
Capítulo 27
—Cariño, ¿por qué no te levantas? Hace buen día, podemos dar un paseo por los jardines... —escucho la voz de Paula a la lejanía intentando animarme. Me hundo aún más en la oscuridad de mis mantas.
—No estoy de ánimos —me esfuerzo en decir al ver que no se da por vencida. La escucho resoplar varias veces y moverse inquieta por la cama. Después de unos largos segundos, termina vencida como las últimas veces y me deja sola en la habitación.
Tomo una gran bocanada de aire y me obligo a volverme a dormir. Noto los párpados pesados y enseguida me pierdo en la oscuridad.
[...]
— ¿Es que no piensa levantarse? —su molesta voz me despierta. Miro a través de la gruesa manta y veo a Daniela hablando con Paula. Ambas comparten una conversación de miradas durante unos largos segundos. Supongo que sospechan que sigo dormida y no se han percatado que las espío a través de las sabanas.
—Ya no sé qué hacer... estoy empezando a preocuparme —veo a Paula tomar asiento en su cama e inclinar la cabeza entre sus piernas. Daniela se acerca a ella y le acaricia despacio la espalda. Ver a Paula así me rompe el alma y una pequeña y silenciosa lágrima me recorre el rostro. No soporto verla sufrir.
Me limpio la maldita lágrima; tan acostumbrada a hacerme compañía, y me incorporó despacio en la cama. Ambas miran en mi dirección con las cejas arqueadas. Puedo ver a través de los ojos brillosos de Paula que ha estado llorando. Me parte el alma. Por mi culpa estoy haciéndola sufrir y ella es quién menos se lo merece. Se levanta en menos de dos segundos y salta a la cama a mi lado.
— ¿Cómo te encuentras? ¿Estás bien? ¿Quieres que te traiga algo de comer? —dispara preguntas mientras inspecciona mi rostro con sus manos. Me fuerzo en sonreír, y en vez de eso tuerza una mueca extraña. Dani me observa con ligero desagrado. Supongo que ella no tiene por qué disimular lo que mi aspecto provoca.
No sé cuánto tiempo llevo encerada en estas cuatro paredes. Después de que Bruno me apuñalase delante de todo el mundo intente ir a clase con normalidad, pero cuando entre en la cafetería y vi mi sitio ocupado me dio un ataque de ansiedad y acudí a mi cama entre espasmos. Desde entonces me he justificado diciendo que no me encontraba bien, y cuando la enfermera acudió a inspeccionarme y vio mi estado, me dio el consentimiento para quedarme en cama.
—Estoy bien Pau —suelto las palabras con la boca seca. Hace días que no hablo y la luz me está provocando una migraña increíble.
— ¿A eso llamas estar bien? —pregunta sarcástica Dani mientras arquea una ceja—, llevas días sin levantarte, ni ducharte... —Paula se da la vuelta y le pide que nos deje a solas. Exaspera y al fin se marcha de la habitación.
Desde que volvimos de las vacaciones de Navidad la habían trasladado a compartir cuarto con nosotras y la verdad es que no soporto que esté en nuestra habitación. A pesar de conocerla hace años, me resulta extraño escuchar su voz por las mañanas y sus charlas sonámbula. Y más teniendo en cuenta la voz de pito que tiene. Cuando cierra la puerta me vuelvo a tirar sobre la almohada.
—Dime algo, Less —me ruega con la voz quebrada. Cierro los ojos con fuerza obligándo a mis lágrimas a mantenerse fuera de juego.
Tengo que ser fuerte. Tengo que serlo por ella. No se merece todo esto.
—Estoy bien, de verdad. Necesitaba unos días para asimilar todo —un remix de recuerdos con Bruno me invade y enseguida aparto esos pensamientos.
— ¿Y cómo lo llevas? —su roce en mi brazo me relaja. No sé qué haría si no fuese por ella y su apoyo. Todos los días ha estado trayéndome la comida y hablado conmigo, contándome cotilleos, aun cuando yo no tenía fuerzas de respirar. Solo se sentaba a mi lado y hablaba son parar.
—Mejor —miento en un pequeño hilo de voz y me convenzo para creerme la mentira. Necesito ser fuerte.
