Capítulo 46
Hemos pasado la última media hora encerrados en su habitación.
Según Uriah, no necesitan de nuestra ayuda para arreglar las cosas, y solo debemos esperar un rato para que todo comience allá abajo.
Se ha dado una ducha y apenas va saliendo del baño con la toalla envolviéndole la cintura.
—¿Quieres algo de comer? — pregunta mientras busca ropa que ponerse.
—Estoy bien, gracias.
Y los nervios me carcomen.
—¿Segura?
—Uriah — le nombro queriendo iniciar una nueva plática totalmente alejada de lo que preguntó.
—¿Sí?
—Yo... ¿podemos hablar?
—Por supuesto, no tiene que preguntarlo.
—No sé cómo empezar — mascullo.
—Solo dímelo, no soy uno de esos tipos sensibles que no saben cómo reaccionar ante las malas noticias y se ponen violentos — y de cierta forma su confesión consigue relajarme un poco.
—¿Qué tanto odias a Olympus? — y he comenzado con lo primero que me llegó a la mente.
—Pues... — al parecer mi pregunta es tan extraña que duda un momento en su respuesta —. Podría decir que bastante, aunque en realidad no los odio totalmente, pero tenemos una enemistad grande. ¿Por?
—¿Tan grande como para querer destruirlos...?
—Como te lo dije, más que una simple rivalidad ridícula donde hay un odio desmedido y sin razón, lo que existe entre ambos es una enemistad total, con un odio adecuado a la situación y su rivalidad marcada por nuestros bandos. Así que sí, eso quiero. Destruirlos.
—Yo tampoco me llevo demasiado bien con ellos.
Y un gesto aparece en su rostro.
—Creí que no los conocías... no como tal como para no llevarse bien...
—Los conozco. Demasiado bien en realidad.
—No estoy entendiendo nada.
—Quiero mostrarte algo — digo parándome de la cama a una distancia bastante considerable de él —. Pero antes, debes jurarme que no vas a enloquecer por esto, y antes de echarme, odiarme, o cualquier cosa que desees hacer en mi contra, vas a escuchar lo que tengo por decirte. Después de hablar yo misma me iré, y si quieres detenerme podrás hacerlo, si no me marcharé y no volveré a molestarte.
—Esto suena muy serio...
—Lo es.
—Lo juro — repone respecto a mi petición.
Respiro profundo y me preparo para lo que voy a ser.
La verdad creo que no podía mantener la mentira más tiempo.
Pongo la punta de los dedos en el nacimiento de la peluca, y tras aguantar la respiración me deshago de ella. Dejando a la vista mi cabello oscuro.
—De acuerdo... — suspira desencajado y mirando un momento al piso.
—No soy quien crees. Mi nombre no es Alana. Soy California Kendrick, no soy de Washington, soy de Nueva York, soy estudiante de Umbra, de esos creídos que creen que por pagar la colegiatura más alta tenemos un lugar privilegiado en la sociedad... tal vez sea justamente el tipo de persona al que odias y ahora estás preguntándote por qué hice esto. Por qué me acerqué a ti como alguien que no era... y la realidad es que si hubiera podido hacerlo como yo... como California, lo hubiera hecho. Pero las circunstancias no me lo permitieron. Tú y yo tenemos un enemigo en común. Es por eso que me conociste ahí. Olympus y yo compartimos escuela, ellos siendo los malditos que son, y yo siendo una chica que no quiere vivir bajo su sombra y reglas. Desde que llegué allí quise destruirlos, tirar su Olimpo, y es lo único que he querido hacer en todo este tiempo. El día que tú y yo nos conocimos no iba contigo como presa en mente. Me hice pasar por Alana para vigilarlos, para poder saber quiénes eran en realidad sin que ellos lo supieran. Y luego tú... — la duda de hablar sobre la amenaza hacia Ares me detiene un momento —, simplemente te cruzaste en mi camino. Apareciste en la historia y debía saber quién era el gran enemigo de mis enemigos. No tenía tiempo para hacer una investigación fuera y no había manera de presentarme ante ti siendo yo. De hecho, no había tiempo de presentarme siquiera. Así que... la chica que me empujó lo hizo a propósito, yo se lo pedí. Y a decir verdad, si no me desenmascaré antes contigo fue porque sabía que eras alguien muy peligroso y no quería ponerme en peligro. Pero ahora te conozco y sé que a pesar de que sí lo eres, no lo representas para mí... o por lo menos eso quiero creer ahora.
—¿Fingiste todo?
—¿Todo...?
—Todo lo que me has contado, tus gustos...
—Pues... no mucho.
—¿O sea?
—Primordialmente, odio el tequila y tienes mucha suerte de haya aceptado beber tanto en este tiempo contigo.
Uriah ríe y me relaja verlo.
—Bien, pero, el resto de cosas. ¿Realmente California es tan diferente a Alana?
—No lo creo — admito —. Alana solo era una fachada para poder estar donde ellos sin que me vieran como el enemigo, jamás me creé una personalidad con ella porque no creí que fuera a necesitarla. Así que solo fui California vestida de Alana cuando estaba contigo.
—Bien, California — acepta acercándose un poco —. Me alegra que seas castaña, la verdad las rubias no me gustan, aunque tú me hiciste dudarlo un segundo.
Río por el comentario y me acomodo el cabello.
—¿Estás molesto?
—En realidad no, estoy sorprendido. Eres muy inteligente, hacer esto solo para tu plan con ellos... joder, eres más increíble de lo que ya me parecías.
—¿Eso crees?
—¿Tú no?
—No me gusta ser egocéntrica.
—¿Lo ves? Sí que eres increíble.
Y me sonrojo por muy ridículo que parezca, nadie que no fueran Rebecka o Artemis habían elogiado mi papel.
—¿Hay algo más que contarme? — pregunta.
—Iré al baño un momento — decido.
Entro al lugar y termino de quitarme el disfraz.
Me deshago de los lentes de contacto, los piercings falsos, el maquillaje, limpio mis brazos y dejo a la vista mis tatuajes.
Me observo en el espejo y ahora arreglo mi realidad tanto como puedo.
Por muy bien realizado que sea el maquillaje para ser Alana, me gusta más ser yo.
Salgo del lugar nuevamente y me pongo un poco nerviosa de enseñarle la realidad a Uriah.
—Carajo — musita parándose de la cama —. ¿Cómo hiciste eso? En verdad, si jamás me lo hubieras contado y te viera por la calle no podría reconocerte — admite sosteniendo mi cara con ambas manos y estudiando todo.
—Elogias demasiado mí trabajo.
—Debo confesar algo — suelta echando mi cabello hacia atrás —. Cuando te conocí me pareciste interesante. Comenzabas a gustarme en realidad — y aunque eso significa que la que le gustaba era Alana y ahora las cosas cambian, me ruborizo ligeramente —, pero ahora que miro esto puedo asegurarte que me enloquece tenerte cerca.
Uriah me besa tan espontáneamente que me deja perpleja por un segundo.
Pero lo correspondo.
La verdad es que haberle contado las cosas me libera totalmente de mis presiones, y ahora puedo tomarme la libertad de decidir lo que quiera sin presiones.
—No quiero más mentiras — habla en cuanto se separa de mis labios —. Serás tú de ahora en adelante.
—Seré yo — acepto.
(...)
En cuanto abrimos la puerta la música se abre paso, en este piso las cosas están tranquilas, pero puedo ver que abajo la fiesta ha comenzado.
Bajamos las escaleras y nos abrimos paso hacia la cocina.
Es el único lugar casi vacío a excepción de Russ y un par de amigos más de Uriah.
—¿Y Alana dónde está? — pregunta Russ en cuanto nos mira.
Ambos sonreímos por la pregunta y pensamos como explicárselo.
—Creo que debo volver a presentarme — respondo —. Soy California, lo mismo a Alana pero castaña, con tatuajes, ojos verdes y un poco más rica.
—Espera un segundo — pide bastante confundido —. ¿Son la misma persona?
—Básicamente sí.
—Joder.
—Imagina que siempre ha sido ella — pide Uriah restándole importancia a las cosas.
—Eso haré.
—¿Cómo va todo?
—Increíblemente bien — responde enderezándose de la mesa —. Cada vez llega más gente. No hay ningún problema y el ambiente es bueno.
—Iré a ver las cosas — decide tomándome de la mano para guiarme fuera de la cocina.
Afuera hay más gente que cuando recién bajamos, y casi no puedo ver nada más que eso.
Personas.
Conseguimos salir, donde aunque se supone que hay tanta gente como adentro o más, todo luce más tranquilo y espacioso.
Las risas y voces son más ordenadas y grupales que adentro, pues muchos están jugando en las mesas y no hay tantas platicas como en la casa.
Todo tiene iluminación, la alberca inflable está sobre el césped repleta de latas de cerveza, en ambos lados hay una barra con alcohol y un par de mesas de juego, tanto pin pong, como beer pong.
Más cerca de la entrada, en mesas del tamaño de la mitad de las barras hay vasos de cuatro diferentes colores con un letrero enfrente.
Verde: soltero.
Rosa: infiel.
Rojo: relación.
Blanco: sin intereses.
Y aunque ahora debo elegir alguno para servirme algo, no sé cuál debería tomar.
Uriah tarda un momento en leer los colores y tomar uno rojo, lo que me toma por sorpresa y me hace olvidarme de mi dilema sobre los colores.
Tomo un blanco y finjo no haberme sorprendido.
—¿Tienes novia? — pregunto mientras vamos a una de las barras.
—¿Esto? — pregunta alzando el vaso —. No, pero digamos que las chicas comúnmente se acercan a mí y no me interesa ninguna ahora.
—¿Por qué no tomar el blanco?
—Porque suele no ser suficiente para ellas, y una relación por lo menos parece hacerlas dudar un poco. Además, estoy contigo y me parece el color más adecuado.
La saliva que pasa por mi garganta se hace pesada y se me dificulta tragarla por lo que acabo de oír.
¿Eso me debe sonar a declaración o cordialidad...?
—¿Yo...?
—Sí, tú.
—¿Entonces...?
—No me agrada que nadie se me acerque ya que estamos juntos.
—Pero si no somos nada, ¿por qué darme el lugar?
—¿Y por qué no? — inquiere sonriéndome y me da un beso en la frente.
Cada uno toma una botella diferente y nos servimos.
Yo elijo brandi y él tequila.
Russ sale de la casa y nos reunimos con él nuevamente.
—Esta noche va a ser larga — suspira Uriah con satisfacción y le da un trago a su bebida.
—Y vaya que sí lo será — confirma Russ mirando hacia mi espalda.
Volteo a mirar, dos chicas vienen entrado una enfrente de otra.
La primera es alta, de cabello claro sin ser rubio, piel blanca y bastante delgada.
Viene vestida de negro, con pantalones plastificados pegados, tacones altos, top negro y una chaqueta corta encima.
Su maquillaje no es muy cargado, pero sus labios rojos resaltan bien en su piel clara.
—¿La invitaste, Russ? — pregunta Uriah más a forma de reclamo que de duda.
—Ni siquiera me mires, jamás haría algo como eso — se libra alzando las manos —. Nadie la invitó, ha llegado sola.
—Increíble — masculla pasándose una mano por la cara.
—¿Qué piensas hacer?
—¿Hacer algo? Para nada, este no es mi asunto.
Uriah toma mi mano y nos aleja de donde estábamos, llevándonos hacia una de las mesas de juego.
Todos sueltan un grito y ríen después. Tal parece que alguien acaba ganar una partida.
—¿Juegas, Uriah? — pregunta en chico mientras limpian la mesa.
—Sí, jugamos.
Vasos azules nuevos son puestos en la mesa por una chica y el amigo de Uriah los acomoda en el centro de la mesa de una forma desconocida para mí.
—¿Quieres explicarme como jugarlo? — pido sin entenderlo por más que quiero.
—Bien, es bastante fácil — acepta acercándose más y poniéndose detrás de mí —. Uno de los vasos que están en círculo será tuyo, servirás lo que quieras en el, cerveza, brandi, lo que sea. Cada uno de nosotros hará lo mismo y el vaso del centro va a llevar un poco de lo que tengan los de afuera. El objetivo es meter la pelota al de el centro, pero en los intentos seguramente entrará al vaso de alguno de nosotros, así que si eso ocurre en tu caso tendrás que tomar tu trago y volverte a servir para seguir con el juego.
—¿Y si atino en el vaso de el centro?
—En cuanto alguno de nosotros lo haga, todos debemos tomar nuestros tragos rápido, das una vuelta, pones tu vaso vacío en la orilla de la mesa e intentas que con un golpe quede volteado sobre la superficie. ¿Entiendes?
—Sí.
—El último en lograrlo se tomará el trago del centro.
—De acuerdo, ya entiendo.
El juego suena divertido y no tan complicado como me pareció al principio.
—Hola, Uriah — escucho una voz femenina saludar al chico.
Miro quien ha sido y me topo con la chica de hace un minuto.
—¿Podemos charlar? — pide acercándose a él tanto que comienza a estar encima del chico.
—Ahora no, Mónica, estoy ocupado.
—Es importante, cariño.
—Me llamó Uriah, así que no me llames por un nombre diferente.
—Vamos, Uriah, ¿qué pasa contigo? — pregunta resbalándose sobre el chico.
—Dije que no hablaré contigo — esclarece retirando a la chica —. Ahora vete. Ni siquiera fuiste invitada a esta fiesta
—¿Y por qué no me has sacado si es así?
—Porque no soy un patán, además, sólo basta ignorarte para que te vayas por tu propio pie.
—¿Ya me has cambiado por otra? — cuestiona mirándome de manera despectiva. Como si a ella le quedase mirarme así.
—No te cambié por nadie, terminé contigo, eso es todo.
—¿Y ella?
—Ella es California, estamos saliendo.
—¿Sales con esto?
—Hey, cierra la maldita boca — intervengo al fin —. No soy "esto", y si fuera tú ni siquiera me miraría, no estás en posición de hacerlo.
—¿Qué se cree? — salta mirando a Uriah.
—Lo que es, ni más ni menos.
—Quiero que hablemos.
—Te dije que me dejaras tranquilo, Mónica, en verdad márchate y no me inoportunes más. Si quieres quedarte hazlo, pero no vuelvas a cruzarte conmigo.
Le da la espalda y nos hace movernos de lugar para deshacernos completamente de ella.
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