Capítulo 58
Desde que he despertado no he parado de ver la hora.
Cuando quiero que el tiempo pase rápido, los minutos se vuelven horas, y cuando deseos que todo vaya con calma, transcurren como segundos.
Mi corazón sufre de aceleraciones constante y ya me duele el pecho.
No sé si es un mal presentimiento, o tal vez solo los nervios y angustia de lo que hoy puede pasar.
Los dioses no han entrado a ninguna clase. Y desde temprano no me he cruzado con ninguno.
Eso me tiene preocupada.
—California — la voz fuerte de Becka me hace reaccionar.
—¿Qué?
—¿Te encuentras bien?
—¿Has visto a Eros? — pregunto.
—No... no lo he visto en todo el día. A ninguno de ellos de hecho.
—Eso me preocupa.
—Pensé que no querías verlos...
—Prefiero tener al enemigo cerca. Es menos peligroso que tenerlo lejos.
—Seguro están planeando su fiesta de esta noche — sugiere.
—No... no lo sé, esto no me da confianza.
—Solo estás nerviosa, las cosas están bien. Faltan comúnmente a las clases y nunca pareces notarlo.
—Sí, es cierto... — reconozco al pensarlo un poco.
—Relájate, todo va a salir bien.
—Sí, perdona.
Abre la puerta de nuestra habitación y me deja entrar primero.
Me echo a la cama y mi cara acaba entre las almohadas.
Comienza a faltarme un poco en aire, pero creo que si logro aguantar así un poco más me asfixiaré en menos de cinco minutos.
—¿Decidiste como irás hoy? — pregunta.
—Creo que... — comienzo dando vuelta y respirando otra vez.
—¿Qué...?
—No, aún no — suspiro.
—El día no es eterno y sea como sea que vayas a irte, tendrás que comenzar a arreglarte pronto. Decide y ya.
—Si tan solo supiera como pintan las cosas.... podría elegirlo. Pero no puedo.
—¿Qué consideras menos peligroso?
—Ir ahí es peligroso, ni siquiera sé si puede serlo más.
Unos toques en la puerta interrumpen mi decisión, y dado que Becka es la más cercana va a abrir.
—Hola, Rebecka — me levanto de golpe cuando escucho la voz que tanto quería y temía escuchar.
—Hola, Eros... — saluda y se hace a un lado dejándolo pasar, aunque no viene solo.
Observo rápidamente a los presentes y tengo un mal presentimiento al ver quienes son.
Ares no está presente, Angus tampoco. Y mi única esperanza, tampoco está. Hermes falta también.
El resto está presente.
—¿Todo bien? — pregunto.
—No tanto — responde Eros —. Ares tuvo que salir de la ciudad por algo delicado con su familia. Angus lo acompañó ya que yo no podría hacerlo. Y Hermes ha salido con mi hermana, según ella necesitaba su ayuda para una tarea de la escuela.
Se acerca a mí y me da un vaso de plástico con una bebida morada.
Nuevamente me ha comprado un Starbucks y a Rebecka también.
—¿A qué se debe? — inquiero
—Pasamos por uno y pensé que podría gustarte uno — dice sin entender a qué viene mi pregunta y bebe el suyo que es igual al mío.
Asiento y tomo la bebida, le doy un trago y solo deseo comenzar a relajarme.
El chico ya está aquí, sólo estaba exagerando las cosas.
Es todo.
Rebecka toma el suyo también y me mira para denotar que tenía razón y nada está pasando.
—¿Alguien ha preguntado por nosotros? — pregunta sentándose en mi cama. Y sus otros tres amigos se dispersan por la habitación.
—No, en realidad hoy faltaron muchos chicos a clases — informo bebiendo más y conservando la pajilla en mis labios.
—Que bien, ¿podrías prestarme tus apuntes de hoy?
—Claro, no hay problema.
—Gracias, los necesitaré si no quiero repetir por segunda vez el mismo año — dice con gracia.
—Lo piensas apenas ahora que falta menos de un mes — río.
—Es posible salvar algo.
—Sí, ya lo creo.
Suspiro pesadamente y luego de relajarme por fin siento bastante cansancio.
Después de todo, no pude dormir nada por la noche y he tenido que salir a primera hora.
Bebo un sorbo más para reponerme un poco con el azúcar y no dejarme vencer ahora.
—¿Cómo te sientes? — pregunta Eros, y mi cerebro impide que beba el siguiente sorbo.
¿Cómo me siento?
Quito la pajilla de mi boca y miro un momento la bebida.
Mis ojos se van sobre el chico y comprendo todo al instante.
—¡Rebecka, no bebas eso! — intento evitarlo, pero es tarde.
Ha bebido tanto como yo, y cuando intento llegar a ella, las piernas se me doblan y me voy al piso.
—Creí que te darías cuenta desde el principio — menciona Eros mientras me para del suelo.
—¿Qué estás haciendo? — aunque todavía me puedo mover, mi cuerpo ya comienza a atravesar una pesadez de la cual no me queda mucho.
—Quiero hacerte una pregunta, ¿bien? — continúa jalando una silla junto a la cama, y sentándose con las piernas abiertas y el respaldo entre ellas —. ¿Desde cuando sales con Uriah?
Mi corazón no puede con más sustos, ya duele cada que atraviesa por uno y ahora tanto el como yo queremos que se detenga.
—¿De qué estás hablando?
—¡Sabes de lo que estoy hablando! — grita —. Sé que sales con Uriah, puedes negarlo si así lo quieres, pero no tengo la menor duda de ello. Yo te vi. Te vi con él y tengo las malditas pruebas si es lo que quieres — estoy muerta, o por lo menos desearía estarlo —. ¿Sabes algo? Jugaste muy bien, California, de verdad has conseguido sorprenderme. No me habría dado cuenta. Si no hubieras cometido un muy pequeño error te juro que no lo habría notado.
—¿Error?
—Te vi salir de aquí con cabello rubio. En realidad, no me lo creía, pero te seguí, y adivina qué, vi cuando llegaste con él. Y eso no es todo, te he seguido por las ultimas dos semanas y he visto cada reunión con Uriah que tienes. ¿Vas a seguir negándomelo?
—No.
—Perfecto. Eso me agrada, no más mentiras. Ahora dime, ¿qué planeas con Uriah?
—No planeo nada — admito, pues en ningún momento planeamos algo.
—¡Dime la puta verdad!
—No he planeado nada con él — repito comenzando a llorar, pues las cosas acaban de salirse de mis manos y no puedo recuperar el control.
Me siento más adormilada y creo que quedaré inconsciente en cualquier momento.
—Nada... dime algo, pequeña. Ustedes dos no... ¿no planearon asesinar a Ares?
—No — niego —. Eros yo...
—¡Sé toda la maldita verdad! ¿Si he venido hasta aquí crees que ha sido a investigar? No, yo ya tengo conocimiento de todo, California. Tal vez eres buena guardando secretos, incluso la pobre Rebecka cobarde es capaz de hacerlo. Pero si un secreto es sabido por más de dos personas será conocido por todo el mundo.
—¿Qué hiciste?
—¿Sabes algo? Te ganaste muy bien a mi hermana. Pero, dime algo, ¿fuiste hipócrita con ella? ¿Solo quisiste usarla, o realmente se hicieron amigas?
—Jamás he querido usarla.
—Al menos.
—¿Qué le hiciste? — pregunto con miedo de que no esté bien.
—Es mi hermana, ¿qué crees que pude hacerle? ¡Nada! Ella habló sin torturas. Solo necesité decirle que si no hablaba vendría a asesinarte. Fue bastante fácil, me creyó capaz de hacerlo.
—¡Lo eres!
—Si quisiera asesinarte estaría enterrando tu cadaver ahora mismo. Pero no me atrevería a hacerlo bajo ninguna circunstancia. Lo importante es que eso no lo sabía mi hermana. Y ha preferido decirme todo con tal de salvarte la vida.
—Escúchame...
—Calla. No quiero escucharte, las cosas están hechas. Sé que Uriah intentará asesinar a Ares, pero es hora de que sepas algo. No voy a permitir que le toque un cabello.
—No lo hará.
—Así es, no va a hacerlo, no voy a permitírselo.
—No estás entendiéndome — quiero decirle que se calle y escuche, que Uriah no va a matar a nadie y su amigo está a salvo, pero no me lo permite.
—Ya no necesito entenderte, conseguí lo que necesitaba — y aunque deseo con toda mi alma callarlo y explicarle, mis ojos se cierran y comienzo a desvanecerme —. Estás fuera de esto ahora, California.
(...)
Un sonido constante me mantiene un poco consciente, y parece luchar por traerme de nuevo a la vida.
Pero no puedo abrir los ojos.
El sonido vuelve a escucharse tan pronto como acaba, y luego de lo que parecen horas consigo volver al mundo.
Abro los ojos y me quedo mirando al techo por segundos hasta comprender todo.
El teléfono vuelve a sonar, y aunque intento girarme y contestar, me cuenta casi un minuto lograr llegar a él.
Contesto cuando vuelve a sonar y una voz femenina alterada se escucha al instante.
"—¡California! ¡California, responde! ¿Estás bien? ¿Dónde estás?
—¿Artemis? — logro articular.
—Por favor dime que estás bien — solloza —. Dime que Eros no te hizo nada, por favor respóndeme.
—Estoy bien — compruebo —, él... él me drogó. Lo sabe todo.
—Tuve que decírselo, me amenazó con hacerte daño de negarme.
—¿Te encuentras bien?
—Lo estoy, no me hizo daño.
—Yo... ¿dónde está?
—Tiene una carrera — mi corazón se acelera cuando escucho dicha palabra y consigo sentarme en la cama —. Y Uriah va a estar ahí.
El alma abandona mi cuerpo y quiero ponerme a llorar y salir corriendo.
—No puede ser... — susurro sin aliento. —. Debo irme.
—¡Espera! No será donde la fiesta — consigue decir antes de que cuelgue el teléfono —. Te he enviado la ubicación del camino".
Cuelgo la llamada y busco su mensaje mientras intento despertar a Rebecka.
—¿Qué ocurre? — pregunta con voz lenta.
—Vas a quedarte aquí, no intentes salir, no hagas nada, voy a regresar pero no puedes marcharte.
Guardo el teléfono y salgo tan rápido como mi aletargo me lo permite.
Voy hasta la habitación de Eros y toco la puerta tan fuerte que casi la tiro.
—¡Abre la maldita puerta!
—¿California? — Eliot se acera a mí asustado.
—¡Abre la puerta! — repito golpeándole más.
—Ninguno de ellos está — informa el chico —. Los vi irse hace más de una hora.
—Joder, no puede ser — salgo corriendo por el pasillo, me aseguro de traer las llaves en la chaqueta y bajo las escaleras tan rápido como mi estado me lo permite.
Empujo a todos los que se me ponen enfrente sin el menor remordimiento hasta que consigo llegar a la moto.
No es la mejor idea subirme a una ahora, pero no tengo un solo segundo que perder.
Subo, enciendo el motor y me pongo el marcha.
Los primeros metros hasta la salida los recorro tan rápido como puedo, para no atropellar a nadie y acostumbrarme un poco antes de salir a la calle.
La dirección en donde será la carrera se repite en mi cabeza una y otra vez.
No pienso en algo que no sea eso y manejo tan rápido como da el motor.
Esquivo autos en movimiento y parados, me paso tantos altos como se interponen en mi camino y solo le doy oportunidad a mi mente de rezar para no ser detenida.
Un mezcla de emociones negativas se arremolina en todo mi cuerpo, pero siento que el estómago comienza a revolvérseme y mi cuerpo pide a gritos que me detenga a vomitar por las náuseas que se abren paso en mi interior.
Pero no paro.
No puedo parar por unas simples nauseas.
El cielo cada vez está más oscuro y es un martirizante recordatorio del tiempo inexistente que tengo para llegar.
Pero tengo que confiar en mí.
No puedo darme por vencida.
Dejo el movimiento de la ciudad, el tráfico del viernes, y me encamino en la carretera vacía, donde no hay autos a los cuales rebasar ni peligros de chocar.
Estoy cerca.
Puedo sentirlo.
Mi corazón puede sentir que estoy a nada de llegar.
Pongo atención en el camino y tomo la desviación a la derecha sin disminuir la velocidad.
Metros adelante puedo ver gente, algunos autos a orilla de carretera y todo lo que una carrera posee.
Incluso, desde mi punto puedo ver dos motos detenidas, seguramente en la línea para partir.
Pero aún estoy lejos.
Aunque puedo verlos y no demoraré demasiado en llegar, estoy lo suficientemente lejos como para que comiencen sin que logre evitarlo
Acelero más a pesar de que posiblemente ya no pueda dar más el motor.
El cielo está prácticamente oscurecido y consigo ver que los dos participantes arrancan.
No logro llegar a tiempo.
Incluso el darme cuenta me hace reducir la velocidad.
Pero la poca esperanza que queda dentro de mí me anima a continuar.
Puedo conseguirlo, tal vez no como lo quería, pero es posible que consiga hacer algo.
Acelero nuevamente.
Los dos competidores me llevan ventaja.
Y cada segundo siento que es mayor.
Me inclino hacia enfrente como si eso consiguiera darme más velocidad.
Comienzo a acercarme más a ellos, pero aún no puedo conseguir detenerlos.
Me concentro totalmente en manejar y más en los dos chicos que en el mismo camino.
La moto del lado derecho parece perder ventaja luego de estar a la par por kilómetros, y la cercanía que comienzo a tener me da esperanza.
Pero se detiene totalmente.
El otro chico sigue, pero avanza pocos metros antes de que lo inevitable ocurra.
Freno en seco ante el accidente.
La moto parece chocar contra algo, pero no hay nada, el conductor sale volando y cae al piso estrepitosamente metros adelante de donde el impacto ocurrió.
Me quedo sin aliento.
El que frenó a tiempo está a menos de cinco metros de distancia, y cuando se quita el casco veo el cabello negro de la persona que menos quería ver.
Eros me mira, se sorprende un poco de verme, pero no dice nada
Vuelvo a acelerar, bajo un poco la velocidad cuando estoy cerca de la motocicleta averiada y consigo mirar un cable de metal a lo ancho de la calle enredado en la llanta delantera.
Dado que está en el piso paso sobre el y derrapo poco antes de llegar al cuerpo inerte.
Me voy al suelo sin el menor cuidado y me acerco a mirar.
Mi corazón no sabe si detenerse o latir más fuerte.
Veo sangre tirada en el piso y mi miedo no me deja tomar una decisión rápida.
Tomo con cuidado el casco del chico, levanto la burbuja y el alma se me cae a los pies.
El rostro de Uriah está ensangrentado y no hay la menor señal de que siga con vida.
Me echo a llorar con fuerza, el corazón me duele, me duele tanto que siento estallará en cualquier momento.
No puedo respirar.
Podría desmayarme si tan solo fuera posible que dejara de ver esto.
La sangre que en un inicio era poca, está cerca de llegar a mis rodillas, y por más que quisiera detener la hemorragia no sé de donde está saliendo, ni si valdría la pena intentarlo.
—¡Uriah! — grito en un estúpido intento por despertarlo.
Me recuesto en su pecho y escucho otros motores, pero no presto la menor atención a ello.
—Vámonos — Eros me jala de un brazo y consigue alejarme un poco del cuerpo, pero me libero violentamente.
—¡Lo asesinaste!
—Vámonos de aquí, no podemos quedarnos — insiste.
—¡Eres un hijo de puta! — comienzo a soltarle golpes, y aunque le hago retroceder unos pasos me detiene.
—¡Está muerto! ¡No puedes traerlo a la vida! ¡No puedes salvarlo! ¡Murió, California! ¡Murió! No puedes quedarte aquí, estás en la puta escena del crimen e irás a prisión si no nos vamos.
—¡Lo asesinaste! ¡Eres un asesino! ¡Tú irás a prisión! ¡Tú lo mataste! ¡Tú lo hiciste!
—Eres tan asesina como yo — suelta encarándome —. Si voy a prisión irás conmigo, porque eres tan culpable como yo.
Me quedo atónita al escucharlo, pero mis lagrimas no paran.
—Tú no vas a culparme de algo que no hice — discuto.
—¿No te acercaste a él para evitar que matara a Ares?
—¡Pero no iba a asesinarlo para evitarlo!
—¿Y? La policía no lo sabe. Y tengo las malditas pruebas suficientes para comprobar que estás dentro esto tanto como yo. No van a creerte, nadie va a creerte, porque hiciste mal las malditas cosas, porque tengo seis testigos en tu contra, y tu única forma de librarte de esto está muerto. Así que te reto. Atrévete a denunciarme, y te juro que vas a ir a donde yo vaya.
—¿Cómo puedes ser tan maldito? — sollozo sin salida alguna —. ¡¿Como puedes ser tan desalmado?! Mataste a alguien y ni siquiera te importa.
—¡Iba a matar a Ares!
—¡No iba a matarlo! ¡Eres un maldito imbécil! Uriah no iba a matar a Ares. Yo lo solucioné como se lo prometí a tu hermana, Ares no iba a ser asesinado, ¡y ahora el único asesino eres tú!
La expresión de Eros cambia al saber la verdad, pero no se arrepiente de nada.
Dos motos más llegan, los amigos de Uriah están aquí, y les veo levantar el cuerpo rápidamente.
—Vámonos, la policía llegará pronto — insiste el chico jalándome hacia un auto donde sus otros amigos están.
—¡Suéltame! — me deshago de su agarre —. ¡No vuelvas a tocarme! No vuelvas a acercarte a mí, no me mires, no me hables, olvídate de mí. Esto se acabó, Eros, se terminó. Toma tu maldita victoria, ¡ganaste! ¡Me ganaste! Acabaste conmigo, Olympus ha librado una batalla más. No me asesinaste, pero estoy muerta para ti.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro