
Capítulo 10
—Al, me ayudas con este collar —llamó mi atención Paula desde el sofá junto a la ventana.
— ¿Dónde se ha metido Sam? —pregunté al comprobar que no estaba en la habitación. Normalmente era la última en levantarse de la cama.
—No tengo ni idea, últimamente está muy rara —dijo cuando terminé de ajustarle el collar. Se dio la vuelta poniéndose de frente a mí y le coloqué un mechón despeinado. Su media melena azabache era bastante rebelde y normalmente la solía llevar recogida.
— ¿A qué te refieres con rara?
—No lo sé, a lo mejor son cosas mías, pero siento que me evita.
— ¿Hablaste con ella sobre Chris? —me puse a cepillarme el pelo.
—No... —susurró y se quedó pensativa—, pero le dije que no a Chris y he estado ignorándolo.
—De todas maneras, es mejor que le cuentes la verdad. Puede estar dolida por el beso que os distéis
—Tienes razón, será mejor que se lo cuente.
— ¿Y Chris que ha dicho?
—Pues se lo ha tomado como un reto. Lleva desde entonces intentando convencerme —se acomodó sus gafas de pasta. Noté que se ruboriza y me pregunté con qué tipo de chantaje intentaba convencerla Chris para que ella reaccionase de esa manera. Estaba claro que le gustaba mucho más de lo que iba a reconocer.
Atravesamos el pasillo y entramos en el comedor que estaba repleto. Había un silencio increíble para la cantidad de alumnos que éramos, pero normalmente a esas horas de la mañana no había mucho ánimo de liarla.
—Deberías darle una oportunidad —le dije cuando cogímos un plato y nos servimos huevos revueltos de la mesa principal. Busqué con la mirada a Matt y no lo vi.
—Primero hablaré con Sam —finalizó Paula.
Terminé de servirme mi desayuno, unos huevos revueltos con zumo de naranja y un croissant de mantequilla. Alguien me puso la mano en las cinturas y di un respingo. Cuando alcé la vista me encontré a Bruno pegado a mi hombro con un plato de tostadas.
— ¡Buenos días! —se rió al ver mi reacción y se alejó un poco al notar mi expresión. Tuve que fingir porqué verlo con esa cara de recién levantado me provocaba de todo menos enfado. Llevaba el pelo alocado como normalmente y el uniforme clásico del internado—. ¿Estás preparada para una majestuosa clase de biología con el tío más sexy de todo el internado?
—No seas cerdo. —Me recorrió el cuerpo con la mirada deteniéndose más de lo normal en mis piernas bajo unas medias finas.
—Es cierto, tu prefieres al tontaina de tu novio —puntualizó mientras se servía una taza, demasiado grande, de café. Dio un rápido vistazo tras de mi—. Por cierto, ¿por qué no está aquí contigo?
— ¿Y a ti que te importa? —gruñí molesta. No que se me notase lo preocupada que estaba; llevaba muchos días malos con Matt.
—No he dicho nada. Nos vemos en clase. —A veces sentía que quería decirme más de lo que realmente terminaba diciendo. Me acerqué a mi mesa y me senté entre Paula y Sam, que por fin había aparecido.
— ¿Dónde te has metido esta mañana, Sam? —le pregunté una vez a su lado. Se dio la vuelta para mirarme y me sorprendí al ver su expresión. ¿Qué le pasaba?
—¿Ahora eres mi niñera? —replicó en voz alta y todos empezaron a vitorear y a reírse de su comentario. Yo me uní a sus risas y le quité hierro al asunto. Aunque en realidad, sus palabras me habían dolido. No entiendo que le estaba pasando.
Llegamos al laboratorio de biología atravesando los jardines por el centro del edificio. Muchos alumnos estaban sentados en los bancos que había junto a los arbustos, otros desperdigados por el césped con apuntes en sus manos. Tendrían algún examen, porque parecían bastante alterados.
Una vez en el laboratorio tomé asiento en mi sitio al fondo y esperé mientras la clase se fue llenando. Estaba preocupada por Matt y nuestra relación. Faltaban menos de cinco minutos para que la clase empezase y Matt aún no había llegado. Tampoco estaba Sam, a pesar de que se había levantado mucho antes que nosotras. Un golpe de unos cuadernos al caer sobre la mesa interrumpió mis pensamientos. Bruno tomó asiento en mi butaca de al lado y empezó a girar en ella.
—¿Qué tal tu desayuno? —rompió el incómodo silencio y me di la vuelta en el banco para estar frente a él.
Apoyé un codo en la mesa y sujeté mi cabeza entre mi mano. Estaba cansada; ojalá me gustase la cafeína, así podría estar igual de activa que Bruno. Una vez leí que la manzana tenía el mismo efecto que el café si la tomabas por la mañana. Fue un fracaso total. Me dejé llevar por su repentino entusiasmo por hablar conmigo, y estuvimos hablando de cosas triviales hasta que el timbre sonó.
Justo cuando la profesora entraba en clase y comenzaba a dejar su portafolios en la mesa, Matt entró en el aula y tomó asiento junto a su pareja. Me buscó con la mirada, y cuando nuestros ojos se encontraron me lanzó un beso en el aire. Me sobresalté, y le devolví el gesto algo extrañada. Sam también se incorporó a la clase con algunos alumnos más. La profesora empezó a dar su clase. Bruno arrastró mi libro y lo puso en el centro. Lo miré con el ceño fruncido.
—Me he vuelto a dejar el libro en mi taquilla —susurró en voz baja para que la profesora no nos regañase.
—Lo tuyo no tiene arreglo —me sacó la lengua en respuesta y yo sonreí rendida. Se solía dejar el libro muy seguido. La profesora leía en voz alta y se detenía de vez en cuando para dar una mejor explicación.
Soplé aire resignada y volví a colocarme apoyada casi medio cuerpo en la mesa. Esta vez mirando obligada a su dirección ya que compartimos libro. Él hizo exactamente lo mismo, lo que hizo que quedásemos medio escondidos entre nuestras cabezas. Nuestras miradas se cruzaron. No sé si era el agotamiento emocional de mis idas y venidas con Matt, o por la vuelta de Bruno a mi vida, pero no tenía fuerzas para apartar la mirada. Lo vi coger más aire del habitual, antes de romper el extraño momento.
—Te vas a quedar dormida.
—Odio biología —susurré.
— ¿Hay alguna que no odies? —miré sus ojos y vi que estaba realmente interesado.
—Pues... puede que música —me decidí.
— ¿Sigues tocando el piano?
—Sí, aunque no tanto como antes.
—Me gustaba oírte tocar —dijo. Me lancé a cambiar la página justo cuando él hizo lo mismo y nuestras manos se tocaron un instante. La aparté enseguida—. No tengo la peste, Less.
—No me llames más Less —le rogué en un murmuro para que nadie más nos oyese.
—No dejas de pedirme eso, pero no lo entiendo. ¿Cómo quieres que te llame? —Se le formaban pequeñas arrugas enmarcando los ojos y me parecían una monada. Sus ojos azules me miraban atentos aguardando respuesta.
—Alessandra.
—Nunca te ha gustado que te llamen así.
—No sabía que tu intención era contentarme —le reproché. Abrió y cerró la boca intentando decir algo y se me escapó una carcajada. Levanté ligeramente la mirada para comprobar si la profesora me había oído y respiré aliviada al ver que seguía con su absurda clase.
Luché conmigo misma para no girar la mirada, pero no pude evitarlo. Me avergüence al comprobar que él tenía la vista clavada en mí en vez de al libro. Cuando se dio cuenta, fingió estar mirando algo tras de mí. Estaba claro que ambos estábamos incomodos, aunque era por razones diferentes.
La profesora se marchó con dos alumnos. Aproveché el y me acerqué a Matt para averiguar qué le pasaba. Me sujetó la cintura y me coló entre sus piernas mientras hundía su rostro en mi cuello.
—Has estado desaparecido —le repliqué cuando empezó a darme pequeños besos en el cuello.
—No me sentía bien —puntualizó y levantó la cara para poder darme un pequeño beso. Así que eso era todo; estaba enfermo, y yo preocupada por mí misma. Me invadió la culpabilidad por haber estado demasiada preocupada en otros asuntos. Otros asuntos con nombre y apellido.
Noté que miraba tras de mi por tercera o cuarta vez desde que estaba a su lado. Clavó los labios en los míos de golpe. Me besó demasiado apasionado y agresivo para estar en clase y sujeté su pecho intentando librarme de su agarre. Pero él profundizó más su lengua y me apretó más la cintura.
—Señor Crowell y señorita Marzolini, regresen a sus sitios —nos regañó la profesora a su regreso y yo volví incómoda a mi sitio. Matt nunca me había besado de esa manera públicamente, y no puedo disimular la vergüenza. Varias risitas se oyeron en mi caminata.
La profesara junto a un par de alumnos repartieron el material que habían traído del departamento. Cuando llegó nuestro turno, pusieron el recipiente de plástico en la mesa, y con curiosidad alcé la vista para ver que había en su interior. Aparté la vista de inmediato. ¡Qué asco!
—La práctica de este trimestre es sobre el sistema respiratorio y el sistema cardiovascular. Hemos repartido por parejas órganos humanos para la completa investigación en vuestros trabajos. Contareis con todo el material, y tendréis que trabajar para organizar la información. Para ello también os facilitaré unos cuestionarios para que os sirva de guía—anunció la profesora—, al final del trimestre, expondréis vuestros trabajos. De esto depende gran parte de la nota final, así que no perdáis tiempo. ¡A trabajar!
Atemorizada miré de nuevo el recipiente que ahora ocupaba la mayor parte de la mesa ¿Enserio pretendía que tocásemos eso para unas estúpidas preguntas? Iba a vomitar.
—Manos a la obra —soltó Bruno. Hizo una pausa y se rió él solo—, nunca mejor dicho.
Bruno me pasó un instrumento alargado con filo en la punta y yo me alejé negando a manotazos.
—No pienso tocar eso.
—Oh, vamos, has tocado cosas peores —me escupió rabioso y lo fulminé con la mirada. Sabía que se refería a mi escena de hacía unos minutos y noté recelo en su mirada—. Mira, no es para tanto. —Toqueteó el viscoso pulmón con guantes blancos. Moví la cabeza frenéticamente. Me negaba a tocar eso, ni siquiera era capaz de mantener la vista. Había algo que parecía sangre. Me cubrí la cara con las manos e intenté relajarme.
—No puedo, voy a vomitar —mascullé en pánico.
—Tienes que relajarte —dijo cuando notó la gravedad de mi estado y me apartó las menos de los ojos con las suyas. Enseguida me olvidé del asunto y me centré en su tacto. Sus manos eran suaves y estaban frías. Las condujo hasta mi regazo y se quedó entrelazado a las mías mientras me seguía hablando intentando convencerme. Centré mi mirada en ellas; sentí un pequeño cosquilleo cuando sus dedos formaron círculos—. Hagamos una cosa. Tú lee las preguntas y yo intentaré hacerlo solo, ¿vale? —Asentí con la cabeza y busqué en la mesa el formulario. Me desilusioné cuando Bruno soltó sus manos para agarrar el instrumento—. A ver que tenemos por aquí...
Las cuatro primeras habían sido muy fáciles e incluso había podido responder yo al encontrar la respuesta en el libro. Estaba con los pies ligeramente doblados con él formulario entre mis piernas y mi bolígrafo azul en mi mano derecha aguardando su respuesta. Eché un ligero vistazo y vi que estaba bajando el extraño cuchillo dentro del recipiente. Nos habíamos tenido que poner delantales. Lo encontré bastante atractivo con el rostro concentrado y haciendo pequeñas maniobras delicadas. Tenía la camisa remangada y dejaba ver su antebrazo con vello y un montón de venas. Otra vez el hormigueo volvió a mi barriga. Cuando se giró para empezar a darme una respuesta cerró la boca y se quedó mirándome fijamente. Me había pillado babeando por él completamente.
— ¿Y bien...? —corté el momento incómodo y él parpadeó varias veces. Balbuceó y finalmente me respondió con tecnicismos y cosas que me dediqué a escribir sin prestar demasiada atención.
