XLVII. Primera parada.
Fuaz. Fuaz. Uno más.
Amo sus comentarios. Quiero responder todos pero las notificaciones se me pierden. :(
📌
Los grandes muros del Tártaro eran los principales causantes de la locura de sus encarcelados, y la japonesa empezaba a verse afectada desde que recibió la noticia de la muerte de Jennie. Sí, solía tener largas horas de charla junto a Afrodita, pero no cualquiera era capaz de mantenerse allí durante tanto tiempo, por lo que era inevitable que la diosa se quedara todo el día, es allí donde la soledad atacaba cruelmente la mente de Mina. A veces escuchaba la risa de Jennie, a veces podía sentirla sentada a su lado mientras la observaba, tal vez se estaba atormentando con la culpa de no haber podido protegerla, pero era inevitable.
Los mitos que se les contaba a los niños sobre lo malo que era el Tártaro para asustarlos terminaban por ser ciertos. Cada día que pasaba allí su salud mental se deterioraba. Muy rápido para su gusto. Siempre se creyó capaz de soportar cualquier tipo de prueba pero esa, definitivamente, era la más difícil. Cómo luchar contra sus propios pensamientos.
Mina cerró sus ojos y a sus oídos les llegó desgarradores gritos que la puso nerviosa. Estaba muy segura que no había nadie cerca y aún así podía escucharlos. Deténganse. Pidió. De no haber tenido sus manos encadenas probablemente las habría usado para cubrir sus orejas. Tomó un gran respiro intentando relajarse.
—Entonces tú eres Mina...NaYeon me habló mucho de ti.
La joven negó apretando con fuerza sus ojos intentando ignorar la voz de Jennie, ignorar el recuerdo de cuando la conoció. No fue tu culpa. Se animó mientras se arrimaba a la pared. No fue tu culpa. Al comienzo las visitas constantes de la diosa le molestaban, pero en ese instante empezaba a extrañarla. Podía sentir el sudor deslizarse por su rostro y su cuerpo temblar ante el frío. Mina lanzó un grito aterrado cuando una mano se posó sobre su antebrazo. Por obligación tuvo que abrir sus ojos de nuevo, le faltó aire por varios segundos cuando su mirada se topó con una bella mujer que la observaba con una sonrisa. La conocía. El miedo que en un principio empezó a experimentar poco a poco se fue convirtiendo en confusión, nadie podía entrar con tanta facilidad a las celdas.
El ruido que la había atormentado las últimas horas fue reemplazado por un tranquilizante silencio. Ya no habían lamentos, no habían gritos, ni siquiera podía escuchar el crepitar del fuego que rodeaba el lugar. Mina apretó los dientes.
—Por fin podemos vernos, pequeña Mina. — Esa voz la conocía a la perfección y era la primera vez después de mucho que podía ver directamente a su dueña. Se veía incluso más hermosa de lo que recordaba. — El tiempo aquí ha sido muy difícil, ¿no es así?
La japonesa se quedó muda, no deseaba responder, solo quería dedicarse a examinar cada facción de esa mujer y asegurarse de que era real. Parpadeó un par de veces y a pesar de intentarlo, la rubia no se iba, permanecía arrodillada frente a ella mirándola con ternura, tal vez hasta con orgullo. ¿Por qué?
—Debes estar muy confundida...— Dijo la mujer mientras alzaba su mano, tomando el mentón de la castaña entre su índice y pulgar. — Te ves cansada. Lamento haberte metido en este problema... tenías razón, has estado luchando mis batallas.
—¿M-me escuchaste? — Preguntó sorprendida.
—Te he visto durante toda tu vida, mi pequeña. — Soltando el rostro ajeno deslizó su mano y la posó sobre el pecho de la muchacha, en el mismo lugar donde había sido apuñalada por Apolo cuando nació. — Eres parte de mí y yo soy parte de ti.
