
Capítulo 7
Me ajusté la corbata con los ojos aún cerrados. No había dormido casi nada esa noche. Cada vez que cerraba los ojos el recuerdo del beso me invadía. Terminé no se cómo de vestirme y sujeté mi melena en una alta cola. A mis espaldas Paula y Sam se vestían en silencio; ninguna ha vuelto a hablar sobre lo que pasó anoche. Cuando vi a Sam mirar a Paula me prometí a mí misma hablar con ella sobre el asunto. A veces podía ser muy seca con Paula, y ella era demasiado ingenua para darse cuenta. No pensaba permitir que mis dos mejores amigas se distancien por un estúpido juego.
Al pensar en ello, volvió a mí la lengua de Bruno recorriendo mi boca y se me puso el vello de punta. ¿Cuánto tiempo iba a durar esa extraña sensación? Quité el recuerdo de mi cabeza y me ajusté la falda de cuadros rojos y grises. El uniforme no era del todo feo, pero no soportaba ir vestida al resto de alumnos, me hace parecer menos... yo. Consistía de una falda de cuadros rojos y grises, una camisa blanca ceñida y una chaqueta gris con el escudo. Además de la estúpida corbata del mismo color de la falda. Había tardado meses en aprender a ponérmela.
Las clases empezaban a las doce. Así que teníamos una hora y cuarto para poder desayunar. Llegamos a la cafetería y desayunamos en silencio. Matt se unió a nosotros y clavó sus labios en los míos. No pude evitar compáralo con el de Bruno. Estaba enloqueciendo.
Tras desayunar nos dirigimos a las aulas en el edificio del norte. Hacía un día bastante nublado que amenazaba con tormenta. Odiaba el maldito tiempo de Inglaterra; un día hacía un sol maravilloso y al día siguiente, las nubes negras cubrían el cielo por completo. Recordé la primera vez que mi madre me trajo al internado; daba miedo. Su aire tétrico y antiguo, esas enormes paredes de piedras, el bosque rodeándolo todo, y el incómodo silencio en sus pasillos. Ahora me parecía mil veces más acogedor que los pasillos de mi casa.
Entré en el aula junto a Paula, Sam había desaparecido del mapa. Me senté en mi mesa de siempre. Revisé el aula buscando a Bruno, pero no estaba. Entonces recordé que anoche Sam dejo un mensaje en el despacho del director con un vaso de lo que Bruno sirvió en la fiesta. Seguramente estaba reunido con él. Debería sentirme aliviada por la probabilidad de sea expulsado, pero no era así como me sentía.
El profesor Robert entró en el aula y comenzó a dar su discurso de bienvenida. Era absurdo, llevábamos cuatro años dando clases con él. Cuando la clase de historia llevaba diez minutos alguien tocó la puerta. Todos nos quedamos en silencio y esperamos mientras el profesor abría. Me sorprendí al encontrarme a Brachielli de pie en la puerta. Llevaba el uniforme puesto con los tres botones superiores de la camisa abierta. ¿Qué manía tenía con no ponerse bien las camisas? Habló un par de palabras con el profesor y entró en clase. Su mirada se cruzó con la mía logrando sonrojarme; la última vez que me miró fue tras el beso. Ahora me miraba con odio; estaba acostumbrada a que lo hiciese con desprecio o con burla, pero era la primera vez que sentía que me clavaba cuchillos con la mirada. Volví a centrar mi mirada al frente con el aliento cortado e intenté ignorarlo mientras tomaba asiento en la última mesa de mi fila.
Escuché los susurros de algunas de las chicas. Desde que llegó era la comidilla del instituto. En cierto modo, tenía que darles la razón. Si no fuese por quien era, yo también sería una de ellas. Su metro noventa, sus anchos hombros, su mandíbula, sus hoyuelos, incluso su jodido pelo. Todo en él era... en fin. Nunca pensé que Bruno se fuese a convertir en el hombre que era. Aunque, a decir verdad, con ocho años una no se fijaba en eso.
Cuando volví a Italia siempre había un apartado en las revistas del corazón dedicadas al joven Brachielli y sus conquistas. Era increíble que con la edad que tenía ligase tanto. Una de mis amigas se acostó con él, y fue tanto el rechazo que sentí que no volví a hablarle. Al igual que tampoco podía leer esas revistas; siempre se alimentaban de la rivalidad que había entre nuestras familias.
Una vez me entrevistaron en uno de mis peores días. Aún lo recuerdo, Bruno acababa de salir en portada con una modelo y a mí me hervía la sangre. Me encontré con un estúpido paparazzi preguntándome sobre su familia. No recuerdo las palabras exactas, pero sé que solté el suficiente veneno como para merecer las palabras que recibí de su vuelta. Así empezó nuestra pequeña guerra, y por eso evitaba volver a Italia. Lo cierto era que siempre me sentí mal por esas palabras, pero Bruno se había vuelto un experto en despotricar sobre mi familia.
Tras acabar la clase, una hora más tarde, todos salieron del aula al centro que había entre todas las clases para aprovechar los cinco minutos de descanso entre clase y clase. Yo me fui a levantar cuando alguien me empujó de nuevo en mi asiento; el golpe me dolió en el culo. Bruno arrastró una silla a mi lado y fulminó con la mirada a mis amigas, que estaban a punto de acercarse. Ambas miraron sorprendidas y nos dejaron a solas.
— Te crees muy graciosa, ¿no? —me dijo con la voz ronca. Observé que llevaba el pelo despeinado y pequeñas ojeras, como si no hubiese dormido nada en días. Se removió varias veces el pelo, y sabía que estaba intentando contenerse.
—No sé a qué te refieres —respondí intentando hacerme la tonta.
—Me estás diciendo que no sabes nada del chivatazo que se dio ayer sobre mi fiesta, ¿no? —me encogí en mi asiento.
Con cada palabra se había ido inclinando más y más, y al ver su mirada llena de rencor, me sentí incomoda, pequeña bajo su cuerpo. Intenté recordar el objetivo del plan, intenté centrarme, ser fuerte, no achicarme frente a él; pero estaba claro, no podía. No cuando sentía su aliento tan cerca y mi cuerpo recordaba con tanta intensidad lo que había sucedido anoche.
—Ya te lo he dicho, no sé de qué me hablas. —Dio un golpe seco en mi mesa y me sobresalté enseguida. Nunca lo había visto tan enfadado. Abrió la boca dispuesto a decirme algo, pero el timbre le interrumpió y los alumnos volvieron a inundar en el aula. Dejó la silla en la mesa de al lado, y se inclina de nuevo a mí.
—Esto no ha acabado. —Tragué saliva en silencio.
Matt pasó por mi lado y se inclinó a darme un beso que no respondí con demasiada ilusión.
— ¿Todo bien? —Asentí fingiendo una sonrisa perfecta.
— ¡Hola a todos! Vamos a dejarnos de palabrerías que aquí nos conocemos todos —dijo la profesora de biología con una voz cantarina. Se quedó un momento mirando tras de mí y señaló al fondo—. Hay una cara nueva por aquí, ¿es usted nuevo señor...?
—Brachielli. Bruno Brachielli y sí, soy nuevo —contestó con la voz quebrada. Supuse que seguía alterado, hacía menos de cinco minutos me estaba gritando.
—Bienvenido señor Brachielli, yo seré su profesora de Biología —siguió la profesora mientras revisaba en sus papeles—. Espero que te hagas a nosotros rápido y puedas hacer amigos pronto.
—No se preocupe por eso profesora, por suerte tengo una vieja amiga como compañera de clase. De hecho, la conozco de toda la vida —contestó y todos empezaron a hablar en voz alta. Lo había hecho a propósito, sabía que no quería que supieran que nos conocíamos. Todos estaban girados sobre él, preguntándole de quién hablaba. Le miré en silencio y recé porque no diese más explicaciones. Si decía que nos conocíamos, mis amigas sabrían que les había mentido. Me clavó la mirada y torció una sonrisa—. Alessandra y yo nos conocemos de niños. ¿Verdad, Less?
MIERDA.
Toda la clase se volvió hacía mí preguntando cosas que no alcancé a oír. Me animé a mirar a mis amigas y ambas estaban sorprendidas. Paula me preguntó con la mirada de qué diablos estaba hablando Bruno, pero Sam hizo un gesto extraño que no logré descifrar; ¿enfado, desilusión?
— ¡Silencio! Todo el mundo a su sitio —intentó llamar la atención la profesora inútilmente. Dio un golpe en su mesa con un libro—. Este año será mucho más difícil que el anterior y por consecuente, he decidido poneros por pareja para que os ayudéis mutuamente en los trabajos de clase.
¿Cómo había podido dejarme en evidencia en mitad de todo el mundo? Las lágrimas me quemaban los ojos y sacudí la cabeza. Tenía que controlar mis ganas de voltearme a mirar a Bruno.
—Y señorita Marzolini...—llamó mi atención la profesora Luisa—. Con el señor Brachielli, así puede ayudar a que se adapte mejor.
Entré en pánico. ¿Estaba en una maldita pesadilla? Volteé para mirar a Bruno que estaba observándome fijamente con los labios entrecerrados. Nuestras miradas se cruzaron. Mañana cuando diésemos la primera clase oficial de biología, nos sentaríamos juntos en el laboratorio. ¿Cómo voy a sobrevivir un año así?
Cerré la puerta de un portazo y me eché corriendo sobre mi cama. Sujeté mi almohada con fuerza y me envolví a su alrededor. Sentí la primera lagrima caer y como poco a poco se fueron uniendo las demás. No había nadie en la habitación y agradecí estar sola. Había evitado a mis amigas toda la mañana; necesitaba tiempo para pensar en todo lo que había pasado.
Desde que Bruno llegó supe que lo arruinaría todo, pero tras lo de anoche, esperaba que fuese distinto. No pude evitar añorar que volviésemos a ser los de antes; que volviese a ser la persona que yo recordaba. Aquel niño rebelde capaz de darlo todo por mí. El que fingía perder cada vez que jugábamos al ajedrez con tal de que no me pusiese triste; el que siempre me guardaba su último trozo de tarta porque sabía que amaba comer dulces, o aquel que siempre me consolaba cuando estallaba en llanto por culpa de las peleas de mis padres.
Había estado todos estos años ignorando el sentimiento de haberlo perdido. De saber que ya nada volvería a ser como antes. Y por más odio que sintiese por el nuevo Bruno, aún lloraba por él antiguo. Todo este tiempo había esperado que tuviese una excusa, un motivo, algo que explicase porque me abandonó de aquella manera, porque incumplió su promesa... pero no había nada. Él me lo había prometido.
— ¡Dámelo, es mío! —grité e intenté alcanzar el trébol de cuatro hojas que Bruno sostenía en el aire. Movió la mano para ponérmelo más difícil mientras se reía a carcajadas. Estábamos en la parte trasera de mi casa de campo, en Nápoles.
—Lo he cogido yo —dijo mientras seguía saltando inútilmente.
— ¡Mentiroso! —le dije mientras lo empujaba con todas mis fuerzas. Vi entre risas que mi pequeño empujón lo había pillado desprevenido y había provocado que se cayese de espaldas al césped—. Eso te pasa por mentiroso
—Con que esas tenemos.
Sujetó mi pierna derecha y me tiró sin esfuerzos al suelo. Seguí riéndome a pesar de estar cubierta de barro y césped. Mi madre me iba a matar cuando viese como me había puesto. Era su culpa y su manía de ponerme esos dichosos vestidos. Yo prefería ponerme mis vaqueros favoritos.
Me di la vuelta hacía Bruno y sujeté el trébol que se había olvidado en el suelo. Él se dio cuenta y sujetó mi muñeca impidiendo que me lo llevase. Era un año mayor que yo y se notaba su fuerza. No estaba diciendo que fuese una blandengue, era mucho más fuerte que las niñitas de mi colegio. Odiaba a esas niñas y sus estúpidos vestidos rosas. ¡Odiaba también el rosa! Se veían todas como ese bizcocho horrible que hacía mi madre cuando se acercaba mi cumpleaños.
— ¡Siempre haces trampa! —dije y él aflojó la fuerza en las muñecas—, ¡Bruno es un tramposo!¡Bruno es un tramposo! —canté mientras me alejaba corriendo con el trébol entre mis manos.
Me alcanzó y volvió a derrumbarme. Se sentó sobre mí y empezó a restregarme barro por el vestido blanco.
— ¡No he hecho trampa! Dijimos que él primero en coger un trébol de cuatro hojas ganaba, y yo he sido el primero.
— ¡Pero yo lo he encontrado!¡Eso es trampa!¡Tramposo! —dije mientras hacía una bola de barro sin que se diese cuenta y se lo arrojé.
Tenía la cara cubierta de barro, y se tuvo que apartar parte de los ojos. Me miró enfadado, pero se le escapó una carcajada y se tumbó a mi lado mientras nos reíamos juntos. Estuvimos así un rato hasta que el cielo empezó a oscurecerse. Ambos estábamos sobre el césped cubierto de barro y mirando al cielo.
—Me encanta el color del cielo —rompió el silencio.
—Voy a echar de menos estar aquí —susurré.
En menos de una semana volvíamos a Roma para poder entrar a clases. Cuando estaba aquí Bruno y yo nos veíamos todos los días, ya que éramos prácticamente vecinos. No soportaba volver a clase; al colegio de niños ricos que mi madre me había metido hacía un par de años, cuando el padre de Bruno y él mío empezaron a ganar más dinero con su negocio. Mi madre insistía en que tenía que ser más femenina y por eso me había inscrito en un colegio privado donde solo había chicas. Y yo junto a ellas parecía un monstruo. Bruno me vio y me secó una lagrima que no me había dado cuenta que estaba aflorando de mis ojos. ¡Odiaba llorar!
—Seguro que este año irá todo mejor —me dijo y yo lo miré a los ojos.
Durante el curso seguía viéndolo, pero no era lo mismo. Era mi mejor amigo, mi confidente... y él único que estaba para ayudarme cuando mis padres discutían. No podía sobrevivir sin él.
—No soporto ese colegio...—dije entre balbuceos—, allí son todas muy bonitas y yo... yo no lo soy, ¿vale?
— Pero, ¿qué dices, Less? Tú les das mil vueltas a las paletas esas —dijo volviendo a mirar al cielo y alzó la mano señalando el cielo—. Mira hacia arriba. —Hice lo que me dijo y me quedé embobada al ver el cielo sobre nosotros; era precioso. Se veía naranja y el sol dejaba unos reflejos rosas. No podía describir lo hermoso que estaba—. Tú eres como ese cielo, Less. Único e imposible de igualar. —Lo miré asombrada por las palabras que me acababa de decir.
Sentí una felicidad increíble; en ese momento, no podía estar mejor. Cuando volví a mirar el cielo descubrí que a partir de ese momento siempre sería mi color favorito el naranja. Y siempre recordaría lo que Bruno me acababa de decir. Él me consideraba única y su opinión era todo lo que necesitaba.
—Prométeme que siempre estarás a mi lado. —Él me miró seriamente.
—Siempre estaré a tu lado, sirenetta. Te lo prometo —uní mi mano a la suya y nos quedamos un par de minutos así, hasta que el cielo se volvió completamente negro.
Entonces hablamos sobre mil cosas encima del barro, entre risas y peleas. Y yo en silencio me prometí una y otra vez, que jamás olvidaría aquel día junto a mi mejor amigo; la persona más importante de mi vida.
—¿Estás despierta? —escuché la voz de Paula y me despegué de mis recuerdos. Intenté secarme las lágrimas de los ojos antes de girarme a su lado. ¿Por qué he tenido que abrir el baúl de los recuerdos? —. ¿Qué pasa, cariño? Sabes que puedes contar conmigo...
¿Qué me estaba pasando? Nunca dejaba que mis sentimientos me dominasen de esa manera. Paula se inclinó y me abrazó sin pronunciar ni una sola palabra. Encontré consuelo entre sus brazos e intenté relajarme recuperando el aliento. ¿Cómo podía ser tan tonta y seguir teniendo esperanzas en que Bruno fuese el mismo? ¿Por qué no quería ver la realidad frente a mis ojos? Él había cambiado, yo había cambiado y nada volvería a ser lo mismo.
Eché un vistazo a la habitación para cerciorarme de que Sam no estuviese en ella.
— ¿Dónde está Sam? —mascullé.
—No lo sé... No la he visto desde que acabaron las clases —me incorporé en la cama y me senté a su lado con el cojín en forma de corazón que tanto me gusta—. ¿Quieres que hablemos del tema?
—Yo... yo lo siento —balbuceé. Me sentía fatal por haber mentido a Paula, ella era tan buena que no me merecía como amiga.
—Seguro que tienes tus motivos para no haber querido contarlo. Me hubiese gustado que me lo contases, pero fue tu decisión y lo respeto.
Me rendí con los sentimientos a flor de piel, y decidí contarle la verdad. Necesitaba hablar con alguien, soltar todos esos pensamientos que no me dejaban tranquila. Escuchó en silencio.
—¿Entonces os conocéis desde siempre? —preguntó por fin.
—Nuestras madres siempre nos contaban que cuando éramos apenas unos críos solíamos llorar si nos separaban; éramos inseparables.
Recordé a nuestras madres sentadas con nosotros en el regazo y mostrándonos fotos de cuando éramos pequeños. Bruno y yo odiábamos perder el tiempo de esa manera, pero no se les podía decir que no. Nuestros padres habían sido amigos desde la universidad. Luego, nuestras madres al juntarse con ellos, se hicieron mejores amigas. Todo era paz y armonía hasta que Marco decidió que el dinero era más importante que todo aquello que teníamos: una familia. No podía evitar odiarlo, él se había cargado todo por lo que yo era feliz. Él lo había arruinado todo y me había arrancado a mi mejor amigo.
— ¿Y hace cuánto que no os veis? —preguntó jugando con los hilos sueltos del cojín.
—Lo he visto algunas veces cuando regresaba, pero siempre de lejos. Nunca habíamos convivido tanto tiempo después de todo aquello.
—¿Y por qué no hablas con él? Por lo que me has contado, vuestras familias os separaron de golpe, y desde entonces no habéis hablado del tema. Quizás él esté igual de dolido.
—No me hace falta hablar con él para saber lo que siente, Pau. Me odia. Ya lo has visto hoy en clase. Y eso que te has perdido como me ha gritado por lo de la fiesta.
Abrió los ojos sorprendida.
—Puede que tengas razón, pero hay algo que no me encaja en todo esto —puntualizó Paula.
—¿A qué te refieres?
—Si tanto te odia, a ti y a tu familia, ¿por qué está aquí?
—Quiere hacerme pagar por todo, supongo. No lo sé, ni siquiera puedo pensar con claridad. Me ha dejado en evidencia con toda la clase, y sé que no se detendrá ahí.
—Habla con él. No podéis caer en el mismo juego que vuestros padres. Podéis llegar a un acuerdo, una tregua —señaló incorporándose.
Reflexioné lo que me había dicho durante un instante; quizás si podíamos llegar a un acuerdo. Nos conocía lo suficiente como para saber que si seguimos jugando así acabaríamos los dos muy mal.
—Ale quiero hablar contigo de una cosa... —dijo Paula mientras movía alterada las manos. La miré atentamente, era la primera vez que percibía a Paula tan nerviosa
— ¿Qué sucede?
—Es sobre Chris... —masculló por fin tras estar varios segundos titubeando entre si hablar o no.
— ¿Chris? ¿Qué pasa con él?
—Veras, después de lo de anoche... —comenzó a decir y vi que se puso ligeramente roja. La animé a continuar con la mirada—, ha estado todo el día pidiéndome que tengamos una cita.
No pude evitar soltar una carcajada.
— ¿Hablamos del mismo Chris? —pregunté incrédula. Chris nunca tenía cita con ninguna chica; él era más de liarse un día con una y otro día con otra—. ¿Qué le has dicho?
—Ese es el problema... no sé qué hacer. Por una parte, está Sam y por otra, bueno... es de Chris de quien hablamos —señaló y nos reímos ambas—. No quiero ser otra más en su lista de conquistas, y mucho menos hacerle daño a una de mis mejores amigas.
— ¿Te gusta? —la interrumpí. Me miró con el rostro completamente enrojecido.
—Estoy tan confundida... nunca antes me había fijado en él de esa manera, y además Sam lleva enamorada de él desde primero. No, no puedo. No puedo hacerle eso a Sam.
—¿Hacerme el qué? —interrumpió Sam a nuestras espaldas. Ambas saltamos de la sorpresa y miramos nerviosas en su dirección. Ésta cerró la puerta y se sentó en su cama—. ¿Qué pasa, de que habláis?
—De nada —dijo Paula y cerré mi boca. Sería mejor que se lo contase ella, yo no podía meterme.
—Si vosotras lo decís... —dijo y se quitó las sandalias—. Ales, tienes visita.
Me levanté de la cama y le acaricié el hombro a Paula. Me incliné sobre ella y le di un pequeño beso en la frente tras pedirle en un susurro que no contase nada sobre Bruno. Me calcé con mis tacones negros y ajusté mi pelo. Cuando fui a salir por la puerta, Sam me llamó la atención tras la página de una revista de moda.
—No te vayas a pensar que me he olvidado lo que ha pasado en clase de biología —soltó mirándome fijamente.
—Te lo contaré todo esta noche —le dije antes de cerrar la puerta a mis espaldas.
Aquí tenéis un poco del pasado de #Brunless. ¿qué os está pareciendo la historia?
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