ᐢ O2.
No supo en qué momento había perdido la noción del tiempo. Los recuerdos se sentían como fragmentos rotos, y lo único claro eran esos ojos dorados que la observaban antes de que todo se volviera negro. Lisa abrió los ojos lentamente, parpadeando ante la luz tenue que iluminaba la habitación. Su cuerpo dolía por completo, cada músculo y articulación parecían gritar por el esfuerzo de la noche anterior.
Sus orejas estaban caídas, reflejo de su agotamiento físico y emocional, y sus ojos pesados le dificultaban enfocar. Intentó moverse, pero el dolor en sus extremidades la hizo soltar un pequeño quejido. Fue entonces cuando notó dónde estaba: una cama grande, cálida y sorprendentemente cómoda, un lujo al que no estaba acostumbrada.
Miró a su alrededor, reconociendo la diferencia abismal entre este lugar y su antigua cabaña. Aquí no había humedad, ni muebles desvencijados. La habitación estaba impecable, con paredes de madera bien pulidas, una chimenea encendida en la esquina y muebles de calidad distribuidos con buen gusto. La calidez del fuego contrastaba con el frío húmedo que recordaba del bosque.
Bajó la mirada hacia sus piernas. Las heridas estaban limpias y vendadas con precisión. Sus brazos también estaban tratados con un cuidado que la sorprendió. ¿Quién la había atendido?
—Despertaste.
El sonido grave de la voz la hizo sobresaltarse. Lisa se encogió al instante, apretando las mantas con nerviosismo. En el umbral de la puerta estaba la alfa de ojos dorados, su presencia imponente llenando todo el espacio. Llevaba una bandeja en las manos, y el aroma de la sopa humeante llegó hasta la conejita, haciendo que su nariz se moviera involuntariamente.
Sin embargo, la sensación de hambre fue reemplazada rápidamente por miedo cuando la alfa se acercó. Lisa tembló, abrazándose a sí misma, mientras sus orejas caían aún más.
—No temas, no te haré daño. —dijo la alfa, su tono calmado aunque firme.
Lisa no pudo evitar retroceder en la cama, acurrucándose como si quisiera desaparecer. JiSoo, la líder de los tigres, suspiró al verla reaccionar de esa forma, pero no hizo ningún movimiento brusco. En su lugar, se sentó cuidadosamente en el borde de la cama, dejando la bandeja sobre la mesita de noche.
—Has invadido un territorio muy peligroso —continuó la alfa, con la mirada fija en la conejita. Aunque intentaba sonar suave, su voz seguía siendo profunda y demandante—. Has tenido suerte de que mi gente no te atacara.
Lisa apretó las mantas con fuerza, bajando la cabeza en señal de sumisión.
—Gracias... —murmuró apenas, su voz temblorosa como una hoja en el viento. Sus ojos se llenaron de lágrimas nuevamente, cristalizándose mientras el miedo seguía enraizado en su pecho—. Por favor... No me hagas daño.
JiSoo sintió algo extraño en su pecho al verla. Esa pequeña omega, tan vulnerable y frágil, estaba temblando como si el solo hecho de estar cerca de ella fuera un castigo. No podía apartar la mirada de esas lágrimas, de esa postura encogida que clamaba por piedad.
¿Por qué me afecta tanto? pensó la alfa, intentando mantener su fachada imperturbable. Pero no podía ignorarla. Había algo en esa omega que la hacía sentir... Diferente. Como si cada lágrima que derramaba la desgarrara un poco por dentro.
Lisa sollozó, bajando aún más la cabeza. Sus hombros temblaban con cada respiro, y sus orejitas no se alzaban ni un poco.
—Omega. —llamó JiSoo, su voz cargada de autoridad pero también de algo más, algo que ni ella misma entendía.
Lisa levantó apenas la mirada, sus ojos brillantes por las lágrimas encontrándose con los dorados de la alfa. JiSoo decidió liberar una pequeña cantidad de sus feromonas. El aroma a incienso, profundo y calmante, llenó la habitación. Lisa parpadeó sorprendida, sus temblores disminuyendo poco a poco mientras el olor la envolvía como un abrazo cálido.
—Estás a salvo. —aseguró la alfa, tomando el tazón de sopa caliente y una cuchara de la bandeja.
Lisa miró el gesto con cautela, sus orejitas finalmente alzándose un poco. No dijo nada, pero tampoco retrocedió cuando JiSoo llevó la cuchara llena hacia ella. Con un movimiento lento, la omega abrió la boca y aceptó el alimento.
El sabor cálido y reconfortante de la sopa le arrancó una pequeña lágrima. No recordaba la última vez que alguien la había cuidado de esa manera. Lisa tragó con dificultad, y aunque su cuerpo seguía tenso, no rechazó las siguientes cucharadas que la alfa le ofreció.
—¿Cuál es tu nombre? —preguntó JiSoo mientras la alimentaba, intentando romper el silencio que parecía eterno.
—L-Lisa... —respondió la omega en un susurro, bajando la mirada nuevamente.
—Lisa, ¿De dónde vienes?
La conejita dudó, sus manos apretando las mantas con fuerza. No quería hablar de su manada, de los recuerdos que aún la atormentaban.
—No... No quiero volver ahí. —murmuró finalmente, su voz quebrándose.
JiSoo alzó una ceja, notando la profundidad del dolor en sus palabras. No insistió, aunque la curiosidad seguía ardiendo en su interior. ¿Qué había llevado a una omega tan frágil a vagar sola por un territorio tan peligroso?
—No necesitas hablar ahora —dijo la alfa, su tono más suave esta vez. Dejó el tazón vacío a un lado y miró a la omega—. Pero aquí, bajo mi protección, nadie te hará daño.
Lisa alzó la vista, sus ojos temblorosos buscando alguna señal de engaño en el rostro de la alfa. Pero todo lo que encontró fue firmeza, un extraño tipo de honestidad que no estaba acostumbrada a recibir.
—Gracias... —murmuró nuevamente, sus palabras cargadas de un alivio que apenas comenzaba a entender.
JiSoo asintió y se levantó de la cama, dándole espacio a la omega para que se acomodara.
—Descansa, Lisa. Mañana hablaremos más.
La alfa salió de la habitación, dejando a la conejita en la calidez del fuego y el aroma a incienso que aún flotaba en el aire. Lisa cerró los ojos, dejando que el cansancio la venciera finalmente. Por primera vez en mucho tiempo, sintió que podía dormir sin el peso constante del miedo en su pecho.
***
JiSoo soltó un suspiro pesado, sentándose en el sofá de la sala común. Había dejado a la omega descansando en la habitación, pero la inquietud seguía raspando su mente. Apoyó los codos en las rodillas y se frotó el rostro, como si así pudiera despejar el revoltijo de pensamientos que la atormentaban.
A unos metros, Rosé estaba en la mesa, disfrutando de la sopa que la alfa había preparado. La observó de reojo, notando la tensión en los hombros de su líder.
—¿No te cansas de invadir mi cocina? —gruñó JiSoo, dejándose caer más en el respaldo del sofá mientras echaba la cabeza hacia atrás.
—¿Y tú no te cansas de llevar problemas a casa? —replicó Rosé, dejando el plato vacío a un lado. Su mirada era inquisitiva—. Entonces, ¿Qué harás con el conejo?
JiSoo cerró los ojos, exhalando lentamente para contener la turbulencia en su interior.
—No lo sé. Tiene miedo... Miedo de volver a su manada.
—Eso es extraño —comentó Rosé, apoyando los brazos sobre la mesa—. Según sé, su manada está al otro lado del bosque. ¿Por qué alguien como ella vendría tan lejos, y peor, al área de los depredadores?
La pregunta se quedó flotando en el aire. JiSoo no tenía respuesta. Solo recordaba el terror en los ojos de la omega, las lágrimas cayendo sin cesar y el olor débil que, de alguna manera, había roto algo dentro de ella.
—¿Y bien? —insistió Rosé, levantando una ceja—. ¿Qué harás con ella entonces?
La alfa apretó los puños sobre sus rodillas. Había un torbellino en su pecho que no sabía cómo nombrar, y peor aún, su lado animal la mantenía al borde. Su tigre rugía, arañando desde el interior, como si exigiera respuestas.
—Rosé... —comenzó JiSoo, su tono era bajo, casi titubeante.
—¿Qué? —respondió la alfa, arqueando una ceja ante la expresión inusualmente insegura de la alfa.
—¿Cómo supiste que Jennie era tu omega?
El silencio que siguió hizo que Rosé frunciera ligeramente el ceño. Esa pregunta, viniendo de JiSoo, la tomó completamente por sorpresa. La alfa siempre había sido alguien reservada en temas amorosos, incluso indiferente cuando se trataba de vínculos o relaciones. Durante años, había mostrado una desinteresada calma hacia los omegas, lo que hacía esta pregunta aún más intrigante.
—Uhm... —Rosé se tomó un momento para pensar en su respuesta—. Pues, simplemente lo sientes. Es como si algo dentro de ti despertara, ese instinto de querer protegerla a toda costa, de enfrentarte a todo y todos por ella. Y luego... Solo la amas. Caí rendida ante Jennie desde el día en que la conocí.
JiSoo se quedó en silencio, con la mirada fija en el techo. La palabra "amor" resonó en su cabeza, pero no era algo que pudiera procesar tan fácilmente.
—¿Por qué lo preguntas? —presionó Rosé, inclinándose hacia adelante. Pero cuando no recibió una respuesta inmediata, sus ojos se entrecerraron con suspicacia—. ¡Por la Diosa Luna! No me digas... ¿Encontraste a tu omega?
El silencio de la alfa fue suficiente confirmación para ella.
—¿Quién es? —insistió Rosé, su tono más serio esta vez.
JiSoo se removió incómoda en el sofá, llevándose una mano al cabello y despeinándolo en frustración.
—Estoy confundida —admitió finalmente, su voz cargada de un peso que no podía explicar del todo—. Yo... Mierda.
Rosé cruzó los brazos, esperando que continuara.
—Todo comenzó cuando sentí su aroma. Era tan tenue, pero aun así... Lavanda. Mi tigre empezó a ronronear. No lo entendí en ese momento. Luego la vi. Estaba tan... Vulnerable.
Los ojos de la otra alfa se abrieron un poco más, sorprendida por lo que estaba escuchando.
—Y cuando la vi en mi cama, tan delicada, tan frágil... Algo dentro de mí cambió.
Rosé se enderezó en su asiento, la sorpresa pintándose en su rostro.
—Espera un momento... ¿El conejo?
JiSoo asintió lentamente, encontrándose con la mirada incrédula de su amiga.
—Creí que no tenía olor, pero... Mierda. —murmuró Rosé, frotándose la sien como si tratara de asimilar lo que acababa de escuchar.
El silencio se alargó entre ambas, roto solo por el crepitar de la chimenea en la esquina de la sala.
—Esto cambia las cosas, JiSoo. —dijo finalmente Rosé, su tono más grave.
—Lo sé —respondió la alfa, apretando los puños nuevamente. No había duda en su mente de que esta omega, ese conejo tembloroso, había desatado algo primitivo dentro de ella. Pero junto con eso venía una responsabilidad que no sabía si estaba lista para asumir.
—Entonces, ¿Cuál es el plan? —preguntó Rosé, recobrando su compostura habitual.
—Primero, quiero saber por qué huyó de su manada —dijo JiSoo, su voz recuperando algo de firmeza—. Algo le pasó allí. Algo la asustó tanto que prefirió arriesgarse a cruzar un bosque lleno de depredadores.
—Eso es evidente. Pero si esa chica es tu omega... —Rosé hizo una pausa para que sus palabras calaran—. No puedes perder el tiempo. Los demás lo notarán tarde o temprano, y no todos estarán contentos con que una herbívora comparta nuestro territorio, y menos con nuestra líder.
JiSoo sabía que tenía razón. Su manada era fuerte y leal, pero no todos aceptaban con facilidad a los extraños, especialmente a aquellos que no encajaban en su jerarquía de depredadores.
—La protegeré. —declaró JiSoo, su voz llena de determinación.
Rosé sonrió levemente, aunque su expresión seguía siendo seria.
—Eso espero. Porque si realmente es tu omega, no hay vuelta atrás.
La alfa asintió, su mirada fija en el fuego. Su tigre rugía suavemente en su interior, como si confirmara que la decisión ya estaba tomada. Lisa era suya, y no permitiría que nada ni nadie la lastimara jamás.
¡Gracias por leer!
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro