En el ojo de la tormenta
La sirena de la ambulancia chillaba con un sonido mucho más estridente del que Kyotaro recordaba, porque una cosa es escucharla pasar por la calle, allá lejos de quienes amas y otra muy diferente viajar dentro notando con cada alarido que la vida de uno de los que valoras peligra.
Yamato sobre la camilla jadeaba intentando tragar aire, al tiempo en que su mano derecha apretaba su pecho hasta dejar casi los nudillos blancos. Los ojos los mantenía fuertemente cerrados y sus labios perpetuamente abiertos en un alarido de dolor que no lograba abandonar su garganta por más que pareciera a nada de estallar.
Kyotaro sólo podía sujetar su mano rezando porque llegaran a tiempo al hospital y que sea lo que sea que atormentaba al rubio pudiera ser remediado rápidamente. Sin embargo, la forma errática en que los paramédicos parecían moverse sin saber realmente que métodos aplicar a Matt le daba pocas esperanzas. Ya había informado a Daigo y al padre de Matt, el único contacto en el teléfono de Yamato marcado para emergencias, el hombre del otro lado de la línea aseguró que estaría en el hospital en cuanto pudiera pues se encontraba en el trabajo y por lo tanto a una distancia considerable. En algún momento también pensó en Tai, pero... estaba asustado de que la respuesta fuera fría o indiferente, o aún peor, que Taichi estuviera pasando por la misma situación y entonces entraría en pánico porque estaría desesperado por correr a su lado.
Con todo y eso apenas ver que Yamato atravesó las puertas de urgencias no pudo aguantar más y llamó a su cachorro mientras repetía una y otra vez "que este bien".
Daigo entró a toda carrera antes de que respondieran, así que corto la llamada en pro de poner en antecedentes a su pareja. Lo que realmente sabía era poco, pero le pareció que tardó horas en terminar de relatar como habían llegado al hospital.
Un tiempo después un hombre rubio de ojos azules hizo aparición en recepción preguntando por Yamato Ishida. Kyotaro se acercó a presentarse mientras lo conducía al rincón de la sala de espera en donde aguardaban por noticias del joven Alfa.
Hiroaki escuchó atentamente todo asintiendo levemente con la cabeza en las partes en donde terminaba de encajar algunos hechos que Matt le contaba por teléfono o en sus muy contados encuentros.
―Entonces ¿ellos al fin están juntos? ―suspiró aliviado Hiroaki con una sonrisa apenas tintando sus labios sin escuchar una confirmación.
Daigo y Kyotaro se miraron sin saber cómo responder o si debían hacerlo. Ciertamente ellos estaban destinados a estar juntos, eran almas gemelas, pero una cosa era lo que dictaba el destino y otra muy diferente lo que ellos como individuos elegirían hacer.
―Familiares de Ishida Yamato ―llamaron y los tres se pusieron de pie.
Joe Kido dio un suspiro cansado antes de indicarles que lo siguieran. Una vez en el consultorio tomó su lugar detrás del escritorio. Lo que estaba por decirles era algo que no pensó decir jamás durante sus años en servicio.
―Hemos estabilizado a Yamato ―afirmó de entrada para tranquilizar a los tres hombres frente a él. ―Sin embargo, siendo muy sinceros les diré que no sé lo que ha sucedido. ―Y antes de que comenzaran a cuestionarlo, agregó; ―Simplemente es ilógico que un hombre Alfa saludable y en plena juventud presente sus síntomas. El desequilibrio hormonal y el malestar general se ha estabilizado a niveles normales y según mi análisis y el de varios de mis compañeros, creemos que sufrió un... ―y Joe torció la boca al no saber cómo explicar lo que estaba pensando. ―... a falta de otra palabra, un ataque por parte de su segundo género, de su Alfa interior. Yo... ―y se apresuró a corregirse. ―Ninguno de los médicos en esté hospital había visto algo así, es como sí su cuerpo hubiera estallado y las hormonas que normalmente despiertan para equilibrar y dar paz durante el embarazo a su Omega se pusieran en marcha, sólo para morir segundos después al no encontrar un receptor... es angustiante porque no hay un motivo sólido, o una causa que nos ayude a entender o nos dé una pista de lo que está mal y como enfrentarlo.
―Pero... ¿Al menos está fuera de peligro? ―preguntó Hiroaki muy asustado.
―Por ahora sí. ―Joe deseaba infundirle confianza, pero sin mentirle. ―Sólo esperemos que no se repita un episodio tan agresivo porque su cuerpo dudo que salga bien de otro desastre hormonal.
―Comprendo...
―Señor Ishida, le pido por favor que firme un acta en donde nos da luz verde para practicarle a su hijo algunos estudios que nos ayuden a descartar o dar con lo que sea que está afectándolo.
Hiroaki asintió con la cabeza y luego extendió la mano para recibir el papel que Joe le entregaba, sus ojos identificaron un formulario.
―Le aseguro señor Ishida que haré todo lo que este en mis manos para ayudar a Yamato.
―Usted ¿conoce a mi hijo?
Joe ladeo la cabeza, luego pareció recordar que a pesar de su casi rivalidad nunca fue alguien que se hiciera notar, obviamente no valía lo suficiente para ser nombrado en un evento familiar como la comida o la cena, simplemente era un mosquito zumbando alrededor de los dos protagonistas que eran Tai y Matt. Así que...
―Fui en algún momento su compañero en la escuela, igual que Sora, Koushiro y Taichi.
―¿Yagami Taichi? ―casi murmuró el nombre como si lo saboreara. ―¿Sabe qué ha sido de él?
Joe parpadeo un par de veces desconcertado antes de responder.
―Hasta donde sé es la pareja de su hijo ―aseguró.
Kyotaro y Daigo desviaron la mirada cuando Hiroaki busco en ellos respuestas.
Les permitieron ver a Yamato hasta el día siguiente, para entonces tanto su madre Natsuko como Takeru su hermano habían llegado. Kyotaro y Daigo un poco amedrentados por la familia de Matt optaron por solo asegurarse de que el Alfa estuviera bien y retirarse sin llamar mucho la atención, después de todo ellos tenían un problema entre manos, Taichi ayer no respondió el teléfono por más que marcaron una y otra vez y necesitaban urgentemente saber que se encontraba bien.
Eran cerca del medio día cuando la enorme camioneta de Kyotaro Imura solicitaba permiso para ingresar en la vivienda de Abadón VenomMyotismon, la cual para su beneplácito fue concedida sin mucho esfuerzo.
Fue aún más su sorpresa cuándo el mismo Abadón bajo a recibirlos, en la mirada del Alfa se leía la preocupación y el miedo.
Kyotaro apenas estacionó el vehículo saltó fuera de él para colocarse frente a Abadón y exigir respuestas. Su metro con ochenta y nueve centímetros intimidaría a cuál quiera, a cualquiera que no sea Abadón, porque el Alfa dominante solo resopló ante tal arrebato.
―¿Dónde está mi hijo? ―exigió saber Kyotaro.
Unas horas atrás...
En la lujosa y silenciosa sala de estar Abadón se tronaba los dedos de las manos. El mundo afuera se estaba volviendo loco.
En las noticias los levantamientos en diferentes países iban ganando volumen, porque al parecer no fue el único que pensó recolectar a los Omegas y darles asilo, lejos de las garras de aquellos Alfa que se rehusaban a permitir que un sistema tan viejo fuera abolido.
Lo que estaba sucediendo allá afuera era como algún tipo de éxodo. Padres, hermanos, hijos... todos buscando poner a salvo a un miembro de su familia. Era inspirador y aterrador al mismo tiempo y todo había comenzado con el asalto a la bodega que él pensó dejar de lado, y en el que Taichi participó directamente.
Los Omegas que se quedaron, aquellos que llegaron a su destino, burdeles y cantinas contaron como si fuera una leyenda lo sucedido, la paliza que un Omega había acomodado a casi quince Alfas.
Abadón no sabía si exageraban en el número de oponentes que Taichi dejó fuera de combate, lo único seguro es que gracias a eso los Omegas comenzaron a considerar que quizás si eran iguales.
Fue el primer levantamiento de Omegas registrado, a ese le siguieron varios en otros lugares del país y luego en el mundo. Si le sumaba a los Omegas escondidos en el asilo trasero de su mansión los otros cargamentos que sus contactos interceptaron, entonces la cifra de Omegas instalados en los refugios ascendía a la grandiosa cantidad de 1500. Sin duda un golpe nefasto para las casas de citas, bares, burdeles y prostíbulos de Japón.
