Capítulo 16
No he vuelto a contestar el mensaje ni han enviado más.
Todo está muy revuelto y yo estoy sumida en mis pensamientos mientras veo el tránsito en el que estamos atorados.
Acaba de surgirme otro problema, y por lo que veo es menos controlable que el anterior.
Tengo un acosador.
Lo sé, porque aunque apenas hemos intercambiado unos cuantos mensajes, la situación tiene las características específicas de acoso.
Pero... justo acabo de darme cuenta de algo terrible.
Fenix ya está muy metido en mis pensamientos. Creo que esta logrando su cometido y eso es inadmisible.
Aunque en estos días me he dado cuenta que está loc y prácticamente tengo mis razones para dudar de él, es inaceptable que haya pensado en Eros en cuanto recibí el mensaje.
—Llegamos — notifica Ares sacando la imagen su amigo de mis pensamientos.
Miro por la ventana y noto que efectivamente me ha traído a donde pensé.
Abro la puerta y salgo sin esperar la ayuda del chico, me acomodo rápidamente el vestido y permito que me tome del brazo antes de caminar juntos hacia la entrada.
—Buenas noches — saluda un hombre en la recepción —. ¿Mesa para dos?
—Por favor — asiente Ares devolviéndole la sonrisa.
—Por aquí — ambos seguimos al tipo hacia el interior del restaurante.
El ambiente es tranquilo, no hay demasiada gente y eso me parece cómodo.
Ambos tomamos asiento frente a frente en un gabinete, dejo el teléfono sobre la mesa y espero a que nos entreguen dos cartas negras.
—Este lugar me gusta — comenta mientras mira el menú.
—Es lindo, mi padre me traía mucho aquí — cuento con muchos recuerdos en la mente.
—¿En serio?
—Sí, casi todos los viernes, le gusta demasiado la comida japonesa.
—Es muy buena, también me agrada y suelo venir mucho por aquí con los demás.
Como es que nunca me los topé en el pasado.
—Siempre salen en grupo... —apunto.
—Normalmente, a veces salen dos o tres solos, pero casi siempre lo hacemos juntos.
—Que linda amistad — admiro sarcástica y sin verle la lindura por ningún lado.
—Nos conocemos de hace mucho, casi compartimos cunero algunos.
—Que gracioso.
—Hablo en serio — promete cerrando la carta —. De hecho Eros y yo nacimos el mismo día y en el mismo hospital. Angus nació dos semanas después. Todos tenemos la misma edad a excepción de Zeus, fue el último en unírsenos. Porque el resto nos conocemos desde que usábamos pañales.
—Eso suena a una peligrosa lindura...
—Aventuras en pañales versión dioses griegos.
—Y Fenix es Angelica.
Ares suelta una carcajada y no puedo evitar hacer comparaciones mentales entre el dios y ella.
La única diferencia es que Cupido es castaño y Angelita rubia.
—¿Y quienes somos los demás? — pregunta interesado.
—Hmm... tú eres Carlitos, Hades Tommy, los gemelos Hera y Hermes...
—¿Y Angus?
—Mmm... será reptar.
Reímos a la par por mi elección y ante el menú nuevamente.
Doy una rápida mirada alrededor y termino haciendo contacto visual con un par de ojos verdes familiares.
—¿Papá? — cuestiono al tiempo que me nombra.
Me pongo de pie y voy corriendo a abrazarlo, ambos permanecemos unidos un largo momento, pues llevábamos demasiado de no vernos.
—¿Cómo estás? — interroga liberándome —. No pensé encontrarte por aquí, no es de tus lugares favoritos para comer...
—Estoy bien, las cosas van corriendo con normalidad... — una pequeña mentira no daña a nadie.
—Y... ¿y quién es tu acompañante? — repara en el detalle que deseaba pasara desapercibido.
Por lo menos no es Eros con quién he venido.
—Un amigo — respondo no muy segura de que lo seamos o lo que no seamos —. Es Ares.
—Un gusto, señor — dedica parándose y estrechando la mano de mi padre.
—Un gusto, Vikram Kendrick — se presenta muy serio y elegante.
—Soy Ares Wells.
—¿Por qué no vienen a cenar con nosotros? — sugiere señalando hacia su mesa.
Misma donde encuentra una mujer que no conozco y no había visto acompañando a mi padre.
