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24


ωμέγα φεγγάρι


—Mierda.— El omega jadeó fuerte en medio de la oscuridad de la habitación, con el dosel pesado impidiéndole ver lo que sucedía más allá de la mullida cama en donde se erguía alterado. Cerró los ojos tratando de calmarse, tratando de recordarse que sólo había sido un sueño.

Cuando pudo volver a recuperar su respiración habitual, escuchó por detrás de las ventanas y de los pesados muros el rugir del viento que llevaba con él nieve espesa y densa que golpeaba con fuerza la estructura del castillo. JiMin se estremeció ante el sonido del gélido frío corriendo afuera.

Pasó sus manos por su rostro tratando de apartar las imágenes horribles que acababa de ver en su sueño. Suspiró rendido cuando se recostó con el fin de volver a dormir nuevamente, sin embargo a pesar de que se movió y buscó una posición cómoda para dormir, no pudo cerrar sus orbes. No sabía explicarse el por qué había tenido bastantes pesadillas y sueños un tanto extraños las últimas noches.

Para ser exactos, justo después de ese sueño en donde recogía el libro tosco del suelo. Parecía que su mente se empeñaba en hacerle sufrir y sobrepensar de manera constante las imágenes dentro de su somnolencia. Refunfuñó harto cuando no pudo dormir, demasiado hostigado de estar recostado, se levantó y apartó el dosel, entrecerró sus orbes tratando de enfocar algo cuando la obscuridad de la habitación le recibió, se levantó a paso lento y tomó agua de la jarra que reposaba sobre un mueble.

Cuando hubo saciado su sed se sentó en el pequeño sillón que estaba frente al balcón cerrado. Se hizo ovillo y apegó sus piernas a su pecho, dejó reposar su barbilla en sus rodillas y con ojos grandes vio a la nieve caer agresivamente.

Bajó la mirada a su pie cuando recordó su lesión, subió el pantalón de la pijama para dejar ver su tobillo y talón de Aquiles. Palpó la piel y se sorprendió poquito al ver que no le dolía en lo absoluto, se había curado más rápido de lo normal...

Humedeció sus labios y con algo de aburrimiento jugó con la argolla que reposaba en su dedo, le dio vueltas, le sacó de su dedo y vio a la piedra blanca brillar poquito ante la falta de luz. Brincó en su lugar cuando la argolla le quemó la piel, le soltó y cayó al suelo, dejando un persistente tintineo mientras se seguía moviendo en el suelo. JiMin la miró confundido, examinó a su mano y cuando vio una pequeña mancha rosa en la base de su dedo que ardía chasqueó la lengua.

—¿Qué mierda?— Se talló los ojos fuerte cuando juró ver a la argolla iluminarse, justo como si marcara un camino con una tenue luz blanquizca que apenas y se notaba. Parpadeó aturdido y con una lentitud de denotaba su nerviosísimo volvió a acogerle entre sus falanges, le escrutó en silencio. Y con la mirada siguió el camino de la suave luz, pronto notando que aquel rayo iba más allá de la puerta de la habitación.

JiMin era curioso. En demasía para su propio bien.

Se levantó y con un nudo en su estómago siguió la luz del anillo, abrió la puerta de la habitación lentamente, tratando de que no rechinara tanto en el proceso. Asomó su cabeza por el largo pasillo, volvió a mirar la luz del anillo que brilló recto, su mano dejó la manija de la puerta y se sumergió de lleno en aquel impasible instinto que le gritaba ir.

Caminó por los desolados pasillos con la tormenta de nieve haciéndole compañía, parpadeó miedoso cuando la luz del anillo le llevó a un lado del castillo al que no podía accesar. Sabía que sólo la familia real y algunos cercanos podían entrar.

JiMin se sorprendió cuando no vio a ningún guardia custodiando la puerta, no dudando ni un segundo en tomar la oportunidad de entrar de contrabando. Corrió y haló la puerta ostentosa forrada en adornos de oro, se escurrió por entre la pequeña apertura que se formó y abrió los ojos sorprendido cuando vio lo que había al otro lado de aquella frondosa puerta.

