XI. Pactos.
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Definir el Tártaro era definir la peor pesadilla que alguien pudiese tener, una que Ares jamás creyó vivir en carne propia. El ambiente cargado del dolor de almas olvidadas en ese lugar era, posiblemente, el mayor rival que pudo enfrentar, lamentablemente era uno que no podía derribar con un golpe o asesinar con su espada, era la paciencia su única arma, paciencia para esperar a su hija.
No deseaba poner todo sobre los hombros de Mina, pero solo ella sería capaz de liberarlo. Contaba con Chronos para guiarla y tal vez Hades, el cual todavía no era capturado y hasta cierto punto le aliviaba.
No había pasado ni dos días encerrado y sentía que pronto él mismo acabaría con su vida solo para dejar de ser invadido por la tristeza.
— El gran dios, ¿qué se atrevió a hacer para estar aquí pasando las más frías noches junto a nosotros, unos miserables? — Esa voz, tan grave y profunda cuyo portador se mezclaba con la oscuridad hizo que Ares alzara su rostro.
— Nada que te importe. — Respondió tranquilo y algo extrañado de no haberse dado cuenta que frente a su celda había alguien más. — Pero gracias por la preocupación. — Lo escuchó reír y tras ello, todo volvió a quedar en silencio, por lo menos hasta que escuchó algunos movimientos frente a él, algunas cadenas arrastrándose y una tos fuerte.
— Incluso encerrado eres arrogante. — Volvieron a hablar y Ares se quedó con las ganas de ver a su nuevo "vecino". — Pero acostúmbrate, suelo ser muy hablador y estarás aquí por mucho tiempo.
— Eso es lo que tú crees.
— Eso es lo que sé. — La risa sarcástica por parte del dios lo hizo sonreír. — No puedes confiar en que tu hija derrotará a todo el Concilio y sus fuerzas.
— Ella puede hacer lo que sea... — Dijo muy convencido.
— ¿Incluso si eso adelanta su muerte?
La tierra tembló cuando Ares se levantó y acercó hasta los barrotes que lo tenían cautivo. Ni las cadenas que lo mantenían controlado fueron suficientes, él se mantuvo en pie sin importarle el dolor que recorría su cuerpo.
— ¡¿Quién eres?! ¡Revélate! — Ordenó Ares y esta vez fue el turno del desconocido para reír.
— Tu hija debe medir su tiempo, ¿no lo crees?
Sus piernas cedieron ante el peso y el dolor que sentía, cayó sin quitar su mirada de la oscura celda frente a la suya.
— No sabes lo que dices.
— Sé muchas cosas, es por eso que estoy aquí.
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La mayor parte de su vida estaba cargada de buenos recuerdos que Tzuyu valoraba, desde visitas al zoológico cuando era niña hasta la última cena familiar antes de que abandonara Taiwán. Sin embargo, ella sabía a la perfección que su sola existencia no se basaba en simples actividades que alguien realiza en su niñez o juventud... había algo más. Algo que la arrastró a innumerables noches sin poder dormir.
Por lo menos hasta que descubrió su verdadera conexión con los sueños tan extraños que la perseguían cada vez que cerraba sus ojos.
Los tres últimos años de su vida se había limitado a ignorar lo que sucedía en su mente, ignorar cómo recuerdos del presente se mezclaban con los del pasado. Y hubiese seguido así de no ser por su encuentro cercano con la muerte cuando, en su primer mes en Corea, un auto la atropelló mandándola directamente al hospital.
Fue en la sala de emergencias cuando lo vio por primera vez, Chronos: un hombre alto, vestido con una túnica blanca que le llegaba a los tobillos, su cabeza adornada con una corona dorada de laureles y, finalmente, con amables y perfectas facciones que le sonreía desde la esquina de la habitación.
Ella misma se sorprendió de no temer a la presencia de ese extraño vestido como un loco para esa época.
—Tú y yo tenemos mucho de qué hablar, pequeña. — Ella lo escuchaba pero los doctores que la cuidaban no lo hacían. Su débil mirada se posó tras el grupo de médicos donde ese extraño se encontraba. —Mejor dicho, soy yo quien te tiene que explicar un par de cosas.
Y aunque las circunstancias en las que él apareció en su vida no fueron las mejores, realmente agradeció tener por fin una explicación a lo que ella creía "alocados sueños".
Saber que había renunciado al poder y gloria le hizo cuestionarse qué clase de persona era en el pasado, saber lo que tuvo que pasar para decidir acabar con su propia existencia.
Es ahí donde su mayor oportunidad para recordar apareció, con una identidad falsa y un padre encarcelado: Mina. Aunque tenían un largo camino por recorrer, sentía que podía confiar en ella, y estaba más que asegurado que también cooperaría a la liberación de Ares.
—Piensas demasiado.
La voz de Chronos la hizo despertar de su pequeña meditación.
—Al fin apareces. — El dios sonrió y alzó una bolsa llena de pan. — Son las tres de la tarde... — Tzuyu lo inspeccionó y tragó saliva cuando el delicioso olor llegó a sus fosas nasales. — Pero no puedo negarme a algo que huele delicioso.
—Es un presente. — Aclaró el dios antes de lanzarle la bolsa a la chica que rápidamente lo tomó.
—Bueno, gracias.
—No dije que fuese mío. — Tzuyu lo miró con las cejas alzadas esperando una explicación pero esta nunca llegó. A veces odiaba la "confidencialidad" que tenía el mayor. — Traje lo necesario para nuestros invitados. — Volvió a hablar, esta vez dejándose caer sobre el sofá y extendiendo los brazos a cada lado.
—¿De qué hablas?
—Dime, Tzuyu... ¿qué es lo que consideras perfecto?
—Hoy dices muchas cosas que no entiendo. — Comentó ganándose una risa por parte de DongHae, dejó de comer y señaló su cabeza. — Ya tengo mucho aquí, no necesito que me confundas más.
Ambos guardaron silencio cuando la puerta principal se abrió, el dios mantuvo su mirada en la televisión apagada frente a él y Tzuyu se giró para saludar a Mina, sin embargo, toda su atención recayó en sus dos acompañantes. La morena sintió que perdía el aliento, y fue cuando su mirada chocó con la de la pelirrosa que tuvo una respuesta a la pregunta de Chronos.
—Ya se estaban tardando. —Dijo el dios levantándose de su cómoda posición, primero miró a Afrodita y después a la hija de Apolo. — Saben que no pueden estar aquí.
—Pero lo estamos. — Respondió la diosa y su dura expresión se ablandó cuando miró a Mina que estaba a su lado. — Solo quería asegurarme de que esté bien.
—Ella hizo trampa. — Se quejó la pelirrosa haciendo un mohín. — Me dijo que la busquemos por separado, pero era para tener más tiempo a Mina.
Mina sonrió ante lo tierna que se veía su amiga y cuando notó a Tzuyu callada, con una bolsa de pan entre sus brazos y migajas en la comisura de sus labios no pudo evitar reír, era una escena digna de retratarse.
—Y ella es Tzuyu, ha sido una grandiosa anfitriona. — Explicó. — Tzuyu ellas son...ahm... wow, no había notado que suena raro presentar a una diosa y a la hija de... otro dios.
—¡Sana! — Gritó emocionada la pelirrosa acercándose a Tzuyu, intentando descifrar dónde la había visto. — Ese es mi nombre aquí, Mina me ayudó a escogerlo. — Ofreció su mano y cuando la más alta la tomó jaló de ella para poder abrazarla. — Gracias por cuidarla, es como una hermana para mí... — Y esa calidez la sobre emocionó sin razón aparente, deseaba quedarse así por mucho más tiempo incluso sin conocerla, pero al escuchar a Afrodita aclararse la garganta tuvo que soltarla.
—No deseo ponerme otro nombre...—Dijo la diosa. — Es que es perfecto. — Se quejó girándose hacia Mina que todavía no mostraba señales de perdonarla. — Además, no es necesario hacerlo, esta niña sabe sobre nosotras.
—Afrodita. — Pronunció Tzuyu al salir de su trance tras el abrazo de esa alegre joven. — Ese aroma... — Y por primera vez comprobó que la esencia de alguien podía traerte recuerdos, en su caso, fue uno muy simple, cuando la conoció por primera vez en su vida pasada. — Es decir... Mina lo describió bien. — Mintió al darse cuenta que se había ganado las miradas inquisidoras de los demás.
—Entonces te ha hablado de mí.
—Algo. — Respondió. — Como sea... ¿desean sentarse? — Invitó extendiendo su brazo hacia la sala.
Mina no se sentía del todo cómoda con la presencia de Afrodita. Podía escucharla repetir una y mil veces que estaba en contra de lo que el Concilio había hecho para dañar a su pequeña familia, pero le seguía doliendo, esa diosa era la única que no la había prejuzgado por ser hija de Ares y ahora se sentía traicionada por ella.
— ¿Nos estás escuchando? — Escuchó a DongHae y bajó su mirada cuando sintió la la mano de Afrodita sobre la suya.
— Claro. — Mintió sin darse cuenta que los cuatro habían estado conversado por mucho tiempo mientras ella se perdía en sus propias inseguridades.
— ¿Ah, sí? — Sana se cruzó de brazos. — ¿Entonces qué hemos dicho? — Cuestionó alzando sus cejas.
Mina alzó sus manos rindiéndose y aprovechando para quitar la de Afrodita. — Tienes razón, me distraje.
— Te lo dije, Mina se distrae hasta con una mosca. — Dijo la pelirrosa inclinándose hacia Tzuyu.
— Hey. Eso no es cierto. — Se quejó.
— Déjala. — Defendió la diosa y miró a Mina. — Pero es cierto, cariño, te distraes fácilmente.
Todos rieron a excepción de Mina quien se levantó. — Lo lamento, solo estoy cansada. Necesito dormir un poco. — Se excusó intentando librarse de esa improvisada charla.
Los cuatro presentes vieron alejarse a Mina hacia su habitación y cuando Sana quiso seguirla Afrodita se le adelantó, ingresando al cuarto segundos después.
— Y pequeña, ¿qué te parece hacer algo divertido? — Preguntó el Dios. — Sé que no estarán por mucho tiempo y...
— Yo sí. — Lo cortó. — Es Afrodita quien no se quedará permanentemente. Levantaría sospechas, pero a ella en verdad le importa Mina...
Tzuyu miró a la pelirrosa y después miró hacia la puerta cerrada de la habitación, solo esperaba que la visita de esa hermosa diosa no complicara más la vida de Mina.
— Sé que estás molesta. — Dijo Afrodita una vez estuvieron a solas, le sorprendió la facilidad con la que Mina se había acomodado sobre su cama y fingía dormir. — Pero quiero que estés bien.
— Lo estoy. — Respondió sin abrir los ojos. — ¿No se nota? — Preguntó e inmediatamente sintió peso extra al borde del colchón, justo a su lado. Tragó saliva en cuanto las cálidas manos de la mayor jugaron con el borde de su camiseta, levantándola ligeramente.
— Jugaron sucio en tu contra. — Pronunció en voz baja, observando el torso herido de la menor. — Lo lamento, Mina, si no hubiese tenido la constante vigilancia de Hefesto yo... yo lo siento.
Mina se dignó a mirarla y apenas lo hizo una punzada de culpa atacó su corazón, pocas veces podía ver ese lado tan sensible de la diosa y no soportaba ser la razón de sus lágrimas. Rápidamente se reincorporó para quedar sentada frente a ella.
— Olvidémoslo.
— ¿No estás enfadada porque estoy aquí?
— No. — Alzó su mano y acarició el rostro ajeno, sonriendo cuando Afrodita cerró sus ojos disfrutando de su tacto. — No estoy enfadada, pero no quiero que tengas problemas. Deberías mantener la distancia conmigo, ahora no es seguro que... — Aguantó la respiración cuando los brazos de la mayor rodearon su torso y sintió la respiración ajena sobre su cuello.
— No lo digas, Mina, si estoy aquí es por ti. Quiero ayudarte, déjame hacerlo.
Mina no pudo evitar acariciar el cabello ajeno con gran cuidado guardando silencio.
— Incluso vine aquí como alguien normal, ¿no es suficiente? Es eso, ¿verdad? Ahora que no soy ni la mitad de bonita me estás rechazando.
— ¿Qué dices? Luces igual...
— Eso es imposible, me aseguré de que mi imagen no lleve la primicia de "hola, soy la diosa más hermosa".
