20|👑|Destino trazado
Reino de Adaman, fortalezas de piedra del clan Jeon
Muy al sur del reino, custodiando la región oriental vecina a la frontera, pegada a cordilleras que dificultaban el acceso al océano y, por tanto, montaban una franja casi impenetrable a los invasores del mar, se encontraba la provincia de Rangkee, más conocida como la zona de las Fortalezas de Piedra. El hogar más reciente del clan de los lobos nocturnos.
Décadas atrás, Rangkee no era más que un anexo al vasto arsenal de tierras y posesiones que el clan Jeon poseía y gobernaba. Con las guerras congoleñas de los reyes y reinas de Adaman, la población de sangre pura se encontró en declive, y el punto álgido de este declive llegó con los conflictos políticos durante y después del reinado de la Gran Reina, cuando, en una misteriosa decisión que levantó muchas sospechas, la consorte Jeon Haerin ordenó a sus hermanos y hermanas de sangre que se aislaran en las Fortalezas de Piedra y vivieran allí para siempre, impidiéndoles volver a involucrarse en los asuntos políticos de la corte.
El antiguo patriarca Jeon habría ahorcado a su propia hija por esto, si todavía estuviera vivo en ese momento.
Los que quedaban vivos de la vieja generación de lobos nocturnos aún la culpaban por la insensata decisión, pero no podían hacer nada contra Haerin, así que dejaron de lado sus descontentos y trataron de seguir adelante.
Siendo consciente de todos estos hechos, volver al hogar en el que nació y creció fue una experiencia secretamente temible para la consorte. Bajo su velo de frialdad e imponente elegancia, la omega temblaba, no por el frío del crudo invierno, sino por algunas miradas que se lanzaban en su dirección mientras cruzaba las puertas de la fortaleza principal y entraba en el perímetro de la provincia.
Todos la recibieron con respeto, por supuesto, pero la honestidad vino sólo de los más jóvenes, los ignorantes en absoluto.
Intentaba convencerse de que podía mantenerse con ellos. Al menos con ellos. Y también con la alfa que no se había separado de ella ni un segundo durante el viaje hasta allí. Haerin sabía que aquella mano que la ayudó a bajar del carruaje y a saltar al suelo cubierto de nieve no volvería a soltarla, a menos que se lo ordenara la propia consorte.
—Gracias, Sirah. —murmuró, sin apartar sus dedos de los de la otra mujer, pero cambiando su mirada para mirar a la homogénea multitud que la rodeaba. Filas y filas de personas con ojos y cabellos negros, y piel tan pálida como la nieve bajo sus talones. La ausencia de diversidad le causó cierta extrañeza a ella, que estaba acostumbrada a la colorida mezcla que residía en el palacio de la capital, pero también le trajo un sentimiento nostálgico de su infancia, de una época en la que Wang Nara, Jeon Jungkook, Min Hyuna y Min Yoongi aún no existían en su vida.
Pasó por la recepción inicial con los ancianos y luego por la comida que reunió a todos los miembros del clan, utilizando su lado automático y pulido que suprimía el cansancio del viaje y la angustia que le amargaba el paladar.
Evitó hablar demasiado, evitó expresar varias cosas que rondaban por su mente, y gran parte de su victoria en este combate se debió a Jeon Sirah, que no le quitó los ojos de encima en ningún momento.
Estaba agradecida por la existencia de esa alfa, y porque había tenido la amabilidad de seguir ahí, a su lado, esperándola pacientemente incluso después de veinte años de rechazos y frustraciones.
Otro peso que añadir a su carga de culpabilidad.
Cuando todo terminó y Haerin pudo por fin retirarse a descansar a sus nuevos aposentos personales -ya que los que utilizaba en su adolescencia no eran adecuados para una reina consorte-, sintió la presencia de la alfa al final del pasillo, junto a la puerta que daba a su dormitorio. Las feromonas cítricas eran una tentación que la omega no se atrevía a disfrutar del todo. No al principio.
—Sirah... —murmuró, caminando lentamente hacia
la comandante.
Sirah estaba apoyada en una columna de piedra, con sus fuertes brazos cruzados sobre sus robustos pechos. La camisa la hacía más musculosa, y las pieles y el cuero proyectaban un encanto casi sensual que se sumaba bajo su mirada naturalmente aguda. Su pelo negro estaba cortado y apenas llegaba a su llamativa mandíbula. Brillaba como el ónix.
Era una de las alfas más hermosas que Haerin había visto, casi tan bella e intimidante como Wang Nara.
"¡Wang Nara..., olvida a esa mujer!", se dijo mentalmente, tragándose su frustración. Odiaba seguir pensando en la Gran Reina. Odiaba que todavía tuviera dentro de sí restos de un sentimiento tan abrumador que no le había traído nada bueno en el pasado.
Estaba tan aturdida por esto que casi se sobresaltó por el toque de la suave mano de la comandante en su barbilla, rozando suavemente la piel de esa región.
—Deja de pensar. —la mirada de la Alfa la contemplaba ahora con ternura, y también con anhelo. Anhelando estar allí con ella, entre esos muros de piedra, sin las desgracias de una vida de compromisos con la corona.
¿Cuánto tiempo hacía que no respiraba tan libremente?
—¿Cómo puedes seguir mirándome así? —Haerin se mordió el labio tembloroso: —¿No estás cansada?
—¿Cansada de esperarte...? —una media sonrisa se asomó. —Siempre supe que estaríamos juntas.
Wang Nara lo sabía, por eso me odiaba tanto. Era una tonta que jamás podría tenerte.
—Yo fui la tonta, Sirah...
—Todas éramos tontas. Debí haberla sacado de ese castillo a la primera traición de la maldita reina. El día que se vinculó a esa extrañoa omega que llevaba flores en la cabeza.
Haerin casi sonrió al recordar a Min Hyuna y sus coronas de flores. Una afición de la difunta concubina.
—Mi padre te mataría si hubieras hecho eso. La manada te perseguiría, aunque fueras su comandante.
—Escapábamos a través del continente. Conozco el camino de las travesías largas, y también sé cómo manejar a los lobos que mando. Habría sido un éxito, y nunca más, nunca más, sentirías la amargura de la traición. —Sirah acercó su rostro y sostuvo la mirada de la consorte. —No conmigo.
Haerin dio un paso atrás, mirando al suelo.
—Cometí una traición aún mayor a ella, Sirah. Una que le costó la vida. —murmuró.
El cuerpo de la alfa se puso rígido. Levantó la mirada para escudriñar el pasillo vacío, agudizando sus astutos sentidos en busca de algún listillo que pudiera estar espiando su conversación.
No encontró a nadie, pero no iba a arriesgarse a tener el resto de la conversación en ese lugar abierto.
Pasó el brazo por la espalda de la omega y la condujo a la habitación, cerrando la puerta tras de sí.
Ahora, protegidas por muros impenetrables y ocultos a los ojos de todos, se separaron respetuosamente. No sabían qué límites podían cruzarse después de tanto tiempo alejadas la una de la otra.
Tras un resoplido, la comandante volvió a hablar:
—¿Por eso te quedaste en ese castillo tanto tiempo, incluso después de la muerte de Wang Nara? ¿Es porque te sientes culpable?
Haerin se abrazó a sí misma y se clavó las uñas en los hombros temblorosos.
—Hablas como si no tuviera sentido que asumiera la responsabilidad.
—No fue tu culpa. Tu padre... Jeon Joonwook hizo planes por su cuenta con su consejo. Por los dioses, ¿¡cómo íbamos a saber que tenían a una bestia guardada todo ese tiempo!? —Sirah sujetó la cara del omega y la levantó para que ambas intercambiaran miradas. —Lo supimos demasiado tarde, Haerin. Siendo así, soy tan cómplice como tú.
La consorte sacudió la cabeza enérgicamente, con los ojos llorosos.
—Yo sabía que esa noche, Sirah. Lo descubrí justo antes de que Hyuna fuera atacada. —la sorpresa apareció en el rostro de la hembra alfa. Haerin jadeó entonces. —Mi insistencia en querer abandonar Adwan debió haber llevado a mi padre a tomar medidas más extremas para evitar que arruine toda la influencia de nuestro clan en la corte. Lo oí hablar de sus planes con mi tío, diciendo que había llevado a ese monstruo al perímetro del castillo tras sobornar a los soldados con mucho oro. Sabía lo que le pasaría a Hyuna si no se hacía nada. Y en ese momento... en ese momento dudé, Sirah. ¡Fui tan estúpida, egoísta y tonta! Pensé por un segundo que con Hyuna muerta, podría intentar reiniciar mi relación con Nara. Incluso después de tantos años seguía deseando a esa mujer,... ¡qué maldita desgracia!
Ella retrocedió ante el toque de la alfa y cayó al suelo. Las lágrimas le nublaban la vista.
—Mi vacilación duró sólo unos minutos, pero fue suficiente para que los dioses me quitaran todo. Aunque intenté correr, aunque traté de convocar a los soldados leales a la corona y alcanzar a Hyuna, pero era demasiado tarde. Muy, muy tarde. —los puños de Haerin se cerraron con tanta fuerza que sus uñas hirieron la carne de sus manos. —Esa noche comprendí por qué nunca me había vinculado a Nara. No era digna. Lo que había dentro de mí no era amor, porque si lo fuera, mis pensamientos no habrían dudado en salvar a su omega, que también era su vida.
Haerin sollozó con fuerza, sus lágrimas crearon un charco en la falda de su vestido rojo.
Escuchó que las botas de Sirah se acercaban de nuevo, y vio que la comandante doblaba una rodilla para ponerse a la misma altura. Entonces sintió de nuevo el cálido contacto de la mano en su mejilla, limpiando algunas lágrimas.
—Por favor, detente. —murmuró, con la voz temblorosa. —No te merezco, Sirah. Nunca me merecí a ninguna de las dos. Especialmente a tí. Al único que no decepcioné: hasta hoy es a mi hijo, Jeon Jungkook, pero sé que me odiaría si se enterara de la verdad sobre mí, sobre nuestra sangre. Sobre lo que permití que le hicieran a su hermano. Esa bestia anda suelta, vagando viva y llevándose la vida de personas inocentes por culpa de nuestras decisiones.
—Aún así intentaste impedirlo, Haerin.
—Demasiado tarde. Demasiado tarde.
—Pero te arrepentiste y lo intentaste. Lo intentaste, y te negaste a volver a casa porque sentías que tenías el deber de cuidar al príncipe huérfano, aunque no pudieras soportar todo lo que representaba, ¿no es así? —la alfa exhaló un largo suspiro, el peso de sus palabras tocó el corazón de la omega. —¿Cuánto tiempo pretendes evitar tu propia felicidad? ¿Hasta cuándo, mi amor?
Los pulmones de Haerin estaban faltos de aire. Jadeó con el corazón acelerado, el peso dentro de su pecho hirviendo y amenazando con evaporarse poco a poco. El toque de Sirah y sus palabras eran como un fuego en la noche más fría y oscura, una luz de comprensión y bondad que podía borrar décadas de sufrimiento.
—Todos estos años, después de haberte dado la espalda tantas veces Tu mirada sobre mí sigue siendo la misma. No te merezco. No lo merezco.
Sirah la hace callar con un largo y caliente beso.
—Silencio, Milady. Deja de decir tonterías. —susurró con los labios aún pegados a los suyos, y luego volvió a besarla, atrayéndola hacia sí, rodeándola con sus fuertes brazos y levantándola a su regazo.
El sabor de Haerin era dulce, al igual que su aroma, aunque sus lágrimas habían dejado un rastro salado por el camino. Echaba de menos ese tacto, el olor y el sabor. Sólo pudo experimentarlos un par de veces, antes de que Wang Nara llegara y le arrancara a la omega de sus brazos, de un posible futuro que pudieron haber tenido.
En ese momento, Haerin se mostraba tan molesta y orgullosa, sumisa a sus obligaciones como primogénita del patriarca del clan. Había sido difícil de cortejar, pero Sirah tenía huesos y una voluntad de hierro, y estaba enamorada. Siempre lo había estado.
Por eso, cuando acostó la su consorte en el lecho, la comandante le ofreció todo en sus besos y caricias. Fue paciente, liberando feromonas poco a poco y abriendo lentamente el corsé del vestido ajeno, pero su lobo interior gruñía de ansiedad.
Besó los labios rojos de Haerin y luego bajó a su mandíbula, cuello y clavícula. Alcanzó uno de los pechos llenos y entumecidos con ojos brillantes de hambre. La omega se estremeció bajo esa mirada.
¿Cuánto tiempo hacía que no se sentía tan deseada?
Ese pensamiento melancólico quedó enterrado en el momento en que Sirah chupó su duro pezón. Un gemido pasó por su boca, y luego otro salió más fuerte cuando la mano de la alfa se aventuró bajo las faldas de su vestido, encontrando una humedad desesperada y sedienta.
El aroma cítrico se hizo más fuerte, más excitante.
—¿Qué desea Milady? ¿Quieres que te llene? —Sirah se abrió la hebilla de su pantalón mientras esbozaba una media sonrisa.
Un cálido rubor asaltó las mejillas de la consorte.
—Hoy no. —con la mano derecha, se aventuró en el interior de los pantalones de la alfa, manoseando unos labios suaves y húmedos hasta encontrar un punto de placer que arrancó un jadeo de la garganta de la otra mujer. —Hoy quiero ser besada. —susurró, con lujuria, y apoyó su cara en el hombro de Sirah. —Quiero que tus labios toquen los míos, que tus manos se hundan en mí y jueguen conmigo. Quiero tus pechos sobre mí, quiero probarlos, Comandante.
Eso fue como la explosión de una antigua estrella que llevaba milenios esperando entrar en erupción. Ardiendo como ascuas y sumergidos en besos que quitan el aliento, Sirah y Haerin se arrancaron la ropa y entrelazaron sus piernas desnudas, frotándose mutuamente mientras manoseaban cada centímetro de piel desnuda. Se abrazaron, unieron sus pesados pechos y vientres, y murmuraron declaraciones que habían llevado durante mucho tiempo el fondo de sus gargantas. Palabras que no pudieron ser pronunciadas en otros tiempos, pero que ahora se derramaron con ellas durante su reencuentro.
Sirah estaba en la cima cuando llegó el momento. Después de lamer innumerables veces los muslos de Haerin, como si nunca hubiera probado algo tan perfecto, bajó la boca hasta los labios de terciopelo y los chupó, utilizando su lengua para provocar gritos y gemidos de la consorte. De vez en cuando se entretenía con algunos dedos, tocando el interior húmedo y haciendo que la omega pusiera los ojos en blanco de placer.
Dejó de devorarla sólo cuando la hizo llegar a la cima. Ver a Haerin temblando y suplicando fue una delicia para la comandante, que, tan encantada, llevó su cuerpo para besarla de nuevo en la boca, amasando sus pechos con las manos.
Un momento después, sintió el vaivén de las caderas de la consorte, forzando su pubis contra la suya, uniéndose a la incesante humedad de las dos.
—Milady, ¿cómo puedo mantener la cordura con este ritmo? —murmuró Mirah, entrelazandose en Haerin.
La consorte le acarició el cuello.
—Has tenido muchos años para mantener la cordura. Ahora no es el momento para eso, Sirah.
—Efectivamente... —otro rayo de luz hambriento atravesó la mirada de la alfa. Levantó una pierna de la omega y besó el pliegue de su rodilla, cerrando los párpados mientras aspiraba profundamente aquel dulce aroma. —He estado soñando con este momento durante mucho tiempo.
Comenzó a montar a Haerin, danzando sobre ella, uniendo los dos puntos de placer en un ritmo enloquecedor.
Hundió una mano en su pecho izquierdo, tirando de él con la promesa de que lo volvería a chupar pronto, cuando hubiera terminado de montar a la omega y de hacerla completamente suya.
Finalmente, suya.
Temblando con las ondas placenteras que se sucedieron, una más fuerte que la otra en un evento creciente y adormecedor, la mujer alfa abrazo la espalda de la omega con uno de sus brazos, sus músculos se contrajeron mientras la atraía hacia sí y hundía su mano en la nuca de Haerin. Las dos comenzaron a frotarse con más fuerza, en un frenesí que podría generar chispas y provocar un incendio.
Bajo gemidos y exclamaciones a los dioses, las dos terminaron en sincronía.
Cayeron juntas entre las almohadas con los cuerpos sudados y la respiración agitada. Sus piernas seguían entrelazadas y de vez en cuando se frotaban una contra otra, infundiendo una nueva oleada de excitación.
—Milady, pensé que estabas cansada por el viaje. —susurró Sirah mientras Haerin pasaba a besar uno de sus pechos.
La consorte sonrió y trasladó sus caricias al rostro de la comandante.
—Lo estoy, pero... —suspiró. —Es la primera vez que me siento tan feliz después de tantos años. Es la primera vez que estoy segura de algo.
—¿Y de qué estás segura? —la mano de Sirah rozó un mechón de cabello de la Omega.
&La forma en que me miras. —Haerin apretó los labios: —No hay reflejo de otra en tus ojos. Tampoco hay dolor ni arrepentimiento. Además, tú lo sabes todo, me conoces completamente. Incluso conoces mis crímenes, pero aún así me tomas de la mano. Durante demasiado tiempo he amado a la persona equivocada. No quiero cometer otro error.
El rojo puro tiñó los iris de Sirah, en una intensidad que denotaba los sentimientos que bullían dentro de su pecho. Se abrazó a la otra, hundiendo su rostro en el pliegue del cuello de la otra, encontrando el calor y el perfume adheridos a los mechones negros del cabello liso de la consorte. En la piel desnuda de Haerin, esas hebras parecían un chorro de tinta en medio de la nieve invernal.
—Hm, decir esto es egoísta, y me siento culpable por pensar así, pero tengo la suerte de tenerte para mí. —Oyó a la mujer susurrar. —Aún después de todos estos años, no te has casado con ninguna otra omega ni has tenido descendencia.
Sirah esbozó una media sonrisa y se volvió hacia ella.
—Como dije antes, sabía que volverías a mí... —su típica arrogancia volvía a aparecer. Ese rasgo era mucho más evidente en su juventud.
Pero con su discurso petulante llegó un pensamiento que detuvo el semblante de la comandante. Haerin se dio cuenta y preguntó:
—¿Qué pasa?
—No estoy casada, pero... —Sirah apartó la mirada. —Debo admitir que he buscado consuelo en algunos brazos. Te extrañaba mucho, Haerin. —la vergüenza saltó de su voz, y un temblor vibró en sus ojos que habían vuelto a su negrura natural. —¿Estás enfadada conmigo?
La Omega se quedó pensativa, interiorizando esa información. No pudo evitar sentir pesadez en una zona de su corazón.
—No tengo derecho a enfadarme. Siempre has sido libre. —acarició el rostro de la mujer alfa con ternura. En su mirada, un toque de tristeza y celos impulsivos se hizo presente. —En fin. ¿Cuántas omegas del clan Jeon te has llevado a la cama?
Sirah tanteó, tragó en seco y rompió a sudar frío.
—¿Milady, quieres números?
—Sí. ¿Por qué? —Haerin estrechó su mirada en un semblante formidablemente intimidante. En cambio, sus labios se curvaron en una sonrisa divertida.
—Hubo tantas que perdiste la cuenta...
—No. En absoluto. Sólo eran tres.
—Tres, ¿eh? ¿Quienes era? Quiero saberlo para que ninguna de ellas tenga la oportunidad de sorprenderme con esta información.
—No eran del clan Jeon, Haerin. Eran omegas femeninas que conocí durante los viajes de la manada. De lugares lejanos, a los que nunca regresé.
—¿Nunca regresaste?
—Nunca más.
El énfasis en el tono de Sirah trajo a Haerin una sensación de alivio culpable. A la omega le gustó lo que escuchó, pero quiso burlarse un poco más de la otra:
—Si no volviste a pisar esos lugares, ¿cómo sabes que no dejaste embarazada a una de las omegas?
Un segundo después, Sirah se rió a carcajadas.
—Mira, eso es impos... —la risa se detuvo, y la alfa permaneció estática, con los ojos fijos en un punto lejano, con un pensamiento que de repente pasó por su mente.
¿Era realmente imposible haber dejado frutos en alguna de las ciudades o pueblos por los que pasó? Sirah recordó una vez que se instaló durante más de un mes en una zona cercana a la frontera del reino, en una aldea media con una omega que tenía muchas similitudes con Jeon Haerin.
Recordó al niño con sangre Jeon que había sido rescatado por el omega de plata. Un Jeon perdido, un niño con sangre del antiguo linaje.
Ella, Jeon Sirah, era del antiguo linaje, de una rama paralela a la de Haerin. ¿Podría ser posible tal coincidencia?
Antes de que pudiera vocalizar sus pensamientos más absurdos en busca de una luz racional que seguramente Haerin podría ofrecer, oyeron gritos, aullidos y los sonidos metálicos de la lucha con espadas.
La comandante saltó de la cama y corrió hacia la ventana, la consorte la siguió de cerca.
—¡Por los dioses! ¡Es un ataque! —vociferó la alfa, mostrando sus puntiagudos colmillos al ver a los soldados extranjeros amontonados dentro de las fortalezas de piedra. ¿Cómo habían conseguido atravesar la primera barrera de seguridad del clan y llegar hasta allí, a la zona de las residencias? No tenía ni idea.
Las dos mujeres se vistieron de nuevo, Haerin eligiendo ahora ropa de batalla en lugar de sus vestidos habituales. Ella lucharía, si fuera necesario.
—Reuniré a la manada y trataré de establecer una línea de defensa. —Sirah desenfundó su espada tras ponerse las botas de cuero.
—Esos soldados... —Haerin pensó en las insignias que adornaban las ropas de los invasores. No eran extraños para ella.
—Soldados de Eliah. —la mirada brillante estaba de vuelta. —Los bastardos se atrevieron a venir aquí.
—¿Por qué deberían hacerlo? Nuestras fuerzas son las más difíciles de derrotar en toda la zona fronteriza. Si finalmente decidieron continuar con esta guerra, ¿por qué eligieron el peor camino?
—No lo sé, Milady, pero tu hijo me advirtió de algo. — Sirah miró profundamente a los ojos de Haerin. —Nuestro enemigo dejó de ser predecible hace mucho tiempo.
Las dos intercambiaron palabras silenciosas de entendimiento, antes de salir por la puerta y entrar en la batalla.
Esta vez no vieron zorros, como habían pensado que habría. Sirah recordaba bien su primer contacto con las criaturas mágicas, cuando habían hechizado las afueras de Rangkee y provocado el primer caos. Luego había ayudado al rey a exterminarlos en la ciudadela de Gwang, y fue en ese momento cuando descubrieron la gran trampa.
¿Esta invasión es otra trampa? Con ese pensamiento, la comandante observó bien los rostros de cada invasor.
No, no fue una embestida como en Gwang. Aquellos soldados no parecían ser adamanes, no tenían las características de los pueblos adamanes de los alrededores, no podían ser Jeon's hechizados y ni siquiera soldados que custodiaban la frontera, pues todos habían recibido recientemente tónicos con sangre de los Lobos Nocturnos.
Eran extranjeros. Eran eliahnos. Y por la forma en que se movían, estaban siendo controlados por la magia. Siendo así, ese día no podía haber tregua ni rendición. La lucha continuaría hasta que el último lobo cayera muerto.
Muy bien, el clan Jeon se las arreglaría. No era un clan enorme como lo había sido antes, pero su gloria y su fuerza seguían siendo prístinas.
Sin embargo, cuando Haerin y Sirah llegaron al patio donde se desarrollaba la mayor parte de la batalla, parte de esa esperanza se rompió al encontrarse con un infierno.
Había fuego naranja, mucho fuego, y crecía de forma antinatural a través de los muros de piedra. Los soldados de Eliah, zombificados y completamente ajenos a cualquier miedo, dolor o fragilidad, luchaban dentro del fuego, arrastrando a los lobos nocturnos a una muerte corrosiva. El gran número de invasores también estaba asfixiando al clan, la forma en que habían rodeado las fortalezas, invadiendo los pabellones donde residían los más frágiles y matando a todo ser vivo que veían frente a ellos, era aterradora.
Por la forma en que se concentraban los eliahnos, llenando el perímetro de adentro hacia afuera, habían entrado allí a través de los túneles subterráneos que servían como salidas de emergencia. Eran absolutamente secretas, sólo determinadas personas del clan las conocían, así que ¿cómo las utilizó el enemigo?
Haerin pensó en su tío abuelo, Jeon Bongha, que había desaparecido hacía tiempo. ¿Había sido secuestrado y entregó información secreta de los Lobos Nocturnos a sus captores?
No. No daría una joya tan valiosa, algo que podría poner en peligro la vida de todos los que compartían su sangre, ni siquiera bajo la peor de las torturas. Bongha era casi tan repugnante como el difunto padre de la consorte, pero la seguridad del clan nunca sería puesta a prueba por el mayor.
Y como si compartieran pensamientos, Sirah le gritó a Haerin por encima del estruendo de la lucha:
—¡Corre con los indefensos fuera de las puertas y dirígete directamente al General Kim Namjoon! Está a sólo unos kilómetros de distancia.
La consorte la escuchó, pero en lugar de seguir las indicaciones de la alfa, se quedó paralizada con los ojos vidriosos y dijo:
—No.
Al principio, Sirah pensó que era el orgullo de la omega que se negaba a huir y dejar atrás las Fortalezas de Piedra, pero bastó con girar el rostro en dirección a su mirada para que la comprensión la alcanzara.
En el centro del patio, en medio del caos desenfrenado y creciente, surgido del humo del fuego que ya quemaba decenas de cuerpos, un joven de pelo rubio permanecía inmóvil, observándolos con la quietud de una nube de tormenta a punto de estrellarse contra la tierra.
El mundo entero se detuvo ante Haerin y el silencio llegó a sus oídos. Toda la lucha sangrienta que la rodeaba fue borrada por un velo nebuloso, dejando sólo la imagen del chico, del príncipe que, por lo que se sabía, estaba muerto.
Por el discurso que pronunció a continuación, con una voz que no parecía del todo humana, había escuchado el grito de Sirah.
—Las puertas están rodeadas, el bosque alrededor de Rangkee y los túneles subterráneos están tomados por mis soldados. Nadie escapará.
"Mis soldados".
El terror se extendió por el cuerpo de la consorte Jeon.
El príncipe respiró hondo, frunciendo el ceño ante la nariz que, al parecer, era ahora tan poderosa como los músculos bajo sus ropas de batalla.
—Mientras follabas con tu amante, silencié los pueblos de alrededor y dejé al clan de los Lobos Nocturnos incomunicados con el mundo. No recibirán ayuda de nadie.
—Min Yoongi... —la boca de Haerin estaba seca.
Lo analizó de pies a cabeza. —Príncipe Min.
—Estoy seguro de que no. El Príncipe Min murió a manos del monstruo que tu clan desató sobre nosotros.
El corazón de la Omega se detuvo.
"Él lo sabe", el pensamiento pasó por su mente.
—Sí, lo sé. —Era como si Yoongi fuera telépata.
—Jeon Bongha, ese bastardo, admitió todo. Al final, no necesité perder tiempo buscando confirmaciones para su historia, porque tu cara ya me da todas las pruebas, Madrastra.
Se acercó a ella, como una bestia que rodea a su presa.Los caninos sobresalían de su boca entreabierta. Su mirada afilada la cortaba como una navaja pulida, dos pupilas oscuras impregnadas de locura latente.
—Todos en el castillo vieron tu cadáver. Jeon Jungkook lloró por tu muerte. ¿Cómo estás vivo? —preguntó Haerin.
La mención del nombre de su hermano casi hizo que Yoongi dudara en caminar, pero la parte salvaje y llena de rabia de su cuerpo tomaba las riendas en ese momento, así que siguió adelante con su caza, con un semblante psicótico sediento de sangre.
—Deberías preocuparte un poco más por los detalles...
urgentes. Por ejemplo, cómo salir de aquí con vida, —esbozó una cruel sonrisa. —pero por supuesto no lo permitiré, al igual que tu gente no tuvo piedad al despreciar y reducir a la nada mi sangre.
El cuerpo de la Omega se estremeció ante las agresivas feromonas del Príncipe. Su olor había cambiado, ahora era un olor asfixiante que no ofrecía más que agonía y puro miedo.
—¿Te has aliado con Elías para buscar venganza, muchacho? —Haerin trató de mantener su voz firme ante él, pero cuanto más se acercaba Min Yoongi a ella, más difícil se tornaba.
—Venganza, reparación... y un poder que jamás tuve. Uno que siempre fue legítimamente mío, pero que me fue negado por la sombra Jeon.
—Así que traicionarás a Jeon Jungkook. ¿Traicionarás a tu hermano?
Su mirada brilló. Sus afiladas garras sobresalían de los dedos de las uñas.
—¡YO FUI TRAICIONADO DESDE EL PRIMER MOMENTO! Fui juzgado como un débil inválido y tuve que ver, inerte, a la expulsión de mi clan fuera de las tierras de la capital real durante años y al asesinato de mi madre POR TU IRREFRENABLE ORGULLO, TUS INCORREGIBLES CELOS Y EL MALDITO PODER DE LOS JEON. —escupió cada palabra como si hubiera estado atascada en su garganta durante mucho, mucho tiempo. —Durante siglos ha habido una jerarquía indiscutible en estas tierras. Ustedes, los Lobos de la Noche, han cometido innumerables crímenes y nunca han sufrido las consecuencias.
El príncipe se detuvo justo delante de ella y la miró con un desprecio que hizo que Haerin se sintiera tan frágil como un insecto.
—El destino me ha ofrecido una segunda oportunidad en la vida. Lo aprovecharé para reorganizar las cosas de ahora en adelante, Jeon Haerin. Y al final, me sentaré en el trono de plata con la corona en la cabeza.
Una espada atravesó el espacio entre los dos, rompiendo los grilletes intimidatorios que se habían unido a las piernas de la omega por influencia de Min Yoongi.
La portadora de la espada era la comandante Sirah.
—Retrocede, traidor, o te enviaré de vuelta a tu tumba más rápido de lo que pretendo. —mostró sus afilados dientes y lo quemó con ojos brillantes
Pero su fuego ardió con más fuerza cuando, de un solo golpe con una mano llena de una fuerza poco común, agarró el brazo extendido de la comandante y simplemente la lanzó lejos, haciéndola girar sobre el suelo lleno de nieve y ceniza.
En medio de un giro, la alfa se transformó en un lobo blanco y atacó al príncipe con todo. Su velocidad era más rápida que un parpadeo, sus garras y colmillos llevaban la promesa de una dura lucha para el príncipe.
Había pocos que podían manejar las habilidades de Sirah en el campo de batalla. Aparte de Wang Nara, Haerin nunca había oído hablar de otro lobo que hubiera entrado en combate serio con ella y hubiera salido vivo. Su rango de comandante era a veces demasiado pequeño para el tipo de guerrera que podía ser.
Sirah saltó y se lanzó sobre Min Yoongi, cerrando sus letales patas alrededor de él, lista para decapitarlo. Él fue más rápido y se desvió con un empujón y un giro. Entonces aprovechó la apertura para patear la cabeza del lobo. La comandante resistió el golpe y le dirigió los colmillos al cuello, pero el príncipe le sujetó la boca con las manos, sellándola, y le hundió las uñas en el hocico, arrancándole un fuerte gruñido de dolor.
—¡Sirah! —Haerin gritó, desesperada, con la garganta apretada y el corazón latiendo desenfrenadamente.
Min Yoongi volvió a esbozar su cruel sonrisa y luego arrojó a la comandante como si estuviera desechando una pesada basura.
La omega, que no podía pestañear por el miedo que sentía por la vida de Sirah, se dio cuenta de la catástrofe que se había producido en el perímetro de Rangkee. El fuego había crecido en tamaño, consumiendo las torres y los pasillos que las conectaban, y acumulando cuerpos en sus brasas. Los soldados de Eliah, incluidos los más heridos, luchaban como bestias implacables. Era todo un ejército contra una pequeña población asediada.
Fue entonces cuando Haerin se dio cuenta del propósito de Min Yoongi en ese lugar. No sólo estaba allí para seguir una ruta de guerra previamente trazada, sino también para exterminar a todo el clan Jeon.
Desde la locura que coordinaba los gestos y las líneas del príncipe, no se detendría hasta completar sus planes. Quizá no haya piedad ni siquiera para los niños.
Siendo así, la consorte debía actuar mientras estuviera a tiempo.
Corrió hacia Sirah, que seguía tendida en el suelo, recuperándose del violento impacto, y murmuró una orden tan rápido como pudo decirla:
—Usa todas tus fuerzas para atravesar las puertas de Rangkee y llegar hasta el general Kim y sus mensajeros. No dejes de correr hasta que entregues mi mensaje al rey: Min Yoongi está vivo, y ha vuelto como traidor.
Los ojos de Sirah revolotearon de miedo. Miedo por Haerin, por lo que la omega había dejado implícito en sus palabras: "Me quedaré atrás con los demás".
—He dicho que nadie huirá. —gruñó el príncipe, entre dientes apretados. La ira se apoderó de su rostro.
—Corre, Sirah. —Haerin no contuvo la desesperación en su voz. Al ver que el miedo aún controlaba el cuerpo de la alfa, el consorte añadió: —Lo siento por amarte tan tarde. Pero por ser tarde, no creas que era poco o insuficiente. Así que, por favor, corre y no mires atrás.
Las lágrimas se apoderaron de los ojos de ambas. Se despidió en silencio, antes de que la comandante impulsara sus cuatro patas y atravesara el fuego y el caos sangriento para escapar del perímetro de las Fortalezas de Piedra.
Min Yoongi maldijo, enfurecido, y se movió con la intención de detener la huida. Esta vez no jugaría con Sirah, la mataría de una vez.
Sin embargo, no vio cuando Jeon Haerin, en su forma lobuna, corrió hacia él y lo atacó con sus afilados colmillos. No era tan grande y fuerte como la comandante, pero podía hacer bastante daño con sus dientes y garras.
El príncipe rugió cuando la omega casi le arrancó la piel del brazo y le hundió su poderoso puño en el estómago, rompiéndole una costilla. Sólo entonces Haerin se soltó y dio un paso atrás, cojeando de dolor.
—Te equivocas si aún crees que puedes ponerme bajo tus talones, perra. —dijo Yoongi. Las llamas a su alrededor ondulaban, como si fueran alimentadas por sus feromonas anormales.
—Min Yoongi, te has perdido completamente. Mira lo que que estás haciendo, mira la matanza que has traído aquí, a un lugar lleno de gente inocente. Ellos no tienen la culpa de los crímenes que te afectaron y que afectaron a tu madre.
Él inclinó la cabeza hacia un lado y la miró como si fuera estúpida.
—Nosotros tampoco tuvimos la culpa, consorte Jeon. Los primeros inocentes de esta historia llevaban el Apellido Min.
La loba sacudió la cabeza con una vigorosa negativa.
—El hermano de mi hijo no pensaría por moldes tan... crueles y desequilibrados. Has vuelto de entre los muertos como un demonio.
—Cierra tu maldita boca de una vez.
Todavía en forma humana, golpeó, y fue tan rápido
y letal como un rayo. Usando nada más que las partes de su cuerpo, que ya no se movían con naturalidad sino como una bestia salvaje cubierta de furia, Yoongi golpeó y arañó a Haerin, que trató de esquivar sus afiladas manos y se defendió cuando encontró huecos.
La omega sintió la desventaja en sus entrañas. El dolor de estar con una costilla rota se sumó a sus escasas habilidades de lucha. Comparada con Yoongi, era mucho más débil, pero aguantaría hasta su último aliento, no por ella misma, sino por los inocentes del clan Jeon, para retrasar la masacre que se avecinaba. Y también para Sirah que, para entonces, debería estar cruzando las puertas de las murallas de Rangkee.
Y Jeon Sirah de hecho había llegado hasta las benditas puertas. Su viaje hacia ellas fue difícil, la lucha no disminuía incluso cuando se alejaba de la concentración del caos. El fuego naranja también intentaba seguirla junto con los soldados de Eliah, destruyendo todo lo que había en el camino para capturarla. Aparentemente, eliminar a todos los fugitivos era vital para los planes del enemigo.
Sin embargo, la comandante se las arregló para obedecer la última orden de su Milady. Nunca fallaba en sus misiones y siempre se jactaba de ello. Sin embargo, en ese momento, deseó haber fracasado de alguna manera, deseó que a mitad de camino se hubiera encontrado con un obstáculo formidable que la obligara a quedarse y volver al lado de Haerin.
Deseó tanto que hubiera sido débil, pero su único instante de debilidad llegó cuando, en un impulso obstinado, volvió la cabeza lobuna hacia atrás y vio cómo las ruinas de las Fortalezas de Piedra eran consumidas por el fuego y la sangre, y cómo se levantaban estacas de madera con cabezas decapitadas clavadas en los extremos.
Su aullido cortó el cielo al reconocer uno de los rostros empalados.
"No mires atrás", esas palabras y la visión de Haerin muerta siguieron a la comandante el resto del camino.
🌔🌘👑🌖🌒
Kim Namjoon llegó a la habitación que le habían preparado cuando las tropas bajo su mando tomaron el control de la región central de la frontera entre Adaman y Eliah. Las habitaciones eran cómodas, con una cama grande y sábanas gruesas capaces de alejar el frío en las noches más gélidas. También había una mesa y un sillón que utilizaba para estudiar los mapas y la información que recibía de sus subordinados, y una chimenea de tamaño medio que mantenía la habitación a una temperatura adecuada.
Frente a esta chimenea, sentado en el sillón y leyendo decenas de cartas apiladas en sus pequeñas manos, yacía una figura envuelta en mantas de piel. El desordenado cabello pelirrojo de la persona rebotó hacia los lados, ocultando parte de la vista de su apuesto rostro.
—¿Keran? —susurró Namjoon, poniendo sobre la mesa una bandeja llena de comida que había traído.
—Ah... buenos días, General. —la sonrisa del discípulo de Jung Hoseok iluminó un poco más la oscura habitación.
—Ah... Buenos días, General. —la sonrisa del discípulo de Jung Hoseok iluminó un poco más el oscuro entorno. Mostró el conjunto de papeles que sostenía. —Entregaron estas cartas esta mañana mientras estaba fuera. Algunos son de la capital. Una del Omega de Plata para mí, una de la Matriarca Choi para Miho, y, para usted, una del Rey y otra de la señorita Jina.
—Hm... —Namjoon apoyó la cadera en el borde de la mesa y cogió las cartas que le ofrecía Lu Keran. En cuanto olió el aroma de su hija y vio su letra en los papeles, su corazón latió con más fuerza.
—Echo de menos a la señorita Jina. Me imagino que usted está sintiendo mucho más que yo.
—... Sí. —suspiró el general. Luego acarició la parte superior de la cabeza roja de Keran con una mano. —¿Te ha despertado el mensajero?
El Omega negó con la cabeza.
—Ya me estaba despertando cuando dejó la cama. —sus mejillas se sonrojaron y dirigió su mirada a la chimenea. El azul de sus iris estaba impregnado del reflejo amarillento del fuego.
A Kim Namjoon no le gustó la distancia que se estableció entre ellos con ese pequeño gesto, y desaprobó aún más lo que el discípulo del alquimista real dijo a continuación:
—Gracias por... —Keran carraspeó: —Gracias.
—¿Por qué me das las gracias, Keran? —el general se cruzó de brazos, metiendo sus guanteletes de acero entre los pliegues de los músculos y el cuero de su ropa. Su mirada, amarilla como el ámbar, se estrechó aún más de lo habitual.
El Omega se encogió en su sillón.
—Por haber... Por la ayuda durante esos... días...
El alfa rezongó.
—No me quedé contigo como un acto de favor. Keran.
¿He hecho algo para darte esa impresión?
Keran se hundió más bajo la manta.
—No, señor. Es que, —apretó los labios. —me temo que he cruzado una línea.
Miró fijamente al General, con su mirada azul clavada en una mancha rojiza que ahora adornaba su cuello.
Al sentir la mirada del chico, Namjoon puso la mano sobre esa zona, ocultándola, y luego apretó la mandíbula.
—Mis límites en relación a ti... ¿No ves que estoy empezando a derribarlos?
Escuchar esas palabras saliendo de entre los regordetes labios de Kim Namjoon era casi surrealista. Durante años, el General se había comportado como un macho alfa distante y difícil de involucrar, un hombre herido por la muerte de su pareja, la madre de Jina, ocurrida tiempo atrás. Un individuo que no tenía intención de enamorarse de otra persona en su vida.
Por eso Keran se quedó estático cuando le oyó hablar de límites. Los límites delinearon las acciones en torno a Kim Namjoon desde el día en que se conocieron, cuando el chico fue salvado por él en una aldea del reinom
Toques, conversaciones y miradas... Todo entre ellos tenía "límites", incluso cuando hicieron el amor por primera vez en el establo del castillo hace algún tiempo. Keran no sabía si podía considerarlo algo más que una especie de amante temporal, un romance momentáneo que estaría ahí para satisfacer algunos deseos y necesidades.
Lu Keran también tenía miedo de preguntar y acabar arruinando todo lo que había conseguido en su desordenada relación con Kim Namjoon. Sin embargo, por vergüenza, no pudo evitar murmurar:
—Casi lo marqué esa noche, General. Lo siento.
Namjoon sintió que la piel de su cuello se calentaba.
Cerrando los párpados, recordó los días anteriores, la caótica noche en la que había comenzado aquella situación.
El general estuvo bebiendo con sus soldados durante sus horas libres en un bar situado en una de las torres que marcaban la frontera. Min Miho ocupó el centro del escenario, atrayendo la atención de todos con su alegría de borracha, hablando en voz alta sobre cómo había perdido un brazo en la batalla, y presumiendo de cómo había sobrevivido a una trampa que el ejército real nunca había visto antes.
—La rubia sigue repitiendo que aún le queda su mano más hábil. —comentó el dueño del bar mientras servía al General otro vaso de bebida.
Kim Namjoon esbozó una media sonrisa y se sirvió el contenido alcohólico en la garganta. Noches como esa, con sus hombres relativamente borrachos y motivados, le daban un descanso a su mente. Y por mucho que valorara la buena conducta dentro del perímetro militar permitió a los presentes exagerar un poco más de lo habitual, ya que era la primera vez tras la muerte del príncipe Min que Miho mostraba verdadera alegría. El fallecimiento de su primo fue recibido por ella con conmoción e incredulidad.
Bajo la pose fría e inescrutable como una roca, Namjoon se preocupaba por sus subordinados de muchas maneras. Además, los gritos eran demasiado buenos para ser interrumpidos.
Sin embargo, dos minutos más tarde, un zumbido en una esquina del bar llamó su atención. Todavía era demasiado discreto para hacer que los soldados borrachos se pusieran en alerta, pero Kim Namjoon tenía los oídos y los instintos afilados, así que dio un paso en esa dirección.
Y sólo hizo falta ese único paso para que su nariz percibiera el aroma distintivo, el dulce e hipnotizante olor de un omega en celo.
La distancia que los separaba era de varios metros y también estaba el olor del bar, el sudor del ejército y el olor de la bebida fuerte oscureciendo ese aroma burbujeante. Pero aun así, el General se fijó en él.
Y pronto todo el bar se daría cuenta. Y sería un caos.
—Pon a los soldados beta en posición de retener y arrestar a los alfas si se salen de la línea. —ordenó a un comandante beta sentado junto a él en el mostrador del bar.
Luego se dirigió en dirección al omega para sacarlo de allí y, si era necesario, castigarlo por no haber tomado su medicina y las debidas precauciones, rompiendo así el código militar de Adaman.
Aunque era un alfa, Kim Namjoon tenía mucho autocontrol, había estado tratando con cientos de soldados omega a diario desde antes de recibir el título de General, así que tratar con ese no sería un problema. Su lobo interior no se movería hasta nuevo aviso. Pero en cuanto se acercó a la esquina del bar y percibió un olor que conocía demasiado bien bajo la espesa capa asfixiante de feromonas de calor, y cuando vio un pequeño grupo de alfas rodeando al asustado chico pelirrojo de ojos zafiro, su certeza de que podría mantenerse cuerdo se vino abajo.
