XLVIII. El dios de la forja y la cazadora.
El último, bebés. Como dije, fue cortito. :(
Solo quiero aclarar que el final está cerca. Lamento si hay algún error en este.
•••
El Olimpo solía ser un lugar tranquilo, al menos así lo recordaba, pero a raíz del torneo organizado por Zeus, la mayoría se encontraba en el mundo mortal intentando demostrar que eran merecedores a una ascensión como dioses. La nada misma le dio la bienvenida, Mina se preguntó dónde se encontraba Afrodita, hasta donde ella sabía, la diosa prefería pasar sus tardes descansando de un largo día en el Tártaro a tener que descender para ensuciarse las manos con sangre inocente.
—¿Qué hacemos aquí? —Preguntó en voz baja, sabía que nadie podía escucharla, pero aún así no deseaba exponerse.
—Primero...— Dijo alzando su índice. — Se acaba con los suministros.
Mina no comprendía lo que decía, al menos hasta que escuchó el sonido de un metal siendo aplastado por lo que parecía ser un enorme martillo. —¿Él está aquí? — Y parecía estarse cuestionando a sí misma, podría haber puesto las manos al fuego asegurando que Hefesto era uno de los primeros en las filas de Zeus. El dios no era de su agrado, pero sentía cierto respeto hacia las grandes cosas que lograba crear con solo sus manos y un martillo, fue entonces que comprendió lo importante que era como para ser al primero que buscaban.
—Mina, ¿cómo se asesina a un dios?
Aquello era imposible. Estaba segura que muchas veces Zeus se había preguntado lo mismo para así poder deshacerse de su hijo, y al no llegar a una respuesta clara la única opción que tuvo fue debilitarlo lo suficiente como para poder encerrarlo. Lo mismo habían hecho con ella. — No se puede. — Respondió con seguridad después de unos segundos.
La diosa asintió. — Todos los dioses comparten la inmortalidad y les di un don especial para que el mundo pueda existir en equilibrio. Lamentablemente, la mayoría no usó esas habilidades para el bien.
—Ni que lo digas...— Mina se giró en su dirección. — Pero, ¿a qué quieres llegar?
—A veces, tu mayor fortaleza es tu debilidad. — Respondió. — Quiero que lo tengas siempre en cuenta, y eso aplica para todos... inclusive para ti.
—Llegaron tarde. — Una tercera voz llamó la atención de Mina ya que Gea estaba al tanto de esa presencia extra. Ambas alzaron la vista hasta la torre principal del palacio, allí, sentada al borde de una ventana se encontraba Artemisa. — Todos se han ido ya.
—¿Y por qué estás aquí? — Cuestionó la mayor. —¿Te dejaron vigilando? — La educación con la que se expresaba le resultaba fascinante a Mina.
Artemisa no respondió, y se dejó caer, diez pisos no eran lo suficientemente altos como para dañarla. Una vez sobre el suelo se dirigió a las dos intrusas. Frente a ella tenía a la madre de todo y de todos. — No creí que tendría la oportunidad de verte. Nunca te muestras... — Comentó mientras se hincaba por simple cortesía.
—¿Por qué no te veo sorprendida de vernos por aquí?
—Habían rumores de que empezabas a mostrarte por algunos lugares...—Hizo una pausa y miró a Mina. — Lugares donde ella se encontraba.
A Mina le resultaba extraña la tranquilidad y confianza con la que Artemisa se dirigía a Gea. Cualquiera en su lugar temblaría ante la sola presencia de esa magnífica diosa, ella lo haría de estar en el bando enemigo. ¿Era una trampa acaso? ¿Todos se encontraban escondidos y aguardaban para atacar?
—Zeus no está aquí.
—Lo sé. No es él a quien buscamos.
Artemisa sonrió y fue retrocediendo.
—A ti no te dejaron vigilando, ¿no es así? — Volvió a preguntar Gea. — Estás aquí para cuidar de Hefesto.
La diosa menor sonrió y alzó sus manos. — Atrapada.
Las tres escucharon ladridos, tan fuertes que lograban poner nerviosa a la japonesa... iban acercándose. Sus párpados se ampliaron al ver que tras Artemisa una jauría se acercaba.
—¿Conocen a mis perros de caza? — Cuestionó mientras se colocaba sus guantes de cuero. — Son los mejores atrapando a quienes rompen las reglas.
A Mina no le dio tiempo de formular un plan para combatirlos, esas bestias saltaron en su dirección y lo único que pudo hacer fue empujar a Gea lejos. Alzó su antebrazo recibiendo una primera mordida y con su mano libre desenfundó su espada, empuñó con fuerza el mango y no tuvo reparo en alzarla para atravesar al animal. El enorme perro chilló por varios segundos antes de que Mina lo sacudiera con fuerza para así lanzarlo lejos. Uno menos. Pensó. Faltan tres.
El trío restante la rodeo, gruñendo y amenazando con atacar. La joven humedeció su labio inferior y fue girando para no perder de vista a ninguno.
El primero se lanzó y Mina lo evadió, el segundo lo imitó y a las justas pudo esquivarlo, fue en ese instante en que el tercero la atacó y logró su cometido, Mina apenas pudo verlo y cayó de espaldas al suelo, con sus brazos extendidos y atrapados por las enormes patas del animal.
Artemisa entrecerró los ojos cuando su perro -si es que así podía llamarlo- clavó sus colmillos en el costado del cuello de la joven, ocasionando que esta gritara ante el dolor.
Mina tomó varias respiraciones sintiendo esa zona adolorida mientras la sangre salpicaba, apretó sus dientes y a pesar de que esa mordida había logrado adormecer su cuerpo entero, no estaba dispuesta a perder contra un animal. Con dificultad flexionó sus piernas y con sus pies logró patearlo lejos. De un solo impulso se levantó y recogió su espada de nuevo.
No se molestó en detener la hemorragia, por el contrario, permaneció atenta y antes de que pudiera ser atacada de nuevo, se apresuró sacar de su cinturón su daga y lanzarla, había apuntado directamente al pecho del animal que corría en su dirección, pero gracias a los nervios y las ganas de acabar rápido, su pequeña arma terminó perfectamente encajada en el ojo izquierdo de su objetivo. También sirve. Pensó. Dos menos.
Corrió hasta el perro agonizante y de un solo tirón le quitó la daga del ojo, era una escena muy sangrienta y ella en especial estaba en contra del maltrato animal pero esas bestias ni siquiera debían ser consideradas como mascotas, por lo que no sintió remordimiento alguno al oírlo aullar ante la agonía. Tras eso fue mucho más fácil ocuparse de los dos restantes, bastó con moverse ágilmente entre los enormes cuerpos, confundirlos y de una sola estocada asesinarlos.
Artemisa que había sido espectadora disimuló la ira que sintió al ver a sus preciados cachorros caer en combate. Forzó una sonrisa y aplaudió tres veces, muy lentamente.— Bravo.— Dijo con sarcasmo.— Ahora veamos cómo se te da con una diosa.
Mina apenas podía recuperar el aliento, habían sido rápidos movimientos y su condición todavía no era la mejor. Buscó apoyo en Gea pero esta seguía sin inmutarse, solo observaba. Ligeramente molesta volvió a atender a Artemisa.— Como quieras...— Respondió de forma entrecortada. Bajó su brazo y la punta de su espada chocó con el suelo a la misma vez que sus ojos cambiaban de color y recobraba su energía.— Solo debo recordarte que fui yo quien le cortó una mano a tu hermano.
•••
Todas, en silencio, observaban a sus dos nuevas invitadas comer como si el mundo estuviera acabándose -que lo estaba- pero ni JeongYeon podía evitar pensar que ese gran apetito terminaría en una terrible indigestión. Claro, ninguna se atrevía a poner un alto porque sabían que esa rubia les había ayudado y la niña que la acompañaba les resultaba muy adorable como para quitarle el su quinto plato en menos de dos horas.
—¡Delicioso! — Señaló la pequeña pelinegra después de, prácticamente, beber toda la sopa desde el plato y acabársela. Aguardó unos segundos antes de alzar la mirada hasta JiHyo que se encontraba al frente suyo en la mesa. — ¿Hay más? — Cuestionó.
—Mi hermana está preparando más...—Respondió dulcemente a la niña, intentando no reír por el desastre que era mitad de su rostro. Antes de alzar una servilleta y ayudarla a limpiar, un bracito se le adelantó.
—No deberían comer así. — Para sorpresa de todos era DaHyun que se había tomado la molestia de limpiar a la otra niña con su propia servilleta que no había tenido la oportunidad de usar. — Mis hermanas dicen que les puede doler la pancita. — Los grandes y bonitos ojos de ChaeYoung se posaron en sus finas facciones. — Y tal vez no les quede espacio para el postre. — Y aquello, al menos para DaHyun, era un sacrilegio. Quedarse sin el postre era lo peor que podría pasarle.
—Mi estómago es de acero. — Comentó la rubia cortando por completo la interacción de las dos niñas.
Tzuyu entrecerró los ojos e impidió que Momo se sirviera de nuevo. — Hija de Poseidón, ¿verdad? — Preguntó solo para desviar su atención de la comida. — Hades me comentó que siempre es difícil localizarte.
—Me gusta navegar. — Explicó, lo único que podía gustarle más que la comida era el mar, ¿y cómo no? Si se había criado bajo este mismo. — Y a papá le gusta que conozca mi futuro reino, hace unos días estaba comiendo un delicioso pescado... que yo pesque, por cierto... — Aclaró guiñando un ojo hacia Aria que -avergonzada- bajó la mirada. Tzuyu intentó ignorar esa interacción y fingió que le interesaba la historia de la rubia. — Y a lo lejos, las personas en esa playa empezaron a huir aterradas. Era un completo caos. No entendía nada así que decidí volver a casa, me tomó una semana entera hacerlo y para cuando lo logré mi padre y mi tío me habían dejado la orden específica de ayudarlas. Me costó encontrarlas, he de admitir.
La taiwanesa golpeteó la suela de su zapato y esta vez miró a las dos niñas que, aburridas de esa plática, se alejaron, escuchando a ChaeYoung halagar la mochila de tigre que DaHyun tenía consigo.
—¡Es mi animal favorito!
—¿Y qué hay de ella? — Preguntó por fin mirando de nuevo a Momo, esa expresión petulante que la rubia llevaba desde el primer minuto desapareció.
—Atacaron el orfanato en el que vivía. — Bajó la voz y se inclinó hacia adelante para que los que se encontraban en la mesa pudiesen escuchar. — Solo pude salvarla a ella... y no pude dejarla a su suerte. A la primera noche habrían acabado con su corta vida.
Tzuyu sabía que sus recursos eran limitados, alimentar a una anciana, siete chicas y dos niñas era exagerado, las despensas empezaban a vaciarse y salir a buscar más comida -ahora que Hades no se encontraba- representaba una amenaza, sin embargo, le resultaba imposible darle la espalda a las recién llegadas. En su propio debate sintió la mano de Sana escabullirse por debajo de la mesa para alcanzar la suya que reposaba sobre su muslo.
—DaHyunnie ahora tendrá con quien jugar. — Expresó la pelirrosa con alegría. — Una mano extra siempre es bienvenida.
Ligeramente sorprendida, la morena se volteó a verla.
—Claro que sí. — Apoyó JiHyo. — No sé muy bien lo que hiciste allí afuera, pero nos sacaste de un apuro.
—Estoy aquí para cuidarlas. — Remarcó mientras golpeaba su pecho con su puño suavemente. — Nadie les hará nada en mi turno. Y al parecer, tendré una buena compañera. — Dijo refiriéndose a Tzuyu. — Debieron ver cómo se sacó de encima a ese inútil, fue asombroso y-
—No es necesario entrar en detalles. — Pidió la morena, además de la llegada de esa rubia tan habladora, tenía otra preocupación en su mente que nació justo en el momento que escuchó esa voz femenina desconocida. No deseaba darle falsas esperanzas a nadie, sobretodo a NaYeon, tal vez la desesperación por querer liberarse de YoonGi había ocasionado que se imaginara todo. Si Mina estuviese libre ya habría corrido a los brazos de la coreana. ¿Y qué hay de la fuerza? Se cuestionó, a pesar de buscar una explicación a eso no la hallaba.
—¡La comida está aquí! — NaYeon anunció mientras alzaba la olla recién preparada. JeongYeon y Momo fueron las únicas en celebrarlo.
•••
Mina escupió su propia sangre mientras caminaba en dirección de Artemisa que permanecía en el suelo inconsciente. No sabía con exactitud cuánto tiempo les había tomado llegar a ese punto, pero no había sido nada fácil. La diosa era una admirable cazadora, ágil, con grandiosa puntería y una notable habilidad para manejar una espada y Mina, al parecer, se había vuelto su presa.
Su respiración era agitada, sus pasos torpes y mientras se acercaba a la diosa, arrastraba su espada generando un molesto sonido. Cada paso era una gota de sangre derramada, en ese momento ignoraba por completo su labio y ceja rota, por lo menos no había recibido ningún corte que atentara contra su vida. Estaba exhausta, sí, pero con unas horas de descanso podría reponerse.
Cuando sus pies chocaron con el costado de Artemisa, alzó su espada, dispuesta a atravesar con esta el corazón de la diosa.
—Recuérdalo, Mina, un dios no puede morir...— Gea, quien había sido una espectadora de la lucha, habló por fin.
La joven la miró con reproche, no había recibido ningún tipo de ayuda por parte de la mayor. Gea le había aclarado que no era una guerrera, pero no tenía que tomárselo tan en serio. — Lo sé. — Respondió. — Pero podemos encerrarlos... ¿No?
La diosa sonrió orgullosa, Mina al fin se había dado cuenta de la única opción que tenían y de la razón por la que no se había atrevido a dañar la infraestructura del Tártaro, todavía lo necesitaba para contener el poder de esos dioses rebeldes.
Mina suspiró cansada y prefirió apurarse, empuñó su espada y con esta atravesó el pecho de Artemisa, ante el cansancio fue agachándose hasta quedar arrodillada y con la frente sobre sus manos que no soltaban el mango de su arma.
—Buen trabajo, Mina.
La menor logró percibir una nueva presencia acercarse y cuando quiso levantarse fue muy tarde, un fuerte golpe en su estómago la mandó por los aires varios metros, y al caer, la fuerza con la que había sido empujada ocasionó que el perfecto suelo que adornaba el Olimpo sea destruido dejando solo una nube de tierra. La japonesa perdió el aire y emitió fuertes jadeos intentando recuperarlo.
Entre ese manto de tierra Mina logró distinguir a Hefesto, la silueta del dios era inconfundible: robusto, bajo y el martillo que cargaba a medida que se acercaba solo él podía sostener. La joven gateó intentando alejarse de él, ganar tiempo y recuperarse, tal vez se había fracturado un par de costillas.
—Tú deberías estar encerrada como la delincuente que eres. — Dijo Hefesto apoyando su preciado martillo sobre su hombro, miró a Artemisa y alzó una ceja. — Patética, perdió contra una niña como tú. — El dios, por el momento, ignoraba la presencia de Mina, solo se encargaba de buscar a su alrededor, no quería perderse la oportunidad de ver a la diosa más bella, Gea. En cualquier otro momento, muchos años atrás tal vez se habría arrodillado y jurado lealtad absoluta a la más poderosa del universo, pero ahora sabía que ella no se encontraba en la mejor las condiciones.
Zeus había llamado a una reunión antes de que todos partieran al mundo mortal.
—Tengo mucho trabajo. — Se quejó Hefesto, él era el responsable de crear las armas para casi todos y a pesar de trabajar sin descanso las últimas semanas, todavía no estaba alcanzando la perfección. — Espero que sea rápido.
—Cállate y escucha. — Apolo se acercó a Hefesto y con su única mano presionó el hombro del dios para que este se sentara en su lugar correspondiente. — Tiene importantes cosas que anunciar.
—Será rápido. — Zeus caminó hasta estar al frente de la pequeña reunión. — Ahora Mina está encerrada, su poder está siendo contenido.
—¿Pero? — Atenea preguntó mientras se cruzaba de brazos.
—Ella cuenta con un respaldo.
Todos sabían a quién se refería y se sintieron ligeramente intimidados ante la sola mención de esa poderosa diosa.
—No sean cobardes. — Masculló Apolo con una enorme sonrisa. Se movió hasta estar al lado de su padre y dio ligeras palmadas a la espalda de este para que siguiera hablando. — Vamos, padre, diles, diles.
—Cuando esa niña nació Gea compartió parte de su poder con ella y hasta ahora no ha sido capaz de recuperarlo... ¿cómo decirlo? Todavía está debilitada.
—¿Cómo puedes estar tan seguro? — Hera pocas veces intervenía en las reuniones de su esposo, pero esta vez se sintió atraída por la conversación que tenían, incluso si ella estaría como una espectadora.
—Porque tuvo las oportunidades suficientes para ayudarla pero no lo hizo. — Zeus alzó su índice y sonrió, era más que obvio que él no se imaginaba los verdaderos planes que Gea fraguaba. — Es por eso que quiero que recuerden esto: no le tengan miedo. Alguien que no tiene sus poderes por completo no es más fuerte que nosotros. Estoy seguro que podrán vencerla.
—¿Qué hay de Mina?
—Ella es lo de menos. — Interrumpió Apolo completamente indiferente. — Incluso si pudiese escapar no estaría en la mejor condición.
Y tenía razón, pero ninguno de los dioses -salvo uno- se detuvo a pensar en lo que pasaría si Gea y Mina se juntaban.
Hefesto parpadeó y prefirió no perder el tiempo, había decidido ser él quien entregara las cabezas de esas dos a Zeus, guiado por las palabras de Apolo ganó confianza como para querer enfrentarla. Acercándose hasta Mina se inclinó y antes de que esta pudiera correr la tomó por el cuello, apretando y riendo por los desesperados intentos de la menor para zafarse. La alzó por unos segundos antes de volver a tirarla lejos.
—Déjame felicitarte. — Siguió parloteando. — Debes ser la primera persona que escapa de ese asqueroso lugar completamente cuerda... perdón, perdón, dudo que lo estés como para venir hasta aquí.
Mina empezaba a cansarse de escuchar las palabras del dios que desbordaban arrogancia, sin embargo, todavía se encontraba agotada por la lucha que había tenido con Artemisa, además la herida en su cuello todavía no se curaba por completo y la pérdida de sangre empezaba a pasarle factura. Aunque intentó más de una vez, no lograba concentrar su poder. Mientras Hefesto hacía su monólogo innecesario casi corrió hasta su espada que todavía se encontraba en el cuerpo de la diosa.
—¡Ah! ¡Eres muy inteligente! — Hefesto sonrió y dejó que la chica llegar a su arma, pero antes de que esta pudiera tomarla tomó con ambas manos el mango de su martillo y golpeó el suelo con grandiosa fuerza.
Una grieta empezó a formarse en dirección de la muchacha y cuando sus dedos apenas rozaron su espada, un enorme pilar de roca se alzó, golpeando duramente su abdomen. Mina cerró los ojos ante el dolor e inevitablemente escupió sangre. Al caer se sentía aturdida, mareada. Debía dejar de recibir golpes gratis o terminaría siendo ejecutada antes de poder luchar dignamente.
—Esto es aburrido. — Comentó él, quiso reírse y miró en dirección de Gea. — ¡¿Es ella a quien salvaste?! — Cuestionó volviéndose hacia Mina, fueron apenas unos segundos en los que se distrajo, y cuando volvió su atención a la diosa, esta ya no se encontraba en su lugar. — ¿Qué...? — Su labio inferior tembló, Gea ahora se encontraba arrodillada al lado del cuerpo de la joven. Hefesto ni siquiera lo pensó, volvió a golpear el suelo y otra grieta se formó, sin embargo, ningún pilar pudo dañar a esas dos ya que la diosa había alzado su brazo creando un campo verde semi-transparente que las cubrió por completo.
Mina fue reincorporándose lentamente mientras su energía era renovada, miró a Gea que no apartaba la vista del dios, tal vez analizando sus próximos movimientos. Podía intuir que ella se encargaría de la fuerza y que Gea sería su pilar, aquella que le brindaría soporte cada vez que lo necesitara. La joven exhaló con fuerza y con su antebrazo limpió la sangre de sus labios, ya no debía preocuparse por la herida en su cuello, aunque sabía que le estaba dejando una espantosa cicatriz, ya no se encontraba abierta.
El campo se rompió y el suelo bajo los pies de Mina se hundió antes de que se lanzara hacia el varón.
Hefesto podía ser muy fuerte, no lo negaba, pero gracias a su contextura y el peso de su arma no era lo suficientemente rápido.
El dios por primera vez se enfrentaba a la muchacha. Muchas veces, por boca del propio Apolo, había escuchado el miedo que podría causar verla directamente a los ojos, ahora lo comprobaba. Mientras ella se acercaba, la oscuridad iba apoderándose de sus orbes. Él rápidamente la evadió y aunque Mina pudo haber caído gracias al fuerte impulso que había tomado, extendió sus brazos y usó sus manos como soporte, flexionó sus brazos y -nuevamente- se impulsó para patear a Hefesto directamente en la quijada.
Ese inteligente movimiento le dio la oportunidad perfecta para despistar a Hefesto y correr hacia su espada, el acero deslizándose entre la piel de Artemisa resonó en el Olimpo.
Mina sostuvo el mango entre ambas manos y se giró en dirección del dios, con el ceño fruncido y un hilillo de sangre resbalándose desde la comisura de sus labios hasta su mentón.
Gea se encontraba como una simple espectadora y aunque apostaba todas sus cartas a que Mina vencería, no pudo evitar aguantar la respiración, el ambiente era tenso y el choque de poderes llegaba a ser palpable.
Hefesto relajó su brazo, no se iba a dejar intimidar. Impulsado por sus deseos egoístas de acabar con esas dos, intentó atacarla de nuevo. Era el vivo ejemplo de fuerza bruta sin inteligencia. Golpeó con fuerza el suelo, el pilar se alzó pero esta vez Mina lo usó a su favor utilizándolo como una plataforma para alcanzar una altura considerable.
Una vez segura, se dejó caer.
En el aire sacó su daga del cinturón. Su puntería no era como la de Tzuyu pero al menos lograría ganarse algo de tiempo, y jugando con el pequeño cuchillo entre sus dedos terminó lanzándolo, atravesando por completo el hombro derecho del dios creando un charco de sangre considerable. Lo escuchó gritar pero no había sido suficiente para derribarlo.
Hefesto gruñó y pateó lejos la daga que había quedado clavada en el suelo gracias a la fuerza con la que había sido lanzada. Era su turno. Aunque esa niña poseía un increíble poder, se notaba que el esfuerzo que realizaba era doloroso. Tomó un respiro y dio una gran pisada sobre el suelo, varias piedras se alzaron quedando a su entera disposición. Con solo su mano guio estas y las envió hacia la chica que, con extrema destreza las esquivaba o desviaba con ayuda de su espada.
—Hoy estarás junto a tu madre. — Se burló.
Su mano apretó el martillo y al hacerlo humo rojo empezó a desprender gracias a la fuerza que ejercía. Muchas veces, entre los murmullos que recorrían el Olimpo hablaban sobre el poder oculto que Hefesto poseía. La fuerza que el dios de la forja poseía superaba a cualquier otro, pero en lugar de utilizarlo en el campo de batalla, se dedicaba a crear asombrosos objetos que terminaban siendo halagados por todos.
Gea amplió sus párpados, tal vez lo había infravalorado. Intentó responder al próximo golpe que él haría pero, por primera vez, alguien era capaza de romper uno de sus escudos.
Hefesto había concentrado todo su poder y lanzado su martillo en dirección de Mina, la velocidad había sido tan asombrosa que hasta él mismo se sorprendió cuando su preciada arma sobrepasaba la defensa creada por Gea. El sonido era parecido a un vidrio rompiéndose.
Mina apenas reaccionó y formando una equis con sus brazos logró detener el mazo o de lo contrario le habría volado la cabeza. Sus pies no pudieron adherirse al suelo y realmente esperaba el impacto contra el suelo nuevamente, pero este nunca llegó, Hefesto se había acercado a ella, sujetándola por el rostro para evitar que cayera, sus enormes palmas hacían tanta presión que un humano cualquiera no habría resistido y terminado con el cráneo hecho trizas.
La joven cerró los ojos ante el dolor y la horrible sensación de que pronto los restos de su cabeza quedarían esparcidos por el Olimpo. Mientras era alzada intentaba patearlo lejos pero ninguno de sus intentos daba buenos resultados, el olor a hierro fundido llegó a sus fosas nasales, de no haber sido por su propia voluntad tal vez habría vomitado allí mismo, humillándose sola ante Hefesto.
—¿Puedes sentirlo? — Preguntó el dios en voz baja, completamente excitado. — Es el olor de la forja... tú serás mi próxima obra y te convertirás en el regalo de Zeus.
Mina dejó caer su espada y Hefesto estaba seguro que había logrado la rendición de esa niña. Se quedaron en esa posición varios segundos, aunque él intentaba nivelar su fuerza para no reventarle el cráneo -no todavía-, ella lentamente iba mandando su cabeza hacia atrás incluso con las manos ajenas rodeándola.
Cuando la japonesa tuvo suficiente -y con el pequeño impulso obtenido- golpeó con fuerza la cabeza ajena con la propia, su frente se ganó un corte y la sangre de ambos se mezcló.
Gea evitó cerrar los ojos, el golpe había sido lo suficientemente fuerte como para que las paredes del lugar retumbaran. Ambos cayeron al suelo. Mina ya no podía moverse, al menos no por largas horas, todo su cuerpo se encontraba entumecido, Hades muchas veces le había advertido y el sobreesfuerzo podía jugarle en contra, ahora lo podía confirmar. Con su respiración agitada y lágrimas en sus ojos tuvo que reponerse al ver que Hefesto se levantaba furioso y dispuesto con acabar con ella. Sus piernas y brazos temblorosos apenas le daban la fuerza suficiente para gatear en un vano intento de alejarse.
Hefesto tomó de nuevo su martillo, había sido mucha diversión, era hora de acabar con lo que había empezado. Esta vez destrozaría cada hueso de la niña que tantos problemas les había traído.
Mina al no encontrar su espada se giró para intentar detenerlo, su vista borrosa captó el momento justo en el que Gea apareció tras él cargando su arma. La diosa incrustó el filoso acero en el pecho de Hefesto y la deslizó con la poca fuerza que tenía hasta el abdomen de este. No era una tajada limpia como a Mina le habían enseñado hacer, pero sí lo suficientemente efectiva como para detenerlo.
El mazo cayó y con este Hefesto también lo hizo adolorido e incapaz de seguir peleando.
La japonesa tuvo que moverse para evitar ser aplastada por el peso del voluptuoso hombre.
—Lo hiciste...—Comentó Gea con la respiración entrecortada. Era la primera vez que intervenía de esa forma en una pelea, nunca se había manchado con sangre ajena... hasta ese momento.
—¿Yo? — Mina sonrió con burla antes de dejarse caer nuevamente, incluso si lo intentaba no podía permanecer consciente durante tanto tiempo. Sus ojos se cerraron lentamente mientras sentía las manos de la diosa posarse sobre su pecho intentando curarla.
Dos menos.
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