13
Reki llegó a casa casi arrastrando los pies, estaba tan cansado. Tan harto de aparentar tener energía para sobrellevar su día a día. En serio, simplemente no comprendía como su antiguo yo podía con todo eso y aún tenía tiempo según su mamá, para jugar con las gemelas, tener de vez en cuando una conversación con Koyomi, ayudar en las labores de la casa, construir y reparar patinetas, ir a su trabajo de medio tiempo e ir a S.
Era demasiado, para cualquiera, para cualquiera menos para su antiguo yo.
—Reki —nombró Koyomi apenas verlo entrar por la puerta. —Reki, ¿Por qué tardaste tanto en llegar a casa? —reclamó ella inflando los mofletes de forma adorable. —Bueno, ya no importa. Necesito ayuda con una maqueta, por favor... sé que es tarde, pero simplemente no logro hacer que se vea bien —suplicó ella con los ojos brillantes.
—Reki, Reki. Reki —llamaban también las gemelas sujetándose de cada pierna. —Lee un cuento. Lee un cuento.
—Niñas, dejen a su hermano al menos cenar antes de atacarlo —defendió Masae con una dulce sonrisa.
—Está bien mamá, ya he comido algo de camino aquí, así que... quien va primero.
Masae observó a su hijo, no parecía estarle mintiendo, pero su instinto de madre le decía que algo andaba mal, muy mal. Pero presionar a Reki para que le dijera las cosas nunca funciono, su hijo era demasiado independiente que en muchas ocasiones actuaba más como adulto que como el adolescente que era.
—Voy a darles un baño a las gemelas, si quieres, puedes ayudar a Koyomi y luego leerles a ellas.
—Entonces así será —concluyó Reki con la sonrisa más grande que pudo lograr. —Veamos esa tarea tuya.
Reki elevó una ceja, ciertamente la maqueta necesitaba mejoras, con un suspiro profundo se puso a trabajar bajo la atenta mirada de la mayor de sus hermanas.
—¿Aún no recuerdas nada? —preguntó ella un rato después, en sus ojos tan parecidos a los de él se podía leer todo el valor que necesito para hacer la pregunta.
—Sí, he recordado un par de cosas y Miya me ha mostrado muchos videos, pero...
—Aún no te sientes como tú —declaró ella con tristeza. Si no fuera porque era imposible a Reki le pareció ver como sus bonitas coletas perdían fuerza y caían, igual a las orejitas de los cachorros al entristecer. —Sabes Reki, sé que lo he dicho más de una vez, pero está bien si no regresas a ser el de antes. Yo... te amo, te amo tanto y —Koyomi dejó salir varias lágrimas que había estado conteniendo. —Y puedo ver que no eres feliz, te estas esforzando tanto por todos, como siempre lo has hecho y nosotros nunca hemos podido regresar del todo ese esfuerzo.
—Koyomi...
—Deja de fingir, al menos conmigo, con tu familia. Si no te gusta el guiso de mamá dilo, si no quieres ayudarme con mi tarea porque estas cansado entonces di no, el que te niegues no va a cambiar en nada el cariño que te tenemos. No necesitas demostrar nada, no quiero que vivas al servicio de otros. Se un poco más egoísta.
Reki no podía creer que de todas las personas fuera ella la que se hubiera dado cuenta, la que le hubiera dicho aquello que más necesitaba escuchar.
—Gracias —y abrazo a su pequeña hermana con tanto sentimiento y paz que no dudo que las cosas de ahora en adelante irían a mejor. Porque al escucharla hablar se daba cuenta que dejar de ser él, por querer ser el de antes no era bueno, se estaba lastimando y lastimando a otros. —Entonces ¿tengo tu permiso para ser egoísta?
Koyomi asintió con la cabeza antes de agregar, —tanto como quieras, nadie tiene derecho a reprochártelo.
Dos golpes en la puerta se hicieron oír, un segundo después la voz de su madre anunciando que el baño estaba libre hizo a los hermanos mirarse.
—Entonces yo entro primero —dijo Reki poniéndose de pie de un salto para correr fuera de la habitación rumbo al baño.
—Reki, como te acabes el agua caliente voy a robar tus postres durante un mes, ¿me escuchaste? un mes —amenazó ella con furia siguiéndolo de cerca bajo la atenta mirada de Masae que sonrió tiernamente, un poco más tranquila después de haber sido testigo de aquella dulce y más que afortunada conversación.
Estaba tan orgullosa de sus hijos, de sus preciosos niños que se amaban incondicionalmente y eran lo suficientemente empáticos para comprenderse a pesar de la diferencia de edades.
Esa noche mientras su cuerpo se relajaba en la tina llena de agua caliente Reki decidió que todo sería diferente, si no deseaba hacer algo lo expresaría claramente, y ya no pensaría en su antiguo YO.
Al día siguiente Reki despertó temprano, sus ojos viajaron de las paredes desnudas de su habitación a las repisas que antes estaban llenas de accesorios para patinetas y revistas de skate. Ciertamente no deseaba volver a subirse en una tabla, pero tal vez era tiempo de llenar ese vació con algo que de verdad le gustara. Un nuevo comienzo.
La caligrafía no era lo suyo, y la concina... aunque no era tan malo, tampoco era un prodigio. Nanjo-san se había cansado de repetirle que con el tiempo mejoraría. Pero si lo pensaba detenidamente solo había una cosa que lo hacía sentir bien, y por ahora se aferraría a ello.
Con todo eso en la cabeza bajo a desayunar, con la mente y el corazón más tranquilo de lo que había estado desde que despertó en hospital tantos meses atrás.
—Mamá, ¿crees que podrías comprarme un par de latas de pintura? —preguntó Reki con las mejillas rojas. —Sé que es un gasto extra, pero...
—Reki, no tienes preocuparte por eso. De hecho, si te hace sentir mejor puedes comprarlas tú mismo. —Respondió Masae enternecida por la forma en que su hijo solicitaba las cosas, siempre tan considerado. —Los ahorros de tu anterior trabajo están en la alcancía de tu habitación.
—¿Enserió? —y el brillo en su mirada fue algo que a Masae hizo muy feliz porque hacía mucho que había estado ausente.
—Sí. Es más, déjame ir por ella —y se puso de pie antes de que Reki se negara, porque era un buen pretexto para meter un par de billetes más, sólo por si acaso.
Reki salió de casa brincando de dicha, con sus ahorros bien guardados en su mochila mientras su cabeza enumeraba los colores que debía comprar para cubrir el espectro básico. Aún era temprano y dudada que los comercios ya hubieran abierto, pero tal vez podía echar un vistazo por los aparadores, ya por la tarde se daría tiempo hasta para recorrer un comercio especializado. Era tanta su euforia que pasó prácticamente corriendo al lado de Langa sin notarlo o recordar su promesa de encontrarse esa mañana para caminar juntos.
—Reki —llamó el canadiense un poco sorprendido de la extraña vivacidad que mostraba, porque en los últimos días se le había escapado todo ese radiante brillo, esa energía desbordante que tanto caracterizaba a Reki.
—¡Ah! Lo siento Hasegawa-san —se disculpó. —Estaba un poco distraído.
—Puedo verlo. ¿Paso algo bueno?
Reki se mordió el labio inferior, —sólo... he pensado en pintar un poco —respondió controlando sus ganas de soltarse hablando sobre todo lo que planeaba hacer, además de tener que dejar su idea de mirar escaparates para más tarde.
—Ya veo.
A paso lento llegaron a la escuela, Reki sentía las manos temblarle de la emoción, sin embargo, aún faltaba varias horas para la salida. En su situación no podía darse el lujo de faltar a clases, menos aún porque el festival era al día siguiente.
A la hora del almuerzo se suspendieron las clases y se dio permiso para dedicarse a los preparativos para el festival. Los diferentes salones se llenaron de ruido, el movimiento de las sillas y escritorios, los chicos que iban y venían por los pasillos para recoger sus stands en el club de carpintería, vestuarios encargados al taller de cultura doméstica. Los carteles o figuras que el taller de Arte se ofreció a diseñar, así como el cambio de área para los que iban a presentar la obra de teatro, o la propuesta para un show de talentos que a última hora fue aceptada por el consejo estudiantil.
Reki lo único que deseaba era salir de ahí.
—Reki-kun, ¿Cómo vas con las gruyas de origami? —preguntó Kotaro.
—Las gruyas —jadeó Reki, porque la verdad ya se le habían olvidado. —Ah, sí. Pensé que tal vez sería más bonito si me sentara junto a la puerta y las hiciera ahí mismo. Ya sabes, para entregarlas como un recuerdo de su visita a nuestro salón de té.
—¡Eso suena maravilloso! —exclamó fascinada Haruna empujando a Kotaro detrás de ella para acaparar toda la visión de Reki. —Aunque supongo que tendrás que hacer algunas antes de que abramos, o de otro modo los primeros se irán sin la suya.
—No te preocupes hare algunas esta noche, así mañana estarán listas.
—Excelente, mientras tanto, puedes ayudarnos a pintar el... —indico la chica sujetando el brazo de Reki para acercarlo a la tarea que pensaba encomendarle, así que último que pensó es que el pelirrojo se soltara de un tirón.