—Que interesante — analizo en voz baja —. ¿Quién es?
—Es una cita, cariño — contesta relajado intentando mantener neutra la situación y mis ánimos.
—¿Y de dónde la sacaste? — inquiero mirándola tan discreta como puedo.
—La conocí en la oficina.
—Espera, no me digas que es tu nueva secretaría porque de verdad exploto aquí mismo.
Ya suficiente es aguantar al Olimpo como para tener que soportar una madrastra.
—California, ya te he dicho que primero debes conocer a las personas antes de juzgarlas — comienza reflexivo.
—No puede ser, sí lo es — confirmo.
—Tu madre te ha metido cosas muy malas a la cabeza — determina.
—¿Qué cosa es mala? ¿Que de verdad no quiera creer que estás saliendo con tu secretaria como si de novela cliché barata se tratase?
—Es malo que actúes como las clásicas niñas ricas de esas novelas baratas — apunta.
—Que terrible ofensa.
—Hey, tal vez tenga razón — opina Ares mientras me frota la espalda —. O tal vez la tengas tú y conociéndola agarras más fuerza para criticar — susurra en voz tan baja que sólo yo le puedo oír.
—Bien, la trataré — accedo a regañadientes.
Mi padre muestra una gran sonrisa y se hace a un lado para cederme el paso y que vaya a sentarme.
—Liz — llama su atención —. Te presento a mi hija — comienza mientras Ares se sienta a mi lado y él junto a la mujer —. California.
—Es un gusto — alardea sonriendo de oreja a oreja.
Me limito a sonreír tan hipócritamente como me es posible.
—Y él es su amigo, Ares — termina papá.
—Un gusto — contesta este sonriéndole tan amable como de costumbre.
—Su amigo, eh... — repite la mujer sonriendo mientras alza una ceja.
—Así es — reafirmamos papá y yo al unísono.
—Bueno, todo empieza por una amistad — opina con picardía.
—Por supuesto que sí — concuerda Ares, cosa por la que mi padre y yo volteamos a verle —. Digo, no es como si aún existiese eso de las relaciones forzadas.
—Tal vez, aunque dudo que en este país — pienso.
—Supongo que aún es de familias adineradas que casan a sus hijos por negocio con otra familia — opina Liz pensando de una manera diferente a la mía .
—O el padre termina eligiendo a una secretaria... sí, podrían ser ambos — contraataco.
—Yo jamás casaría a mi hija a la fuerza — admite mi padre —. Es más, si no se quiere casar mejor que no lo haga.
Le miro seria por el comentario, aunque realmente me quiero reír de su sobreprotección conmigo.
—Le creería que California no quiera casarse — apoya Ares —. Se ve que no es de esas chicas que sueñan con vestirse de blanco algún día.
—¿California de blanco? Por favor, si decidiese casarse lo haría con un vestido negro, eso puedes tenerlo en mente.
—Así es, tiene razón.
—Mejor dejen de imaginarme, que jamás lo verán sus ojos — zanjo sus ilusiones de boda.
—Estás en la edad — continúa Liz —. Dentro de unos años ya te veré casándote.
—Tengo veintiún años, no diecisiete, ya sé lo que quiero para mi vida.
—¿Y qué es lo que quieres? — investiga papá.
No tenía planeado que lo preguntase, ya que realmente no me he puesto a pensar lo que quiero hacer con mi existencia
—Estudiar, trabajar, viajar, comprarme una casa, vivir sola y ser la tía soltera y rica — respondo.
—No tienes hermanos — recuerda Liz.
—Pero sí primos — aclaro con mofa.
—Eso sería como seguir los pasos de tu madre — inquiere papá.
—Pues, analizándolo bien no le veo lo aburrido a su vida.
Es rica, soltera y libre, ¿que de aburrido tiene eso?
—Pero tiene cuarenta y dos años — recuerda.
—Lo sé, me dobla la edad, pero, no querrás que siga sus pasos y te haga abuelo de una vez, ¿verdad?
Los ojos de mi padre se posan sobre Ares, cosa que me provoca una ligereza de nervios.
—Por supuesto que no — niega —. Eres demasiado chica para ello.
—Lo dice quien me tuvo a los veintitrés con una mujer de mi edad. Pero está bien, porque de verdad no pienso hacerte abuelo nunca.
—¿Cuántos años tienes? — interroga a Ares.
—Veintitrés — contesta éste.
—Menos mal no quieres tener hijos — se dirige a mí.
Esto comienza a ser incómodo.
—Claro que no, odio a los niños.
—¿Por qué los odias? — cuestiona el rubio.
—Porque... son niños y...
—¿Y ya?
¿No puedo acaso?
—No. Son un humano miniatura, que llora, come y caga, y babea, vomita, llora otra vez... ay no, prefiero tener un perro. Solo come, caga y te hace muy feliz.
—Y se come tu maquillaje — agrega el chico entre risas.
—Bueno, es un perrito, luego se le quitará la costumbre de morder cosas y seguirá haciéndote muy feliz.
—Los hijos también te dan felicidad — opina la mujer.
—Apoyo eso, aunque no quiero ser abuelo aún — concuerda mi padre.
Y soy la más interesada en ello.
—No lo serás, papá.
—Perfecto, virgen hasta la muerte.
Ares no puede evitar soltar una risotada y me ruborizo.
—Yo sólo hablé de hijos — aclaro riéndome —. Sólo de eso.
(...)
Sigo sin tolerar a la mujer con la que ha salido mi padre, sin embargo los cuatro estamos riéndonos de las anécdotas extrañas del hombre.
Oigo que el móvil de Ares suena, pero no le tomo importancia y sigo escuchando a mi padre mientras contesta.
—Te llaman — avisa el rubio entregándome su teléfono.
Miro la pantalla y leo el nombre de Cupido, cosa que me tensa al instante.
"—¿Bueno?
—¿Por qué carajo no contestas? — reclama molesto mientras oigo
su voz ligeramente agitada.
—Estoy ocupada, no oí el móvil — admito aunque sé que lo he puesto en silencio a propósito.
—Increíble, sólo necesitaba decirte que nuestro perro se está muriendo por tu culpa.
—¿Mi culpa? — brinco espantada, ¿Cerbero está mal?
—Fue tu maquillaje
el que se comió.
—Eso no significa que haya sido mi culpa, no creerás que yo le dije que se lo comiera, ¿no?
—No me interesa, voy de emergencia al veterinario,
por si te importa saberlo — dice soberbio.
—Iré contigo.
—¿Y dónde se supone que estás?
—Tomaré un taxi, te veo allá.
—Un taxi — repite y puedo imaginar cómo rueda los ojos —. Déjate de estupideces y dime dónde estás.
—Comiendo comida japonesa.
—Me queda de paso, estoy ahí en cinco minutos".
Le regreso el móvil a Ares y tomo el mío para salir del lugar cuanto antes.
—Tengo que irme — informo un poco apenada del repentino contratiempo —. Lo siento, voy a acompañar a Eros al veterinario.
—¿Se sintió mal?
No puedo evitar reírme del comentario, menos mal fuera él el enfermo.
—Cerbero está mal — explico —. Vamos a llevarlo. En verdad lo siento mucho, no quería tener que marcharme.
—No es nada, entiendo el problema, sólo ve con cuidado... ¿pasará por ti?
—Llega en cinco minutos.
—No quiero ni imaginar cómo viene para llegar en ese tiempo... sólo cuídate, puedes llamarme si lo necesitas.
—No pasa nada, estaré bien — aseguro poniéndome de pie —. Me tengo que ir, papá — aviso acercándome a su lado.
Se pone de pie conmigo y lo percibo tenso.
—¿Qué ocurre? — investiga.
—Un problema, pero todo está bien. Espero verte pronto...
—Puedes ir a casa cuando quieras, sabes que sigue siento tuya.
—Gracias, papá — le abrazo fuerte otra vez, después de todo no sé cuánto tiempo pase hasta que pueda volver a verlo —. Adiós — me despido de la mujer, y le doy un beso en la mejilla a Ares antes de salir.
Esto es increíble, tengo que verle la cara de nuevo a Eros.
Salgo del lugar y me veo obligada a permanecer en la entrada bajo el techo, ya que nuevamente a empezado a llover y no deseo mojarme.
La camioneta aparece a unos metros de la acera, frena de golpe y casi me sobresalto por la forma tan precipitada en la que apareció.
Bajo las escaleras deprisa y atravieso la ancha banqueta corriendo, abro la puerta y ni siquiera me doy oportunidad de dudar en cómo voy a subir.
—¿Dónde está? — interrogo mientras me abrocho el cinturón.
—Atrás.
Me asomo para verlo mientras nos ponemos en marcha, en el asiento veo una caja de cartón y supongo que ahí está.
—Demasiado femenina para ser real, no pensé que usaras tacones realmente — comenta.
—No mentí la primera vez que te lo dije.
—Pues lo puse en duda.
¿Será posible que Fenix pueda cerrar la boca por cinco minutos al menos?
—¿No tenías una función de cine y una chica para follar a la cual ir? — cambio de tema.
—Con que lo escuchaste... — nota con una sonrisa estúpida.
—Claro que lo oí.
—¿Tiene algo de malo?
—No dije que lo tuviera.
—¿Entonces por qué me lo reclamas?
Ahí va de nuevo.
—Yo no te reclamé nada — niego guardando la calma.
—Estoy aquí por mi perro, no por ti — escupe con desprecio.
—Pues ya somos dos.
El auto se queda en completo silencio. El radio está apagado, el único ruido que se escucha es el de la lluvia cayendo sobre nosotros y los limpia parabrisas.
¿Qué se cree este imbécil? ¿Que estoy aquí por gusto?
Me dan ganas de...
—Se que tienes ganas de golpearme — habla terminando mi pensamiento.
—No me digas, dios Eros, ¿también lees la mente?
—No necesitas leer la mente para adivinar algo del tipo, sólo se necesita ser analítico con el entorno y las situaciones, tanto del presente como del pasado.
—Suena incluso aburrido y odioso con tus palabras.
—Puede ser.
En realidad, todo suena fastidioso con sus palabras.
—Lo es — insisto.
—Volviendo al tema. Sé que deseas hacerlo.
—Lo que deseo es que te caiga un meteorito encima, Fenix.
—Hay que desear cosas más posibles, California.
—Entonces que sea un rayo.
Eros suelta una carcajada y yo tengo que tensar la mandíbula para no reírme con él.
Maldita sea, quién hizo tan arrogante a esta bestia de mi lado.
Nos vemos obligados a detenernos, pues aunque el semáforo está en verde hay más de veinte carros por delante y parece que ninguno se decide a avanzar.
—Te dije que tomaba un taxi, ahora mismo estarías en la veterinaria — refunfuño.
—¿Y tú dónde? ¿De camino a una bodega abandonada?
—No me pasaría nada, no seas paranoico — ruedo los ojos y cruzo los brazos.
—Estás loca, suerte que no acepté que te fueras así, sólo ve como vienes vestida y la maldita hora.
—¿Me estás insultando acaso?
—Claro que no estoy ofendiéndote, te elogio e intento cuidarte porque no sabemos las mañanas del taxista que te pudo recoger.
¡Ay, por Dios! Desde cuándo te nace proteger a tus enemigos.
—Odio cuando hablas como si no me odiaras — admito.
—¿Quién ha dicho que te odio?
—No intentes confundirme, que se nota a leguas.
—Ah no, tú me odias a mí, de eso nadie tiene duda, pero yo jamás he dicho que te odio. Si tú no hubieses iniciado los problemas seguramente nos llevaríamos bien.
Con eso se me calienta la cabeza, todavía tiene el descaro y cinismo de venir y culparme a mí de sus jaladas.
—¿Yo iniciar los problemas? ¡¿Quién fue el maldito bravucón que me quitó mi chocolate?!
—¿Ves? ¿Todo por un estúpido chocolate que no debió costar un dólar?
—Costó dos — apunto.
—Da igual, todo lo hiciste por un estúpido dulce.
—Y a ti quién te ha dicho que tienes derecho de quitarle sus pertenencias a los demás. Eres rico, cómprate tus cosas.
—No sabe igual.
Yo lo mato...
—Debería saber mejor sólo por tener en mente que lo compraste tú mismo — opino.
—¿Y dónde queda la acción? Le quitas lo divertido de joder a los demás.
—Bien, pues como quiero saber que se siente voy a joderte lo que me resta en Umbra.
—Esa es una excelente amenaza, porque por lo menos significa que tengo un enemigo y no sólo una víctima.
—Jódete, Fenix.
—Lo haremos juntos.
_____________________
Sigue leyendo. 💞
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro