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Capítulo 38: Cosas que no puedo contarte



Una vez dentro de mi casa, es cuestión de segundos antes de que tenga tres pares de ojos fijos en mi rostro. Mamá me abraza con fuerza, y puedo sentir lo feliz que está de que haya llegado sana y salva. Le correspondo el abrazo con suaves palmaditas en la espalda.

—¿Cómo estuvo el viaje? ¿Tuvo cuidado en la ruta? ¿Le dijiste que no acelerara? ¿Te hizo caso? ¿Usaste casco?

Todas esas preguntas salen disparadas de su boca. Guau. Ni siquiera se detuvo a respirar entre ellas. Debería haber considerado ser cantante, o nadadora profesional en vez de pediatra.

—Muy seguro, ma. No tuve que hacerlo. Usé uno, por supuesto.

Cuando pienso que voy a poder escapar a mi cuarto, mis hermanos se me pegan como chicle a la suela de un pobre zapato. Se me parte la cabeza, y quisiera darme un baño, así que beso sus mejillas pegajosas, y huyo escaleras arriba con Clover pisándome los talones.

—Alba, baja por favor. ¡Está lista la cena! —La voz de mi madre me despierta del sueño hermoso que estaba teniendo.

River y yo, nadando en el lago, riendo y besándonos. El agua tibia sobre mi piel... ¿O eran sus caricias?

—¡ALBA!

—¡Ya voy, mamá!

Bajo los escalones con un suspiro entrecortado, no quiero estar rodeada de mi familia en este momento. Preciso tiempo para pensar, para procesar lo que he vivido y decidir qué hacer con todo esto que me está sucediendo.

Durante la cena, entre bocado y bocado de ravioles de pollo con salsa rosa, mis hermanos me obligan a repasar cada detalle del viaje en motocicleta.

Tommy siempre es el primero en hacer preguntas.

—¿Qué tan rápido corre esa máquina, Albita? —Tiene la boca llena, y mi madre ya lo mira con ganas de rezongar —. ¿Rápido como cuando me como toda una barra de chocolate, o más rápido como la diarrea que me viene luego?

Brisa explota a carcajadas y mi madre palidece.

—¡Tommy, por Dios! ¡Estamos en la mesa! —lo regaña mientras yo tomo agua para no reírme también.

—No sé cómo contestar esa pregunta, engendro... No sin decir un montón más de asquerosidades así que mejor paso —le respondo, abriendo mis ojos como plato y haciéndole una mueca.

Brisa toma la posta y suelta todo lo que ella quiere saber.

—¿Viste otras motos? ¿River sabe hacer un caballito con la suya? Y si hizo uno, ¿te caíste de cola?

—No recuerdo si vi otras motos, y no sé si sabe hacer esa acrobacia, pero como es súper peligrosa no podría hacerla en la ruta.

Mis hermanos se miran, asienten entre ellos, cosa que me causa mucha gracia, mientras siguen devorando su cena como las pequeñas hienas que son. Luego del postre, mamá los echa a la cama. Les doy las buenas noches no sin antes prometerles que voy a averiguar si River alguna vez hizo un caballito.

Cuando me quedo sola con mamá, nos tomamos un rico té de camomila, mientras le cuento sobre la reserva natural en Bitterroot Point y su belleza. Las impresionantes vistas bajo el cielo azul y los álamos balanceándose bajo la suave brisa. Me muero por contarle sobre la casa del árbol, pero eso incluiría algunas cosas que ni loca confieso por más abierta que sea nuestra relación.

Hay otras cosas que tampoco incluyo en la charla...

No le cuento cómo apareció la sombra de papá en mi selfie con River, ni lo aterrada que estaba al verlo. No le explico cómo pese a toda lógica y razón, su silueta estaba allí, contra la pared de madera...

Si lo hacía, tenía que empezar por confesar mi gran secreto. Debería empezar por el principio, contarle como he estado conversando con mi padre... Cómo hemos encontrado un camino de regreso el uno al otro.

Entienden por qué no puedo, ¿verdad?

Temo cómo reaccionaría mamá si supiera que lo escucho hasta en el crujir de las hojas de las ramas de los robles, o cómo viene a mí en los momentos en que más lo necesito.

"Venía a mí" mejor dicho... Ya no puedo oírlo.

Mi madre no entendería el significado de todo esto. Me llenaría de medicación, y hasta quizás me internaría en un psiquiátrico como el hermano de Stormy. Yo. No. Quiero. Eso.

Por lo tanto, no menciono la pesadez dentro de mí, ni la negrura que crece con cada minuto que respiro, o sus nuevos y espantosos susurros que han llegado para quedarse. Ni cómo su voz es ahora más fuerte que la de papá: la ha ahogado por completo. O cuánto me estoy resistiendo a su encanto. Sé que estoy coqueteando con la locura, pero también sé que no puedo encontrar la fuerza interior suficiente para alejarme de ella.

En cambio, elijo preguntarle algo tonto a mi madre.

—¿Ya habías oído hablar de Bitterroot Point? ¿Has estado allí?

—En realidad, sí. Qué coincidencia, ¿no? —me contesta, con una sonrisa agridulce —. Unos meses antes de que nacieras, papá y yo nos tomamos unas vacaciones. Vinimos aquí, a Wallace, por eso los mudé a este lugar después de que tu padre... —su voz se apaga, y la miro fijamente a los ojos.

—En fin, a tu padre le encantaba pescar, y esa reserva natural es muy conocida por tener muy buenos lugares para acampar. Claro, la familia de River debe tener un campo en los alrededores. Es una zona hermosa.

Puedo sentir el ardor de las lágrimas detrás de mis ojos, una opresión blanca en mi garganta.

—Recuerdo que tu padre me tomó muchas fotografías, sobre todo de mi barriga, a la orilla del lago. ¡Apenas pude sacarlo del agua! Leí muchos libros mientras él buceaba; fuimos muy felices aquí, Alba.

Solo puedo asentir.

Mi pecho arde, sabiendo que no hay una manera adecuada de decirle sobre mi miedo de no volver a escuchar la voz de papá en mi cabeza. Qué aterrador y atractivo ha sido no tener que extrañarlo gracias a mi locura. Cómo no he sabido qué hacer con este milagro más que asimilarlo, adaptándome a esta forma segmentada de tenerlo cerca de mí.

Intento cavar en el espacio que tengo dentro de mi corazón donde está ese maldito interruptor que si se enciende su voz me llega.

Nada ocurre.

Nada.

Quiero gritar de la desesperación de tener que decidir, de quizás tener que perderlo todo. No lo hago, mi familia no se merece tanto lío. Nadie se merece tener que tolerarme.

—¿Estás bien, cariño?

La mirada preocupada de mamá es una constelación de estrellas que chocan contra la inmensidad de este universo que he creado para papá y para mí.

«No puedo dejarte entrar, mami. Lo siento mucho...»

Vuelvo a asentir con la cabeza, mientras aprieto su brazo con suavidad. Ella me devuelve el apretón con la esperanza grabada en su retina. Ella quiere creer que su hija está bien, que no hay nada raro en ella.

Cosas que no le digo:

Sé que vuelves a preocuparte por mí. Igual que esa noche en la que nos sentamos enfrente del médico forense, y tus ojos solo veían mi rostro asustado.

¿Cómo sé? Lo veo escondido entre las nuevas arrugas de tu mirada.

Sé que nos mudaste aquí para tener una vida mejor y que lo estoy arruinando todo una vez más.

Sé que he dejado de ser una persona para convertirme en un problema para ti y para mis hermanos.

Sé que todos amamos a papá.

Sé que lo extrañas tanto que duele, y que aún te escondes a llorarlo en la cocina.

Ay, mamá... Ojalá pudiera decirte que estoy segura de que te amaba más de lo que amaba el olor de la lluvia sobre las dunas junto a la costa del lago.

¿Cómo?

Porque ese es mi secreto, mi milagro, y ahora mi condena.

Cuando papá me hablaba y yo lo escuchaba... él me lo contó. 






N/A

La vida De Alba no es fácil, ella es un remolino de emociones y no las sabe manejar. 

Algo que sí sé: ama a su nenito acuoso más de lo que se imagina. 

Recuerden eso.

¡Hasta mañana! ¡Los adoro!

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