—Lo siento, pero no puedo, tengo algo que hacer por la tarde.
Kotaro sonrió desde atrás alegrándose de que Reki comenzara a ponerle un hasta aquí a estas chicas abusivas.
—Si ese es el caso, tal vez quieras irte temprano, digo, ya has apoyado demasiado y un descanso no te haría mal —ofreció Kotaro alevosamente bajo la asombrada y molesta mirada de Haruna.
—Estás loco, aún hay muchas cosas por hacer y Reki-kun es...
—Es solo uno más, —tajó Kotaro con la mirada firme. —Y ya ha hecho bastante. Mañana lo vas a tener todo el día haciendo gruyas, ¿Qué no te vasta con eso?
Ella pareció considerarlo un segundo y ese lapso fue suficiente para que Reki tomara sus cosas a las carreras, agradeciera a Kotaro por la ayuda y saliera de ahí.
Koyomi dijo que estaba bien ser egoísta y este pequeño arrebato se sentía tan bien que no pensó en lo que dejaba atrás, no al trabajo aún pendiente, no a las personas que seguramente irían a buscarlo para que los ayudara a terminar los stands, no a la decoración o pintura de la portada para la puerta principal. Solo él y sus planes, su ardiente deseo de hacer algo que le gustará de verdad sin la supervisión, presión o necesidad de satisfacer expectativas.
Y con cada paso fuera de ese límite que hasta ahora no había notado él mismo se impuso, al fin algo dentro de él volvía a arder, una llama que no creyó poseer se encendía hasta convertirse en un incendio que arrasaba con sus ataduras y le daba las alas que necesitaba para volar, le brindaba sin buscarlo, toda esa desbordante energía que antes pensó era mentira poseía.
Ahora lo entendía, era pasión lo que le daba movimiento a su vida, esa misma que desapareció, que fue borrada junto a su memoria, pero que ahora recobraba al enfocarla en un nuevo objetivo.
Era apabullante la felicidad, la fuerza que recorría sus venas, como un volcán a punto de explotar. Y todo eso se reflejaba en su mirada, en su sonrisa y en la vibrante necesidad de movimiento.
La tienda a la que decidió entrar tenía todo tipo de pinturas, desde acuarelas, gises, óleo, acrílico y el aerosol que tanto había estado deseando. Así que, a pesar de anhelar hacerse de todos ellos, Reki se decantó por los siete colores básicos y luego con su pequeño arsenal decidió arriesgarse. Sin dudarlo se encamino al lugar que había ocupado sus pensamientos desde esa mañana, solo esperaba no estar cometiendo una estupidez.
La pared blanca como la nieve que había elegido parecía gritar por ser decorada con algo más brillante, por eso Reki sonriendo tomo la primera lata de aerosol y la agito sintiendo todo se ser emocionarse anticipadamente, y antes de arrepentirse soltó el primer disparo.
Eran las ocho de la noche cuando terminó, pero para ser sinceros era la primera vez durante su amnesia que se sentía como él mismo. Como si una parte de él hubiera vuelto.
—Se ve bien —dijo observando su obra mientras intentaba limpiar sus manos todas manchadas sobre la tela del pantalón. —Esto es más YO que esa insípida garza en blanco y negro de la escuela —se felicitó a si mismo con una enorme sonrisa y las manos en la cadera mostrándose orgulloso.
—En eso tienes razón —dijeron a su espalda provocándole un pequeño salto del susto.
—Kaoru-san —jadeó Reki al verse descubierto. —Yo... solo... quería...
—Es precioso y capta completamente tu esencia Cherry —elogió Joe apareciendo detrás del calígrafo, pero sin poder despegar la mirada de la pared.
La verdad Kaoru estaba anonadado con el talento de Reki. Simplemente lo que había pintado en la parte trasera de su estudio de caligrafía era una obra de arte. Las ramas de cerezos en flor parecían tan naturales que si estirabas la mano casi podías tocarlas. Tan delicadas, tan bellas, tan frescas como la juventud de este chico cuya alma era arte. Una pintura que merecía ser enmarcada, apreciada y valorada, igual a Reki.
—Reki —nombró Kaoru con un tono de voz tan serio que hasta Joe temió por lo que diría a continuación. —¿Has pensado en la propuesta que te hice?
—¿No estas molesto por...? —mencionó Reki apretándose los dedos con un poquito de miedo, después de todo, había pintado la fachada de su casa sin su consentimiento.
—Por que debería molestarme tener algo tan maravilloso. Reki, te lo he dicho muchas veces, tienes un talento descomunal, si quisieras aprovecharlo...
—He considerado a que me voy a dedicar, y lo que quiero es...
Continuará...
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