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Capítulo 40: Un Romeo moderno



Las cosas que uno hace cuando lo siente todo por alguien. 

¿Increíble no? 

Pensar que hasta hace poco y nada, creía que esta montaña rusa emocional nunca me iba a tocar a mí. Traté de evitarla, para no desilusionarme ni sufrir, pero igual me sucedió, y de la manera menos pensada.

Solo bastó una tarde de calor, un bosquejo de una chica imaginaria, y su llegada al lago.

Recuerdo lo extraño que me sentí cuando la cara que venía soñando cada noche, e intentaba dibujar bajo la sombra precaria de un roble viejo, se materializó esa tarde en el bosque con una bicicleta amarilla rodando a su lado.

Alba, con sus ojos almendrados fijos en los míos, en esos segundos de miradas desafiantes.

Alba, con su mentón en alto pese a los comentarios fuera de lugar de los que antes consideraba mis amigos.

Alba, mi nenita de pelo rebelde y curvas peligrosas que tanto me enloquecen: la misma que me mandó un mensaje hace menos de una hora.

Dios, las cosas que uno hace...

Aquí estoy. Trepando las ramas de un roble robusto que da a su dormitorio. Parezco un Romeo moderno, desesperado por verla y tenerla en mis brazos. Estos días sin poder estar a solas me han dejado al borde de la locura, no aguanto más las ganas que tengo de ella. Sonrío para mi mismo como un tonto.

Estoy jodidamente enamorado. No quiero asustarla, pero no sé cuánto más voy a poder esperar para decírselo.

Llego a la altura del pequeño balcón de madera, y salto con facilidad. Hay una luz tenue encendida detrás de las cortinas blancas de la puerta ventana. Y entonces, veo su silueta acercándose para abrirme. Una vez que está frente a mí, sus manos sacándole la tranca al ventanal, reacciono con una enorme sonrisa que ella me devuelve mientras sus ojos encuentran los míos.

En cuestión de segundos, la tengo en mis brazos, mi boca busca la suya con ansia y desenfreno. La beso salvajemente, con una mano debajo de su cintura, apretándola más a mi pecho y sintiendo los suyos tan exquisitamente voluptuosos, y la otra en su nuca.

Alba huele delicioso, nunca dejo de tener esa sensación de mareo cuando la tengo a milímetros de distancia. Sin soltarla, la empujo con suavidad hacia la cama mientras cierro la puerta ventana de una patada.

Sé que su madre está de guardia en el hospital, y que sus hermanos están en una pijamada. La razón por la cual he trepado es por los vecinos. Sobre todo el viejo de al lado, el dueño del gato que siempre maúlla para que lo dejen entrar. Es un metiche, y lo último que queremos es que le cuente por la mañana a su madre de mi visita nocturna.

—Hola —murmuro en sus labios.

—Hola —me responde, con sus manos enredadas en mis rulos.

—Ahora no pienso dejarte decir una sola palabra más, nenita.

Ella gime cuando mis manos se deslizan desde sus hombros hasta su cintura y luego nuevamente hacia arriba rozando sus senos. La quiero desnuda debajo de mí, y toma todo mi autocontrol no arrancarle la remera cuando noto que no tiene puesto su sujetador. Mis pulgares sienten la dureza de sus pezones y siento que voy a explotar.

Me acerco obligándola a retroceder, hasta que sus piernas encuentran el borde de la cama. Cae de espaldas con un pequeño jadeo, y el movimiento de sus pechos me deja sin aliento. Su pelo es una cascada rojiza sobre el blanco del acolchado, y sus ojos almendrados recorren mi cuerpo con timidez inclinando su cabeza a un lado, observándome. Sin soltarle la mirada, me quito la remera para luego inclinarme sobre ella.

—Voy a desnudarte, nenita. Sucede que tengo tantas ganas de besarte, que toda esta ropa me molesta de sobremanera —La escucho tragar con dificultad y la veo morderse el labio inferior.

—No. Te. Muevas —le ordeno, mientras levanto su blusa con lentitud.

Dos segundos más tarde, me acerco a su cuello, dejando húmedos besos mientras ella arquea su espalda entre jadeos. Mi lengua recorre su clavícula, sigo mordiendo su piel aquí y allá. Mi mano izquierda viaja por debajo de su corto short de algodón, debajo de su ropa interior para acariciarla. Está tan húmeda, tan lista para mí...

—River...

Ella acerca su rostro al mío, sus dedos en mi mandíbula acariciando, quemando mi piel. Su respiración entrecortada se mezcla con la mía, busca mi boca con rapidez y me besa con ritmo desenfrenado, tanto que pierdo un poco el control.

Envuelvo mi mano alrededor de su intimidad y sus caderas se mueven hacia arriba para mí: esperándome... Hundo mi dedo medio, penetrándola, mientras acaricio su centro con mi pulgar. Alba cierra sus ojos, jadeando, y solo sé que nunca vi nada más hermoso en mi vida.

Sin dejar de acariciarla, voy bajando mi rostro, besándola en el camino. Deslizo mis dedos fuera de ella, y en el momento en que mis labios los reemplazan, sus gemidos llenan el dormitorio.

Avergonzada, se tapa la boca. Me detengo y ella rezonga frustrada. Río por lo bajo.

—Ni se te ocurra privarme de tus quejidos, nenita. ¿Te gusta?

Ella asiente, tiene las mejillas sonrosadas y la mirada nublada por la necesidad de llegar al orgasmo. Termino de quitarle el short, dejando solo sus bragas a medio camino, y vuelvo a besarla.

—Quiero que sientas tu sabor en mis labios —susurro con mi frente pegada a la suya.

Alba ahoga un gemido, sus ojos llenos de asombro y curiosidad. Estrello mi boca contra la suya, y es el mejor beso que nos hemos dado.

Luego, ella se despega un poco de mí, y termina de bajarse la ropa interior de sus tobillos. Abre sus piernas para mí, sorprendiéndome una vez más. Prácticamente me arranco el jean y el bóxer, no sin antes sacar un preservativo del bolsillo trasero. Lo coloco en mi erección, y es cuando escucho su voz apenas más alta que un susurro.

—¿Puedo?

Dios mío, todo lo que hace o dice es condenadamente sensual. Guío sus manos, enseñándole. Ella se lame sus labios en el proceso. Quiero estar dentro de ella y ya.

—River... —Sus ojos bajan a mi boca.

Vuelvo a inclinarme sobre ella, apoyando mis codos y antebrazos a cada lado de su rostro. Sentir mi torso desnudo contra sus pechos me intoxica.

—¿Sí, nenita linda?

—Te quiero dentro de mí.

Cubro su boca con la mía, besándola mientras la penetro de un solo movimiento. Su tibieza me enloquece. Me muevo dentro y fuera de ella, al compás de gemidos y jadeos compartidos.

Luego de unos minutos, salgo de ella sabiendo que va a quejarse, lo cual sucede, y esta vez río en voz alta.

—¿Confías en mí? —le digo sin apartar mi mirada de la suya.

—Sí —responde sin titubear.

—Ven —Extiendo mi mano, ayudándola a incorporarse.

Ella obedece, y una vez parada me maravillo de ver ese cabello largo cubriendo sus pechos. Como siempre, tomo un mechón lo enrosco en mi dedo índice, y luego se lo coloco detrás de su oreja. Alba me sonríe, ya conoce esa caricia a la perfección.

Pongo mis manos sobre sus hombros y la giro de espaldas a mí. Acaricio su cuerpo, relajándola, y luego la voy inclinando hasta tenerla sobre la cama con sus manos y rodillas en el acolchado.

La anticipación de poseerla de esta forma es demasiado para mi corazón que late enloquecido. Rozo mi miembro en su suave y húmeda piel, aguantando las ganas...

—¡Dios, por favor! River...

—Lo sé. Yo tampoco aguanto más, mi amor.

Tomo sus caderas con ambas manos y entro en ella de golpe. Sé lo mojada que está, sé que no voy a lastimarla, pero aun así, una vez en ella, me detengo hasta que la siento moverse, acostumbrarse, y empezar a disfrutar.

El placer nos domina por completo, acelerando nuestras respiraciones. La fricción dentro de su cuerpo se siente deliciosa. Nunca pensé que tener sexo pudiera también significar hacer el amor. Siento que está a punto de alcanzar el orgasmo, y acelero mi ritmo masajeando sus pechos y besando su cuello.

Segundos más tarde ambos colapsamos en la cama satisfechos. No quiero separarme de ella aun, así que la abrigo con las sábanas, y la abrazo con fuerza contra mi pecho agitado.

El cansancio la adormece, y aprovecho a ir al baño para asearme. Cuando vuelvo a verla, sigue dormida. Son casi las dos y media de la mañana y sé que pronto voy a tener que irme.

—¿Qué haces ahí parado, Spider-Man? —Se ríe de su propia ocurrencia y me mira divertida.

—Muy graciosa, nenita. Burlándote de mis habilidades trepadoras ¿eh? Ahora vas a tener que pagar con cosquillas.

Me lanzo encima de ella, mientras chilla deleitada.

—¿Tienes hambre? —me pregunta.

—Mucha —le confieso.

Se levanta, y se viste con soltura. Me alegra saber que se siente cómoda conmigo.

—Mi remera negra te queda mucho mejor a ti que a mí, nenita.

Verla con mi ropa me excita de sobremanera, y ella lo nota. Sale del cuarto contoneando sus caderas, tentándome seductoramente, y yo lucho contra mis instintos y ganas de hacerla mía otra vez.

Vuelve con unas tazas de delicioso chocolate caliente, bizcochos y tostadas. Devoramos todo en segundos, y vuelvo a querer abrazarla.

Ella se acurruca en mi pecho, mientras la cubro con mis brazos.

—¿Alba?

—¿Sí? —me contesta con cadencia adormilada.

—También te extrañé mucho. Demasiado.

Ella sonríe, lo sé porque su rostro está sobre mi pecho. Sus dedos enlazados entre los míos. Creo que dormimos una media hora y cuando abro los ojos (agradeciendo haber puesto la alarma), no tengo el valor de despertarla.

Me visto, y antes de irme, beso su frente con cuidado, arropándola después.

La dejo dormida, con mi remera.

Me gusta pensar que algo de mí se quedó con ella.







N/A

Ay, ay, ay...

¿Qué pasa conmigo y publicar capítulos fogosos tarde de la noche?

¡Diosa de la cordura, vuelve a esta cabecita acalorada! Perdona esta mente pervertida 🤣

Los amo <3

¡Hasta mañana!

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