Soy muy consciente de que no puedo seguir aquí todo el año. Seguramente me cueste horrores recuperar el tiempo perdido. Pero por más que intentaba enfrentar las clases, no me veía capaz. No me veía preparada de volver a ver al nuevo Bruno; o al auténtico Bruno, ya no sé cuál es la verdad. Sigo sin ser capaz, pero yo no soy así. Yo no me oculto de los problemas. Y por más que tenga el corazón destruido, tengo que enfrentarlo.
—Me siento una inútil. No sé qué hacer para ayudarte... —le tiemblan las manos y pone los ojos en blanco eliminando indicio de llorar.
— ¿Qué dices, tonta? Si no llega a ser por ti me hubiese muerto de depresión o de hambre —sonríe ligeramente y ambas nos relajamos.
—Te he echado de menos. Necesito verte bien de nuevo, no soporto saber que estas sufriendo —se abraza a mí. Su pelo huele a limón. Yo tampoco soporto verla sufrir a ella, y la diferencia es que yo sí puedo hacer algo para cambiar eso. En cambio conmigo, es imposible. Dudo que deje de sufrir alguna vez.
—Ya estoy de vuelta. Te lo prometo —sello mis palabras con un beso en su cabeza.
[...]
—Déjalo, puedo ponérmela sola —regaño a Paula que me intenta hacer el nudo en la corbata. Me mira con un ligero miedo a que me vuelva a hundir y salga corriendo hacia la cama—, Venga, va. Vístete. No me iré a ninguna parte.
Se lo piensa unos segundos y cede cuando empiezo a empujarla hacia el armario.
He estado toda la noche mentalizándome para lo que viene. Y aunque finja estar bien y preparada no lo estoy para nada. Las manos me tiemblan y me tengo que esforzarme en respirar. Lo veré. En unos minutos estaré sentada cerca de él y su fría mirada de desprecio. ¿Cómo la mirada que más feliz te ha hecho puedo causarte tanto daño? De todas maneras, lo mejor que puedo hacer es seguir fingiendo. Quizás si convenzo a todo el mundo, incluido a él, que ya lo he superado, seré capaz de hacerlo de verdad.
Una vez vestidas salimos por la puerta y el corazón me palpita deprisa al ritmo de los pasos de mis tacones. Me aprieto la mano para mantener la calma y sonrío de par en par, mostrando mi dentadura trabajada. Nada más entrar en el comedor, me obligo a no mirar hacia nuestra mesa, y me distraigo con el desayuno, cogiendo un plato y observando las opciones que me sé de memoria, pero acabo rindiéndome al final.En cuanto mis ojos se posan en mí sitio ocupado por una morena de largo pelo mi corazón se detiene. Aun con la sonrisa fingida sigo mirando y pestañeo varias veces incrédula. Está inclinado hacía la chica, y le susurra palabras en el oído, a las que ella sonríe como una zorra de primera. Cada caricia que le da es un puñal en el centro de mi cuerpo. La chica me ve, y le hace una seña para que mire en mi dirección a Bruno. Al principio arquea las cejas sorprendido por verme, pero enseguida desaparece cualquier rastro de alegría y me amenaza con esos ojos azules, tras una mezcla de odio y cansancio. Paula me da un codazo y meneo mi melena rubia coqueta, volviendo mi atención en mi desayuno. No puedo permitir que sepa lo que verlo con otra chica me provoca.
Tomamos asiento en nuestra mesa de siempre; en la misma silla por la que miles de chicas se matarían por ocupar y la que tan poco valor tiene para mí ahora mismo. Mataría a quien fuese por volver al pasado y estar en la mesa que tantas risas me ha dado estos meses. Cuando me siento, y veo las mismas vistas de siempre del comedor frente a mí, recuperó un poco la confianza. He luchado mucho tiempo por ser capaz de enfrentarme a los problemas por mí misma, y no pienso echar todo a la borda. Bruno ha jugado conmigo. No me quiere. No puedo seguir esperando que me coja de las manos y me lleve lejos con él. Ya no. Chris me da un beso en la cabeza cuando se acerca a nosotras y sonríe orgulloso.
—Me alegro de volver a verte por aquí —murmura tomando asiento del otro lado de Paula.
—Yo también. Se acabó de tanto drama —le contesto hinchando mis pulmones de aire y dando el primer bocado a mis tostadas. Puedo hacerlo.
Pasa el desayuno rápido y pronto nos dirigimos a clase. Ha sido más fácil de lo que creía. Aunque he sentido la mirada de todo el mundo clavada a mi espalda, he sido capaz de mantener el tipo y no romper a llorar. No por ellos, sino por mí. Entro en clase de biología y dejo mis cosas sobre la mesa. Bruno aún no ha llegado y eso me da unos minutos de ventaja para mentalizarme. Por desgracia, el señorito no está dispuesto ni a cederme eso. Tira el libro de biología sobre la mesa, dando un golpe. Se sienta tan campante y fija la mirada en el frente. Ahora si recuerda traer el dichosos libro. Me acomodo el pelo, creando una pequeña pero simbólica separación entre nosotros.
La profesora llega y se pone a dar la clase. Me veo tentada mil veces en girarme y ver su rostro, pero enseguida recupero el control. Me recuerdo que el rostro de la persona que tengo al lado ya no es la misma que me miraba hace unas semanas. Todo ha cambiado. Seguramente si lo viese, estaría mirándome con su cara de asco que desconocía, y que ahora es la única que tiene para mí.
La profesora, dispuesta a no ayudarme para nada, reparte unos formularios por pareja sobre el temario que acaba de explicar. Cuando la hoja cae sobre nuestra mesa Bruno bufa dejando ver su irónica felicidad. Me muerdo el labio inferior controlando su tembleque y me centro el leer las preguntas para mí misma. Cuando voy por la segunda, Bruno tira del folio y lo planta delante de él.
—Estaba leyéndolo —me quejo firme. Una cosa es que esté sufriendo por su rechazo, y otra es tolerar que me trate cómo a una mierda. Todo el mundo tiene su límite, y este es el mío.
— ¿Y? —pregunta mirándome fijamente por primera vez. Se queda penetrándome con sus ojos almendrados apagados y me obligo por mantenerle la mirada.
Al verlo de cerca, aprecio su pronunciada barba. No estoy acostumbrada a verlo con tanta, y me resulta extraño. Parece más mayor, y eso logra dejarme más atónita con su actitud desafiante. Si no estuviese en mitad de una clase, incluso estaría asustada de esa manera de mirarme; sin sentimientos, ido, duro, y por momentos, calculador. Tiene el pelo hecho un desastre, y los ojos sin brillo alguno. Como si estuviese cansado de vivir y yo fuese la causa de su sufrimiento.
—Que esperes a que termine de hacerlo —le replicó. Él sonríe, se ve que le ha hecho gracia mi comentario.
— ¿Y si no quiero hacerlo? —me reta arqueando una ceja.
Me limpio las manos sudorosas en la falda y me aparto el pelo hacia el otro lado. Cuando me pongo nerviosa tiendo a moverlo mucho.
—Si estás tan incómodo conmigo, ¿por qué no te cambias de compañera? —le pregunto. Lo veo titubear unos segundos pero enseguida se ríe de un chiste privado.
—No me molestas, para mí ni siquiera existes, cielo —me espeta inocentemente. Sus palabras me llegan como balas.
Frunzo el ceño. Aun me cuesta ver a un Bruno tan frío; es tan poco común en él. Me regaño mentalmente, e intento separar al chico del que conozco y he amado del que tengo enfrente. «Te has enamorado de una mentira, supéralo» me recalcó.
— ¿Sabes, Bruno? Puede que ahora me veas sufrir por ti —me muerdo el orgullo. Mis palabras logran sorprenderle y centra su atención en mí—, pero lo superaré y cuando lo haga te arrepentirás de haberme tratado así —sus ojos se mueven nerviosos. No se esperaba que dijese algo así y me parece ver un pequeño destello de dolor en sus ojos, que pronto es sustituido por rabia, traga saliva— ¿Y sabes que será lo peor? Que ya no habrá marcha atrás.
Zanjó en tema, apartando el folio de sus manos. Me centro en leer las preguntas mientras noto como respira agitado tras de mí. Aparto el dolor de mis propias palabras; sé que cuando llegue ese momento habré perdido lo único que me mantiene con vida, la esperanza de volver al pasado. De que todo sea un sueño y Bruno vuelva a quererme como siempre. Cuando eso pase, ya no volveré a ser la misma. Nunca más. Y eso, me asusta.
***
¡Espero que os haya gustado!
¡Muchas gracias por el apoyo!
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