Mina se apartó. — ¿Por qué estás aquí? — Y aquella pregunta fue la única que pudo hacer, su cabeza estaba hecha un lío. Hasta quedó sorprendida por su capacidad de pronunciar palabra alguna.
La diosa se levantó y caminó alrededor de esa pequeña celda. — Vengo por ti...— Dijo antes de detenerse y mirar a la menor que había dejado escapar una risa, tal vez burlándose de sus palabras.
—Por mi...— Repitió sin poder creérselo.
—Así es. Por ti antes de que este lugar te consuma. — Ladeó su cabeza y entrecerró sus ojos dejando ver una sonrisa que llegaba a ser maternal. — Mina... ¿por qué veo desconfianza en ti?
—¿Y por qué no? — Cuestionó evadiendo la mirada ajena. —Si solo soy una ficha en tu juego... en el juego de Chronos. La ficha que van a sacrificar para que todo salga como ustedes quieran. ¿No es así?
—No lo es. — Se vio ofendida, pero comprendía la razón de esos pensamientos. Gea extendió su mano y sobre su palma empezaba a verse el universo. Mina estaba casi convencida de que ya había enloquecido. — Pero necesitaba defender mi propia creación, lamentablemente... no soy una guerrera, no sé luchar. Para que el mal sea erradicado necesitaba que todo saliera a la perfección y cuando naciste también nació una nueva oportunidad para el mundo.
—¿Y ese plan consistía en ver morir a tantos inocentes? Puedo tolerar que yo esté aquí pero... pero muchas personas perdieron su vida.
La diosa guardó silencio. —No lograste leer todo mi diario, ¿verdad?
—Me lo quitaron antes de que pudiera hacerlo.
—Tal vez sea lo mejor. — Dijo mientras se acercaba de nuevo a la muchacha y sin apartar su mirada se fue arrodillando para luego posar sus manos sobre los hombros ajenos. — Esta será la última vez que pida tu ayuda.
—De hecho, es la primera. Desde que nací me vi en la obligación de aceptar el destino que impusiste sobre mí.
Gea sonrió. — La primera y la última. En su momento sabrás lo que debes de hacer. — Su mano pasó un mechón de cabello tras la oreja de la joven. — Ahora te necesitan.
Meditando las palabras de la diosa, Mina se quedó callada por varios segundos. — NaYeon...—Dijo por impulso. — Tzuyu... Hades, ellos... ellos están solos allí afuera.
—Todos están solos allá afuera.
—Debo ir, ayudarlos...
—Casi. — Rápidamente interrumpió a la chica para evitar que se haga una idea equivocada. — Saldremos de aquí, pero no irás con ellos. Vendrás conmigo. Ellos estarán bien, recibieron ayuda extra.
Mina todavía no se sentía conforme con la propuesta de Gea, pero terminó aceptando solo porque ya no había mucho tiempo que perder. Cuando sus cadenas cayeron inhabilitadas comprobó el gran poder que la diosa poseía, ni que decir cuando dio un paso fuera de su celda. Las dos emprendieron su viaje por los largos pasillos que conformaban el Tártaro, Mina miraba de un lado a otro intentando encontrar a su padre.
—No te desesperes. — Pidió la diosa. — No irá a ningún lado. Sé dónde lo tienen encarcelado pero este lugar hasta a mí me marea, es enorme.
La joven asintió, si a la misma Gea mareaba no podía imaginarse a ella misma intentando salir de allí sin su ayuda. Era como un laberinto, uno de nunca acabar.
—Estamos cerca. — Anunció después de varios minutos en los que parecía que se habían perdido. La japonesa tragó saliva completamente nerviosa, había esperado tanto para poder liberarlo, y aunque sentía que se había tardado mucho, por fin pondría a salvo al dios.
Cuando Gea se detuvo, Mina también lo hizo.
El sonido de unas cadenas arrastrándose hicieron que la muchacha tomara el valor necesario para acercarse a los barrotes que sellaban la libertad de su padre. Cuando estuvo frente a él su corazón se estrujó por las condiciones en las que se encontraba, ya no se veía como el hombre fuerte e indestructible, su barba y cabello estaban crecidos, sus ropas casi destrozadas y la juventud de sus facciones lo habían abandonado haciéndole lucir como un anciano. Finalmente, y lo que más había dañado a Mina, eran las cuencas vacías donde se supone que sus ojos debían estar.
Mina apretó los labios mientras tomaba con fuerza los barrotes, su corazón recibió varias punzadas de dolor. — Papá...— Llamó con la voz ahogada.
Ares con cierta torpeza se acercó siendo guiado por la voz de su hija, no se veía sorprendido solo porque creía firmemente que era una más de las ilusiones que su cerebro creaba. Desde que le habían arrebatado su vista se había imaginado una y otra vez el momento en que volviera a tener a su hija a su lado.
—Esta vez no lo estás imaginando. — Aclaró Gea. — Ares, hemos venido por ti.
El dios entreabrió los labios y cuando las manos de su hija se posaron sobre las suyas estaba seguro que podría haber llorado como todo un bebé. Él ya se había condenado y miraba muy lejano el día en que pudiese tener a su pequeña de nuevo. — Mina...— El tono de su voz expresaba el cansancio y la melancolía. — Mi niña... —Gracias a su ceguera no podía disfrutar de ver a su grandiosa hija. Extrañamente solo podía imaginársela como una niña.—Estás aquí.
—Papá... perdón, perdón por no llegar a tiempo. — Y tal vez se habría arrodillado en ese momento para disculparse por su ineficiencia, pero la mano de Gea sobre su hombro se lo impidió y a la vez le recordó que no debía demorarse. — Estoy aquí por ti. Déjame llevarte conmigo.
Mina contuvo las lágrimas cuando su padre alejó sus temblorosas manos. —Nadie puede sacarme de aquí. Por favor, mírenme, en mi condición... ya no merezco nada.
—No te olvides de con quien estás tratando... Ares, retrocede. — Ordenó.
La japonesa no pudo evitar correr al interior de la celda cuando los barrotes fueron destruidos, sus brazos rodearon a su -ahora- anciano padre, lo abrazó con la fuerza suficiente como para asegurarse de que él todavía se encontraba vivo. Había pasado mucho tiempo. Una eternidad a su parecer desde la última vez que lo escuchó y tocó. Sin embargo, le preocupaba la condición en la que se encontraba, llevárselo consigo significaría un enorme peligro. Al separarse y ayudarlo a caminar fuera iba pensando en diversas opciones.
—Ahora sí podemos irnos.
Gea dejó que Mina y Ares se adelantaran antes de acercarse a la celda que estaba al frente, aun en la oscuridad en la que se mantenía podía percibir a Chronos mirándola fijamente. — Las reuniones familiares suelen ser aburridas. Debo admitir que esta me conmovió... Gea, supongo que no vienes a liberarme como lo hiciste con el anciano.
—Podría hacerlo. — Respondió cruzándose de brazos. — Pero tú eres esa parte de Chronos que prefiero evitar.
—La parte mala. — Dijo burlón. — Vamos, dilo, no me ofendes para nada. Estoy orgulloso de mí, en cambio, el que está encerrado en el Olimpo es solo un dios débil que rompió varias reglas, se encariñó con quienes no debía, ayudó a esa niña y te ayudó a ti. A cada uno de tus llamados acudió como un perro amaestrado.
—Estar tanto tiempo aquí te ha corrompido.
—Nunca viniste por mí. ¿Deseas que te hable con cariño? ¿O que te reciba con brazos abiertos dispuesto a obedecer tus órdenes?
La diosa se acercó, alzó su mano pero se detuvo justo antes de tomar uno de los tubos de metal. — Nos veremos pronto, Chronos.
•••
La rubia miró a su alrededor y alzó una ceja pensando en lo patético que Ezio se miraba intentando montar su caballo para escapar de allí. Su padre, Poseidón, le había advertido sobre ese muchacho pero realmente se decepcionó al ver a un completo inútil para la batalla, cobarde. Lo dejó irse solo porque sabía que la próxima vez que se lo encontrara ella fácilmente podría derrotarlo. Además, tenía a una niña a su cuidado y no deseaba exponerla a más tragedias.
Cuando el lugar volvió a la tranquilidad que lo caracterizaba la joven apretó el agarre que mantenía a la pequeña mano de la pelinegra y se acercó a la morena que la miraba con desconfianza.
—¿Qué? ¿Ni un gracias? — Cuestionó algo indignada.
—Lo lamento. — Respondió Tzuyu saliendo de su sorpresa. — Pero... ¿quién eres?
—Si te digo mi nombre probablemente te marees, además de papá, nadie lo puede pronunciar. A decir verdad ni yo puedo pronunciarlo...— La rubia comenzó a hablar con rapidez confundiendo todavía más a Tzuyu. — Puedes llamarme Momo si así lo quieres. Y ella es ChaeYoung. Es mi hermanita. — Explicó. — Bueno, yo la bauticé como mi hermanita, pero la rescaté de un orfanato... ahora soy su familia y-
—Aguarda. — Tzuyu realmente se había mareado por todas las explicaciones innecesarias. — Por favor detente. Tú eres... Momo. — Dijo señalando a la rubia y esta asintió feliz. — Y ella es Seyoung. —Señaló a la pequeña.
—ChaeYoung. — Corrigió la rubia. —¿Quién diablos es Seyoung?
—De acuerdo... ahm... — La más alta intentó buscar un escape de esa extraña conversación. Recordó que habían personas esperando por ella en casa. —Si no te molesta, ¿podríamos continuar adentro?
Momo se encogió de hombros. — Como quieras.
•••
Cuando el viento despeinó su cabello Mina supo que por fin era libre, el calor asfixiante del Tártaro ya no la rodeaba y ni qué decir de esa mala vibra que poco a poco había estado consumiéndola. La joven se giró en dirección de su padre, el hombre permanecía quieto, tal vez todavía asimilando lo que había sucedido, él muchas veces había imaginado que la única opción para poder salir de allí era destruyendo el lugar por completo, pero claro, nadie se atrevería a hacerlo, después de todo el Tártaro no solo era su prisión, sino también de fuertes titanes que era preferible mantener en custodia. Quién diría que la misma madre suprema acudiría a su rescate.
—Pueden asearse, comer algo y después partiremos. — La diosa hizo un llamado con su mano y de entre los árboles varias ninfas salieron. — Por favor, ayúdenlos. — Pidió con voz suave. Las bellas muchachas sonrieron y se acercaron a ambos.
—¿Ayudarme a qué? — Preguntó la japonesa intentando evadir las traviesas manos de las ninfas que intentaban quitarle sus gastadas ropas. — Puedo hacerlo sola...— Dijo nerviosa. — Pero papá sí necesitará ayuda. — Aclaró observando los torpes movimientos del hombre. — Por favor, cuiden de él.
Las chicas refunfuñaron pero accedieron, tomaron suavemente los brazos del dios y lo guiaron hasta la orilla del gran lago, mientras tanto, Mina se giraba para evitar ver la desnudez de su padre, caminó lejos de Gea que observaba el comportamiento de sus hijas y se sentó apoyándose en el tronco de un árbol. Sus dedos golpeteaban sus rodillas, inevitablemente los nervios se apoderaban de ella. Si ya había fallado una vez, ¿qué le aseguraba ganar en esa ocasión? Intentando no ser obvia llevó su mirada a la diosa mientras, a lo lejos, escuchaba el chapoteo de las ninfas.
Se dedicó a admirar el perfecto perfil ajeno, Gea se veía muy tranquila, casi confiada de que todo resultaría bien.
—Tu padre... ¿dónde crees que sea buena idea ocultarlo? — Cuestionó la diosa al mismo tiempo en que se giraba. Mina apartó rápidamente la mirada esperando no haber sido atrapada.
—Aquí. — Respondió sin ninguna duda. — Dudo que alguien intente perturbar la paz de estos bosques, todos saben que solo las ninfas los habitan... y lo que ellos buscan son a los humanos, ¿no es así?
—¿No te preocupa? — Volvió a preguntar. — Hablo de Ares.
Mina bajó la mirada hasta sus sucias manos, muchas veces su padre le había dicho que un hombre incapaz de sostener su arma no merecía ser llamado guerrero. Claro que le preocupaba la condición en la que se encontraba su padre, él apenas podía mantenerse en pie, dudaba que tuviese la fuerza suficiente como para pelear. El dios de la guerra sin poder luchar. Era irónico. — ¿No puedes ayudarlo? Eres la creadora de todo esto... muchos dioses te respetan porque eres poderosa, ¿puedes... devolverle todo lo que ha perdido?
—Podría. — Respondió mientras se acercaba a la muchacha. — Pero lamentablemente, ahora mismo me encuentro en una etapa de concentración... necesito cada pizca de poder para poder ayudarte. Mina dejó de escuchar tras el "podría" y aunque intentó disimular su expresión, no pudo, arrugó la nariz y frunció el entrecejo robándole una risa a la mujer. — Ares no está acabado. Solo necesita tiempo.
—El tiempo no le devolverá la vista. — La frustración y el enojo la hicieron cerrar sus ojos para terminar la conversación que mantenía con Gea quien entendió de inmediato que Mina necesitaba un tiempo a solas para poder meditar.
Pasados los minutos, inclusive las horas Mina por fin pudo escuchar a su padre salir del lago mientras reía por los malos chistes que las ninfas le contaban. Se sintió ligeramente aliviada de escuchar de nuevo la risa del mayor, al menos él intentaba tener un buen ánimo, definitivamente ella debía aprender de su padre.
—Es tu turno. — Sugirió Gea.
La japonesa asintió y con cierta lentitud se fue levantando de ese cómodo lugar, estiró sus brazos hacia arriba agradeciendo tener de nuevo la libertad de moverse como se le plazca. Trago saliva cuando notó que su padre llevaba una venda negra sobre sus ojos, tal vez era lo mejor pero le resultaba triste que alguien tan poderoso como él luciera de esa forma, se fue acercando a él y con cariño acaricio el cabello del hombre.
—Mina. — Dedujo él con una pequeña sonrisa.
—Volveré pronto para que podamos comer juntos. — Dijo antes de besar la frente del dios. —¿Podrás esperarme? — Ares asintió emocionado, casi como un niño pequeño.
Mina no perdió el tiempo y se alejó de allí, intentando ignorar las miradas curiosas de las ninfas se desnudó y por fin tuvo un agradable baño... no como al que ya se había acostumbrado viviendo en casa de Tzuyu, pero no podía quejarse, no había nada mejor que esas aguas lo suficientemente cálidas como para hacerle desear no salir nunca de allí. Tomó una gran bocanada de aire y se hundió por varios segundos, aquello lo repitió unas cuantas veces, hasta que en la última soltó un grito asustado al ver a una ninfa muy cerca.
—¿Necesitas ayuda?
—No.
—¿Y ahora?
La japonesa bufó. —No la necesito.
—Entonces lo que dicen de ti es cierto.
—¿Qué dicen sobre mí?
—Que te parecemos feas.
A su mente llegó la primera vez que tuvo que aclarar ese punto, sin embargo, para esa ocasión no se sentía con los ánimos suficientes de excusar su rechazo hacia esas bellas criaturas. — Creo que mi baño terminó. — Anunció intentando alejarse, siendo detenida de inmediato.
—Madre me envió por ti, debo darte tu ropa. Dice que es un regalo. Sígueme por favor.
Cuando Mina miró su nueva armadura intentó no verse emocionada, que lo estaba, pero no quería fallar en su intento de verse seria. Sin ni siquiera notarlo limpió sus manos –que ya estaban limpias- y la recibió, no miraba el momento de poder usarla. A solas se tomó el tiempo necesario para poder colocársela, era ligera, lo cual agradecía ya que podría moverse con agilidad sin la necesidad de quitársela. El último accesorio era una capa negra.
—Es la favorita de tu padre.
La japonesa se exaltó, todos tenían una extraña costumbre de aparecerse a sus espaldas para sorprenderla. — Creí que la dorada era su favorita.
—Esta fue hecha por tu madre. — Explicó. — Pero por el tiempo se fue desgastando, me tomé la molestia de reforzarla. — Mina apretó los labios y antes de que Gea pudiera decir algo, se la extendió. La diosa claramente se vio decepcionada. — Veo que no la quieres.
Mina negó. — ¿Puedes ayudarme a ponerla?
Gea no se negó, por el contrario, sonrió ampliamente mientras ayudaba a colgar la capa que llegaba hasta la mitad del muslo de la joven. —Realmente eres alta. — Señaló.
—No me quejo. — Respondió.
—Hay algo más. — La diosa esta vez no necesitó hacer ninguna señal, una ninfa se acercó con una espada perfectamente acomodada en su funda de cuero negro. — La necesitarás.
Esta vez Mina no ocultó su asombro y, como si de una niña con un juguete nuevo se tratara, tomó el regalo que la mujer le ofrecía. Sus oídos fueron recompensados con el sonido de la espada deslizándose en su funda. El mango estaba adornado con la forma de la cabeza de un ave y el acero con el que había sido forjada parecía ser de los mejores.
—Espero que te gusten los fénix.
La joven maniobró con destreza su nueva arma, pasándola de una mano a otra, estaba maravillada y el brillo en sus ojos lo remarcaba.
—¿Por qué un fénix? — Preguntó girando la espada con habilidad antes de volver a ponerla en su funda y así poder colgársela alrededor de su cintura.
—Porque renace de sus propias cenizas. Me gusta su significado.
Deteniéndose a pensarlo, Mina arrugó la nariz. —Nunca he visto uno. — Admitió.
—Podrías verlo pronto con mi ayuda... solo si todo acaba, claro.
—Me encantaría.
—Una última cosa.— Entre sus ropas retiró una pequeña cuchilla, la marca que tenía en el acero Mina lo reconoció.
—Regalo de Chronos...
—Pero forjada por Hefesto.— Completó Gea con una sonrisa.— Pensé que te sería de ayuda.
—Como no tienes idea. — Cuando su mano rozó la de la diosa la miró fijamente.— Gracias.
Estaba mal que un regalo material subiera su ánimo, pero para alguien que se había criado bajo las enseñanzas de un guerrero, tener ese tipo de cosas la emocionaba. Lamentablemente no podía discutirlo con su padre, cuanto le hubiese gustado que el dios pudiera verla, podría hacerlo sentir orgulloso.
Los tres se sentaron sobre el césped a comer en completo silencio. A Ares no le hacía gracia quedarse con los brazos cruzados esperando allí, pero comprendía su situación, y hasta que no pudiera recuperar su fuerza de nuevo solo sería un estorbo para su hija.
Para el atardecer todo estaba listo.
—Todavía no he recobrado todas mis fuerzas.
—No te preocupes. Es por eso que yo te acompañaré — Gea tomó la mano de la muchacha y de inmediato Mina comprendió sus palabras, una corriente eléctrica recorrió su cuerpo.
Ambas se dirigían a su primera parada: El Olimpo.
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