—Fuera del camino. —su voz acalló los gritos de los alcohólicos-. Los lupinos que rodeaban a Lu Keran se estremecieron ante la ferocidad del general y retrocedieron dos pasos.
El pequeño omega, ebrio de las sensaciones que su propio cuerpo le provocaba, miró a Namjoon con los ojos de un depredador hambriento. Desesperado y erótico.
El alfa sintió que se le secaba la boca y tragó con fuerza.
—General... —murmuró Keran, dando un paso hacia él. Sin embargo, Namjoon actuó antes de perder la razón, antes de que el omega decidiera el destino de los dos esa noche. Rápidamente se acercó al chico, lo agarró por el brazo y lo arrastró lejos de allí, bien lejos de decenas de alfas sedientos.
Tratando de limitar su propia respiración, se desahogó:
—¿Qué crees que estás haciendo? ¡¿Te has vuelto loco?! ¿¡Estás en celo y decidiste lanzarte a un bar lleno de alfas!? —sus pasos los guiaron hasta la sala de sanadores, donde se encontraba la habitación de Keran. Le daría al chico la medicina adecuada y luego lo dejaría allí hasta que superara la situación.
—Yo... iba detrás de usted. —el cuerpo omega prácticamente trotaba por el camino. Con el cuerpo tambaleante, la vista nublada y el calor ardiendo por sus venas, era un lobito movido por instintos y sentimientos exagerados.
Kim Namjoon trató de ignorar el significado del discurso de Keran, y agradeció que la noche ocultara el enrojecimiento que llenaba sus mejillas, algo poco frecuente. Siguió subiendo por la torre hasta la habitación del joven sanador, al llegar allí, vio a sus compañeros y suspiró aliviado.
—Keran necesita un tónico inmediatamente. —el pedido casi salió como una súplica desesperada. La respiración era difícil, y sostener el cálido y suave brazo del omega era aún más difícil.
—Le dimos semillas de lobo, pero... —los omegas se miraron nerviosos, agitando sus túnicas rojas.
—Se negó y salió corriendo. —dijo otro general.
El semblante de Namjoon se puso lívido. Miró fijamente a Lu Keran y buscó respuestas con la mirada contraída. El discípulo del Alquimista Real encogió su cuerpo tambaleante.
—Esta vez no quiero tónicos. —susurró, mirando al suelo.
Eso fue suficiente para explicarlo todo, lo que generó vergüenza y miradas de soslayo entre sus compañeros sanadores. Algunas de esas miradas se dirigieron al general, que trató de ignorarlas y no parecer tan afectado como estaba.
Sabiendo que Lu Keran, en su estado de embriaguez casi incontrolado, probablemente no dejaría de decir cosas desagradables durante los siguientes minutos, Namjoon tomó un vaso del tónica de uno de los omegas y despidió a los demás, que rápidamente dejaron a la pareja sola.
Cuando se hizo el silencio ante la habitación del joven discípulo, el general se apartó de él y luchó por mantener el control.
—No estás pensando bien.
—Ya hemos hecho esto... En el establo... En la capital, —Keran se apoyó en la pared y cerró los ojos, su cuerpo cediendo al calor que seguía palpitando. Y cada vez que palpitaba, era como si una ola hipnótica se lanzara contra Kim Namjoon.
El alfa clavó sus uñas en la propia carne de su mano. Un dolor que lo dejaría distraído por el momento
—Es diferente, Keran. Estás en celo, podría acabar perdiendo el control y —tragó en seco— anudarte. Si eso ocurre, las posibilidades de un embarazo... por los dioses.
—Un hermano para la señorita Jina... Aprecio el pensamiento. ¿Usted no?
Eso dejó a Namjoon en estado de shock, y sacudió una parte de su pecho que apenas temblaba, la parte casi impenetrable donde residía el lobo.
—Eso... No, es demasiado pronto. Sólo eres un niño.
—Tengo dieziocho años, Kim Namjoon.
—Eso, un niño.
Keran se deslizó por la pared y se encogió temblorosamente en el suelo, abrazando su propio torso y apretando la región íntima, como si esa zona le quemara dolorosamente.
Al ver la expresión de angustia en el rostro del omega, la preocupación se impuso a los instintos sexuales del alfa y dio un paso hacia el otro, levantando una mano como si tratara de alcanzarlo, de ayudarlo.
Keran le tomó la mano y tartamudeó:
—E-ese día, pensé que me había aceptado a su lado, General. P-pensé que me había dado sus sentimientos. Pensé... —un sollozo. —Nunca podré entenderlo, ¿verdad?
Para Namjoon, eso fue como recibir un golpe fuerte y humillante. Era como si actuara igual que un vagabundo que engañaba y se aprovechaba de los sentimientos de los demás, que decía falacias y luego simplemente desaparecía.
¿Dónde estaba el hombre maduro de antaño? ¿El que había aceptado sus propios sentimientos y quería darse una segunda oportunidad? ¿Cuándo se convirtió en un extraño?
Su cuota de actitudes reprobables ya había sido alcanzada, no quería volver a herir a Lu Keran y no dejarle pensar así... ¿Pero qué haría él? ¿Y si pierde el control? Namjoon en la cama podía ser desde un hombre satisfactorio hasta una bestia libidinosa implacable, todo dependía de su pareja y de sus sentimientos durante la ocasión.
Y con una simple mirada y media inspiración, supo que esa noche, si llevaba al curandero al dormitorio. podría convertirse en una bestia.
Los ojos azules le invitaron. Las feromonas le quemaban como si estuviera hecho de aceite, y era demasiado bueno. Todo lo que quedaba era... liberar la energía almacenada.
—Keran, yo... —apenas logró decir dos palabras antes de ser abrazado por el omega, los brazos delgados y ansiosos envolviéndolo con toda la fuerza que tenían, como si quisieran sostenerlo así para siempre.
Con el corazón palpitante y sus ojos amarillos brillando como dos soles, levantó a Lu Keran y lo colocó contra la pared. Sus dientes mostraban unos caninos brillantes, que se abrían para que su lengua recorriera el cuello del omega. Un gemido ronroneó a través de la boca del chico, y eso fue la perdición de los dos.
Casi rompen la puerta en el proceso de abrirla y cerrarla al entrar en el dormitorio. Cayeron sobre la cama, tan estrecha y demasiado pequeña para el general Adaman, y comenzaron una lucha contra la ropa.
Kim Namjoon no esperó a que las débiles y desconcertadas manos de Keran consiguieran quitarse la bata que llevaba después de haber tirado, con gran dificultad, la capa roja. Se limitó a levantar la falda de la prenda y procedió a lamer el cuerpo del chico, primero la piel de los suaves muslos y luego el punto que más escocía, los labios más deliciosos y húmedos.
El joven discípulo gritó y gimió fuertemente de excitación, su aullido de lobo debilitado y agradecido. Sentir la lengua del general ablandando esa zona, introduciéndose y succionando, para luego repetir los movimientos hasta dejar sin aliento al omega fue una sensación indescriptible.
Siendo absurdamente sensible, no tardó en alcanzar su primer pico de placer, robándole buena parte de sus fuerzas, haciendo que su pecho subiera y bajara con respiraciones jadeantes.
Kim Namjoon sonrió al ver eso. Sus afilados ojos brillaron con fuerza.
—Ponte boca abajo. —murmuró al oído del otro.
Su voz gruesa y profunda casi ofreció otro orgasmo al omega.
Obediente, Keran se arrastró por la cama, dándose la vuelta y entregando al general sus piernas abiertas, su espalda aún vestida y todo lo que le quedaba.
Namjoon lo ayudó a doblar las rodillas para que pudiera colocarse mejor, facilitando así el ajuste. Se quitó los guanteletes de hierro, la funda donde guardaba las espadas pequeñas y la camisa, revelando un pecho marcado por los años de entrenamiento. Luego, mientras sacudía la húmeda entrada de la omega con dos gruesos dedos, aumentando el río viscoso que allí fluía, se quitó los zapatos y abrió la parte delantera de sus pantalones.
"Contrólate. Contrólate", se ordenó, sacudiendo la cabeza para dispersar la neblina sexual que cubría su mente
Y entonces lo llenó.
Keran soltó otro grito, más fuerte que los anteriores,
y todo su cuerpo se estremeció, engullido por oleadas de placer y ardor. Los gemidos empezaron a acompañar el frenesí de los movimientos del alfa, en un ritmo lento, húmedo y creciente. Los sonidos de la habitación se reducían a los nombres que balbuceaban, los gruñidos borrachos y las caricias húmedas.
En un momento dado, Namjoon redujo la velocidad y comenzó a llenar a Keran lentamente, sólo saboreándolo. Fue una tortura para el omega.
—No... no se detengas, no...
—No voy a parar. —se detuvo lentamente para enfatizar. —Sólo quiero que te quites la ropa.
Las manos del chico se arrastraron por la cama hasta meterse debajo de él, donde estaban los botones de su bata. Debido a la posición en la que se encontraba, Keran encontró la tarea difícil. Ansioso y hambriento, Namjoon le ayudó a ponerse en pie y desabrochó él mismo la fila de botones.
Desnudó al omega con una delicadeza algo insegura, pues no estaba seguro de cómo no ser brusco y tenía la sensación de que podría romperlo si tocaba algún punto equivocado.
En la noche del establo, no se quitaron toda la ropa, sólo la necesaria para realizar el acto.
Sin embargo, allí se revelaba cada parte de sus cuerpos. Y el general tuvo que concentrarse una vez más para no atar a Lu Keran, pues no bastaba con que fuera bello de cara, también tenía que serlo de cuerpo, con unos pechos pequeños que caían a través de la piel tersa, unos hombros estrechos y una clavícula expuesta que reflejaba la luz de la noche. Precioso.
En un arranque de descontrol, Namjoon hizo girar al omega y lo puso de cara a él. Cuando volvieron a encararse, el intenso ritmo de los empujones regresó, dejándolos aturdidos y sedados. La proximidad era tan grande, tan íntima y cómoda que, en un momento dado, se sonrieron, se besaron y se cogieron mechones de pelo con los dedos para peinarlos cariñosamente.
El general sintió que pronto se desbordaría, así que se empujó más profundamente, con más ardor. Keran no pudo resistirse a eso, así que alcanzó su segundo vértice. Bajó la cara hasta el pliegue del cuello del alfa y le acarició la zona.
Lanzó un gemido, luego murmuró un gruñido lobuno y le clavó los colmillos.
Quería marcarlo, quería tenerlo para él, eso era todo lo que su adormecida mente podía pensar.
Al darse cuenta de lo que ocurría, Kim Namjoon se apartó bruscamente, impidiendo que la marca fuera lo suficientemente profunda como para tener algún efecto.
Keran apenas notó su reacción antes de caer en la cama y quedarse dormidao. Sin embargo, mientras dormía y durante los días siguientes -incluso cuando el general lo llevó discretamente a sus aposentos personales, porque eran más grandes y cómodos- el joven sanador no podía olvidar la cara de miedo de Kim Namjoon.
Ese recuerdo le atravesó sin piedad la mañana siguiente al final de su celo.
Nunca se había sentido tan culpable y avergonzado en toda su vida.
"Por los dioses, el general volverá a actuar como un extraño conmigo", pensó, con el corazón marchito y pesado.
Pero allí estaba Kim Namjoon, con una bandeja llena de comida para él, un semblante amable en su rostro y una mirada... Keran no se atrevió a soñar demasiado alto.
—La forma en que me alejé en ese momento, Keran... _murmuró el alfa, pareciendo tan avergonzado como el omega. —Mira, me tomó por sorpresa. Yo... Creo que lo ideal sería...
"Me alejará una vez más, lo sabía", pensó el chico, suspirando.
Pero lo que escuchó de la boca del otro fue diferente:
—Me gustaría hacer oficial lo que tenemos, antes de... antes de todas estas cosas.
Al joven sanador casi se le salen los ojos de las órbitas, no sabía si había oído y entendido bien. Giró lentamente su rostro hacia Kim Namjoon y, con una respiración vacilante, susurró:
—¿Oficializar? —repitió para estar seguro. El rostro del alfa mostraba tensión y quizás un poco de nerviosismo. —El general está hablando de... de matri...
Keran no pudo completar la pregunta porque un soldado llamó a la puerta y solicitó la presencia de Kim Namjoon lo antes posible. El tono de voz urgente del subordinado fue lo único que evitó que el alfa soltara una maldición por la interrupción de ese momento.
—¿Qué pasa? —preguntó mientras abría la puerta.
—Señor, es la comandante del clan de los Lobos Nocturnos. Trajo noticias urgentes del este de la frontera.
Namjoon frunció el ceño
—¿Por qué Jeon Sirah vino aquí por su cuenta en lugar de enviar un mensajero?
—No sé, General, pero... —el soldado sudaba frío. —Lq comandante está acribillado sin la compañía de la manada Jeon. Vino con un beta de las patrullas del este. Insiste en hablar con usted inmediatamente.
—Muy bien. —Namjoon miró fijamente a Keran.
—¿Puedes venir conmigo a atender las heridas de la comandante?
—Sí, claro. —el omega ya se estaba metiendo detrás de un biombo para vestirse con su ropa de sanador.
—Gracias. —el alfa se volvió hacia el soldado. —Me reuniré con Jeon Sirah en un minuto.
🌔🌘👑🌖🌒
Los altos mandos del ejército ya estaban en la gran sala de reuniones cuando Kim Namjoon llegó con Lu Keran.
Todos miraban a Sirah con el semblante contraído, intrigados por la presencia de la alfa ese día y preocupados por lo que pudiera significar su aparición.
El joven sanador se acercó rápidamente a ella y, de una bolsa que había traído, sacó unos paños limpios y unos tónicos hechos con hierbas medicinales para colocarlos sobre los cortes que rellenaban la piel del brazo y la cara de la mujer alfa.
Sirah reconoció al muchacho del día en que ambos habían trabajado juntos en el asedio de Gwang, ayudando al rey y a sus tropas a lidiar con el hechizo de los extraños zorros, y le lanzó una mirada de agradecimiento.
—Comandante. —saludó Kim Namjoon, rápidamente, tomando asiento en una silla frente a la suya.
Olió el fuego y la sangre que cubría a su visitante.
—Rangkee cayó —dijo Sirah cortante, con el rostro lleno de ira y dolor.
La perplejidad reinaba en la sala, el asombro cubría los rostros de los militares presentes, incluido el de Kim Namjoon. Lu Keran palideció mientras mezclaba una medicina.
—¿Qué está diciendo, Comandante? —Namjoon insistió para una mayor explicación.
—Las Fortalezas de Piedra fueron tomadas de adentro hacia afuera por el ejército maldito de Eliah. Redujeron todo a cenizas y masacraron... masacraron al clan Jeon.
—¿Cómo es posible? —Namjoon se levantó de su silla furioso y se dirigió a sus subordinados. —¡Tú! —señaló a un soldado con armadura y capa de repuesto, típico de los que hacían rondas por zonas abiertas. Era el hombre que había ayudado a Sirah a llegar a la torre del General. —Formas parte de la patrulla que controla la frontera oriental. ¿Dónde están los demás y por qué no nos enteramos del ataque?
—Están muertos. —contestó Sirah, mirando al suelo y apretando la mandíbula. —Pasé por torres de vigilancia y patrullas en el camino hacia aquí. Fueron silenciados e incendiados, al igual que algunas aldeas cercanas a Rangkee. Nos quitaron todos los medios de comunicación, incluso los pájaros fueron asesinados. Encontré a este hombre tirado entre los restos. No me dijo lo que había pasado porque es mudo, así que supuse que se había reportado muerto por el enemigo y había escapado. Fue el único vivo con el que me crucé en todo el camino.
La declaración provocó un silencio nervioso en la sala de reuniones.
Sirah continuó:
—La última orden que me dio Jeon Haerin fue entregar un mensaje al rey lo antes posible. —"UItima orden", Namjoon trató de no inmutarse por lo que eso significaba y se concentró en la siguiente línea de la comandante: —"Min Yoongi está vivo y ha regresado como traidor. Nuestro soberano debe saber que dirige las tropas enemigas"
El general frunció el ceño. Los murmullos sonaron en la sala.
—Cuidado con lo que declara, Comandante Sirah.
Estás citando el nombre del hermano del rey que murió. Debido a mis obligaciones aquí, no estuve presente en el funeral, pero todo el reino sabe que la ceremonia tuvo lugar y que su cuerpo yacía en la tumba. Además, —sus ojos amarillos brillaron en una advertencia implícita. —estás acusando al difunto príncipe de haber cometido un crimen de traición al más alto nivel. Sé que debes estar conmocionada por lo ocurrido en Rangkee, pero ten cuidado con tus palabras.
La tensión hacía que el aire que colgaba sobre ellos fuera denso. Sirah hinchó el pecho y disparó:
—¡General, escúcheme! Sé que cada palabra que digo suena absurda, pero él estaba allí y declaró la guerra a la corona. Mató a la madre del rey y prometió que avanzaría hasta sentarse en el trono de Adaman.
—la mujer se puso delante de Namjoon, las feromonas alfa de los dos chocaron y sus cuerpos se prepararon instintivamente para un ataque, aunque no tuvieran ninguna intención real de que se produjera. —Conozco al príncipe Min desde la infancia, desde antes de que Su Excelencia se convirtiera en soldado del ejército de la Gran Reina y viniera a vivir a la corte. Sé cómo es ese chico, por lo que podría reconocerlo en cualquier lugar, así que te digo con toda propiedad que el hombre que apareció en Rangkee ese día era Min Yoongi en carne, hueso y alma. O tal vez no en el alma, porque nunca lo he visto tan fuera de sí.
Kim Namjoon parpadeó, analizando la sincera desesperación en el rostro y la voz de Sirah y reflexionando sobre cómo debía afrontar esas acusaciones.
Al final, llamó a un subordinado con un gesto de la mano y pronunció una orden:
—Envía al cuervo más rápido a la capital. Que lleve el mensaje del comandante al rey.
—Sí, señor. —Después de eso, el soldado salió por la puerta.
El General se volvió entonces hacia Sirah.
—¿Hace cuántos días fue el ataque?
—He tardado cinco días en llegar aquí... creo... —el agotamiento la hizo respirar por primera vez, como si por fin se diera cuenta de su propia fatiga.
—¿Tienes idea del contingente total de soldados que han entrado en el reino?
—Para ocupar todo Rangkee, no apostaría por menos de dos mil lobos. Pero por la forma en que han avanzado contra nosotros, y por las palabras del Príncipe Min, puede haber más en otra parte... —ella tragó en seco.
—En cualquier caso, siguen estando en nuestro territorio. Tenemos la ventaja, incluso con el elemento sorpresa. En esos cinco días, Eliah no debe haber avanzado demasiado al norte, podemos contenerlos antes de que lleguen a la región central de Adaman, donde está la capital.
Sirah asintió, pero su gesto era inseguro porque algo dentro de ella, algo primario e instintivo, percibía algo extraño en todo esto. En sus años dirigiendo guerreros y formando parte de tropas militares, nunca había tenido tanta dificultad para visualizar cuál sería el siguiente movimiento del enemigo. Lo que haría a continuación... era tan confuso como explicar cómo Eliah consiguió entrar en las Fortalezas de Piedra a través de los túneles secretos y cómo Min Yoongi estaba vivo.
—Me pondré en contacto con las ciudadelas más cercanas para que preparen las tropas hasta la señal de Su Majestad. —añadió el general, mirando a los demás soldados. —Quiero que busquen la ubicación actual del ejército enemigo. Envíen otra patrulla, con los lobos más rápidos al este. Necesitaré mapear el perímetro para realizar un ataque.
—Sí, señor.
Pero antes de que pudieran dirigirse a la salida de la sala de reuniones, unos aplausos silenciaron la sala. El hombre que había venido del este con Sirah, aparentemente tan refugiado como ella, aplaudía sin motivo y sonreía como si toda la situación le divirtiera al máximo.
Caminó lentamente hacia el centro de la sala y se sentó en una silla un poco detrás de Sirah. Cruzó las piernas y los brazos, y miró fijamente a cada una de las personas allí presentes.
—Cada día me sorprende más la capacidad de este lugar para crear individuos tan... intensos. —su sonrisa creció. —General Kim Namjoon, comandante Jeon Sirah, discípulo Lu Keran y... —frunció el ceño ante los militares que le miraban con extrañeza. —bueno, no sé cómo los extras consiguen nombres por aquí, si originalmente no había necesidad de que llevaran uno. De todos modos, no son importantes.
Con un gesto de mano, el hombre lanzó una niebla naranja en su dirección, que los consumió como el fuego en cuestión de segundos. Los gritos arañaron los oídos de Keran y el horror de la escena dejó estáticos a Namjoon y Sirah.
—Ahora sí, menos dolores de cabeza innecesarios.
Ojalá pudiera hacer esto todo el tiempo, pero no se puede saber desde la distancia quién es importante y quién no. —dijo simplemente, como si acabara de eliminar pequeños bichos.
—¿Quién eres? —la mirada de Kim Namjoon fue
mortal.
El desconocido se encogió de hombros y reveló su verdadero rostro, sustituyendo los rasgos curtidos de un macho beta corriente por los de un joven y hermoso muchacho de pelo castaño, casi rojo, y ojos completamente dorados. En su espalda, aparecieron nueve colas que serpenteaban bajo un inusual brillo naranja.
—Soy un simple miembro de la corte del rey. Del próximo rey, quiero decir, no del chico que actualmente ocupa el trono de este lugar. He venido a arreglar unos asuntos que no puedo dejar en paz. —el desconocido miró fijamente a Jeon Sirah.
Fue Lu Keran quien pensó más rápido.
—¡Tú eres el responsable de los zorros que embrujaron al ejército del rey! Viniste por la Comandante para eliminarla porque lleva sangre Jeon, que no sucumbe a tus poderes malditos.
A su lado, el General y el Comandante endurecieron sus cuerpos y fruncieron el ceño. En cualquier momento avanzarían sobre el hombre zorro.
—Muy bien, Lu Keran, has acertado bastante. Pero también estoy aquí por el General, él va a ser un poco importante para mis planes. —tan pronto como terminó de decir, el joven omega tomó la mano de Namjoon con firmeza. Su rostro se cubrió de miedo, no por él mismo, sino por el alfa. El zorro puso los ojos en blanco ante la conmovedora escena. —No voy a matarlos. Infelizmente, para mi mala suerte, este mundo los considera demasiado importantes como para hacerlo. Pero capturarlos... Bueno, ese es mi objetivo para este día.
A continuación, la sala se vio inmersa en un espeso velo de magia naranja, que flotó en el aire hasta pegarse a las superficies de la habitación. Un segundo después, el hombre zorro contrajo las manos, y simultáneamente con ese movimiento, todo lo maleable, como las sillas y las columnas de hierro, comenzó a balancearse y a crisparse. Los metales miraron a los tres lobos, buscando los miembros de su cuerpo para envolverlos como grilletes. Sirah, Keran y Namjoon fueron más rápidos y esquivaron el primer ataque, luego el segundo y el tercero. Sabían que serían capturados si no eliminaban al causante, así que el Comandante y el General avanzaron contra el hombre zorro en sus cuerpos lobunos.
La lucha obligó al mago a centrarse en los dos enormes lobos de garras y colmillos afilados como cuchillas que le atacaban directamente. Utilizó su magia para intentar crear una barrera contra la fuerza de los lobos, pero le resultó difícil esta tarea. Namjoon y Sirah fueron monstruosamente brutales.
Vio rápidamente que tendría que cambiar de táctica, así que envolvió sus brazos con la niebla naranja brillante, metió sus manos con garras expuestas en las yugulares de los lobos cuando tuvo la oportunidad y apretó la vena bajo la dura musculatura de ambos. Todo ocurrió en una fracción de segundo, con una velocidad sobrehumana que eludió los agudos reflejos de los lobos.
Los apretones continuaron, arrancando gruñidos de agonía y dolor a Sirah y Namjoon. El hombre zorro no los mataría, pero pretendía dejarlos lo suficientemente magullados como para que no pudieran luchar y escapar del secuestro.
La victoria estaba tan cerca en su mente que incluso olvidó por un segundo que había un tercer lobos en ese recinto.
Lu Keran emergió rojo como la sangre en su forma de lobo y, con sus garras, desgarró desde la clavícula hasta el abdomen del mago, que rugió y aflojó el agarre de sus yugulares.
Kim Namjoon, que se encontraba en mejor estado físico que la comandante, consiguió liberarse del ahorcamiento. Con esa oportunidad, saltó de nuevo sobre el hechicero y se concentró en clavarle los dientes en la cabeza para decapitarlo.
Recibió a cambio furia en forma de magia. El hombre lanzó a Sirah contra el General y ambos salieron volando por la habitación debido al impacto sobrenatural. Keran se puso entonces en su punto de mira. El omega fue arrojado contra la pared por un tifón despiadado de hechizos. La absurda fuerza del golpe dejó a Keran inconsciente y lo devolvió a su frágil forma humana.
—¡Keran! —Kim Namjoon vio como todo se volvía rojo por la rabia que se extendía por su cuerpo. —Sirah, llévatelo. —ordenó el alfa.
—No crea que he venido solo, General Kim. No es mucho más seguro ahí fuera que aquí adentro. —el mago utilizó sus propias colas para limpiar la sangre que goteaba por la parte delantera de su cuerpo. La magia le ayudó a sanar rápidamente, se pudo ver cómo se cerraban las heridas.
Incluso con su declaración, Namjoon insistió en la orden:
—Únete al primer pelotón de soldados que encuentres y sal de aquí con Lu Keran.
—Un Jeon no se va a ir de aquí. —los ojos dorados relampaguearon en forma de amenaza. —Puedo incluso liberar al chico, pero la mujer se queda.
El General mostró sus dientes puntiagudos y gruñó
hacia la puerta, una indicación para que Sirah se dé prisa. A continuación, saltó de nuevo sobre el mago y se esforzó por acabar con el daño que había iniciado Keran. Sus zarpas consiguieron arañar sus brazos, sacando sangre y dejando la piel en carne viva. El nueve colas estaba cegado por el dolor y la frustración, así que concentró sus esfuerzos en neutralizar al alfa.
Mientras tanto, Sirah volvió a su forma humana, puso a Keran en sus brazos y huyó con él inconsciente en sus brazos. En el exterior encontró un movimiento caótico. Había soldados como los que habían aparecido en Rangkee, y estaban luchando contra las tropas de Namjoon. No perdió el tiempo en oponer resistencia a los que le salieron al paso, simplemente los esquivó a todos y corrió. Corrió y corrió. Ya no se trataba del honor o la gloria, sino de la supervivencia. No era una guerra normal contra un enemigo normal. No podían lidiar con criaturas como ese mago usando métodos ordinarios.
Mientras montaba un caballo del ejército que había encontrado en medio del camino, y lo hacía galopar a toda velocidad hacia el norte, Jeon Sirah pensó en que los días de tormentas sobre los que la profecía del Árbol Sagrado había advertido hace cientos de años estaban ocurriendo realmente. Siendo así, sólo podía haber una esperanza. O mejor dicho, dos. Y estaban en la capital del reino.
🌔🌘👑🌖🌒
Medio tumbado en una coqueta silla frente a un balcón de la planta baja del castillo, envuelto en buenas y gruesas capas de mantas que le hacían aún más grande y redondo de lo que ya era, Park Jimin estaba leyendo las cartas que habían llegado de las ciudadelas del lejano norte, escritas por lideres de clanes que gobernaban las regiones más lejanas.
Eran cartas de apoyo que llevaban las promesas de lealtad a la corona y el número de guerreros que cada región podía ofrecer para futuras batallas. Pero entre tantos textos y valores, el muchacho notó demandas implícitas, solicitudes de mejores posiciones en la Mesa de Plata, ascensos en la jerarquía de la corte, etcétera.
—¿Qué pasa? ¿Has leído algo que no te gusta? —Jungkook estaba de pie cerca de un pilar, apoyado en la superficie angular y tallada. Con el cuerpo vuelto hacia el jardín blanqueado por la nieve, se podría interpretar que observaba los arbustos helados y los grupos de nobles que circulaban por allí, o tal vez el lejano y gris horizonte.
Sin embargo, aparentemente su mirada no se alejó de Park Jimin.
—Tus súbditos... No me gustan mucho algunos de ellos. —dijo el omega, y suspiró. —No todos son verdaderamente leales, sólo buscan bienes y poder.
Jungkook esbozó una media sonrisa.
—Créeme, harían sus intereses mucho más evidentes en las cartas si el Omega de Plata no estuviera aquí. —murmuró, y le lanzó un guiño al chico. —Pero gobernar siempre ha sido así. El rey antes la Gran Reina amenazó a los líderes del sur para que se unieran en una sola corte, y Wang Nara, en sus guerras imperialistas, terminó de unificar Adaman tras someter la costa. Mi papel hoy es mantener la estabilidad por la que lucharon. No es nada nuevo para mí encontrarme con exigencias, incluso en este tipo de situaciones en las que todo el mundo puede verse afectado si algo sale mal.
—Son personas egoístas que no piensan en el bien mayor entonces.
—Son gente ambiciosa. —dijo el rey encogiéndose de hombros y cruzando los brazos. El viento frío agitó la capa rojiza que cubría su fuerte espalda y el pelo negro recién cortado por el barbero real. —No te enfades por ello, Jimin, no pasa nada. Me ocuparé de ellos como siempre.
—¡Hmpf! —murmurando, el omega echó los brazos por encima de la silla, tirando las cartas que había estado leyendo. Algunas cosas se le acercaban con más facilidad. Tal vez el fallo estaba en lo que ahora le convertía en una bola de billar.
Aburrido, comenzó a balancear sus pies en el aire. El silencio del lugar nunca había sido tan irritante. Por primera vez echó de menos el ajetreo del otro mundo, las melodías de los anuncios, la gente que hablaba en común, los coches con las bocinas a todo volumen. Ah... Echaba de menos la música, y no el piar de los pájaros que venían a atormentarle de vez en cuando, posándose en sus cuernos e insistiendo en formar nidos en ellos. Echaba de menos la música de verdad, un sonido frenético a máximo volumen. Si no podía mover bien su cuerpo, al menos su mente temblaría bajo el efecto de un buen metal pesado.
Luego, buscando cualquier posible distracción, se concentró en sus pies tambaleantes.
Parecían dos cosas distantes, separados de él por una alta montaña: su vientre. Intentó alcanzarlos, mientras sentía repentinamente el impulso de pinchar la rascar entre su dedo gordo y el lateral de su pie derecho.
Falló en el primer intento. Falló en el segundo y casi hizo girar su cuerpo hacia el suelo. A la tercera estaba absurdamente cansado.
—Jungkook... ayúdame, por favor. —murmuró en voz baja, con las manos aún extendidas hacia delante.
Debido a la extraña quietud que se produjo a continuación, miró al alfa. Jungkook seguía apoyado en la columna, pero su atención estaba perdida en algún lugar. Había una ligera tensión que contraía el punto entre sus cejas.
—¿Jungkook? —Jimin llamó de nuevo, preocupado por la forma distraída del otro chico.
El rey parpadeó y le miró rápidamente, como si le hubieran sacado de un pensamiento.
—Ah, lo siento, yo... —se acercó a Jimin y se sentó a su lado en la silla. —¿Qué pasa, mi amor?
—No puedo rascarme el pie. —explicó el omega, con las mejillas sonrojadas. —No puedo alcanzar nada.
No puedo rascarme el pie -explicó el omega, con las mejillas enrojecidas-, no puedo alcanzar nada. Siento que voy a explotar. Si me empujas por una colina, voy a rodar. Hablo muy en serio.
Jungkook soltó una carcajada y su ceño fruncido desapareció por completo de su rostro.
—Entonces permíteme. —se inclinó, agarró los dos pies de Jimin y empezó a tocarlos.
—¡Espera un momento! ¡No! ¡ha,ha,ha! No! —las cosquillas golpearon al chico, que tuvo un espasmo y soltó una risita nerviosa. Luchó bajo las manos del rey. —¡Jeon Jungkook, voy a patear tu trasero! ¡ha, ha! ¡Tiempo! ¡Tiempo! Para, por favor. —sujetó la cara del alfa con ambas manos hasta que las cosquillas cesaron por fin.
Jimin jadeó, sonriendo, y Jungkook parpadeó hacia él, hacia sus labios. Besó su labio inferior, chupándolo lentamente. Omega estaba completamente sorprendido.
—Vaya. —suspiró. —Realmente quiero saber dónde aprendiste a hacer este tipo de cosas.
—Tú... Mi imaginación traspasa algunos límites cuando te miro. Y tu boca. —murmuró, y Jimin casi pudo ver cómo un brillo rojo teñía sus oscuros iris. Sin embargo, un segundo después, lo que se puso rojo fue la cara de Jungkook, avergonzado por haber dicho esas palabras.