— Sigues siendo hermosa, no pareces humana. — Halagó, sin embargo, ya había comprobado que ese don no solo lo poseía Afrodita, rápidamente recordó a NaYeon y a su peculiar forma de sonreír que la había dejado fascinada más de una vez. Y junto a ese recuerdo volvió una imagen menos agradable. — ¿Qué sabes de Ezio? — Preguntó cambiando el tema.
La mayor se separó lentamente. — ¿Ezio? — Frunció el entrecejo. — La última vez que lo vi se disculpaba por no haberte detenido. Me retiré antes de saber las órdenes que le dieron, lo siento.
— Él está aquí.
— ¿Lo enviaron de nuevo?
— Eso parece.
— Pero no puede hacerte nada, tú lo superas en todos los aspectos. — Cambió su molesta expresión y le dedicó una sonrisa mientras besaba su mejilla.— Nunca te ganaría.
— No temo por mí... — Dijo más para sí misma, al ver la mirada curiosa de la mayor negó y le sonrió. — No importa, me encargaré de él.
— Sé que lo harás, siempre has lidiado con su molesta presencia.
Lo que ella decía era verdad y el primer paso para lidiar con él era disculparse con su mayor preocupación, no podía cuidar de NaYeon y sus hermanas si estaban peleadas o incómodas entre sí.
— ¿Entonces qué haremos hoy? — Preguntó sacándola de sus pensamientos. — Vine para estar contigo.
— Ahora no podemos aparecer en cualquier parte del mundo. — Aclaró y fue sorprendida con un corto beso sobre sus labios.
— Lo divertido era escucharte decir esos malos chistes tuyos y charlar durante horas.
— Tu esposo podría asesinarme, ¿sabes?
— Que represente la belleza o el amor no me hace débil. Ese idiota tendría que enfrentarse a mí primero antes de dañarte.
Mina ladeó una sonrisa y entrecerró sus ojos. — Muy ruda.
— Puedo ser muchas cosas por ti. — Se encogió de hombros antes de emocionarse cuando Mina rodeó su cintura. — ¿Estoy perdonada?
— Te daré puntos por lo que dijiste, me gustó, chica ruda.
— Diosa. — Corrigió antes de inclinarse para besar a la chica y regocijarse al ser correspondida.
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— ¿Algo en especial? — Preguntó NaYeon a su nuevo cliente, el cual bajó el menú y dejó saber su identidad. — Empiezas a asustarme.
— Lo sé, parezco un acosador. — YoonGi sonrió y dejó a un lado la carta. — Pero vine hasta aquí a ofrecerte una disculpa y pedir la especialidad de la casa. Dicen que preparan la mejor comida coreana aquí, quise asegurarme de que así sea.
— ¿Una disculpa? — Ignoró todo lo demás y se aseguró de que su jefe no la viera socializando con la clientela.
— No quería ocasionar una pelea con Mina. — Mintió con gran audacia. — No quisiera afectar su relación y...
— Ni siquiera sé si somos amigas. — Aclaró algo desanimada. — Pero no debes disculparte, ella se exaltó.
— Ella suele ser así.
— Se ve que se conocen hace mucho.
— Desde que somos niños. — El chico recordó esa época en la que no importaba lo que hiciera, Mina siempre se llevaba él reconocimiento. — Nuestros pensamientos son opuestos, si yo elijo el blanco ella probablemente elija el negro, si yo digo que sí, ella dirá que no... solo puedo recordar una sola vez en la que tuvimos el mismo pensamiento y deseo, pero nos trajo problemas. — Su corazón se agitó y él mismo se reprendió por haberse dejado llevar y hablar de más. — Lo siento.
— Está bien, al menos tú eres más comunicativo... apenas sé que se llama Mina. — Dijo fingiendo una sonrisa.
YoonGi asomó su rostro y notó a uno de los camareros pasar cerca de ellos dedicándoles una extraña mirada.
— ¿Qué te parece si dejo de poner en riesgo tu trabajo? — NaYeon rió y asintió volviendo a sacar su libreta para anotar su orden. — Pero con la condición de que esta no sea nuestra última conversación.
La coreana alzó su mirada y se sintió agradecida por el tacto que estaba teniendo el chico para tratarla, muy diferente a su primera impresión de él.
— Condición aceptada.
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Me costó bastante elegir entre Taeyeon, Hwasa e Irene porque, básicamente, las amo a las tres. Pero la mayoría votó y aquí está nuestra Afrodita (además de NaYeon, obvs).
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