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ᐢ prólogo.

En la profundidad del bosque, la noche envolvía a la manada de conejos con un silencio reverente. Dentro de la cabaña de madera rústica, una omega híbrida coneja yacía sobre un lecho de paja, sus ojos brillando de esfuerzo y esperanza. Su respiración era rápida, entrecortada, mientras apretaba la mano de su alfa, buscando consuelo y fuerza en su contacto. Los latidos del corazón de la madre se sincronizaban con los murmullos expectantes que resonaban afuera. La comunidad aguardaba, arrodillada y en comunión bajo el cielo estrellado, esperando la llegada de un ser que las letras ancestrales habían predicho como una bendición.

Las estrellas, como testigos celestiales, brillaban con un fulgor inusitado, como si supieran que aquella noche era diferente. Una estrella fugaz atravesó el cielo y los susurros de la manada se elevaron en oraciones y promesas silenciosas. El aire se sentía cargado de una energía especial, un presagio de lo que estaba por suceder.

El silencio se rompió de repente con un llanto claro y poderoso. Las miradas de la multitud se alzaron en dirección a la cabaña, y un murmullo de alivio y júbilo se extendió como una ola. La omega esperada había llegado. La alegría era palpable, como si la misma luna hubiera descendido a bendecir el momento.

Dentro, la madre, con el rostro bañado en un sudor brillante, levantó la vista y se encontró con los ojos emocionados de su alfa. Una sonrisa entrelazada de amor y agotamiento se dibujó en sus labios mientras sostenía al pequeño entre sus brazos. Era una omega de facciones delicadas, piel suave y cabello castaño que reflejaba la luz de las antorchas con un brillo etéreo. Sus ojos, aún cerrados, contenían la promesa de un futuro que la manada entera anhelaba.

La anciana de la manada, sabia y de rostro arrugado como la corteza de un árbol antiguo, se acercó despacio. Con pasos firmes, cargados de años de conocimiento y respeto, posó su mano sobre la cabeza de la pequeña y pronunció las palabras que todos habían estado esperando:

—La madre luna los bendijo con una omega —anunció, su voz temblando ligeramente por la emoción contenida—. Es la omega que toda la manada ha estado esperando.

Un suspiro de alivio recorrió el lugar, y la tensión acumulada durante horas se disolvió en un estallido de alegría. Afuera, las risas y los gritos de júbilo llenaron el aire. La llegada de una omega, especialmente una tan esperada, era un augurio de tiempos de prosperidad y unidad para la manada.

La madre acarició con ternura la mejilla de la pequeña, su piel era como un pétalo de flor. Aquel ser frágil y hermoso tenía un nombre, uno que ella había soñado desde antes de saber que su destino era dar a luz a una omega tan especial.

—Lalisa —susurró, dejando que la palabra envolviera a su hija como una primera bendición—. Se llamará Lisa.

El alfa asintió, sin apartar la vista de la bebe omega. La mirada en su rostro era una mezcla de orgullo y reverencia, consciente de la carga que el nacimiento de Lisa representaba. Pero en ese instante, mientras la luz de la luna se filtraba por las rendijas de la cabaña y bañaba la figura diminuta con su resplandor, solo había amor y esperanza.

La anciana, alzando la mirada hacia el cielo estrellado, sintió un escalofrío recorrerle la espalda. El nacimiento había sido tal como las escrituras antiguas lo habían predicho, pero en su corazón, una duda que no lograba callar surgió, un presentimiento enterrado entre líneas y susurros de la historia. Sin embargo, por esa noche, dejó que la celebración la envolviera, posponiendo lo que solo el tiempo revelaría.

***

Los meses pasaban y la belleza de Lisa se volvía el centro de todas las miradas. Su risa era pura, tan cristalina y encantadora que resonaba como un canto que llenaba de vida a toda la manada. Cada rincón del bosque parecía cobrar más color cuando ella corría por allí, con sus cabellos castaños y sus orejas moviéndose graciosamente al ritmo de su juego. Pero lo que todos esperaban, con un ansia contenida y reverente, era el día en que Lisa presentaría su aroma. La madre luna la había bendecido desde su nacimiento, y las escrituras antiguas predecían que su olor sería a lavanda, señal de una omega renacida, destinada a guiar y fortalecer a la comunidad. También se esperaba una pequeña marca que aparecería en su muñeca, un símbolo de su linaje ancestral.

Una tarde, mientras jugaba cerca de la cabaña de su familia, Lisa corrió hacia su madre con sus ojitos llenos de emoción.

—¡Mami! —saltó a sus brazos, riendo.

La madre, con una sonrisa dulce y un toque de preocupación apenas perceptible en sus ojos, le acarició los cabellos suaves.

—¿Qué sucede, Lisa? —preguntó, disfrutando del calor de su pequeña en su regazo.

Lisa acercó su boca al oído de su madre como si le contara un secreto importante.

—La anciana me dijo que soy una omega especial, ¿Es verdad, mami? ¿Es porque soy bonita?

La mujer soltó una risa suave, esa que solo las madres saben dar cuando las palabras de sus hijos les tocan el corazón.

—Eres mucho más que eso, mi pequeña —respondió, colocando a Lisa sobre sus piernas y mirándola a los ojos—. En unos meses, te presentarás oficialmente con tu olor. Serás la omega perfecta de la manada.

Lisa parpadeó, asimilando esas palabras. "la omega perfecta". La emoción brilló en sus ojos y no perdió la oportunidad de compartir la noticia con cualquiera que quisiera escuchar. Se escabullía por el pueblo, saltando de alegría y proclamando a los cuatro vientos que faltaba poco para ser la omega perfecta.

Finalmente, el tan esperado día llegó. Lisa llevaba una túnica blanca, simple pero radiante, que simbolizaba pureza y esperanza. Sus pies descalzos sentían la frescura del suelo cubierto de pétalos blancos que formaban un camino hasta el centro de la comunidad. Las antorchas crepitaban suavemente, iluminando los rostros de la manada, que miraban expectantes.

La anciana, de pie en el centro, mantenía una expresión solemne mientras observaba a la pequeña omega acercarse.

—Camina hacia mí, Lalisa. —dijo con voz profunda.

El corazón de Lisa latía con fuerza en su pecho, una mezcla de emoción y nerviosismo. Dio pasos pequeños y cuidadosos, con sus orejitas ligeramente temblando, hasta llegar al frente de la anciana. Ella sacó un frasco pequeño y brillante de su bolsa, un líquido que había sido preparado bajo la luz de la luna durante semanas, y lo vertió sobre sus manos, impregnando sus palmas con el aroma de la ceremonia.

—Estamos aquí para presenciar el olor oficial de nuestra omega. Lisa ha sido la bendición de la madre luna a nuestra comunidad. Yo, la sabia de la manada, libero el aroma de esta preciada omega. —anunció, mientras pasaba sus manos impregnadas por el cuerpo de la niña.

Una luz intensa brotó desde Lisa, envolviéndola en un resplandor tan brillante que todos los presentes cerraron los ojos un instante. Lisa sintió un calor recorrer su piel, sus ojitos se abrieron con sorpresa y un toque de miedo. De pronto, la luz se desvaneció de forma abrupta, y el frasco en las manos de la anciana estalló, esparciendo pedazos de vidrio y el líquido ceremonial.

El silencio fue quebrado por los murmullos de la multitud. La omega miró a la anciana, que la observaba con el ceño fruncido y una expresión de desconcierto que pronto se tornó en furia.

—No presenta olor. —anunció ella con una voz tensa que resonó en los corazones de todos. Tomó la muñeca de la niña con una mano firme y la alzó para inspeccionarla en busca de la marca prometida

No había nada.

Los murmullos se convirtieron en gritos y exclamaciones de asombro y decepción. Lisa sintió que el mundo se hacía más pequeño. Sus orejitas cayeron al escuchar las palabras que salieron de los labios de la anciana:

—¡Esta omega no sirve! —declaró, apretando con fuerza la muñeca de la pequeña, causando que Lisa gimiera de dolor. Sus ojitos se llenaron de lágrimas mientras buscaba entre la multitud a sus padres, solo para encontrarse con sus miradas, llenas de sorpresa y desilusión.

La multitud se movía inquieta, los murmullos se transformaban en sentencias silenciosas, y el juicio colectivo se sentía como una soga invisible alrededor del cuello de Lisa.

—¡Esta omega debe desaparecer de la manada! ¡Es una deshonra! —gritó la anciana, levantando a la pequeña, quien comenzó a patalear y llorar con desesperación.

—¡Mami! —chilló Lisa, extendiendo sus bracitos en busca del consuelo que hasta ese momento había sido su refugio, pero nadie se movió. Nadie se atrevió a detener a la anciana.

—Será aislada hasta que cumpla la mayoría de edad, luego será desterrada de la manada. Es una omega imperfecta. —sentenció la anciana, con una voz fría que selló el destino de Lisa bajo el brillo de las estrellas.

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