Aquel pasillo prohibido derrochaba y dejaba en un máximo esplendor la fortuna de la realeza, porque a donde miraba podía ver objetos forrados en oro. Caminó lento tratando de captar hasta el más mínimo detalle que le daba la pobre luz que brindaban las velas casi extintas en los candelabros de bronce y cristales. Y cuando volvió la vista al anillo se dió cuenta que apuntaba a cierta pintura que se exhibía en la pared tapizada.

Con pies descalzos se deslizó por la alfombra hasta llegar justo al frente de la obra de arte; sus orbes analizaron la pintura profundamente, tratando de captar algo que le resultara particular o especial. Sólo notando en primer plano a varias personas acumuladas con ropas ostentosas pintadas con cierto realismo, JiMin se acercó un poco más a la pintura cuando vio algo que le resultó sumamente familiar.

Una mujer de labios gruesos y largos cabellos rubios portaba un collar un tanto particular... sentía que le había visto con anterioridad. Apretó su mandíbula cuando trató de hacer memoria, buscando entre sus recuerdos algo que le diera respuestas.

Se congeló en su lugar cuando recordó aquel collar que usaba de niño, justo ese que su abuela le había quitado con el pretexto de que era muy travieso para el bien de la joya. Y es que eran tan parecidos que resultaba un tanto extraño.

El collar en el retrato tenía la misma forma del dije, incluso esa característica pequeña marca de la piedra... lo único diferente era el tono de la piedra, ahí plasmada lucía un tanto más azulada.

Tal vez todo era una coincidencia.

Podrían haber allá afuera cientos de collares similares o iguales como al que portó de niño. ¿Verdad?

—¿Tú quién eres y qué mierda haces aquí?— JiMin palideció al escuchar una voz femenina alzarse por entre el silencio, sus orbes color caoba voltearon al origen de la voz, casi se hinca a pedir perdón al ver que era la omega real, la luna de Daegu.

JiMin reverenció y mantuvo la mirada gacha, estaba temblando y no sabía exactamente porqué. —¿Acaso no oíste? Te hice una pregunta, responde.

—Yo... lo siento su majestad, me perdí. Yo... quería...

—Largo.

JiMin alzó la vista cuando escuchó pasos acercarse a él, brincó en su lugar cuando la omega le tomó del brazo y le haló fuerte, casi se quejó cuando las uñas largas se enterraron en su bicep. SeulGi le arrastró por el pasillo con bastante fuerza, abrió la puerta del corredizo y le aventó al suelo.

—Te perdonaré tu insolencia esta vez. Si te llego a volver aquí no dudaré en decirle al rey que te decapite.— SeulGi cerró la puerta y volvió a desaparecer detrás de ella.

JiMin trató de recobrar su sentido ahí tirado en el suelo, mientras tiritaba por la adrenalina contenida, miró a sus alrededores asustado tratando de ver si había alguien más por los pasillos a esas horas de la madrugada.

Cuando se tranquilizó un poco volvió por donde había venido, volvió a la oscuridad de su habitación con cientos de dudas. Apretó sus labios y no dudando mucho comenzó a alumbrar la habitación, prendió las velas algo desesperado y tomó del cajón de la cajonera aquel libro en blanco en donde a veces llegaba a escribir sus cosas personales. Lo abrió y con algo de prisa preparó tinta.

La pluma comenzó a hacer trazos sobre el papel, JiMin dibujó con algo de torpeza a la mujer que portaba el collar, tratando de captar sus rasgos físicos más importantes. En un espacio restante de la hoja dibujo el collar y cuando acabo observó todo con el corazón bombeándole fuerte.

Esa mujer en la pintura... sentía que le conocía.


El fuego de la fogata crujía y resplandecía vívidamente en la habitación, un niño pequeño jugaba en el suelo alfombrado mientras acompañaba a su madre, la cual estaba sentada en un diván rojizo amamantando a su hermano menor. La mujer azabache acariciaba lentamente las cortas hebras oscuras de su cachorro que se aferraba a su pecho alimentándose desesperadamente.

