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XXXIII. Pieza faltante.



📌

La emoción que sintió al ver de nuevo a Chronos fue genuina, y aunque el dios se encontraba de espaldas a ella, Mina pudo reconocerlo a la perfección. Ambos se encontraban en el lugar que alguna vez fue su favorito, sobre un acantilado y una preciosa vista al mar.

La japonesa respiró con profundidad y se impulsó hacia la dirección en la que se encontraba su viejo amigo. Estaba al tanto que se encontraba en una falsa realidad, tal vez un sueño muy profundo, y aun así se sentía feliz de poder reencontrarse con él. Mientras iba acercándose, a unos pocos metros, Chronos se giró, su característica sonrisa y amables facciones le dieron la mejor bienvenida.

El labio inferior de Mina tembló y se lanzó a los brazos del dios, hundiendo su rostro en el pecho ajeno, dejándose envolver por los brazos del que consideraba su segundo padre, aquel que había cuidado de ella desde el nacimiento. Muchas veces había querido soñar con él, pero incluso si lo intentaba, no lograba materializarlo en su mundo irreal. Esa era su oportunidad. Probablamente la única que tendría para poder decirle que ella lo salvaría, que lo extrañaba.

— Pequeña... — La voz cansada del dios fue notoria. — Cuánto tiempo.

— Perdón, perdón por todo. — Mina repitió una y otra vez hasta que sintió las manos del mayor posarse sobre sus hombros y separarla de su cuerpo. La joven no se atrevió a alzar la mirada. — Yo me encargaré de todo... Hades me está ayudando y-

— Mina.— Llamó con suavidad. — No te expongas. — Dijo mientras daba un paso hacia atrás y la soltaba. — Si intentas hacer algo contra el Concilio, no podrás, no ahora. — El dios volvió su mirada hacia el mar que estaba a muchos metros bajo sus pies. — No puedo ayudarte desde donde estoy. Sin embargo, necesito decirte unas últimas cosas para que les saques provecho.

La castaña apretó los labios, tímidamente se acercó al lado del varón para demostrarle que tenía toda su atención.

— Sé que te oculté mucha información, pero creí que sería mejor que lo descubras tú sola.

Mina curvó una triste sonrisa . — No pude hacerlo por mi cuenta... lo lamento.

— Tendremos tiempo para disculpas después y yo seré el primero en arrodillarme frente a ti. No quise dejarte sola.

— No es del todo un sueño, ¿verdad? — La japonesa palmeó su pecho. — No te estoy imaginando. Lo siento aquí, siento que de nuevo estás a mi lado.

Chronos sonrió. — Eres lenta para el amor, pero rápida en otras cosas. — Alzó su brazo para ofrecerle su mano a la muchacha. — Acompáñame.

Sin dudarlo posó su mano sobre la palma del mayor. Se esperaba un viaje que la marearía, pero se quedaron en el mismo lugar parados. 

Su hermosa vista hacia el mar cambió a un frondoso bosque y la noche reemplazó al día.

A lo lejos, dos personas se encontraban sentados frente a una fogata.

— ¿Crees que Zeus lo haga bien? — La mujer preguntó a su acompañante.

— ¿Gobernar? — El varón alzó el rostro dejando a Mina reconocerlo, era Chronos. —  Tal vez. Lo conoces, tiene ideas un tanto... extremistas.

— Esas ideas pueden llevarlo a su ruina. — Respondió mientras miraba algunas sombras aparecerse entre los árboles. La mujer invitó a sus entrometidas hijas acercarse para que disfrutaran del calor de la fogata y volvió su atención a Chronos.

— En cualquiera caso, tú tienes el poder para interceder.

— Tú todavía no puedes verla, ¿verdad?

El dios arrugó su entrecejo. — ¿El qué?

— La destrucción. — La mujer miró a través de las llamas: un escenario apocalíptico, su creación siendo destruida. — El destino ya está escrito y es mi deber proteger mi legado.

Mina entrecerró los ojos, la voz de esa misteriosa mujer hacía eco en su cabeza y tras pensarlo muy bien, por fin pudo reconocerla. En Ítaca, esa semana, la había escuchado. Tragó saliva y empezó a creer que no había sido ninguna coincidencia encontrarse con varias ninfas que obedecían las órdenes de una enigmática mujer en ese lugar.

— ¿Y cómo intercederás? — Chronos volvió a preguntar mientras doblaba sus piernas y las abrazaba. El frío empezaba a ser insoportable.

Levantándose de su lugar sólo le bastó mirar a su alrededor para que la temperatura aumentara, ahora era más cálido. — Ciertamente... todavía no lo sé. — La mujer sonrió mientras despeinaba al dios, un acto de cariño que solo él podía recibir.— Pero algo debo de hacer para salvar a todos.

— Gea... — Llamó mientras se levantaba y tomaba la muñeca de la gran diosa para evitar que se alejara. — ¿Qué tanto amas esto? 

— Todo lo que ves soy yo, es de mi propiedad, mi creación. — Con suavidad se soltó, empezando a caminar en una dirección cualquiera, escuchando tanto a Chronos como a sus hijas seguirla. —  Amo a cada ser que vive en este mundo porque son parte de mí. Todos nacieron de una misma madre, ¿por qué odiarse unos a otros? ¿Por qué desear la destrucción de su hogar? Aborrezco las guerras y los conflictos. — Gea sonrió con dulzura hacia una de sus pequeñas que iba acercándose a ella con timidez. Tendiendo su brazo, acarició la cálida mejilla de la muchacha. — Sueño con la paz y tranquilidad pero no soy capaz de actuar con firmeza, ¿no es absurdo viniendo de mí?

Ella irradiaba pureza y amor, dos importantes rasgos que tanto las personas como los dioses habían ido perdiendo a lo largo de los años, y Chronos lo sabía.

El dios guardó silencio mientras apartaba la mirada. Un tanto avergonzado, susurró: — Déjamelo cuidar de ti así como tú cuidas de todos. No es necesario que tú te manches las manos...

— Mi intención no es utilizar a otros.

— No lo harás. — Habló rápidamente. — Dices que solo puedes ver destrucción, entonces que alguien te reemplace... que alguien como tú, con el mismo amor y dedicación se encargue de todo sin sentirse obligado.

— No existe una persona así.

— Tenemos mucho tiempo para encontrarlo.

Mina estaba tan concentrada en la conversación que no se dio cuenta que apretaba los puños lo suficientemente fuerte como para dejar marcas de sus uñas sobre la palma de sus manos. Temblaba ante sus propios pensamientos y la posibilidad que se abría ante ella de ser la persona elegida por Gea. Se sentía mareada. No se consideraba digna, no realmente. Ella era descendiente de un dios y una mortal. Perseguida por el Concilio. Con poco control de su poder y proclamada como rebelde por el mismo soberano del Olimpo. Su nombre estaba manchado.

El panorama de nuevo cambiaba. Para esa ocasión sí pudo diferenciar a los tres hombres que yacían a mitad del bosque.

— Tiene salvación... dámela.

El guerrero abrazó a su hija llevándola a su pecho sin querer dejarla. Odiaba que trataran a su niña como un objeto que podía pasar de mano en mano.

— ¡Te dije que ella tiene salvación! — Gritó completamente irritado cuando Ares se arrastró lejos de él. Le resultaba incómodo ver a tan fuerte hombre comportarse como un completo asustadizo, alejándose mientras negaba reiteradas veces. Cerró los ojos y respiró profundo. — ¿Pueden confiar en mí?

Hades se acercó al pobre padre que seguía negándose a las peticiones de Chronos y se arrodilló frente a él. — Tal vez no confíes en él. — Dijo suavemente. — Pero en mi sí. Si él dice que todavía podemos hacer algo, debe tener sus razones.

Ares, todavía sintiendo que no debía hacerlo, entregó a su hija.

Era el turno de actuar Chronos se sentía  nervioso por alguna razón que desconocía. Miró a la bebé que cargaba, no había rastros de vida y aun así tenía una última pizca de esperanza. Sus visiones eran claras, esa niña necesitaba vivir si deseaba un futuro esperanzador.

Tomó un respiro y se fue arrodillando. La única forma de comprobar si estaba haciendo lo correcto era preguntando.

Él no tenía la última palabra.

— Hay mucha confusión en mi cabeza... — Fue hablando en voz baja mientras depositaba el pequeño cuerpo sobre el frío suelo. Tanto Hades como Ares intercambiaron confundidas miradas. — Traer a la vida a alguien... sabes que es imposible para mí o para cualquiera de nosotros. No para ti. — Sus manos fueron retirando las mantas y dejó escapar un largo suspiro. — No me interesa ayudar a alguien como Ares, ni siquiera me interesa estar aquí, pero la única razón por la que he deambulado de un lugar a otro, sin un hogar, sin ningún lazo, era solo para llegar a este momento. He buscado con ahínco a la persona que merezca tu sabiduría y tu poder y ninguna es digna... pero esta niña... ¿por qué no puedo dejar de ver a esta niña peleando por la vida de todos, incluso la mía?

Hades se fue acercando, ahora sí que desconfiaba. Chronos parecía un verdadero loco hablando con alguien que, obviamente, no se encontraba allí. Cuando intentó tomar a la hija de Ares, una rama se extendió a lo largo del suelo haciéndolo caer, siendo ayudado de inmediato por Ares a reincorporarse.

Chronos no prestó verdadera atención a lo que pasaba a su alrededor, ni siquiera a la ruidosa tormenta que hacía de ese momento más tenso. Su mano la posó sobre el pecho descubierto de la pequeña y cerró los ojos.

— Déjame saber si me he equivocado o no... por favor.

El dios de la Guerra dejó de lado a Hades cuando una luz brilló sobre su hija. No le importó correr hacia ella y dejarse caer al lado de Chronos, sus expectativas ahora eran altas, no pudo evitar emocionarse al pensar que realmente existía una oportunidad para su niña. Limpió sus lágrimas y miró con atención.

Su boca se secó y sus músculos se tensaron cuando, después de unos segundos, una figura blanca iba apareciéndose frente a ellos.

Una hermosa mujer con una corona de flores sobre su cabeza y ropa hecha a base de hojas se materializaba mientras que sus pequeñas y suaves manos las posaba sobre las de Chronos ayudándolo en su labor.

La luz que desprendía era tan alta que la oscuridad de la noche era casi imperceptible.

— Estás aquí... — Chronos susurró sin poder camuflar la felicidad que sentía al tener a Gea cerca. — Eso quiere decir que no me equivoqué.

— Es una criatura. Un ser indefenso y puro. — La mujer miró a Ares, el gran dios guerrero, quién diría que él podía llorar. — Nació de un amor sincero. — Prosiguió. — Chronos, tú también tuviste visiones sobre ella, será una jovencita fuerte.

— Amable, responsable.

— Amorosa y decidida. — Finalizó la mujer. — Pero con un gran peso sobre sus hombros. — Comentó con tristeza.

— Es el precio que se debe pagar por un gran poder.

Gea alzó la mirada, una sonrisa adornaba su hermoso rostro. — Pero confías en ella. De lo contrario, no estarías depositando parte de tu poder en su cuerpo. ¿Sabes que quedarás unido a ella?

El dios se quedó callado, no lo admitiría a viva voz, pero no quería cometer ningún error. Si esa pequeña era la responsable de salvar lo que Gea tanto amaba, entonces él también contribuiría, incluso si iba contra sus propias reglas.

Tras esa pequeña conversación, nadie se atrevió a hablar. Tanto Hades como Ares se limitaron a ser simples espectadores de la maravilla que Chronos y la mujer desconocida creaban.

— Adoren su triunfo. Y recen por su salvación.

Gea dio esas últimas palabras cuando su trabajo había acabado, parte de su propio poder ahora estaba depositado en un pequeño, lindo y adorable envase.

El primer rayo solar llegó, y junto a este, el brillo en los ojos de una recién nacida. La tormenta había acabado.

El recuerdo acabó y Mina despertó.

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