Y Abadón estaba preparado porque cuando Taichi aceptó ser parte de su plan buscó respaldo político. Iori Hida fue la solución, el diputado extendió sin dudarlo una carta responsiva en donde lo nombraba como tutor legal de los Omegas menores de edad instalados en sus propiedades. Así mismo, y con cuatro firmas más de los representantes de diferentes partidos se produjo un amparó para dichos asilos.
Nunca en su vida estuvo más contento de ser precavido, porque de otro modo los asilos hubieran sido atacados y vaciados a la primera oportunidad. Simplemente se estaba desatando un infierno por hacerse de los Omegas masculinos. El llanto y los disparos no tardaron en llegar. En la desesperación por mantener su muy lucrativa forma de vida los Alfa estaban dispuestos hacer y arrasar con todo.
Por su puesto había previsto las cuantiosas bajas, pero rezaba porque después de la tormenta llegara la calma y con ella un mejor futuro para los Omegas. Porque ningún cambio se logra sin sacrificios, pero que mal se sentía al pensar que en parte fue responsable por las guerrillas que ahora se estaban llevando acabó.
Alababa los deseos de libertad y a agradecía aquellos Alfa que aun contra todo lo dispuesto por la sociedad y la crianza que recibieron apoyaban y defendían los ideales de los oprimidos, empero, era aún más su dolor y lamento al saber los decesos, los nombres de los caídos sin importar si era Omegas, Betas o Alfas lo único que hacían era engrosar la lista de quienes deseaban una vida más digna y jamás la verían llegar.
Y justo mientras escuchaba las últimas noticias sobre cómo terminó la rebelión en uno de los casinos más grandes de Las Vegas, se anunció la llegada de Kyotaro Imura y Daigo Nishijima.
Bien, no los detestaba, pero visitarlo sin aviso previo no indicaba nada bueno. Taichi en ese momento se encontraba descansando arriba y gruñía cada vez que la puerta se abría. Así que no estaba seguro si debía informar que sus padres (no biológicos) estaban ahí.
La camioneta se estacionó frente a la puerta y Abadón salió a recibirlos para informales de la condición de Tai y tal vez, y solo si la suerte estaba de su lado Daigo lograría entrar a hablar con Taichi sobre la estupidez que estaba considerando hacer para hacerlo entrar en razón.
Kyotaro y Daigo bajaron del vehículo aprisa, en sus rostros se veía angustia que Abadón no supo cómo interpretar pues que él supiera no estaban enterados de la condición de Taichi, a menos que fuera él mismo quien se los informara sin consultarlo primero con él.
El metro con ochenta y nueve centímetros de Kyotaro intimidaría a cuál quiera, a cualquiera que no sea Abadón, porque el Alfa dominante solo resopló ante tal arrebato.
―¿Dónde está mi hijo? ―exigió saber Kyotaro.
Y esa fue la única línea que se les permitió antes de escuchar una explosión que hizo volar por los aires la reja de entrada al tiempo en que rugían los motores de al menos cuatro vehículos.
Abadón estaba lívido, no podía ser que se hubieran atrevido a irrumpir en su casa, eso era simplemente imposible porque él era uno de los hombres más poderosos de Japón.
―TRAIGAN AL OMEGA ―se oyó decir a uno de los intrusos. ―QUIERO A TAICHI YAGAMI ―exigió disparando al aire dos veces.
―Con un demonio, vamos dentro ―empujó Kyotaro a sus dos acompañantes para poder cerrar y atrancar la puerta con lo primero que encontró a su alcance. ―¿Dónde está mi hijo? ―volvió a preguntar con mayor urgencia.
―Esta arriba, pero...
Abadón casi rugió la orden al personal de evacuar la casa principal lo más pronto posible, su sistema de seguridad retendría a esos sujetos por al menos cinco minutos, suficientes para que la servidumbre se pusiera a resguardo, después de todo ellos no eran el blanco.
A pasos veloces subieron al segundo piso, y sin detenerse a anunciarse abrió la puerta de un empellón haciendo que Taichi desde su nido gruñera pelando los dientes por tal grosería.
―Lo siento, pero debemos salir de aquí ahora ―se disculpó el empresario tomando varias prendas de ropa del armario y sujetando al Omega por la cintura para lanzarlo sobre su hombro como si no pesara nada. ―Vamos, tenemos que llegar a la casa de atrás antes de que...
Y lo que fuera a decir fue tragado por el estallido de una segunda detonación en la planta baja.
―Pero qué demonios ―gruñó Kyotaro.
―Todos los cristales están blindados y las puertas de acero tienen cinco centímetros de grosor.
Esa información hizo comprender al Alfa que si querían entrar rápidamente tuvieron que usar explosivos. Quienquiera que iba por Taichi no era un maleante cualquiera si llevaban ese tipo de armamento pesado.
―Vamos ―apresuró Kyotaro empujando a Abadón al frente para que los guiara, luego a Daigo y por último él protegiendo la retaguarda.
Kyotaro los condujo rápidamente por una serie de complicados pasillos que terminaron por arrojarlos del lado contrario de la gran casona, justo donde iniciaba el extenso jardín.
―Puedo caminar ―repitió como por décima vez Taichi rebotando sin decoro y ya resignado a no poder escapar del feroz agarre del Alfa.
―Lo sé, pero así es más rápido ―respondió sin detener ni por un segundo su avance frenético. Todo su ser vibraba de sólo pensar en los cuantiosos Omegas que en el asilo provisorio estarían temerosos del futuro al escuchar el ataque.
Los cuatro corrían por el jardín, atravesando por los senderos apenas marcados hasta llegar a la parte trasera en donde en la casa se notaba la conmoción.
Apenas entrar Abadón prácticamente lanzó a Taichi sobre el piso sin importarle el decoro mientras le tiraba la ropa y le pedía mudarse sin discusiones. Sus manos entretenidas en activar el sistema de seguridad que había instalado para todas las residencias que albergarían Omegas.
Cuando terminó se apresuró a un compartimiento disimulado al lado de la puerta, de donde extrajo varias armas que no dudó en entregarle a Kyotaro y a Taichi que para entonces estaba terminando de ajustarse una chamarra ligera.
―Ahora solo hay que aguantar hasta que llegue la ayuda.
Daigo dejo que ellos manejaran la situación en primera porque no sabía usar un arma; y segunda porque en su estado no era recomendable exponerse, así que hizo lo que todo ser con un poco de razonamiento haría. Se puso a resguardo junto a los cuantiosos muchachitos que asustados temblaban, y de los que esos remedos de héroes ni se acordaban que debían tranquilizar.
Con palabras suaves y un aura maternal que ahora le salía más natural logró calmarlos lo suficiente para conducirlos al sótano, una especie de refugio antibombas que Abadón le indico era el lugar más seguro de la casa.
―Tiene una cámara en la parte frontal, si no somos nosotros o Iori Hida no abras la puerta ―ordenó Abadón mientras se abstenía de pedirle a Taichi que fuera con ellos.
Parapetados en las ventanas Kyotaro, Abadón y Taichi esperaban a que el primero de los estúpidos que se atrevieron a entrar en sus terrenos asomara la jeta para mandarlos a conocer a San Pedro. Si las cosas se ponían feas Taichi ya estaba pensando en un plan B, aunque hacerla de señuelo no era algo que le entusiasmara, y cuanto menos en su condición, pero no lograba pensar en otra forma para ganar tiempo.
―Ahí vienen ―anunció Kyotaro gracias a la mirilla del rifle que sujetaba. ―Tres... dos... uno...
Y el primer disparo se hizo.
Yamato despertó a eso de las diez de la mañana, su familia estaba ahí, su padre lo miraba con preocupación igual a su madre y su hermano... él parecía incomodo o como si tuviera algo atorado en la garganta que deseaba escupir lo más pronto posible. No es que estuviera del todo enterado de su vida sentimental, pero se conocían lo suficiente para saber cuándo sus problemas eran de origen sentimental.
―Yamato ―nombró Tk con recato, mientras más rápido hablaran sobre el elefante en la habitación más pronto decidirían como abordar sus malestares y... un gruñido bajo le hizo guardar silencio.
―Matt ―llamó su padre dando dos pasos tentativos para acercarse mientras elevaba la mano en busca de colocar una acaricia sobre la cabeza de su hijo.
―Hiroaki ―gritó Natsuko tirando de su exesposo hacia atrás evitando que el zarpazo que Yamato lanzó le desgarrara la piel del brazo.
Yamato parecía otra persona, o mejor dicho otra criatura. Todo su ser asemejaba a una bestia arrinconada apunto de atacar.
―Matt ―dijo Tk verdaderamente asustado de la ira, de la locura salvaje que tintaba su mirada y sus facciones, y terminaba por reflejar en su cuerpo.
―Pero que rayos ―gimió Hiroaki interponiendo su cuerpo entre Matt y su esposa e intentando que Tk se dirigiera a la salida.
―Omega... ―espeto frunciendo aún más el entrecejo. Los colmillos normalmente disimulados en ese momento se mostraban en todo su esplendor dándole un aura aún más intimidante.
Natsuko no logró reprimir el grito que escapó de su boca al momento en que Yamato saltó fuera de la cama arrancándose sin ningún tipo de cuidado los aparatos a los que estaba conectado. Tk y Hiroaki reaccionaron quitándose de su camino, sólo para luego intentar seguirlo, no podía llegar muy lejos así como estaba vestido.
―Él dijo Omega... ira a buscar a Taichi... ―jadeó Tk al considerar el peor de los escenarios.
―¿Y dónde se supone que esta? ―preguntó Hiroaki buscando con la mirada a su hijo que apenas internarse entre los pasillos de aquel hospital había desaparecido de su vista.
―No estoy del todo seguro, pero se quién puede contestarnos esa pregunta. Vamos, debemos buscar al doctor Joe Kido ―dijo Tk chistando con la boca y rindiéndose porque su hermano había escapado.
Taichi peló los dientes antes de soltar una maldición porque en menos de cinco minutos esos sujetos, sean quienes sean, habían logrado entrar. Kyotaro estaba luchando con tres hombres intentando desarmarlos, con tan mala suerte que ya uno le había alcanzado a dar en la pierna derecha. A su lado Abadón no estaba yéndole mejor, con cinco hombres rodeándolo era prácticamente imposible que saliera bien librado, en especial porque hace rato que a ellos se les habían terminado las municiones, y aunque podría usar la Voz para someterlos, también afectaría a Tai y Kyotaro y en caso de que hubiera más hombres fuera del rango de alcance, eso los dejaría aun más vulnerables.
Taichi aplicó todos y cada uno de los movimientos que recordaba, pero su cuerpo no estaba en las mejores condiciones tras el descontrol hormonal y estos hombres no le daban tregua, apenas noqueaba a uno y otro más tomaba su lugar.
―Basta, basta ―gritó la voz de un hombre entrando por la puerta destrozada de la casa. La vendita cosa no había podido mantenerse en pie después de ser atacada con una bazuca.
Adolfo Meyer sonrió ladino mientras caminaba entre los cuerpos de los caídos.
―Rayos... ―gruñó cuándo su costoso calzado se manchó de sangre. ―No podían hacer menos desastre. Es estúpido que un solo Omega valga tanto. Eres como Elena de Troya, tu gloria, tu belleza, todo tu ser merece la destrucción del mundo entero ―aseguró mirando de frente a Taichi, y luego apreciativamente hacia su derecha donde Kyotaro se encontraba arrodillado con una pistola contra su cabeza y Abadon con tres más apuntándole al pecho. ―¿Vas a permitir que todos ellos paguen por ti?
―Yo no quería nada de esto ―respondió Tai.
―¿Qué no lo vez? ―e hizo una pausa dramática. ―No importa si lo querías, si lo llegaste siquiera a considerar, el resultado de tus palabras y acciones ya están ahí, la civilización arderá consecuencia del egoísta deseo de un chiquillo orgulloso que no supo bajar la cabeza. La muerte de todas esas personas es tu culpa y solo hay una forma de parar todo este pandemónium.
Taichi apretó los dientes al tiempo en que discretamente buscaba con la mirada cualquier cosa que le ayudara a matar a ese infeliz.
―Voy a mostrarle a estos Omegas que aun él más fuerte de ellos solo sirve para una cosa. Si esto empezó contigo, debe terminar de la misma manera.
Taichi dio un paso atrás, no importaba como, pero no permitiría que Adolfo lo utilizara para intimidar a los Omegas.
―Sólo lo quiero a él, con los demás... ―tres hombres sujetaron con fuerza a Tai, y Meyer disfruto la expectativa a lo que diría en el rostro del Yagami, el cual se volvió pánico cuando soltó un aireado ―diviértanse.
―NO ―gritó Taichi retorciéndose en busca de soltarse.
Un segundo después las manos que lo mantenían preso desaparecieron remplazadas por una fiera mirada azul que derribo sin ningún tipo de consideración a quien hozo tocar a su Omega.
―Yamato ―jadeó Taichi pero sin desperdiciar la oportunidad para poner fuera de combate primero que nada al sujeto que amenazaba a Kyotaro.
―Con un demonio. Atrápenlo ―gruñó Adolfo iracundo al ver como el control muy difícilmente ganado se le estaba yendo de las manos.
Taichi estaba impresionado, nunca había visto pelear a Matt, y lo que estaba presenciando era inaudito, sus golpes, reflejos, en general cada movimiento parecía una ráfaga que muy a duras penas lograba vislumbrar, y sin embargo, con cada segundo que pasaba su resistencia parecía ir disminuyendo alarmantemente.
―Matt ―gimoteó Taichi al verlo colapsar, como una muñeca que se queda sin batería.
―Sácalo de aquí ―ordeno Kyotaro con voz desesperada, porque su pequeño momento de triunfo no podía durar más de un par de minutos, los superaban en número y ellos ya estaban en su límite. ―Joder, lárgate ―gruño golpeando al hombre frente a él antes de recibir en contestación muchos más que lo dejaron inconsciente.
Taichi quiso gritar de desesperación, dolor e impotencia, no tenía fuerza para cargar a Matt o seguir peleando, si fuera un Alfa, si tuviera la fuerza y resistencia de un Alfa... si hubiera nacido Alfa esto no estaría pasando.
Adolfo Meyer estaba en lo correcto al culparlo, él era la razón por la cual se había fracturado el mundo. Si hubiera aceptado lo que era entonces su padre lo habría vendido y quizás ya estaría muerto. Nunca habría conocido a Kyotaro y Daigo, por lo cual ninguno de ellos estaría en peligro, no los habría arrastrado a esta tontería ni tendrían que estar peleando por sus vidas y la de su cachorro... Dios, que iban a hacerle a Daigo cuando supieran que estaba en cinta.
El horror llenó el corazón de Taichi, no podía permitirlo. Cualquier cosa, podría soportar cualquier cosa menos imaginar en que ellos salieran heridos. Por lo que solo le quedaba una alternativa.
Disculpándose con Matt por lo que iba a hacer; Taichi muy disimuladamente sujetó el arma del hombre que hace poco derribó y que era el que le apuntaba a Kyotaro para ahora dirigir la pistola directamente a su cabeza.
―¡Pero qué demonios estás pensando! ―exclamó Adolfo al ver lo que sucedía. ―Baja la maldita pistola Tai.
―Claro, pero primero diles a tus hombres que suelten a Abadón y salgan de la casa.
―No puedes...
Un disparo sonó asustando a Adolfo al ver como la sangre comenzaba a brotar del brazo izquierdo de Taichi.
Meyer y todos los presentes estaban boquiabiertos, el mal nacido se disparó él mismo.
―No estoy jugando, ni tengo intención de fallar la segunda vez ―dijo regresando el cañón a su cabeza. ―Se que me necesitas con vida o de otra manera no te tomarías tantas molestias en atraparme. Así que has lo que te digo o me vuelo la cabeza.
Adolfo tirito de rabia. Ciertamente podría presentar el cuerpo muerto de Taichi Yagami, pero nunca generaría el mismo impacto a vivo y sumiso. Muerto podría ser tomado como un martir, un símbolo, vivo lo usaría para intimidar y mostrar poder. Muerto no valía de nada todo lo que arriesgo.
―Esta bien, tu ganas. Salgan ―berreo con coraje Adolfo.
―Abadón mete a Yamato y a Kyotaro al refugio, rápido ―apremio Taichi cuidando de no quedar a la altura de una ventana o cualquier otro punto desde donde pudieran dispararle desde fuera.
―Pero... ―quiso negarse Abadón.
―Joder, por una vez deja de ser un puto Alfa que necesita tener la última palabra y solo has lo que te digo.
Abadón cargo a Kyotaro y abrió la puerta con el código de seguridad, del otro lado Daigo esperaba con los brazos abiertos para recibir a su esposo. Su rostro empapado de lágrimas le hizo saber que había visto todo por la cámara frontal.
―Ahhhaaa!! ―se quejó Tai cuando un disparo le obligó a soltar el arma que rodo por el suelo. ―Entra ―gritó Tai aterrado.
Abadón empujó a Daigo dentro para volver a cerrar.
―Ahora Taichi, tu y este estúpido vendrán conmigo ―dijo pateando el cuerpo de Yamato.
Continuará...
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