—Mami.— Su hijo mayor le llamó mientras jugaba con su muñeco.

—¿Sí cariño?— Yuna sonrió poquito cuando su bebé en brazos le miró con sus ojos gatunos mientras se alimentaba y con su manito hecho un puño golpeteó el pecho desnudo de su madre.

—Mami... ¿podrías tocar el piano?—— El infante pidió con un puchero en sus labios y su madre le negó con la cabeza.

—No puedo Jinnie, estoy alimentando a tu hermano.

El niño se quejó mientras veía a su mamá reír bajito. —Ah mami, entonces canta algo.

La azabache negó y le señaló con la cabeza. —Se educado.

—¿Mami podrías cantar algo, por favor?— JinHoo se hincó y agrandó sus orbes azules tratando de convencer a su progenitora.

Yuna le sonrió y no pudiendo resistirse mucho al encanto de su hijo comenzó a cantar mientras se volvía a acomodar sobre el diván.

Su voz suave opacó el crujir del fuego, JinHoo sonrió bonito cuando escuchó a su madre cantar su canción favorita. Acompañando a su madre con un susurro aniñado y bajo.

La mujer les cantaba bajito con devoción a sus dos cachorros que se sentían más que cómodos rodeados del aroma de su mamá. JinHoo levantó su mirada cuando dejó de oír el canto, ladeó su cabeza confundido al ver cómo su madre hacía un ademán con su mano, invitándole a que se acercara.

—Ven a ver a tu hermano.— JinHoo caminó y se sentó al lado de su madre con algo de esfuerzo, se acomodó sobre sus pantorrillas para tener más altura y se asomó cuando su madre apartó un poco más la cobija.

Vio a un bebé pálido regordete con mejillas de pan que se afianzaba y succionaba con fuerza del pezón del pecho de su madre. —Parece un pan.

Yuna rió ante el comentario de su hijo. —Tu también te veías así.

JinHoo puchereó y negó. —No mami.

—Eras pequeñito, con manos y mejillas regordetas y no olvidar que eras muy gruñón.

—Uhm...— El infante desvió su vista nuevamente a su hermano y frunció sus cejas.

—Mami... ¿Por qué YoonGi se parece mucho a ti?— JinHoo miró expectante a Yuna, ella levantó las cejas y ladeó la cabeza, pensando un poco su respuesta.

—Porque así lo quiso la diosa Luna. Mientras tú te pareces a tu padre YoonGi se asemeja a mi.— La mujer delgada tocó la nariz respingaba de su hijo mayor y achicó sus ojos divertida al ver a JinHoo reír.

Yuna a veces pecaba un poquito, porque sabía que no tenía permitido estar sola con sus hijos, siempre tenía que estar una sirvienta a su lado como mínimo. Realmente le ponía nerviosa que alguien la atrapara ahí en la habitación del piano amamantando y riendo con sus cachorros, pero admitía que no podía controlar su instinto maternal que le exigía proteger a sus hijos de todos.

Por Dios, acaba de parir hacía poco y aún seguía con su instinto impregnado en la piel y parecía que nadie respetaba su privacidad como madre; odiaba y repudiaba que alguien que no fuera ella tocara a sus niños, en especial con su cachorro recién nacido.

A la omega le sorprendía en demasía que su hijo mayor hubiera aceptado el embarazo y el nacimiento de YoonGi, le resultaba particularmente lindo como JinHoo veía y cuidaba a su hermano menor. Como en ese momento que le miraba y miraba con mucha atención, como si buscara algo.

—YoonGi se ve muy tierno.— El lobo de Yuna movió su cola alegre cuando el azabache mayor tomó la mano de su hermano que dormitaba en sus brazos.

—¿Sí?— JinHoo afirmó y rió algo emocionado cuando se le ocurrió algo.

—Mami, ya sé. YoonGi parece un gatito, así como los que nacieron en los establos.

Yuna sonrió y rió alegre ante las ocurrencias de su hijo, y casi amaga perder la sonrisa cuando JinHoo susurró bajito algo que le caló.

—Desearía que papá estuviera aquí...

Los labios de la delgada se fruncieron y suspiró poquito tratando de ignorar esas imágenes que se le venían a la cabeza. Volvió su atención a su cachorro que se removió incómodo y subió la tela de su vestido.

—¿Ya acabó de comer?— JinHoo preguntó con ojos grandes mientras veía como su mamá se paraba y golpeaba la espalda de su hermano con suavidad y ritmo para sacarle el aire.

—Sí, después de que se quede dormido irás a la cama.— El azabache volvió a asentir y esperó a su mamá fielmente con su juguete en mano. Cuando su madre terminó y apagó la chimenea tomó su mano y ambos caminaron lento por los pasillos, tratando de no hacer mucho ruido y pasar desapercibidos.

Ambos lograron entrar a la habitación del príncipe en silencio, Yuna con algo de esfuerzo le deseó buenas noches a su hijo seguido de haberlo cobijado correctamente. Salió de la pieza y caminó a la habitación de al lado, en donde ahora dormía sola.

Abrió la puerta y con algo de desesperación pasó pestillo a la puerta, recostó a su bebé en su cuna y comenzó a desamarrar las pesadas telas de su vestido, suspiró aliviada cuando se quitó el peso de encima y se alistó correctamente para poder dormir en aquel tocador frente a la cama, se quitó sus joyas y despeinó su largo cabello azabache, y al último con algo de letargo consiente comenzó a quitarse el maquillaje de su cara con suavidad, mordió su labio fuerte cuando los hematomas se dejaron ver debajo de sus orbes demacrados y en su pómulo izquierdo, haciendo ver a su rostro apagado y ausente de vida.

Lavó su cara y con algo de dolor levantó su ropón, dejando relucir completamente aquella fea herida que cruzaba sus costillas y que apenas iba cerrando, mojó un pedazo de tela y lo pasó por la piel lastimada que lucía roja, tratando de pobremente limpiarla. Cuando terminó lavó sus manos y salió del baño, caminó directo a su cama e importándole poco si el dosel estaba cerrado se dejó caer sobre el colchón buscando la inconsciencia, queriendo y anhelando que el sueño la cubriera en el instante mismo que su cabeza reposó contra la almohada.

Ella estaba cansada en todos los sentidos, su marca ardía y sentía a su omega chillar pobremente. Sentía que pronto-

—Omega Min.

Yuna brincó en su lugar cuando escuchó la voz de una sirvienta en particular que le sacó de sus recuerdos. Se alisó la tela del vestido turquesa que portaba algo abrumada y carraspeó antes de permitir la entrada.

—Adelante.— MinSeo entró a la habitación con una bandeja de plata en manos, con paciencia colocó la vasija de porcelana en la mesa ratonera frente a la omega y sirvió el té para la misma. MinSeo reverenció para después comenzar a caminar a la puerta con el afán de salir, sin embargo la voz de Yuna deteniéndole le hizo ponerse un tanto nerviosa.

—No te vayas noona...— MinSeo volteó su mirada a la menor y sonrió algo incomoda, hacia bastante tiempo que no hablaba con Yuna. —¿Podrías tomar el té conmigo?

La omega sentada le miró con ojos grandes, demasiado esperanzada a que le acompañara en esa solitaria habitación. MinSeo relamió sus labios y asintió levemente. —Sólo será un momento su majestad. Tengo que acompañar al príncipe YoonGi al pueblo.

Yuna frunció el gesto algo disconforme, preguntándose por qué YoonGi iría tan de repente al pueblo en medio de una nevada y del crudo invierno que parecía no querer cesar.

—¿Cómo que irán al pueblo?— Los ojos oscuros de MinSeo se abrieron sorprendidos cuando cayó en cuenta de que había dicho algo que claramente YoonGi le había pedido mantener en secreto. Maldijo para sí misma mientras mordía su labio, miró a los alrededores evitando la profunda mirada grisácea mientras trataba de idear una excusa que sonara vagamente real.

—El joyero... YoonGi solicitó ir con el joyero personalmente para un accesorio personalizado.

—Podría venir el joyero al castillo, así no se expone y le resulta más cómodo ¿no?— Yuna tomó entre sus finas manos la taza de té humeante y dio un trago, a expectativa de una respuesta de la otra omega que titubeó nerviosa.

—Ya sabe cómo es el príncipe, siempre siendo terco. Además se nota que está emocionado por la salida su majestad, sería una lástima que no pudiera ir él mismo, ¿no cree?

—¿JinHoo sabe de su salida?

MinSeo consideró firmemente en mentir, porque sabía mejor que nadie que el azabache se escaparía a escondidas, y sabía que Yuna era lo suficientemente ingenua como para preguntar por el paradero de su hijo con JinHoo. Era un desastre.

—No lo sé su majestad, YoonGi sólo pidió mi compañía.

La menor chasqueó la lengua algo molesta y apartó la vista de una MinSeo bastante nerviosa que se sentaba a su lado como anteriormente le había pedido.

—Me resulta encantadora su presencia en el castillo nuevamente Omega Yuna.— MinSeo sabía que estaba pisando territorio sensible, aquella omega pálida y seria era en exceso voluble. Había trabajado con ella de cerca por más de 17 años, por su puesto que le conocía, se sabía de memoria sus malas manías y que decir de sus gustos.

No por nada aquella mujer la había designado como la "cuidadora" de sus hijos.

—Deja de lado las formalidades noona. Anda toma lo que gustes, estoy segura que no has comido bien.— La mano de la omega menor se movió por encima de la bandeja y tomó entre sus falanges nuevamente su taza de té.

—Gracias.— Yuna vio algo disgustada a MinSeo tomar varias galletas de un recipiente de porcelana con distintos aperitivos.

—Noona, deberías de supervisar mejor las comidas de YoonGi.— Con un bocado en la boca MinSeo casi se ahoga.

—Está demasiado subido de peso. Me parece repulsivo el verle tan gordo, estoy segura que si sigue así ningún omega le querrá.

Yuna era una mujer un tanto cruel, era severa y muy recta con todos, pero parecía transformarse completamente cuando su esposo estaba alrededor, porque se volvía sumamente sumisa y nerviosa. El anterior monarca siempre se encargaba de recordarle el lugar que le correspondía, siempre le hacía énfasis en que carecía de voz y voto, por eso mismo cuando Yuna se encontraba sola, tomaba las riendas y se convertía en un hueso difícil de roer.

Gritaba y se quejaba de todas las cosas que le parecieran mal por correctas que fueran, era controladora y drenaba todo su coraje y rabia siento una perversa. —Restringe la carne roja y los postres.

MinSeo conocía a Yuna como si fuera una hermana menor. —Sí mi señora, lo haré a partir de la próxima comida.— YoonGi no estaba "gordo", pesaba lo que tenía que pesar. Toda su vida había sido demasiado delgado y él no perdió la oportunidad de comer bien cuando su madre dejó de supervisarle sus comidas al dejar el castillo, además aunado a eso el alpha estaba en pleno crecimiento, era obvio que iba a demandar más alimento para cubrir sus necesidades.

MinSeo mantenía la mirada baja a espera de que la otra omega hablara, porque ella sinceramente no tenía las ganas ni la motivación como para mantener una conversación. —Este invierno está siendo más fuerte que los anteriores, ¿no lo crees?— Los labios delgados de MinSeo se presionaron entre sí y asintió levemente.

—Sí... me preocupa que el pueblo sufra hambruna por la poca producción.— Yuna miró al piano negro a unos metros de ella mientras la otra omega hablaba bajo y sonrió pobremente al recordar a su hijo mayor.

—JinHoo sabrá mantener al pueblo, es capaz e inteligente.— Yuna no titubeó ni un poco, como si estuviera demasiado segura de las capacidades de su hijo.

MinSeo se removió incómoda y buscando tal vez cambiar esa extraña aura alrededor de la mujer azabache cambió el tema de conversación. —Realmente me sorprendió que su esposo y usted llegaran en medio de una tormenta de nieve.

—Quería estar con ellos cuanto antes, pero Sun siempre se negaba a venir... rompía las cartas que intentaba mandar y- uh, ya sabes cómo es.

MinSeo subió sus cejas y tragó nerviosa cuando la omega delgada se recargó en el respaldo del diván rojo. —Además también quería venir por la carta que recibí de SeulGi.— La mayor de sorprendió cuando oyó aquello, ella nunca había sabido de que ambas omegas mantuvieran algún tipo de contacto, si hasta donde sabía Yuna era algo reacia con la actual reina.

—¿Sucede algo grave Omega Yuna?— Y realmente MinSeo no se esperó que la contraria le dijera algo que le heló la sangre.

—SeulGi está preñada.


YoonGi caminó algo apresurado por entre los pasillos, demasiado desesperado porque cierta omega no hacía acto de presencia y parecía haber desaparecido abruptamente cuando más le necesitaba. Llegó hasta una puerta algo vieja detrás del castillo que daba al bosque y la abrió, demasiado harto de esperar a la anciana salió del castillo y volvió a cerrar la puerta, caminó por entre la nieve gruesa que cubría parte de sus botas altas y se sostuvo de los troncos de los árboles, miró detrás de él y suspiró dejando salir el vaho que se perdió en el frío clima cuando no notó a nadie verle.

Siguió su andar por el bosque hasta que arribó a las orillas del pueblo, sacudió su atuendo y con la capucha de su capa tapando su rostro se sumergió de lleno por entre la poca gente que permanecía vendiendo y haciendo sus cosas. Relamió sus delgados labios y agradeció un poco que la nieve hubiera parado, porque así le sería más fácil cumplir su acometido.

Caminó por entre las personas y el bullicio que se dejaba escuchar, pronto arribó al lugar que buscaba, entró y se abrió paso por el mar de objetos y telas que la tienda exhibía. Se mantuvo alejado mientras la anciana que atendía el lugar despachaba a una beta amablemente, sonriéndole y mostrándole lo que había pedido. Y después de un tiempo basto de espera fue turno del príncipe, la alpha detrás del mostrador le recibió alegre sin saber realmente quién era.

—!Bienvenido! ¿En qué puedo servirle?— YoonGi bajó un tanto su capucha y por entre los bolsos de su pantalón sacó aquel signo real que delataba su poder. La mujer delgada alzó las cejas sorprendida cuando vio al dragón y al sello de la realeza estar impregnados en aquella insignia dorada, hizo una reverencia profundamente y su voz sonó algo ansiosa. —Su majestad, sea bienvenido en esta humilde tienda, espero que lo poco que tenemos sea de su agrado. Estaré para servirle mi señor.

YoonGi odiaba usar su apellido para conseguir ciertas cosas, pero en circunstancias cómo estás se veía orillado a hacerlo sin remedio alguno. Relamió sus labios y después de dudar un poco habló. —Escuché que ustedes pueden conseguir tesoros escondidos.— La anciana detrás del mostrador subió sus cejas y asintió levemente.

—Necesito que consigan esto para mi.— YoonGi deslizó por encima de la madera un papel doblado que pronto la alpha recibió nerviosa. Lo desdobló bajo la atenta mirada del azabache y entreabrió sus labios delgados cuando leyó lo que requería YoonGi.

—Su majestad, conseguir este tipo de cosas requiere algo de tiempo. Si le dijera que tendría lo que pide dentro de pocos días sería mentirle.— El príncipe frunció los labios.

—¿De cuánto tiempo estamos hablando?

La alpha pensó un poco y después vociferó algo indecisa. —Probablemente un mes o dos.

YoonGi consideró que era demasiado tiempo de espera, pero simplemente admitía que no podía quedarse con las manos atadas y con esa curiosidad incrustada en su ser.

—Esperaré y pagaré lo necesario para tenerlo en manos.— Y con la imagen en mente del omega castaño cerró el trato.



Les diría que actualizaría cada semana, pero la verdad sería mentirles. Tardo horas e incluso días tratando de escribir un párrafo, no sé cómo es qué hay personitas que escriben súper rápido.
Ténganme paciencia, ya casi terminamos un tercio de la trama jajajja.
Los amo, gracias por todo. ❤️

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