciando.

La inquietud de Himeya aumenta y necesita un momento para despejar su mente. Solicita salir al patio para reflexionar en soledad.

—¿Puedo salir al patio? Necesito despejar mi mente por un momento —pide Himeya, buscando un poco de calma y claridad en medio de la confusión.

El médico accede y le da unos minutos para estar solo con sus pensamientos, mientras él se queda disponible para cualquier necesidad. Himeya camina hacia el patio, sintiendo una mezcla de emociones que lo abruman. Las preguntas sin respuesta siguen atormentándolo, mientras busca desesperadamente entender lo que le está sucediendo. Se sienta en un banco de madera y observa a los niños con discapacidad junto a sus padres. En ese momento, su amigo Kazuki aparece de forma sorpresiva.

—¡Haruki! —llama su amigo emocionado.

Himeya se detiene, toma aire y su rostro se ilumina al ver a Morales.

—Dios mío... Morales, qué alegría verte, amigo —dice Himeya con emoción.

Morales se acerca a Himeya y le brinda un cálido abrazo.

—¿Cómo estás? —pregunta Morales al separarse del abrazo.

—Me siento cansado, tal vez la resonancia me mareó un poco. Por eso vine aquí a tomar aire. Siendo sincero, no me gustan los hospitales —confiesa Himeya, frunciendo el ceño.

Morales asiente comprensivo y responde:

—A quién no le desagradan. Dicen que tu avión cayó en las afueras de la ciudad de Buenos Aires y por poco se produce un incendio forestal.

—Lo que no puedo entender es que nadie prestó atención a ese objeto verde en el radar —expresa Himeya con frustración.

—Los medios de comunicación hablan del accidente del avión y también del incidente en la costa, donde varios barcos pesqueros sufrieron un accidente y un helicóptero cayó cerca de la costa y explotó.

Himeya suspira profundamente y dice:

—Es cierto, los recuerdos pueden ser vagos y dudosos, pero...

—Himeya, ya déjalo ir. Este incidente es verdaderamente impredecible. El repentino problema con la nave y esa luz verde que describiste, además...

—Mi regreso milagroso, lo sé.

Morales sonríe y habla con tono alentador:

—Exactamente, ese es el mayor misterio en todo este asunto. Por eso, Himeya, no importa lo que haya sucedido, lo importante es que estás vivo ahora.

Himeya frunce el ceño y muestra una pizca de preocupación en su voz:

—Pero aún así...

—¡Escucha! Hace unos días estuvimos al borde de una invasión terrorista, casi pierdes la vida en este accidente. Muchos pensamos lo peor y temimos por ti, pero regresaste de ese terrible accidente casi ileso y eso, amigo mío, es lo que importa al final.

—Tienes razón. Pero no puedo dejar de pensar en eso —comenta Himeya.

—Debes avisarle a tu familia que estás aquí.

—No, ellos están preocupados por Zhera, ella está enferma. No quiero añadirles más preocupaciones. Iré a visitarlos mañana.

—Aún no te has recuperado por completo, deberías quedarte unos días —sugiere Morales.

—No soy un anciano para descansar. No quiero perder mi tiempo aquí —responde Himeya con determinación.

—Entonces te llevaré a la base aérea. Hablaremos con el general para que te permita visitar a tu familia. Es lo que puedo hacer. Además... debemos prepararnos para la primera oleada.

—Lo sé. Pero debo hablar con mis padres, debo decirles que estoy bien.

Himeya se adentra en su habitación con la necesidad de descansar, pero no puede evitar detenerse por unos momentos frente al televisor para ver las noticias. Lo que ve allí lo deja impactado y atónito: la academia donde estudiaba ha sido reducida a escombros. No puede creer lo que sus ojos están presenciando. Siente un nudo en el estómago y una mezcla de incredulidad y angustia lo invade.

Sin perder un segundo, Himeya sale apresuradamente de su habitación en busca de una cabina telefónica pública para llamar a su madre. El nerviosismo y la preocupación lo acompañan en cada paso que da.

—¿Hola? —responde Himeya al teléfono, tratando de mantener la calma, aunque su corazón late acelerado por la preocupación.

—¿Himeya? —pregunta su madre al otro lado de la línea, su voz cargada de preocupación y alivio al escuchar la voz de su hijo—. ¡Gracias a Dios! Pensé que te habían herido en ese terrible ataque. Intenté llamarte varias veces, pero no contestabas. Temí lo peor.

El peso en el pecho de Himeya se intensifica al escuchar las palabras de su madre. Sabe que su familia ha estado angustiada y en vilo por su seguridad. Trata de transmitir tranquilidad en su voz mientras responde:

—Sí, mamá, estoy bien. Fue una situación difícil, pero gracias al entrenamiento y al equipo, logramos salir ilesos. El general está haciendo todo lo posible por reconstruir la academia lo más rápido que pueda.

—Hijo, quiero que te quedes aquí unos días. Tu hermana, Zhera, te necesita, y todos nosotros necesitamos estar juntos después de lo ocurrido.

Himeya se muerde el labio inferior, sintiendo un torbellino de emociones en su interior. Anhela estar cerca de su familia en esos momentos difíciles, pero también comprende la responsabilidad y enemigos que debe enfrentar en su misión. Responde con cierta tristeza en su voz:

—Le prometí a Zhera que vendría a casa, y no puedo romper esa promesa. Pero estaré aquí por un día, luego regresaré a la base. No puedo descuidar mi deber y lo que aún queda por hacer.

La madre de Himeya comprende la situación, aunque sigue preocupada por la seguridad de su hijo.

—Está bien, cariño. Te entiendo. Solo asegúrate de cuidarte y mantenernos informados. Tu padre regresó del hospital hoy. Está ansioso de verte y de saber que estás bien.

Una mezcla de alivio y alegría invade el corazón de Himeya al saber que su padre está de regreso en casa. A pesar de las circunstancias, siente la necesidad de estar junto a su familia y brindarles su apoyo.

—Que bien, más tarde iré con ustedes. Necesito abrazarlos y asegurarme de que estén bien —responde Himeya, sintiendo que una carga se ha levantado de sus hombros al saber que su familia está a salvo.

La llamada termina con un intercambio de amor y apoyo mutuo entre Himeya y su madre. Mientras coloca el teléfono en su lugar, sus emociones siguen mezclándose, pero siente que ha tomado la decisión correcta de reunirse con su familia aunque sea por un corto tiempo. Su corazón se llena de gratitud y determinación, listo para enfrentar lo que venga mientras tiene a su familia cerca.

Su madre trata de comprender la situación, pero la voz quebrada por la emoción revela su deseo de tenerlo cerca. Himeya siente como si estuviera decepcionando a su familia, pero sabe que tiene que cumplir con su deber y proteger a aquellos a quienes ama en la medida de sus posibilidades.

La llamada se corta, dejando a Himeya con un sentimiento de pesar y conflicto en el corazón. Se siente dividido entre su deber y el deseo de estar con su familia en un momento tan difícil. Al entrar en su habitación, contempla sus brazaletes, símbolos de su poder y responsabilidad, se da cuenta de que aún no ha dominado por completo sus habilidades. La presión que su cuerpo experimenta al utilizar sus poderes lo hace reflexionar sobre cómo manejarlos de manera más efectiva y segura.

La mente de Himeya se sumerge en un mar de pensamientos confusos y dudas. Siente la necesidad de encontrar respuestas, de comprender su propósito y el papel que debe desempeñar en este conflicto. La carga emocional se intensifica, mezclando la incertidumbre, la determinación y el deseo de proteger a sus seres queridos.

Con un suspiro profundo, Himeya se promete a sí mismo que encontrará la fuerza y la claridad necesarias para enfrentar los obstáculos que le esperan. Está dispuesto a explorar el potencial de sus brazaletes y a descubrir el significado detrás de su retorno milagroso. Sin importar cuánto se confunda, está decidido a seguir adelante y proteger a aquellos a quienes ama, sin importar el costo personal que ello conlleve.

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Por la tarde, en medio de un ambiente sombrío y lleno de desolación, el comandante Ángel Rooney y un grupo de soldados llegan al muelle de la ciudad de Buenos Aires. A medida que se acercan, sus ojos se posan en un barco destrozado que yace cerca de la playa, testigo silencioso de una tragedia inimaginable. Los cuerpos de los pescadores, esparcidos en la arena, son un recordatorio desgarrador de la violencia que ha ocurrido en ese lugar.

El comandante, con el ceño fruncido y una mirada penetrante, se dirige a uno de los soldados y le pregunta con voz firme:

—¿Estás seguro de que esta área está asegurada, soldado?

El soldado asiente con determinación, tratando de ocultar la turbación que le produce la escena ante sus ojos.

—Sí, comandante. La marina de guerra está finalizando su trabajo en esta zona.

El comandante observa a su alrededor, tomando nota de los destrozos y la devastación que se extienden frente a ellos. La imagen del barco en ruinas y los cuerpos sin vida esparcidos por todas partes es una visión aterradora que se graba en su mente.

El soldado, consciente del impacto que ha causado el terrible suceso, continúa explicando con voz entrecortada:

—Además, hemos recibido información de que un helicóptero cayó cerca de aquí, en una gasolinera. Parece como si una fuerza salvaje y desenfrenada hubiera desatado su furia sobre este lugar.

—¿Y la tripulación? —quiso saber el comandante.

—Todos han muerto, sus cuerpos están esparcidos por todo el barco. También recibimos la información de que un helicóptero, cayó cerca de aquí en una gasolinera. Es como si un animal o una bestia hubiera atacado con furia —explico el soldado.

El comandante dirige una mirada intensa hacia el barco destrozado y las señales de destrucción a su alrededor. Siente una inquietud creciente y una sensación de que lo que enfrentan es mucho más que una simple bestia salvaje. Con tono grave, declara:

—¿Una bestia? ¿Es eso lo que crees? No, muchacho. Esto va más allá de nuestras comprensiones. Estamos frente a una amenaza mucho peor, una fuerza siniestra y poderosa que desencadenó esta masacre.

El comandante y su equipo saben que están adentrándose en un terreno peligroso y desconocido, donde cada paso podría significar la diferencia entre la vida y la muerte. Pero también sienten la responsabilidad de proteger a la ciudad y a sus habitantes de esa amenaza misteriosa que se oculta en las sombras. Las emociones de valentía, incertidumbre y determinación se entrelazan en el corazón de cada soldado mientras se preparan para desafiar a ese enemigo invisible y encontrar respuestas en medio de la oscuridad.

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Más tarde, en una sala de interrogatorios, Himeya se encuentra dando su declaración sobre lo sucedido al general de la base. La tensión se puede sentir en el ambiente, mientras los ojos de Himeya se encuentran con los del general, y una mezcla de ansiedad y determinación se refleja en su rostro.

El general, con voz autoritaria, le pide a Himeya que revele su nombre completo, rango y cargo en la fuerza aérea. Himeya responde con firmeza, tratando de ocultar la emoción que lo embarga en ese momento.

—Primer teniente Haruki Himeya Khang, de la fuerza aérea, guardia nacional, perteneciente al pelotón séptimo, escuadrón vigésimo cuarto.

—Bien, ¿Puede recordar como fue el accidente? —pregunta el general.

—Así es, general.

—Excelente, por favor, sin omitir detalles, ¿qué paso?

La mirada de Himeya se vuelve intensa, mientras se sumerge en los recuerdos dolorosos de aquel fatídico evento.

—Ayer por la noche, en respuesta a una alerta, mis compañeras y yo fuimos enviados en una misión. Estábamos a una altitud de 30.000 pies, en medio de una batalla aérea contra los terroristas. El avión de uno de mis compañeros comenzó a fallar y tuvo que regresar. En ese momento, vi una esfera de luz verde brillante y luminosa. Eso es lo último que recuerdo.

La cámara de seguridad registró la conversación entre Himeya y sus superiores, y en otro lugar, la científica llamada Sara observa atentamente el video. Mientras tanto, el comandante Ángel Rooney irrumpe en la cabina de mando con un gesto serio en su rostro.

—Sara, ¿qué debemos hacer con él? —pregunta el comandante, con una mezcla de preocupación y determinación en su voz.

Sara, una científica enigmática, examina el video con detenimiento, con una expresión seria en su rostro. Sabe que hay algo más en juego y que Himeya podría ser clave para desentrañar el misterio.

—Por ahora, necesitamos mantenerlo bajo vigilancia durante unos días para determinar si sufre algún tipo de metamorfosis. —responde Sara, con voz pausada y concentrada.

—¿Después de eso lo llevaremos a la base?

—Correcto. Tenemos una trampa para bestia, Himeya sera la carnada. Pero tarde o temprano ambos se enfrentaran —declaro Sara muy seria.

El comandante asiente, comprendiendo la importancia de seguir de cerca los cambios que puedan ocurrir en Himeya. Hay mucho en juego y están dispuestos a utilizarlo como cebo en una trampa para la bestia que acecha en las sombras. Pero ambos saben que tarde o temprano, Himeya y esa amenaza desconocida tendrán que enfrentarse cara a cara, y la seriedad en el tono de Sara revela que ese enfrentamiento podría ser inevitable y peligroso.

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Himeya y su amigo Morales caminan juntos, observando el nuevo comando de soldados que entrenan en el campo de tiro. Aunque ambos aparentan calma, se puede sentir la tensión en el aire mientras conversan sobre la situación.

—Yo estoy dispuesto a morir para defender mi país, pero morir por un tonto accidente es algo estúpido. No me iré de aquí antes de matar a esos terroristas —comenta Himeya, con determinación en su voz y una mirada decidida en sus ojos.

Morales asiente en silencio, comprendiendo completamente el sentimiento de su amigo. Ambos saben que la amenaza terrorista es real y que sus vidas están en constante peligro. Sin embargo, la valentía y el coraje de Himeya para enfrentar cualquier adversidad son evidentes.

—Así se habla, amigo. Eres un soldado valiente y leal a tu país. No me sorprende tu determinación. Estoy seguro de que juntos acabaremos con esos terroristas y protegeremos a nuestra gente —responde Morales, inspirado por la fuerza de Himeya.

Himeya asiente con gratitud, sintiéndose acompañado por un verdadero amigo en esta difícil misión. Aunque la carga es pesada, sabe que tiene el apoyo de Morales y del equipo militar.

—Por ahora, hoy tienes el día libre, puedes hacer lo que quieras. Nos veremos en unos días —comenta Morales, ofreciendo un respiro a Himeya en medio de la intensidad de la misión.

—Entonces iré a ver a mi familia. Vivimos en el centro de la ciudad. Tal vez debemos irnos fuera de Buenos Aires para que estén a salvo —dice Himeya, con preocupación en su voz mientras piensa en la seguridad de sus seres queridos.

Morales asiente nuevamente, comprendiendo la importancia de proteger a la familia de Himeya en estos tiempos peligrosos.

—Estoy de acuerdo. La seguridad de tu familia es primordial. Haz lo que sea necesario para mantenerlos a salvo. Nos veremos pronto, Himeya —responde Morales, despidiéndose de su amigo con un fuerte apretón de manos.

Himeya se siente agradecido por la comprensión y apoyo de Morales. Se dirige hacia su destino con la mente enfocada en su familia y la determinación de enfrentar los desafíos que se presenten. Las emociones se entrelazan en su corazón mientras camina, sintiendo el peso de la responsabilidad y la esperanza de un futuro seguro para todos. Aunque la misión es difícil y los peligros son reales, Himeya está dispuesto a darlo todo para proteger a su país y a quienes ama.

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Mas tarde Himeya camina por un parque solo. Él se sienta en un banco de madera donde mira a los animales. El toma su celular de la base y decide llamar a su profesor Gregor, pero no responde, al ver los mensajes, logra ver un video de el.

—Haruki, los vidrios que me entregaste son vidrios templados. Realmente son muy resistentes. Es ahora parte de las naves que he creado para el ejército argentino. Creo que nuestros enemigos también tienen este material. Otra cosa... En unos dias Iré a Australia con mi familia. Tengo un proyecto nuevo que hacer. Haré lo que sea para salir de aquí. No tendremos contacto por mucho tiempo.

Es muy raro que su profesor le diera este video como mensaje. Himeya pensó que no algo no anda bien. El decide visitar a su familia. Entre los árboles, alguien le toma varias fotografías.

La científica llamada Sara, vigila cada movimiento y comportamiento de Himeya.

—El monstruo —describió la científica mirando detenidamente a su objetivo.

Próximo Capitulo: ("CAPITULO 5: Ruinas Misteriosas")

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