¡Qué momento tan vergonzoso! Yo debería tener ojos únicamente para mi maravilloso novio y no para él cuerpo tonificado de Bruno, ni sus ojos azules, ni sus hoyuelos al sonreír ni los pectorales que dejaba entre ver entre la camisa mal puesta ni... nada. Respondimos casi la mitad de las preguntas fácilmente y vi en el reloj del centro del aula que quedaban solo diez minutos para finalizar.
—Creo que lo hemos hecho muy bien —dijo echando un ojo a nuestras respuestas. Estaba de pie, apoyado prácticamente en mi hombro. Al respirar su aliento me cosquilleaba en el cuello.
—Dirás que lo has hecho —le corregí.
—Tú has escrito perfectamente y sin ninguna falta de ortografía. Sin ti estaríamos perdidos —bromeó señalando con los dedos mi letra y se rió al ver que ponía los ojos en blanco—. Hacemos buen equipo.
—Si tú lo dices... —agregué dejando el cuestionario sobre la mesa. Giré el banco para alejarme de su lado y él se apoyó en la mesa quedando frente a mí nuevamente.
—Ahora que lo pienso, tú y yo siempre lo hemos hecho—continuó hablando y yo me coloqué el pelo que se me había salido de la trenza—, ¿te acuerdas cuando ganamos aquella competencia de sacos? —empecé a reírme sin poder evitarlo al recordar aquella carrera. Él me acompañó con las risas.
—Bueno, ganamos porque al final nos hiciste caer y nuestras manos llegaron antes a la línea de meta que ellos —recordé. Los jueces al final lo dieron por válido alegando que en ningún momento especificaba que hacía falta llegar con el cuerpo entero. Él bufó e hizo un movimiento con la mano quintándole importancia al asunto.
—Lo que importa es que al final ganamos.
—Estuve una semana con la rodilla llena de heridas —le reproché dándole un golpe en el pecho.
—Oh vamos, Less ¿Nunca me vas a perdonar eso? Te dije que mi intención no era hacerte daño, solo quería ganar.
—Siempre tan competitivo. —Dejé de reírme cuando noté su mano colocándome los pelos de la trenza como hacía unos minutos había hecho yo. Lo hizo involuntariamente, como si no soportase ver los pelos sueltos. Lo miré mientras lo hacía y sentí calor al sentirlo tan cerca de mi cara. Me miró con unos ojos profundos y oscuros y por más que intenté, no logré descifrar que pensaba. Deseaba ser tan complicada de leer que él, pero sabía de sobra que era transparente ante su mirada.
—Lo habéis hecho muy bien —anunció la profesora de nuevo y aparté a Bruno con las manos. Él me miró dudoso y volvió a su sitio—, en la próxima semana podréis terminar con las preguntas que aún no habéis respondido.
El timbre anunció el final de la clase y yo empecé a juntar mis pertenencias para dejarlo en las taquillas. Los alumnos ayudaron a la profesora a llevarse los recipientes y aparté la vista intentando no volver a verlo. Bruno hizo lo mismo a mi lado y ambos nos miramos entre segundo y segundo. Cuando juntó sus pertenencias me pareció ver el libro de biología junto a otros libros, pero enseguida lo descarté. ¿Por qué querría fingir que se había olvidado el libro?
Matt se acercó a mi lado y me envolvió en sus brazos.
— ¿No me das un beso, cariño? —dijo demasiado alto y con un tono de voz que no me gustaba nada. Nunca antes me había llamado cariño.
Bruno se marchó en silencio y cuando despegué los labios de mi novio, me miró con el rostro sin expresión alguna y no encontré rastro de los últimos minutos compartidos. Matt me sujetó el mentón para darme otro beso y noté que su verdadera intención era que dejase de mirar al rubio. ¿Estaba loca o intentaba marcar territorio?
Esa misma noche, tras ducharme y lavarme el pelo regresé a mí habitación. Me encontré con Sam estudiando en su cama con el pijama ya puesto. Entré y dejé mi neceser, me senté en su cama con un cojín entre mis rodillas. Ésta apartó la mirada del libro y me miró.
— ¿Qué estudias? —le pregunté para romper el incómodo silencio. ¿Qué nos estaba pasando?
—Literatura —respondió sin más y cerró el libro.
— ¿Qué te pasaba esta mañana, Sam? —Si fuese otra chica ahora mismo le diría de todo y le haría la vida imposible por cómo me había tratado. No solía tener paciencia con las demás chicas y tenía bastante mal genio cuando quería, pero era Sam. Y la quería muchísimo.
—¿Esta mañana? Nada. Estaba como siempre, ¿por qué lo preguntas?
— ¿Qué te pasa? —insistí.
—No sé lo que me hablas, Al. De todas maneras, tengo que estudiar. Estoy atrasada con física —abrió el libro y fingió estar súper concentrada. Me levanté con un largo suspiro y me marché de la habitación.
—¿Todo bien? —me preguntó Paula en el pasillo de las habitaciones. Le resumí lo que me había dicho Sam, y le dije que necesitaba tiempo para mí a solas.
Me cerré la chaqueta que había cogido al salir del dormitorio, y caminé evitando encontrarme con nadie. Salí por los jardines laterales, y me intenté distraer mirando las flores. Hacía fresco, y algo de viento, pero era soportable. Por más vueltas que le diese, no entendía que me había perdido para que las cosas fuesen tan distintas de como siempre lo habían sido. Matt y yo parecíamos de mundos opuestos, Sam no era la misma de siempre, y no tenía ni idea de por qué..., y Bruno estaba aquí. A miles de kilómetros de nuestro hogar y teníamos que encontrarnos justo aquí. Quería culparlo de que todo estuviese yendo mal, pero sabía que él no tenía la culpa. Era como si yo hubiese dejado de verle sentido a la vida que tenía.
Si bajaba la guardia con él, aunque fuese unos minutos, enseguida me veía envuelta en un berenjenal del que no sabía salir. Todo era más fácil cuando no estaba en mi vida, y no recordaba a cada minuto mi pasado. Y Matthew, no sabía qué hacer para que volviésemos a estar bien. Aún no habíamos mantenido relaciones, y podía ser ese el fallo. Sabía que era raro teniendo en cuenta que llevábamos saliendo casi dos años, pero nunca me sentí preparada. Me atraía y estaba enamorada de él, pero no podía evitar pensar si era suficiente lo que sentía por él.
—¿Qué haces aquí sola? —pegué un brinco del susto. Bruno me observó divertido. Vestía con ropa deportiva y estaba empapado de sudor. El pecho le subía y le bajaba acelerado. Se limpió las gotas de sudor de la frente.
—¿Te puedo hacer una pregunta?
Tragó saliva sorprendido y asintió.
—¿Cómo se sabe cuando estás enamorado? —En cuanto las palabras salieron de mi boca me arrepentí. Quería que la tierra me tragase—. Déjalo. No he dicho nada.
Me di la vuelta y salí disparada hacia las habitaciones. Al dar tres pasos, Bruno me sujetó obligándome a detenerme. Me miró pensándose detenidamente que decir. Su mano se aferró a mi brazo, asegurándose que no me marchase. Se relamió los labios.
—No sé lo que se siente... —cogió aire y me miró fijamente con el ceño fruncido—, pero creo que hacerte ese tipo de preguntas es síntoma de que no lo estás.
—Yo... yo no me hago esas preguntas. Era solo una curiosidad. Como un estudio científico, ¿entiendes?
—Entiendo —dijo irónicamente. Me soltó del brazo.
—¿Nunca has estado enamorado? —pregunté sin poder evitar fijarme en ese detalle.
Torció una media sonrisa.
—No —dijo. Le hizo gracia su propia respuesta, como si solo el hecho de pensarlo le pareciese una locura—. ¿Te esperabas otra respuesta?
—No—mentí. Abracé mi cuerpo al sentir el frío—. Buenas noches.
—Buenas noches —pasó por mi lado, y me dejó a solas—. Suerte con tu estudio científico —lo dijo entre la burla y la ironía.
—Gracias —susurré sabiendo que no me había oído.
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