Jimin se rió de él y de su forma amable y tímida que siempre entraba en confusión con el lado más atrevido. Si no fuera por la cicatriz rosada que atravesaba la región izquierda de su rostro, el rey, en ese breve instante, podría hacerse pasar por un inocente niño. Un niño pequeño con ojos grandes y
sonrisa amable.
Pero aunque estaba encantado, Jimin no se permitió olvidar las cejas que antes estaban fruncidas, denotando una preocupación que atrapaba la mente del otro jóven.
—¿Qué estabas mirando antes? —preguntó,
cruzando miradas con él.
Jungkook bajó la cara y cerró la boca, luego volvió a observar el horizonte más allá del balcón.
—La Matriarca Min. _sus ojos se detuvieron en un punto rubio y curvilíneo en medio del jardín helado. La anciana del clan Min, la abuela de Min Yoongi, estaba sentada en un banco entre dos arbustos blancos como la nieve. Había compañía a su alrededor, sirvientes y familiares del mismo clan, pero su atención se perdía en algún lugar.
La tristeza en su rostro era palpable.
Después de todo, había visto morir a su hija y a su nieto uno tras otro sin recibir nunca justicia a cambio. Su ceguera probablemente la libró de presenciar las horribles imágenes, pero los sentimientos... La pena nunca dejarían de desgastarla.
—Siento que tengo que hacer algo por ella. Por ellos.
"Por el clan Min" —era lo que intentaba decir. _No es algo material. No hay nada bueno que pueda... compensarlo, ¿entiendes?
—Sí, lo sé, —Jimin apoyó su cabezas en su hombro. —pero espero que sea por compasión y no por un absurdo sentimiento de culpa.
—¿Sería malo que fuera la segunda opción?
—Sí. Ya hemos discutido esto, Señor Jungkook. —el chico le dió un empujón.
El alfa esbozó una pequeña sonrisa.
_No es por culpa, y no es sólo por compasión. Es que hay una disputa entre ellos y nosotros, el clan Jeon. Mi hermano y yo éramos una especie de esperanza para que eso terminara en el futuro. Su abuela... en el pasado, deseaba que ella también me aceptara como su nieto. Con la excepción de Jeon Joonwook, todos mis abuelos murieron antes de mi primera noche de luna, y honestamente no puedo pensar en ese hombre como un pariente real.
—¿Él te trataba mal? —Jimin sintió que algo hervía en su interior con sólo pensarlo.
—En realidad, no. Me trató como si fuera una especie de premio. —Jungkook volvió a mirar al omega. —Sé que es contradictorio todo lo que te estoy contando.
—No, no lo es. Ya absorbí todo.
—"¿Absorbí?" —la sonrisa volvió a la cara del rey. Siempre le divertía el inusual vocabulario del omega.
—Si. Absorbí bien absorbido.
—Absorbí bien absorbido, hm... —Jungkook se cruzó de brazos y apoyó su cabeza en el hombro de Jimin. Tras un largo minuto de silencio, suspiró y dijo: _Estás aburrido.
—Oh, ¿se nota?
—Puedo sentirlo.
—¿De verdad? —el omega apoyó su cabeza en la del otro. —Yo.. Quería escuchar música. Mis canciones.
—¿Las que tenías al principio, cuando nos conocimos?
—Esas.
Pasó otro momento de silencio.
—Recuerdo una. La que considerabas tu favorita... Recuerdo el ritmo.
—¿Te refieres a Send Me An Angel?" —los ojos rojos de Jimin brillaron.
Jungkook asintió, confirmando. Entonces se aclaró la garganta y empezó a tararear con un ritmo similar al de una canción. No había letra, sólo notas combinadas y transformadas por su suave y hermosa voz. Park Jimin quedó deslumbrado, sintió que su pecho se llenaba y su corazón palpitaba de alegría, gratitud y pasión, y absorbió cada sonido entonado por el otro hasta que todo volvió a la quietud de antes.
Sin embargo, justo en ese momento, Choi Yoojung apareció en el balcón acompañada de un grupo de nobles. Todos tenían caras tensas.
—Su magnificencia. Su Majestad. —saludaron a la pareja con reverencias apresuradas.
—¿Pasa algo? —Jimin notó la urgencia en los ojos azules de la matriarca Choi.
—Un cuervo llegó desde la frontera, uno de los más rápidos, y trajo un mensaje del General Kim Namjoon. La corte los espera en la sala del trono. —dijo juntando las manos delante de su corsé lleno de zafiros y lazos.
Jimin y Jungkook intercambiaron una mirada, antes de seguir al grupo encabezado por la omega.
Al llegar a la sala, el domador real de aves le entregó a Jungkook la carta, un pequeño rollo de papel que cabía dentro de un diminuto depósito adosado a las patas de los animales. El cuervo posado en su hombro se acercó flotando a Jimin en cuanto lo vio, como si el chico fuera un imán.
Incluso antes de que el rey quitara el sello del pergamino y leyera las primeras palabras de Kim Namjoon, Jimin sintió una inquietud en el pájaro negro, como si hubiera un velo de humo a su alrededor. La sombra de algo que había experimentado, tal vez.
El sonido del papel que se abría a su lado fue el preludio del despliegue de un silencio profundo y pesado. Mirando a su alrededor, el omega vio que el rostro del alfa palidecía y sus ojos se hundían en una inquietante oscuridad. Le tembló la mano y le tembló la garganta al tragar en seco. Hubo una profusión de horror, tristeza, incredulidad y la ira ardiendo en las feromonas de Su Majestad. El aire era tan denso a su alrededor que Jimin lo llamó tan suavemente como pudo, no por miedo, sino para evitar que algo explotara allí.
—¿Mi amor?
—Las Fortalezas de Piedra cayeron bajo las manos de Eliah. El clan Jeon fue... masacrado.
Un coro de perplejidad recorrió la sala. Las miradas de los miembros de la corte contemplaron al rey con asombro e indagación. Jimin sintió que se le secaba la boca.
Un clan entero diezmado... ¿La madre de Jungkook también estaba incluida? El pecho de Omega se apretó.
—Jeon Sirah logró escapar. Ella fue la que informó
el evento al General. Todos los demás lobos nocturnos... —el rey palideció como una estatua. Por la forma en que transmitió el mensaje, Jimin tuvo la impresión de que su reacción no coincidía del todo. Su tristeza era evidente, y la ira latía detrás de la mirada sombría, pero había una vacilación, una duda en su rostro.
Descubrió la causa de esto cuando lo vio volverse hacia la esquina de la sala y enfrentarse a Jung Hoseok, que también estaba allí como miembro de la corte. El alquimista notó la mirada que le dirigía y se tensó.
—Según Kim Namjoon, Sirah insiste en que quien lidera las tropas de Eliah es el Príncipe Min Yoongi. "Ha vuelto como un traidor de", son las palabras escritas en este pergamino.
Inmediatamente resonaron murmullos de revuelta e incredulidad. Las risas llenas de burla y mofa ante las palabras de la Comandante llenaron la sala.
—Nos toma por tontos
—¿Qué está pasando aquí? ¿Quieren que nos volvamos contra el clan Min?
—¡Qué sacrilegio para la imagen del difunto príncipe!
En medio de la caótica reacción, el alquimista permaneció quieto y en silencio. Temblando. Sostuvo la mirada del rey y le lanzó una señal silenciosa, una sugerencia que lo aterrorizó. Luego salió furioso del recinto.
—Espérame aquí. —dijo Jungkook a Jimin, apretando rápidamente su hombro antes de seguir a Hoseok por el perímetro del castillo. Algunas personas también les siguieron, curiosas.
Fuera, Hoseok se transformó en lobo para acelerar su carrera. Atravesó el patio principal y rodeó el castillo hasta llegar a la zona más lejana y también más evitada: el cementerio real. Prácticamente derribó las puertas cuando llegó allí, y casi le impiden la vigilancia si el guardia del castillo no hubiera visto a Jeon Jungkook venir justo detrás de él.
El alquimista sólo se detuvo cuando estuvo frente a la tumba de Min Yoongi. El rostro del príncipe tallado en la lápida le miraba fijamente como si juzgara sus pensamientos.
Después volvió a su forma humana.
—En el segundo día de su ceremonia de entierro, me di cuenta de un detalle... —murmuró cuando Jeon Jungkook lo alcanzó. —La noche anterior a ese día, había caído una ventisca. Todo estaba cubierto de nieve por la mañana, excepto la tumba de Yoongi. Escuché a los sepultureros comentando que no limpiaron el hielo y que era raro. ¿Podría alguien haber venido en medio de la noche y...? —su garganta ardía con un nudo.
El rey escuchó la sugerencia del alquimista con un rostro pálido como la muerte.
Se dirigió a los guardias que estaban cerca y pronunció una orden:
—Ayudenme a quitar la lápida.
A pocos metros detrás de ellos se escucharon exclamaciones de los nobles que les habían seguido hasta allí. Jung Hoseok tuvo una reacción casi igual. Podía saborear la bilis en su boca.
—Su Majestad. —balbuceó con la voz temblorosa.
—Tu análisis de antes tiene sentido. Además, esa acusación enviada por el General Kim y hecha por la comandante de mi clan debe ser comprobada a fondo, Alquimista Jung. Es algo demasiado serio... Si apareció un hombre con la cara y el nombre de mi hermano, necesitaré pruebas y todos los testimonios posibles para evitar cualquier interrogatorio futuro y cualquier conflicto político. —Jungkook dejó de hablar bruscamente cuando los guardias se colocaron alrededor de la lápida y empezaron a apartar la escultura de mármol. El peso de lo que iba a hacer empezó a atormentar su alma. —Acabemos rápido con esto.
Colocó sus manos sobre la lápida y ofreció su fuerza para el trabajo. Hoseok lo observó todo como un paciente anestesiado.
Una vez que el mármol de la superficie fue retirado por completo, dejando sólo la tumba llena de tierra húmeda, Jungkook se convirtió en un lobo y comenzó a cavar. Los soldados lo siguieron, luego fue Hoseok.
Que esta locura termine cuanto antes. Que el mensaje traído por el cuervo resultara infundado. ¿Qué...?
Pero, ¿y si fuera real? ¿Y si Min Yoongi, de alguna manera, estuviera realmente vivo y vagando por ahí?
Min Yoongi vivo, sin embargo, como un traidor.
No. Podía ser un engaño. La Comandante Sirah debió haber malinterpretado la situación. Tal vez el príncipe estaba allí, en medio de la masacre, por alguna razón diferente. Tenía que ser eso.
"Por favor", suplicó Hoseok, echando la tierra de la tumba hacia atrás, agrandando el agujero un poco más cada segundo.
Hasta que se toparon con la tapa del ataúd.
El rey y el alquimista dieron un paso atrás, ofreciendo espacio a los guardias que ya estaban levantando el arco de madera. Jungkook notó, por la forma en que movían el objeto, que era más ligero de lo que debería.
Con el corazón latiendo desenfrenadamente dentro de su pecho, rompió el pestillo de la tapa de una patada y la abrió de golpe,
—Por los dioses. —escuchó a Jung Hoseok murmurar y caer de rodillas al suelo.
Habría hecho lo mismo, no sabía cómo seguía en pie ya que el ataúd estaba vacío.
🐾
Ay, perdonen. Se me había olvidado que tenía que actualizar jdhsjd
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